domingo, 20 de noviembre de 2011

La inteligencia, la sabiduría y la actitud.

Ayer, bajo el post titulado "El origen dela inteligencia", de este mismo blog, apareció el siguiente comentario:




Anónimo dijo...




¿Se pueden controlar las crisis económicas?

La inteligencia permite elegir las mejores opciones para resolver una cuestión.
La actitud es la forma de actuar de una persona, es una forma de motivación que impulsa y orienta la acción hacia determinados objetivos y metas.
La diferencia entre los países económicamente pobres y los ricos no es la antigüedad del país. Lo demuestran casos de países como india y Egipto, que tienen miles de años de antigüedad y son pobres. Por otro lado, tenemos a Suiza sin océano, pero tiene una de las flotas navieras más grandes del mundo. Al igual que Japón, no tiene recursos naturales, pero da y exporta servicios, con calidad muy difícilmente superable, es un país pequeño que ha vendido una imagen de seguridad, orden y trabajo.
Tampoco la inteligencia de las personas es la diferencia, como lo demuestran estudiantes de países pobres que emigran a los países ricos y logran resultados excelentes en su educación. La actitud de las personas es la diferencia. Al estudiar la conducta de las personas en los países económicamente ricos se descubre que la mayor parte de la población sigue las siguientes reglas:
1. La Moral como principio básico.
2. El Orden y la Limpieza.
3. La Honradez.
4. La Puntualidad.
5. La Responsabilidad.
6. El Deseo de superación.
7. El Respeto a la ley y los reglamentos.
8. El respeto por el derecho a los demás.
9. Su Amor al trabajo.
10. Su Afán por el ahorro y la inversión.
Mi conclusión es que no es posible controlar la economía, esta tiene sus propios ciclos, lo que sí podemos elegir utilizando nuestra inteligencia es la actitud de amar a nuestra patria, nuestro pueblo, nuestras raíces…


Y esta es mi respuesta..

Mi querido lector anónimo, disiento desde el respeto. Está claro que ambos partimos de epistemologías de referencia y concepciones morales diametralmente distintas. Paso sin más a comentar algunos aspectos de tu escrito que me han llamado poderosamente la atención:

Inteligencia.
En primer lugar me parece valiosa la diferencia que haces entre inteligencia y actitud. Sin embargo, soy de los que creo que las palabras pierden el sentido cuando estas no son leídas dentro de un contexto de referencia. Si no, quedan como cosas sueltas, perdidas en un océano de huecos vocablos, y con la coherencia de una ensalada. No obstante, supongo que podemos conectar ambos conceptos en el hecho de que, como tu dices, la inteligencia permite elegir "las mejores opciones" para la resolución de una cuestión. Pero... ¿Que es para ti mejor? ¿Qué consideras tu, "un problema"? Esas son las preguntas que deberías hacerte. Porque no siempre la solución más efectiva y menos dolorosa es la de mayor sabiduría. De hecho, si bien es cierto que la inteligencia resuelve los problemas, también es igualmente cierto que no siempre el planteo del poblema es necesariamente sabio. Es decir, saludable en el mediano-largo plazo. Así, podemos considerar, por ejemplo, que una selva es un problema para la siembra de soja y, por tanto, quemarla. Este es uno de los muchos ejemplos posibles que limitan las supuestas bondades de la inteligencia. Por otra parte, considero que, sin sabiduría, la inteligencia queda al servicio de la solución de problemas erroneos y por tanto, al servicio de la generación de una mala actitud. La circularidad de estos términos será crucial para analizar el resto de tus palabras. Ya ves que con solo tirar al aire definiciones no basta...

Sabiduría.
Vamos entonces a la segunda parte de tu escrito. Donde, de una manera quizás algo ingenua, has atribuido el éxito de algunos países a una serie de supuestas cualidades psicológico-morales. Comencemos por aquello que tu llamas éxito. Decirte ante todo que la pobreza de tu mirada me sorprende. Pues, ¿A qué llamas tu, éxito? ¿Cuales son realmente tus parámetros a la hora de definir que es exitoso y que no lo es? Preguntas muy necesarias. Ya que, si el supuesto éxito se debe a la explotación del otro, no veo por ningún lado donde está el crecimiento. Me dirás que así funciona la naturaleza, aludiendo supuestos darwinistas, pero olvidas que las hipótesis darwinistas hace tiempo que quedaron descartadas en las ciencias sociales. Que Wallace desde la biología o John Von Neumann desde el campo económico, descartaron hace mucho tiempo la idea de competitividad por la de equilibrio. Yo personalmente le añadiría otra: la de diversidad. No hay ningún éxito en aplastar al más débil. No reconozco gloria alguna a los que, por no tener recursos naturales, expolian los de otros. Eso es solo rapiña, rapiña antinatural. En otras palabras: mala actitud. De hecho, es muy cierto que Suiza es hoy un país exitoso, bajo los términos que expones claro está. Pero tan exitoso como inmoral. No olvides que dicho país es cuna del mayor oscurantismo financiero, mundo financiero que, dejado a su libre albedrío, ha sido el huevo de la serpiente de la actual crisis internacional. La misma inmoralidad internacional que encontramos en Alemania, Inglaterra, Japón o los Estados Unidos. Donde, sobre todo en el caso de este último, se han liderado las mayores matanzas conocidas por el hombre durante este siglo y parte del anterior. Querido amigo, tu adorado éxito no nace de la moralidad, proviene del imperialismo cruel. De la cultura del sálvese quien pueda. Cultura que por cierto fue aplicada al principio sobre las mal llamadas naciones del tercer mundo, y que con el tiempo, los peor llamados países centrales están aplicando sobre si mismos.
El sistema de libre mercado.
Una serpiente que se devora a si misma.

Y esa es otra clave de tus inconsistencias argumentales. Las crisis no son cíclicas mi querido amigo. ¿Qué te piensas que son como el clima? No, no.. Las crisis, y sobre todo la actual, obedecen a razones y motivos muy concretos. De entre los cuales destaca esa rapiña de la que tan orgulloso pareces sentirte. La terrible actitud moral donde la serpiente, una vez devorado el mundo, termina devorandose a sí misma. ¿Son hoy los griegos más "impuntuales" de lo que lo eran hace diez años? ¿Y los españoles más sucios? ¿Y los estadounidenses? ¿Son más inmorales que cuando aplaudieron alegres la bomba atómica? Cuando quieras amigo te pago un pasaje a Grecia para que les expliques que se tienen que duchar más... ¡Y a horario! Eso sí, no te garantizo que vuelvas, parece que están un poquito enojados. ¡Que inmorales!

Me gustaría profundizar un poco más en la noción de país exitoso, comparándola con la noción de equilibrio. Y es que desde la óptica del equilibrio, no siempre ser rico lo hace a uno exitoso. Creo honestamente que una comunidad Aymara de Bolivia, equilibrada con su entorno, contiene en si misma una dignidad muchísimo más valiosa para el mundo que la miseria humana que podemos hoy encontrar en gran parte de las capitales de occidente. Porque hay una pobreza digna, así como a veces existe una riqueza miserable.

Controlar la economía es jugar en el tablero de lo indigno.
Decidir, es tomar la digna actitud de patearlo.
Voy terminando respondiendo a tu pregunta sobre si se pueden controlar los mercados. Claro que no, nada se puede controlar en esta vida. Lo que si podemos hacer es decidir, es decir tomar una actitud o posición digna frente a ellos. Cosa que las economías latinoamericanas están haciendo y que tus adorados países centrales, no. De ahí su crisis.

Así es que mi conclusión es también que no se puede controlar la economía, lo que sí se puede, mediante la sabiduría, es elegir que posición tomar frente a la rapiña miserable. Y es que mientras controlar, es jugar  en el tablero de lo indigno. Decidir, es tomar la digna actitud de patearlo.

Solo espero que al menos provengas, mi querido amigo anónimo, de un país europeo. Si es así, pronto sentirás en tus carnes la verdad en mis palabras. Cosa que no me alegra en absoluto. Te lo dice alguien que vive en ambos mundos. Te confieso que me entristecería más que fueras latinoamericano. De esos pocos que aún se creen versiones de la realidad como las por ti expuestas. Pues generalmente, al aludir a esa aparente moralidad, miran por encima del hombro a sus propios compatriotas, a su pueblo, a sus raíces...

Y eso en mi barrio tiene un nombre.

Un saludo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

PD: ¿"Afan" por el ahorro? Amigo... deberías salir más.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El origen de la inteligencia.

Un hombre camina por el desierto. Tiene hambre. Hace días que no se alimenta, no encuentra comida para recolectar y los animales con los que se cruza, o son más rápidos o más fuertes que él. Se pone a pensar... no comprende el sentido de su debilidad. Se pregunta por qué no tiene garras o dientes de sable. Se avergüenza de su bipedismo que lo hace lento, demasiado lento. Así, pensando, furioso con el mundo, agarra una piedra y la arroja contra un árbol.

Es ahí donde se da cuenta.

La inteligencia  soluciona problemas.
La inteligencia combate del dolor.
¿Podemos vivir sin dolor?
Al principio fueron solo piedras, más tarde se perfeccionaron, se afilaron, transformandose en lanzas. De ahí a las flechas solo había un paso. De las flechas a la guerra atómica, nada más que unos pocos miles de años.

Así surge la inteligencia. Como un mecanismo para combatir el dolor. Entendido este como informaciòn displacentera. Sin embargo, a diferencia de los otros mecanismos de adaptación propios de las otras especies, que buscan formar parte de un equilibrio, la inteligencia humana es distinta. Carece de límites. Sus potencialidades resultan infinitas. Podemos pensar cualquier cosa: que volamos o que estamos en distintos lugares a la vez. Y este, es un grave problema ya que la inteligencia no conoce por tanto de equilibrios. De esta forma el llamado principio de homeostasis (otra manera de referirse al equilibrio) sufre permanentemente el embate del desafío neocortical.

¿Cómo? Son muchas las formas. Siempre entendidas bajo el principio de isomorfismo. Aquel que postula que lo que es adentro es afuera y lo que es arriba es abajo. A través del cual podemos encontrar similitudes analógicas entre la esquizofrenia, la adicción, la crisis financiera actual o un conflicto matrimonial. En todas ellas, la inteligencia opera intentando controlar lo incontrolable, creando así el síntoma. Pensemos por ejemplo en la adicción, donde la persona intenta controlar su consumo de drogas, siempre con nulo éxito. Lo mismo sucede en el caso de los trastornos de alimentación en los cuales la persona trata de controlar su ingesta de comida. ¿Y en las crisis económicas? Es curioso como los liberales, tan autoproclamados enemigos del control, tratan de tomar medidas para controlar la reacción de los mercados, buscando como ellos dicen, tranquilizarlos. Olvidando de esta forma que al hacerlo terminan como el adicto o la persona padeciente de un trastorno de alimentación: esclavidados. .

No es posible controlar lo natural.
Si se intenta, hay consecuencias.
No. No es posible controlar lo natural. Si podemos decidir y asumir las consecuencias de nuestros actos. Pero controlar no, jamás. Aunque al principio parezca que sí, con el tiempo lo diques se rompen y el mar retoma su espacio. Además, cuando el dique se rompe, lo hace con una violencia destructiva análoga a ese fenómeno al que los profesionales de la salud o de la libertad hemos dado a llamar síntoma.

¿Entonces para que coño sirve la inteligencia? ¿Es peligrosa? La inteligencia es útil y sana siempre y cuando forme parte de algo más grande, de un sistema mayor. Al igual que los alcohólicos anónimos que eligen confiar en un poder superior, los pueblos necesitamos creer en lo trascendente. Puede ser una ideología o una religión. Ciertos valores. Algo. Y es que, si nuestra inteligencia no queda supeditada a un sistema de mayor alcance, deja de lado todo atisbo de sabiduría y pasa a servir como alimento del ego.

Ego que nos separa, pues rompe en pedazos aquello que nos une.

El amor.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

De metáforas se trata.

Modelo sistémico, cibernética, homeostasis... palabras, solo palabras. Huecas en si mismas. No. La sistémica trata de algo más. Los necios terminan capturados por ellas. Olvidando que son solo un medio para llegar a otro lugar. Al lugar que habita entre dichas palabras. Espacio fronterizo donde se dan las metáforas. Entendidas éstas como proceso. Allí donde se construyen las leyes de la estética.  Porque de eso trata esto de la psicología: de la belleza.

Todo lo que existe está regido por las leyes de la estética.
Las leyes de la organización de los sistemas.
Las leyes de la belleza.
Y sobre como esta resulta inmanente a la totalidad de lo real. Una belleza que nos atraviesa. Actuando como andamio sostenedor de aquella inmensidad que nos rodea. Pues todo sistema es una organización, y toda organización, posee características estéticas. Nada puede ser comprendido por fuera de ellas. Es por esto que las religiones, la terapia o las liturgias populares apelan a los símbolos. A profundos arquetipos que se pierden en la noche de los tiempos. Embrujos, analogías, metaforas.

Así es que a esto nos dedicamos: a las leyes de la estética. A los mecanismos mediante los cuales se construye nuestro universo, lo real. Entropía, homeostasis o Límite; son algunas de las palabras que los sistémicos utilizamos para entender la realidad. Pero son solo eso, palabras, nada más. La maravillosa hermosura existente entre ellas es lo que verdaderamente importa.  Y es que como en la música, son las relaciones entre las notas y no las notas en si mismas las que le dan identidad, y sentido, a una canción.

La canción que vivimos, la canción que nos vive.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Cruce de miradas.

-Ojalá pudieras estar en mi cabeza, ver las cosas como yo las veo.

-¿Para qué?
La relación dialéctica entre dos sistemas que se observan
mutuamente abre las puertas del cambio.
Que son las puertas hacia el infinito.

-Así podrías ayudarme.

-¿Ayudarte a qué? No entiendo..

- A estar mejor.

-¿Se puede saber qué sería "estar mejor" para ti?

-Y... ya sabés.

-No, la verdad no tengo ni idea.

-Bueno... estar mejor sería, por ejemplo, no sufrir esta angustia que siento.

-Esta angustia que sientes, ¿A qué crees tu que se debe?

-¡Si lo supiera no estaría acá! (risas).

-Así que no lo sabes...

-No, no sé que es lo que me angustia, aún.

-Pues si no lo sabes, no se para que coño me serviría ver las cosas como tu las ves, está claro que a tu mirada del mundo le falta información.

-Pero... si vos, con tu mirada, miraras lo que yo miro,  sin duda me podrías ayudar.

-¡Pero si es que eso es precisamente lo que hago! Mirar como miras tu mundo para que tu puedas, a su vez, mirar como yo miro que miras eso a lo que hemos dado a llamar tu mundo. Y es que solamente a través de ese cruce de miradas, de diferencias y límites, es que se construye el camino hacia el cambio. Piénsalo: la única forma mediante la cual yo podría mirar el mundo como tu lo miras sería siendo tu copia exacta. Cosa que, por cierto, no serviría de nada ya que como muy acertadamente has dicho antes, tu solo no puedes salir de esta angustia que te atrapa.

-¿Y entonces?

-Entonces deja de decir pelotudeces -mientras un almohadón golpea contra su rostro-.

-(risas).



Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

lunes, 10 de octubre de 2011

El dolor, el ego y el amor.

La injusticia instala la duda
en cualquier forma de fe.
Hay cosas que jamás comprenderé. Simplemente no me entran en la cabeza. De todas ellas, quizás las dos que más me rompan las pelotas sean el dolor y la injusticia. Está claro que la segunda, la injusticia, es la peor de ambas. A veces uno tiene la sensación de que Dios es una criatura inmoral, difícil de comprender o simplemente inexistente. ¿Pues qué sentido tiene la muerte de alguien joven? ¿O de una madre? La verdad es que ninguno. Y sin embargo estas son las reglas que el universo, Buda o lo que fuera, nos ha dado. El maldito tablero donde nos toca jugar, vivir. Así son las cosas. Que le vamos a hacer.

Algo es claro: enojarse es natural, pero no sirve para una mierda.

La teoría sistémica predice que todo sistema agredido tiende a defenderse de alguna manera contra su agresor. Es decir que enojarnos con el sistema "mundo en el que vivimos", solo serviría para que dicha realidad nos agreda de alguna otra manera. Esto se ve claramente en muchos ejemplos cotidianos donde miles de personas, que viven enojadas con la vida, la transitan de desgracia en desgracia. Cosa que necesariamente aumenta su enojo y las termina encerrando en un círculo vicioso de muy difícil salida. Eternos amargados que como fantasmas viven presos de su propia razón.

Y es que las injusticias no tienen explicación que valga, Por eso, aquel que las sufre siente inevitablemente que tiene razón frente al mundo. Que Dios no existe o que este está equivocado. Que el (o ella) sin duda podrían hacerlo mejor. Así es que terminamos enojados, criticando al universo y por ende creyéndonos omnipontenes. Ya que criticar al universo es colocarse a su altura, al mismo tipo lógico como se dice en sistémica. Sucede que nadie podrá nunca comprender el sistema del cual forma parte. Y ese camino, el de la omnipotencia, nos desconecta de nuestros afectos y por tanto nos deshumaniza. Lo que quiero decir es que enojarse con Dios, exista este o no, es una gran cagada.

La tristeza, vista desde la óptica justicia-injustica,
nos separa y aísla.
Se que evitar caer en la bronca es difícil, muy difícil. Mas sin embargo es el único camino que conozco para encontrarle un sentido a todo ese aparente absurdo que nos rodea. No olvidemos que tras la injusticia se encuentra siempre el dolor. Y que cuando este es asumido, cuando es llorado o sentido, nos humaniza. Haciendo de nosotros personas mejores.

¿Cómo? Creo que eligiendo. Eligiendo como vivir. Reflexionando sobre el lugar desde el cual te vas a posicionar. Así es que cuando el dolor llega, nos encontramos siempre frente a dos caminos posibles: el camino del ego y el camino del amor. En el camino del ego los sentimientos son percibidos matemáticamente. Los distintos "dolores", son comparados entre sí. Analizados como lo haría una computadora. De esta forma, todo sufrimiento termina siendo catalogado bajo la lógica de justicia-injusticia. Vaciando así nuestras vidas de sentido. Pues, bajo esta óptica, todo sufrimiento resulta inútil e injusto. La ventaja es que mientras estás enojado o enojada, la tristeza queda anestesiada. Asfixiada por un hilo permanente de angustia. En tanto padecemos el ahogo de sabernos abandonados, desolados. Solos.

El camino del amor es bien distinto. Me doy cuenta de lo ñoñas que mis palabras suenan. Que todo esto parece un plagio de otro plagio de un mal libro de Bucay. Ya sé. Pero es así, no hay otra. Juro que lo que digo es honesto. O al menos mis palabras intentan ser sinceras. Éste, el camino del amor, hace referencia a otro estado de conciencia, a un posicionamiento existencial distinto. En él hay también dolor, mucho. Lo que cambia aquí es que el dolor es tomado "en si", es decir tal cual. No se mide, ni se compara, ni nada. Se vive. Nada más, nada menos. Y aunque parezca una diferencia sutil, los resultados son bien distintos. Pues la tristeza cuando se asume disipa la angustia.

Además están los otros. ¿A qué me refiero? A que cuando vivimos el dolor desde el ego, el sufrimiento ajeno siempre nos perece una estupidez o viceversa. Vamos, que de una manera u otra , enredados en una maraña de odiosas comparaciones, terminamos solos. Separados. Aislados de un mundo que supuestamente no nos comprende pues ha vivido "un número menor de dolor al nuestro". Frases como "yo también estuve muy triste" o "no eres el único que ha sufrido" son comunes por ejemplo en muchas parejas o familias. Murallas chinas de lo cotidiano. Gélidos océanos de incomprensión que se rompen cuando nuestra tristeza es vivida desde el amor, desde la sana expresión de aquello que somos, que sentimos. Pues pasamos de ser sujetos tomados por nuestro ego a ser hombres y mujeres que libres se juegan siendo parte de una comunidad. De un grupo humano capaz de compartir lo vivido. De escuchar y ser escuchados, de ayudar y ser ayudados.

Porque no estamos solos. Porque necesitamos de otros. Y porque frente a la injusticia el ego nos separa, mientras que el amor, nos une.

No sé. Quizá no debiéramos ser tan duros con Dios. Creo que él hace lo que puede, como todos nosotros...

Escribiendo desde el sur del sur.

Unai.

domingo, 28 de agosto de 2011

Querer, desear, y elegir.

Quiero muchas cosas.

Quiero ser alto, pesar diez kilos menos como cuando tenía veinte años, tener una casa propia, haber leído todo acerca de los temas que me apasionan, escribir algo que realmente importe, que mi hija aprenda a distinguir los colores, que su madre me deje de romper las pelotas, que Racing de Avellaneda gane la libertadores, que el Athletic de Bilbao también... en fin, la lista es larga. Tan infinita como la mente. Y es que justamente eso es querer: intentar forzar la realidad para que esta sea como nuestra mente omnipotente imagina. Esa que todo lo puede pensar y que no concibe límite alguno.
Falso: No todo es posible.

El problema es que la vida no es precisamente como queremos.

Muy al contrario la vida es como es. Ni más ni menos. Nos guste o no nos guste. Es triste decirlo pero chocamos con ello permanentemente. Nos enojamos. Sobre todo cuando actuamos sobre el mundo desde el estado de conciencia "quiero". Querer no es sentir, ni se le acerca. De hecho es justamente lo contrario. Pues al querer, tratamos de pensar en ese mundo en el cual el dolor no existe, donde las condiciones siempre son perfectas. Es decir que "quiero" es un estado de conciencia mental omnipotente,  separado de los afectos, que busca negar o evadir el dolor. Y como siempre que se niega el dolor, como siempre que evitamos asumir aquello que sentimos... la angustia, hace su aparición.

En fin, ya he hablado demasiado sobre la angustia en otros trabajos. Digamos que es una mierda. Un ahogo que nos hace vivenciarnos como perpetuos moribundos. Vamos, lo dicho, una gran mierda. Lo peor es que a más nos duele la angustia, más "queremos" evadir dicho dolor. Cosa que a su vez genera una angustia mayor. Y así sucesivamente. ¿He dicho ya que la angustia es una mierda?

El deseo es distinto. Pues desear es sentir, y sentir es siempre algo natural, sano. De esta forma sucede que aquello que deseamos, se cumpla o no, nos hace siempre conectarnos con nuestros afectos, con quienes somos. Y nos ayuda a sentirnos más reales, más vivos. Además, los sentimientos no dudan. Al menos no tanto como la mente, siempre ella tan proclive a perderse en un mar de elucubraciones carentes de sentido. No, los deseos siempre son claros. A veces no nos gusta lo que nos dicen y los negamos, o los cubrimos bajo supuestas dudas, es verdad, pero en el fondo siempre sabemos aquello que sabemos, aunque duela reconocerlo, lo sabemos. ¡Pero que puede este humilde sitémico decir sobre el deseo que no haya sido dicho ya! La filosofía, el arte y el psicoanálisis nos han inundado durante años con torrentes de sugestiva información. Me atrevo a añadir que en lo personal defino al deseo como el sentimiento hecho acción.

El estado de conciencia "quiero" incita al consumo.
El consumo es la cárcel de la libertad.
Es cierto que nuestros sanos y naturales deseos han sido negados durante décadas, reprimidos o pervertidos, dependiendo de la época. Hoy, tengo bastante claro que la era de la represión ya pasó. Si no me creéis, os animo a salir un fin de semana cualquiera por las noches del sur del sur. Sin embargo, no sé si eso ha traído una verdadera y auténtica liberación como algunos creyeron. No, esto no es libertad. Apenas un aumento del número de opciones, nada más. Lejos de eso, estamos en la era del quiero. Del capricho vacío de todo corazón. Un agujero interno que intenta ser llenado con cosas, con "quieros". Y es que, como ya hemos dicho, en el mundo "quiero" no existe el dolor, como tampoco existe el amor, ni la alegría, ni la tristeza, ni la felicidad, ni nada. En ese mundo solo encontramos angustia y vacío. Así es como nuestro mundo de escape se transforma en una cárcel para nuestro corazón, en una prisión para el alma.

Lo que si que está claro es que ya sea para el lado de la represión, ya sea para el lado de la perversión, el deseo ha estado en el centro de polémicas espirituales, filosóficas y morales a lo largo de los últimos milenios. Son muchas las disciplinas religiosas y filosóficas que han abordado el llamado "problema del deseo". De todas ellas, quizás hayan sido los orientales los que con mayor elegancia se han acercado a su solución. En general, muy en general, proponen la trascendencia espiritual a través de la superación de los deseos. Aunque con métodos distintos a los que usualmente propuso el cristianismo más ortodoxo (desde ya aclaro que en este asunto hay más grises que blancos y negros). Sus técnicas tienden a desdeñar la represión como camino posible. Proponen en cambio un camino espiralado, donde al deseo se lo escucha y contempla. Para más tarde, simplemente dejarlo ir. De tal modo que nuestro cuerpo termina transformado en ese famoso río propuesto por Heráclito. Un torrente te ideas, recuerdos y emociones atravesando nuestro ser, purificándolo. Una identidad subjetiva y bella. En permanente movimiento. Donde el ser se transmuta a si mismo en un devenir que lo conecta con el Todo.

Trascender es ser como un río.
Admitimos lo que nos sucede.
Después, lo dejamos ir.
Pero el problema de la "no acción", la acción "sin deseo" y demás concepciones filosóficas orientales es la dificultad para compaginar estas con los desafíos del occidente moderno. Quizá sea por esto que, desde el propio occidente, pensadores como Carlos Castaneda,  Jean Paul Sartre o Victor Frankl hayan propuesto modelos alternativos y superadores. Estados de conciencia o posicionamientos existenciales en los cuales la persona elige. Es decir que opta de manera responsable por un camino, tomando un compromiso con él. Así, elegir nos reconectaría con lo más auténtico de nosotros mismos desde la acción.

No se, supongo que existen muchos y muy diversos caminos hacia la trascendencia. El mío es el de la libertad. Quizá no sea el más sabio, pero al menos es el más honesto con mi naturaleza. No os creáis que es fácil, hacerse cargo las consecuencias de las propias acciones duele un huevo y la mitad del otro. Pero en fin, habrá que seguir caminando.

Que otra queda.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Ecología de las emociones.

El mapa no es el territorio. Las palabras nunca son
completamente aquello que pretenden designar.
Si existe una máxima en psicología sistémica, esa es aquella que dice que no se debe confundir mapa con territorio. Pues bien, esto solo va a ser un mapa. Construido con teoría y experiencia. Que ha sido y es útil en mi trabajo. Pero que apenas es algo más que un mapa. Mi humilde intento de construir un modelo ecológico sobre las emociones. Aclaro desde ya que lo de ecológico no tiene una mierda que ver con greenpeace ni demás gilipolleces por el estilo. Todo bien con las ballenas. Si tengo que apretar un botón para que se salven, pues voy y lo aprieto. Sin embargo, la ecología es otra cosa. El concepto viene del latín, de la palabra "oicos", que significa casa. Se usa para el estudio de las relaciones del hombre con su entorno. Así es que cada vez que estudiamos las interacciones entre los distintos sistemas, incluyendo nuestro papel en ellas, estamos haciendo ecología. En el caso de la ecología de las emociones, lo que abordaremos serán los vínculos que las emociones tienen entre sí. Nada mas, nada menos.

Quizá algunos se pregunten cual es la utilidad de conocer los procesos comunicacionales entre las diversas emociones, quizá. O puede que otros os estéis todavía preguntando por que coño me he metido con greenpeace. La respuesta a lo segundo es que tengo un mal día. No sé cual es el motivo, pero siempre me la agarro con greenpeace cuando estoy triste. Debe ser porque no me gusta el verde. En cuanto a la primera pregunta, la de cual es la utilidad de hacer un mapa ecológico sobre las emociones, la respuesta la iré dando a lo largo de las próximas líneas. Solamente me gustaría hacer un adelanto. Aclarar nuevamente que la existencia es una vivencia. O dicho en otras palabras, que existir es sentir. Muy al contrario de lo que decía Descartes con su famoso "pienso luego existo", la verdad pareciera estar más cerca de la horrible banda de rock "las pelotas", y su no menos detestable tema "Siento, luego existo". De esta forma, vivir emocionalmente perdidos, supone irremediablemente vivir existencialmente perdidos. Que no es otra cosa que no vivir.

Bueno, empecemos con el mapa de las emociones. En primer lugar, cualquier mapa, y el nuestro no será una excepción, necesitará de un lenguaje. Bien sabemos que los idiomas, como sistemas que son, mutan permanentemente. De tal manera, las palabras que utilizaremos para designar los matices entre las diferentes emociones, bien podrían cambiar de país a país y, seguramente, tendrán que reactualizarse a lo largo de los próximos diez o veinte años. Si es que esto le termina importando alguien, cosa que dudo.


"No me gusta", mal", "bien", "no quiero"
y similares, son evaluaciones mentales.
Pero no nos conectan con nuestros
 auténticos sentimientos.
Aunque seguramente algunas cosas se mantendrán constantes a lo largo de mucho tiempo. Como los famosos "mal" o "bien", esos que las personas usan para contestar cuando se les interroga acerca de como se sienten. Lo mismo sucede con los "me gusta" o "no me gusta". Ninguna de esas palabras responden a auténticos sentimientos, sino a juicios valorativos, binarios y esquizoparanoides (los psicoanalistas me entenderán esto último), sobre emociones aún no expresadas.  Vamos, que palabras como "mál", "me gusta" y similares, no describen sentimientos. Al menos no en este tiempo y espacio en el que me ha tocado vivir. Eso sí, no hay duda de que, al menos a priori, tales contestaciones evitan el dolor, y ese es justamente su objetivo. Exitoso en el corto plazo, absolutamente desastroso transcurrido un tiempo. Lo mismo sucede con la palabra quiero, que poco y nada tiene que ver con el deseo. Pero eso, lo trataremos más adelante con mayor profundidad.

Sigamos entonces con las consecuencias de la negación. Como ya hemos dicho en trabajos anteriores, toda emoción negada se pudre. Pero en vez de olor a basura, lo que el ocultamiento emocional genera es llamado angustia. ¿Y que es exactamente la angustia? Pues ni más ni menos que esa sensación permanente de ahogo, de pesadumbre y muerte que todos o a casi todos alguna vez hemos sentido. Vista desde afuera, en muchas ocasiones, la angustia se manifiesta a través de una motricidad permanente. Es decir que en muchas ocasiones las personas angustiadas son incapaces de pararse quietas. Como hacerlo si estar consigo mismas implica enfrentar todo aquello de lo cual se escapan. También podemos encontrar otras formas de evadirse del dolor en las conductas adictivas, donde la relación con un objeto cosifica nuestro sentir, negándolo, para finalmente trasformarlo en el ya citado sentimiento de angustia.

¿Es entonces la angustia un sentimiento? Si, pero impuro. Ya que solamente aparece como señal de que en nosotros existe alguna emoción no asumida o negada.

¿Cuales serían en ese caso los sentimientos puros? Antes de llegar a esa respuesta, quedan otros dos sentimiento impuros o no del todo puros por definir: la bronca y la culpa.

El enojo es un sentimiento natural que, usado de manera
antinatural, anestesia el dolor.  Pero angustia.
La bronca es originalmente un sentimiento puro. De hecho, es el primer sentimiento que encontramos en los bebes al nacer. ¿O es que acaso alguien cree que los recién nacidos lloran de tristeza? No. Lloran enojados. Porque al parecer, eso de salir de la panza los cabrea mucho a los pobres. Y con razón. A veces creo que si supieran a donde van, más de uno se quedaría adentro. En fin. Retomando lo de la bronca, podemos decir entonces que existe una bronca natural, sana y por tanto coherente con las leyes sistémicas, es decir, las leyes de la vida. ¿Bronca ecológica? Es un buen nombre. Al menos suena bien. Sin embargo, por la propia naturaleza de la bronca, bien puede ser en ocasiones una emoción impura. Es decir, pervertida o manipulada. ¿Por qué? Por el hecho de que cuando sentimos bronca no sentimos nada más. Y es que la bronca todo lo tapa. Si no me creéis, id un día a ver un partido de fútbol a cualquier campo o cancha argentina, veréis como hasta las personas más sensibles y educadas, son capaces de soltar las mayores barbaridades a aquel que encuentran enfrente suyo, del otro lado. Por eso es que resulta tan común encontrarnos con personas en permanente estado de enojo, pues como hemos dicho, el enojo anestesia los afectos. Esto se debe a cuestiones naturales. Cuando dos animales luchan, a ninguno le conviene sentir tristeza, miedo o empatía. A nivel cerebral la parte simpática de nuestro sistema nervioso autónomo nos prepara para la pelea. Y mientras la testosterona fluye, todas las demás emociones pierden su importancia. Claro que este proceso no siempre es completamente natural. Como cuando, de manera más o menos consciente, una persona entra en un estado de conciencia de bronca permanente para no sentir. Hablamos de sujetos atrapados por un cabreo o enojo permanente.  Todo con un objetivo: Anestesiar sus propios afectos para así escaparse de si mismas. Una última clave para entender y trabajar la bronca es que siempre aparece asociada con una emoción anterior, es decir que si esta aparece, será porque alguna clase de sentimiento doloroso ocurrió anteriormente. Esto es muy importante pues, a través de la bronca, podemos llegar a reencontranos con vivencias emocionales nunca antes expresadas. Por cierto, la bronca también se pudre. Sobre todo cuando se acumula en exceso. Cuando vivimos una injusticia. Ya sea real o provocada por nuestra propia capacidad de autoengaño. Y a esa putrefacción la conocemos por el nombre de odio.

La culpa es la perversión de los valores.
Pasemos a la culpa. Ya he dicho al principio que esta no es un sentimiento en si mismo. ¿Como lo sé? Porque lo que su vivencia genera es angustia. Y como ya dijimos, la angustia más que un sentimiento es la vivencia del residuo de aquellos afectos ocultos, censurados, no reconocidos por la conciencia. La razón de esto se encuentra en el hecho de que la culpa proviene de un pensamiento separado del cuerpo. De la moral, de los valores o de la razón de cada uno. O siendo más precisos, de una perversa utilización de ellos. Pues quizá eso sea justamente la culpa: una perversión de los valores. De esta forma, la culpa actúa como una racionalización binaria de carácter esquizoparanoide (palabra psicoanalítica) de nuestro accionar. Siempre en términos duales: como "bueno-malo", "inocente-culpable, "afuera-adentro". Esta dualidad maniquea y restrictiva, poco y nada tiene que ver con las leyes sistémicas que rigen la naturaleza. Naturaleza a la cual los seres humanos pertenecemos. Nunca está demás recordarlo. En cuanto a su función, tengo que decir que jamás le encontré ninguna. Es decir, se supone que la culpa es un mecanismo omnipotente de control. Basado en el miedo al auto-castigo que la culpa impone. Aunque bien es sabido por aquellos que trabajamos con adicciones, trastornos de alimentación o fobias (por poner algunos ejemplos), que la culpabilidad es el principal elemento contra el que nos toca pelear. Que no sirve para trasformar la conducta patológica, y que de hecho, la fortalece. Del sufrimiento que genera... mejor ni hablemos.

Nuestros actos siempre tienen consecuencias en nuestra
vida emocional.
Alguno que otro se debe estar preguntando que hacer entonces con las llamadas "malas acciones". De que otra manera podemos evitar las acciones malvadas si no es mediante la culpa. Decía más arriba que la culpa era la perversión de nuestros valores. Se puede deducir entonces que mis reflexiones no van en contra de los valores en sí mismos. Que ellos, los valores, son una parte necesaria de nuestra naturaleza. Vale, es verdad que Nietzsche planteó con mucha inteligencia que muchos valores morales cambiaban a través del tiempo. Pero lo cierto es que los valores, con un discurso variable es verdad, siempre existieron. Así, de una manera u otra, las sociedades buscaron su particular modo de coexistir, de integrarse en comunidad. ¿Existen valores universales? Yo personalmente me juego por que sí. Que el incesto o el asesinato, por ejemplo, son actos que dejan una marca. No lo digo porque se me ocurre. A lo largo de mi carrera me ha tocado tratar con asesinos y violadores. Personas ajenas a toda culpa que sin embargo, quedaban atrapadas para siempre en un particular estado de infernalidad viviente. Algo tan indescriptible como real. Creedme por tanto cuando os digo esto: más allá de lo que diga cualquier valor o razonamiento, está claro que hay acciones que tienen un precio. Que por lo antinatural de estas, se pervierte la propia naturaleza humana, y que esa perversión, deja huella en las víctimas, seguro, pero condena para siempre a los victimarios.

Volviendo a la cuestión sobre como afrontar las llamadas malas acciones, más allá de la culpa, me parece que la clave se encuentra en el concepto de responsabilidad. Ahí es donde cada uno se enfrenta con el dolor provocado por sus actos. Dolor que surge a partir de la traición a los propios valores. Íntimos y personales. ¡Jodér! Quien no se ha sentido alguna vez como la mierda por algo así. Quien no se ha mirado alguna vez al espejo sintiéndose un maldito hijo de mil putas. En tales momentos el castigo es una tentación. Ya se sabe, si te castigas o te castigan, has cumplido, has pagado, estás limpio. Y se supone que no debería haber más dolor. Se supone. Al menos eso era lo que afirmaban muchos criminales con los que me relacioné. Sin embargo aquellos famosos "ya cumplí condena", sonaban más a patético autoengaño que a honesta redención  Por eso es que en la responsabilidad no nos castigamos, aprendemos. En primer lugar a vivir con lo que hemos hecho. Con tristeza y sabiéndonos humanos. Pero sobre todo aprendemos del dolor provocado por la propia tristeza. A escuchar a nuestro corazón, aunque no nos guste lo que este diga, para intentar ser cada día mejores, o puede que solamente más reales. Que honestamente, no es poco.

Las leyes que rigen LA NATURALEZA, son las leyes
 que rigen NUESTRA NATURALEZA. Nuestras emociones
son la llave que abre la puerta entre ambos mundos.
Una puerta hacia la sabiduría.
Quizás esa sea justamente la función de las emociones o sentimientos puros. La de conectarnos con las leyes de la homeostasis o del equilibrio. Que nos permiten reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, con lo más auténtico. Con aquellas verdades universales que nos hacen formar parte del todo. Un todo que existe, o mejor dicho que está. Y es que si hay algo que en lo cotidiano nos pueda religar con el mundo, eso debe ser el corazón. Entendido claro como metáfora de los afectos. Metáfora en la que encontramos encriptadas las leyes de la naturaleza, de nuestra naturaleza. Leyes de la vida que nos guían. Que como ángeles de la guarda, nos susurran el camino. Pero que además, paradógicamente, nos hacen sentir más vivos, más reales. Duela o no dicha realidad. Porque finalmente son ellos, los sentimientos puros, los únicos honestos en la maraña de tribulaciones de nuestra mente. Una mente sesgada, separada del cuerpo, que planifica e intenta controlar todo aquello que nos sucede. Anestesiando nuestras emociones y transformándolas en angustia. Entre esos dos estados de conciencia es que se da hoy la batalla por una vida emocional más sana, más ecológica.

Así es que cuando sintamos pena, alegría, tristeza, amor, miedo, admiración, nostalgia, verguenza o cualquier otra palabra que refleje un sentimiento puro, significará que estamos vivos. Que somos humanos. Y que como humanos que somos, formamos parte algo más grande, más honesto y real. Quien sabe, puede incluso que al reunirnos con lo más auténtico en nosotros mismos, sembremos la primera semilla necesaria para religarnos con el universo.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


viernes, 5 de agosto de 2011

La estética del límite.

Percibir es organizar.
Para organizar es necesario separar.
Separar es poner un límite.
Sin limites no existe la percepción.
Y sin percepción, no hay existencia.
Percibir es organizar. Organizar no es otra cosa que crear un conjunto. Esa capacidad para crear conjuntos responderá siempre a pautas estéticas como, por ejemplo, curvas, rectas o ángulos. Es decir que la percepción se organiza en base pautas o leyes. Y estas leyes siempre serán de orden estético. Muchos son los autores y escuelas de pensamiento que se han dedicado a estudiar estas leyes de la forma. De todas ellas, quizá la escuela más famosa haya sido la Gestalt alemana. Seguro que habéis oído hablar de ella aún sin saberlo, son aquellas famosas fotos que salen en muchos programas y revistas. Esas en las que figura y fondo se mezclan, armando distintas imágenes en función de donde hayamos colocado nuestra atención. Las leyes estéticas o de la forma son muy diversas, probablemente solo hayamos conceptualizado las más sencillas. Tengamos en cuenta que, según la teoría sistémica todo lo existente está regulado por dichas leyes. Ahora bien, de todas las leyes estéticas existentes, conocidas o desconocidas, existe una de rango superior, inmanente a todas las demás, esa es la ley del límite.

Y es que el límite es aquello que diferencia entre una organización estética y la otra. Nada puede ser percibido y por tanto existir si carece de límites.

Partiendo de esta base es que podemos comprender el desarrollo existencial de un ser humano. ¿Cómo? A través del que quizás sea el primer límitante con el que un recién nacido se enfrenta al salir del útero materno: la realidad. Una realidad contra la que el bebe choca. Haciéndolo sufrir y por tanto obligándolo a sentir, a sentirse, a percibirse. Así es que los seres humanos solamente pueden tomar una verdadera conciencia de existencia a través del choque con el mundo exterior. Quizá sea por eso que, las llamadas personalidades limítrofes, esas que se caracterizan por poseer "sí mismos" débiles, suelen tender a las autoagresiones, tatuajes, peleas o excesos de cualquier índole. Todo aquello que les permita encontrarse a sí mismos a través del dolor que el golpe de la realidad les ha provocado.

El limite entre el "yo" y el "no yo"
se ensancha. Abriendo el espacio para
un mundo infinito de fantasía.
Transformando en experiencia
trascendente el  pertinaz dolor de la
existencia.
El problema siempre radica en que dicho golpe contra la realidad genera una tasa de dolor mucho mayor de la que podemos naturalmente llegar a tolerar. Es por esto que los humanos, como criaturas enormemente conscientes de nuestro entorno que somos, hemos generado los llamados "espacios intermedios". Áreas que surgen durante las primeras etapas del desarrollo infantil. Es ahí cuando nos encontramos con los famosos chupetes, osos de peluche o cualquier otro objeto que actúe como puente en el conflicto yo-mundo. Los cuentos infantiles, las fantasías o ciertos mitos, son buenos ejemplos de como en el ser humano este límite se ensancha para crear un área de infinita fantasía y creatividad. Y cuando hablo de infinito, no me estoy precisamente tomando ninguna clase de licencia poética. Ha sido el filósofo Gilles Deleuze el que mejor ha conceptualizado esto. Según sus palabras, todo borde, límite o frontera es infinito. Suena algo extraño, pero si no, pensemos en el hecho de que siempre nos será imposible delimitar con absoluta exactitud donde termina una cosa y empieza la otra. ¿Donde EXACTAMENTE acaba nuestra casa y empieza la calle? ¿En que preciso momento dejé de estar despierto para dormirme? Al igual que sucede con el número "Pi", las decimales a calcular escalan hasta llegar al infinito. De esta forma es que los límites no solamente son fronteras entre distintas clases de organizaciones o sistemas, son además horizontes, ventanas hacia el misterio de lo inacabable. Un enigma que se extiende a todos los niveles a través del principio de isomorfismo. Ese que afirma que "lo que es arriba es abajo". Sosteniendo que en una célula se dan procesos análogos a los de un cuerpo o a los de una sociedad. Como en el caso de los lugares fronterizos, en los que el misterio y la diversidad cultural florecen. Buenos Aires, la triple frontera, la Francia dividida de la segunda guerra, la Casablanca de Boggart... Todos ellos lugares en los que la frontera entre realidad y ficción se diluye hasta perder su sentido. Cunas de genios y transgresores. Grietas a través de las cuales se nos abre la oportunidad de escapar, de trascender. ¿Hacia donde? Las posibilidades son muchas. No olvidemos que la terapia se construye en el límite. En la infinita frontera entre quienes somos y quienes podemos llegar a ser. Que la experiencia espiritual también se da en este borde donde sangre y vino, pan y cuerpo, "si mismo" y universo, se fusionan para armar una nueva dimensión.

Supongo que a estas alturas ya nadie debe entender una mierda de lo que estoy diciendo. ¡Joder! ¡Si hasta parezco un psicoanalista! Será mejor intentar bajar esto a las vicisitudes de nuestra cotidiana realidad. No sé si esta es la primera vez que leéis PSA, si así es, permitidme explicaros algo sobre la omnipotencia. Solamente aclarar que es un término que utilizo para describir aquella creencia, asumida por una persona o colectivo, de que en esta vida todo se puede o, al menos, más de lo que humanamente resulta posible. La omnipotencia es el gran fenómeno psicológico de nuestro tiempo. Una manera insana de mirar el mundo, de relacionarse con él. Anestesiando nuestros afectos. Deshumanizandonos y alejándonos de los demás. Rompiendo comunidades. Pero sobre todas las cosas, no tolerando ninguna clase de límite.

Famosa propaganda que busca vendernos
ropa deportiva exaltando el patológico valor
de la omnipotencia.
Es justamente ahí donde encontramos la clave. No en vano "slogans" como el archifamoso "imposible is nothing", impulsan a millones de jóvenes y no tan jóvenes a consumir. Como no hacerlo si en este occidente postmoderno y omnipotente, lo limitante está peor visto que nunca. Y donde los dones y ventajas de la omnipotencia terminan siendo objeto de culto. ¿Dones de la omnipotencia? Muchos. Pues al principio este aumento de la citada característica tiene sus ventajas. La inteligencia aumenta, y el hecho de no tolerar límite alguno nos ayuda a veces a ser más creativos. Sin embargo esta creatividad omnipotente pronto entra en un proceso de degradación. Como si al romper con esos límites, nuestra existencia perdiera coherencia y todo terminara "dando igual". Son muchos los artistas que terminan sus vidas antes de tiempo en este oscuro camino. Quemándose en una espiral de omnipotente autodestrucción. No olvidemos que al igual que existe un "lo que es arriba es abajo" también está un "lo que es afuera es adentro". De tal manera que todo límite roto en el exterior, es paralelamente roto en el interior. Y ya se sabe: un sistema no puede diferenciarse de otros, es decir existir, sin límites o fronteras.

Volviendo al principio de isomorfismo. Ese que dice que lo que es afuera es adentro y que lo que es arriba es abajo. Nos encontramos con el drama de las comunidades afectadas, humilladas frente al desprecio que sus costumbres, es decir sus límites, sufren frente al embate de la cultura globalizada del libre mercado omnipotente. Donde cada uno vela por sus propios intereses. Donde la comunidades son degradadas hasta hacerlas morir. Abandonando a sus miembros en un abismo de profundo desamparo.

Antes de que se tuviera noción de historia, los vascos nos
reuníamos bajo un árbol para discutir nuestras leyes.
Hoy luchamos por mantener aquellas leyes.
Luchamos por nuestra existencia.
Luchamos por la dignidad.
Frente a esto solo nos queda luchar. Pelear por un mundo mejor. Como en el caso boliviano, donde a las costumbres de las distintas comunidades indígenas se les ha dado rango de ley. Algo similar a lo que sucede en el País Vasco, donde aún contamos con los fueros, costumbres ancestrales, surgidas en la noche de los tiempos y que de igual manera han sido transformadas en ley. Así, mientras que la dignidad queda resguardada, arropada entre los brazos del límite, se nos abre una puerta hacia la esperanza. Un camino de regreso hacia aquel tiempo menos cómodo. Claramente injusto. Pero que, a la vista de aquello que hoy estamos viviendo, sin duda fue más sano, quizá mejor.





Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 2 de agosto de 2011

Noche de revelaciones.

Había entrado en aquel bar por pura casualidad. Me encontraba perdido y solamente quería un trago. Buscaba un último lugar, uno cualquiera. Otro miserable agujero donde poder ahogar mis penas. Y para mi desgracia, allí encontré justamente lo que buscaba. Quizá demasiado. En aquella taberna el olor a orina se mezclaba armónico con algunas viejas melodías de cumbia. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Y las pocas mujeres que divisé, parecían encontrarse más interesadas en el trabajo que en el placer. No se si me entienden. Para cuando tomé conciencia de donde me había metido ya era tarde. Mi única oportunidad de salir con vida era pasar inadvertido. Desde ya que mi acento extranjero, o mis ropas, no ayudaban. Así que con mi mejor cara de culo pedí un trago tratando de no llamar demasiado la atención. Planeaba marcharme sigiloso al terminarlo. Como una cucaracha que se escabulle ante la luz. Solo que esta vez no había luz, y las cucarachas, en su mayoría, caminábamos sobre nuestras dos patas.  No sé realmente cuanto tiempo transcurrió entre el sorbo inicial y el momento en el que comenzaron los gritos. Solo sé que cuando escuché el primero quedé completamente capturado por aquella escena. Era un hombre de unos cuarenta años, de complexión delgada y baja estatura. Vestía ropas gastadas, de esas que alguna vez estuvieron de moda y que con suerte, no volverán a estarlo nunca más. Recuerdo como comenzó a increpar al barman. Vociferaba algo acerca de la baja calidad de cierta bebida. Cada tanto se podían entender algunas frases. Decía cosas como "¡ESCUCHAME PELOTUDO! ¿VOS TE CREES QUE SOY TARADO? ¡ESTO NO ES FERNET!". Al verse ignorado insistió con un rotundo"¡SIIII, ES A VOS GORDO PUTO!". Más tarde, comenzó a interactuar con los otros integrantes de aquel antro maldito. Arrojándoles agravios del estilo "¡VOS TE CREES QUE SOY COMO ESTOS GILES!" o algún que otro "¡Y VOS QUE MIRÁS PELOTUDO! No sé bien como ocurrió, pero de pronto mi corazón comenzó a latir con fuerza. Tenía miedo, mucho miedo. Se podría decir que estaba literalmente aterrado, o cagado en las patas como dicen por aquí. Y sin embargo, me sentía más vivo que nunca. Toda mi miserable vida se tornaba insignificante frente a aquel maravilloso instante. Las facturas inpagas, la chica de la semana pasada, ese teléfono último modelo que tanto quería comprar... todo quedaba demasiado lejano.  Así, seducido por el olor a muerte, una enorme alegría comenzó a invadir mi cuerpo. A tomarme hasta las mismísimas entrañas. No había duda: estaba pasando por lo que algunos psicólogos han dado a llamar experiencia pico, puede que incluso por una epifanía. Una comunicación directa con Dios. Y ahí fue que simplemente lo supe. Supe que Jehova, el universo, el poder superior, o como mierda queramos llamar a eso que nos rodea, me estaba por dar la lección de mi vida. Esa señal que siempre había estado esperando. Decía Jung que Dios nos hablaba permanentemente, pero que éramos nosotros los que no estábamos dispuestos a escuchar. Pues esta vez yo estaba dispuesto. Sabiéndome preparado, incline mi cabeza en dirección hacia el vaso. De tal forma que, durante un instante, el conflicto quedó fuera de mi campo de visión.

Fue entonces cuando se escuchó el atronador ruido de vidrios rotos.

No soy capaz de ser preciso en esta parte. Puede que fueran minutos o segundos. No lo sé. Cualquiera que haya sido el tiempo se me hizo eterno a la par que efímero. La música se detuvo. La desagradable voz del hombre dejó de escucharse. Y mientras algunos tímidos murmullos se diluían entre el gélido silencio; la verdad me había sido revelada.

Al salir solo encontré manchas de sangre. Puede que lo hubieran matado, aunque bien podría sencillamente haberse alejado caminando. Quien sabe. El caso es que antes de salir pasé al baño. Por cuestiones de buen gusto me abstendré de entrar en detalles sobre el estado de los aseos. No obstante, si alguna vez entran ustedes por error en aquel sucio boliche, no duden en aventurarse en los baños. Allí fue donde escrita en la pared quedó plasmada la gran verdad:

"DIOS NO ES JUSTO, ES COHERENTE".

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 28 de julio de 2011

El social-politeísmo: comunidad y libertad.

Hubo un tiempo en los dioses habitaban el mundo. Eran muchos. Todos ellos convivían bajo una peculiar armonía. La gente creía en ellos, después, dejo de hacerlo. Al menos en todos al mismo tiempo. Fue entonces cuando comenzaron las hegemonías monoteístas. Algunos dirán, desde su fe, que por revelación divina, otros que por cuestiones de orden económico, sociológico o filosófico. En eso no me meto, no desde esta lectura profesional. El caso es que los monoteístas pensaban de una manera diferente. Pues si solo había un dios, y era el nuestro, decían, las demás creencias eran inequívocamente erróneas. Así pasamos algunos milenios creyendo en dioses únicos. Obviamente hubo excepciones, como la de los Santos en el catolicismo, o la trinidad. Figuras que sirvieron de enlace entre el pluralismo politeísta y las nuevas enseñanzas.

El politeísmo ha vuelto. Esta vez en forma de perversión.
¿Como llegamos a nuestros días? La respuesta es tan cruda como verdadera: sin dioses. Y es que hoy, en términos generales, ya no se cree en Dios. Es verdad que algunas comunidades continúan manteniendo fuerte su fe. Sin embargo, la fe en Dios, o en los diferentes dioses monoteístas, se ha roto entendida esta como consenso generalizado. Dicho en otras palabras, el agnosticismo-ateísmo, ha ganado. Por cierto, desde ya que descarto como creyentes a aquellos que sostienen cosas como "hay algo", "creo en una fuerza superior" y demás sandeces light y descomprometidas por el estilo.

¿Que nos pasó? Nos pasó la ciencia. O por lo menos cierta epistemología asociada al método científico. Una mirada objetivista en la que sólo tiene rango de existencia aquello que se puede medir, pesar o tocar. Como ese relato de Victor H. Tamayo, donde cuenta que, un día, la ciencia subió al cielo con una escalera para liberar a los hombres de la tiranía de los dioses. Allí, desde lo alto, iban derribando ídolos de madera mientras, abajo, se escuchaba el aplauso generalizado del pueblo. Hasta que en un momento, tras haber arrojado al suelo todas aquellas figurillas de madera, los hombres preguntaron: "¿Que hay entonces? A lo que los científicos respondieron: "nada, aquí arriba no hay nada". El relato continúa contando que en ese momento los aplausos terminaron y, una súbita tristeza, que más tarde se tornó en angustia, se apoderó de sus corazones. Una angustia que por cierto ha durado hasta nuestros días. Una angustia que no es otra que la de Arlt, Kafka, o Sartre. Que con tan perturbadora claridad nos muestran el abismo, nuestro abismo.

En fin, la historia por supuesto no termina aquí. Esa es por lo menos mi esperanza. Mientras tanto, es decir, hasta que de vuelta lo mágico y trascendente asuma de nuevo su derecho a existir en este mundo, no nos queda otra que describir las consecuencias psicológicas de este nuevo sistema que hemos construido. La primera, sin lugar a dudas, es la angustia. Pero hay otras.

Si vas a matar a Dios, cuídate de no terminar creyéndote Él.
Pensemos en esa canción de John Lennon, aquella en la que dice que no cree en nadie salvo en él mismo. Y en la tarada de Yoko claro está. No queda duda de que Lennon era un genio, y que como todos los de su clase, pudo percibir un síntoma de su época. Que no es otro que el de la destrucción de todo sueño, fe o utopía. De esta forma, como él dice, ya no quedan dioses. Creemos solamente en nosotros mismos. Hasta el punto de hacer de nuestra existencia una religión. Así es que tenemos más escritores que lectores. Más aspirantes a cantante que público dispuesto a escuchar. Más pastores que ovejas. Más maestros que alumnos interesados en aprender. Más filósofos que seguidores de su pensamiento. Y claro, más terapeutas que pacientes.

Social-politeísmo llamo yo a ese mundo donde todos nos creemos, en mayor o en menor medida, omnipotentes. Siempre por encima de nuestras posibilidades. Ya sea para autopremiarnos, ya sea para culparnos. ¿Culparnos? Y sí. Pues si yo creo que todo lo puedo, o acaso más de lo honestamente posible, entonces cualquier fracaso será considerado un acto negligente por mi parte. Esta es por tanto la cara más oscura de la omnipotencia: la culpa. Una culpa que cual espada de doble filo, actúa tanto adentro como afuera. Ya que mientras algunos sentirán su fuego clavarse en sus carnes, otros, la arrojarán hacia afuera desperdigándola sobre los demás. Los primeros viven en una cárcel, los segundos merecen sin duda pudrirse en una.

De esta forma es que se construye la que quizá sea una de las mayores paradojas de la historia. No en vano los hombres acusaron a la religión del delito de ser culpógena. Supongo que por eso muchos se abocaron a la sagrada tarea de destruirla. Sin embargo, en este mundo sin religión, donde el dios ego se torna el centro de mezquinos universos, la culpa fluye corrosiva y rabiosa a través de nuestros corazones. Más viva que nunca, tan enferma como siempre.

¿Y como se enfrenta esto? Las dos mejores respuestas las he encontrado en dos términos tan antagónicos como complementarios. Palabras que representan en si mismas los más grandes tesoros del ser humano: comunidad y libertad.

Lo siento John, pero en ésta no te banco.

Escribiendo desde el sur del sur.

Unai Rivas Campo.

Al menos...

martes, 28 de junio de 2011

Dios, el capitalismo y los sacrificios humanos.

Las reglas de comunicación interna y externa de una
célula son análogas a toda organización.
Esto nos incluye a los humanos.
El mercado es un sistema. ¿Qué son y cómo actúan los sistemas? Es sencillo de explicar: los sistemas son organizaciones de eventos que actúan con las mismas reglas que las entidades vivas. Es decir que funcionan como células. Así es que un cuerpo humano, una iglesia o una empresa, serían organizaciones análogas a todo lo vivo. Distintos elementos organizados unidos bajo la finalidad de existir como conjunto. De esta forma, podemos decir que estamos rodeados de sistemas. Que un cuerpo es un sistema. Que una familia lo es. Que las patologías psicológicas son sistemas. Y que por tanto el mercado es también un sistema.

Un sistema independizado de sus creadores. Como en el caso de los hermanos que, compartiendo las cenas familiares, repiten aquellas discusiones y peleas de su infancia ya siendo adultos entrados en canas. Esto se debe que el sistema familiar puede ser en ocasiones más fuerte que la voluntad de sus miembros individuales, condicionando así su libertad de acción. Pues esto mismo sucede con el mercado. Que hoy, cada vez requiere de menos "dueños" para funcionar. En estos días, solo los perturbados seguidores de las teorías conspiratorias consideran que esto lo manejan un grupo concreto de seres malignos. No digo que no haya gente de mierda en la cúpulas del poder, pero cada vez está más claro que esas personas son solo piezas privilegiadas de algo mucho más abarcador. Como bien plantea Deleuze, el dinero fluye como un cuerpo sin órganos compuesto por átomos, moléculas de información. De tal forma que los seres humanos de este planeta nos vemos sometidos por un sistema patológico "viviente", al que algunos conocen como "el sistema" o el "libre mercado".

Un sistema enfermo que, como todo sistema, sano o insano, necesita alimentarse para poder seguir existiendo. Y es aquí donde viene una pregunta complicada: ¿De que se alimenta un sistema sin cuerpo? Supongo que la respuesta se puede encontrar en los filósofos Hegel y Sartre. No me quiero extender mucho, pero da la sensación de que los sistemas insanos, desde una simple neurosis hasta el todopoderoso capitalismo postmoderno, necesitan de nuestra atención. Es decir, necesitan ser mirados para existir. Al igual que una persona con ataques de pánico que termina su proceso terapeútico cuando "se olvida" de aquellos ataques. Una patología ésta que, como muchas otras, se retroalimenta con nuestros pensamientos.

El libre mercado.
Una plaga extendida por nuestro mundo.
Un virus que se alimenta de nuestra necesidad de consumir.
Existe a través del poder que nosotros le otorgamos
Un falso dios.  
Estas líneas cobran mayor importancia que nunca si tenemos en cuenta que este sistema ha alcanzado un rango de poder superior al de los modernos estados, que se ven cada vez en mayores aprietos a la hora de mantener su autonomía frente a esta patología psicológica global. Enfermedad organizada e inteligente que, de la misma forma que algunos virus informáticos, tiene un archivo de su programación en cada uno de nosotros. Y es que en estos tiempos que corren, el capitalismo somos todos. No conozco a nadie que hoy no tenga incorporado en su ser alguna parte de este sistema, virus o enfermedad. Una enfermedad que como ya dijimos se alimenta cada vez más de nuestra atención, y sobre todo del poder que le damos a través de la citada atención.

Y justamente sobre eso trata toda esta historia: sobre poder. O dicho de una manera más precisa sobre esa perversión antinatural del naturalmente sano concepto de poder a la que en este blog llamamos control (recomiendo leer poder, control, y trascendencia para entender esto con mayor claridad). Pues un sistema cada vez más grande necesita comer cada vez más, y más, y más, y más.. así hasta el infinito en una espiral de inagotable voracidad. Ya que como bien saben los adictos, el deseo de control despierta un hambre que jamás es saciada en su totalidad. Estamos entonces frente a una supra-entidad, un dios mercado que, en palabras de sus deplorables voceros mediáticos, se enoja, se entusiasma o desconfía. Un dios por tanto dotado de inhumanas emociones. Que pide, que necesita, que anhela y que exige cada vez mayores sacrificios en su nombre. Sacrificios humanos a los que los economistas lacayos llaman con el eufemismo de "reformas", "recortes" o "ajustes". Y que por supuesto, jamás serán suficientes.

Son Gandhi comparados con el banco mundial.
¿Bastarán entonces los sacrificios de griegos y españoles para que el dios no se enoje? ¿Para que este vuelva a recuperar la confianza en aquellos países? La respuesta es tan angustiante como sencilla: No, jamás.

Recuerdo que una vez salí con una chica que siempre se mostraba insatisfecha. Para ella, nunca era lo suficientemente atento, elegante, exitoso económicamente, o simplemente confiable. O cualquier otra cosa que se os ocurra. El caso es que siempre faltaba algo. Obviamente terminé mandándola a la mierda. Pude hacerlo cuando descubrí que mis permanentes intentos por demostrarle mi sincero afecto solo servían para darle cada vez más poder sobre mí. Que solo valían para nombrarla juez de la relación. Se había creado un contexto, una cancha, donde en vez de haber dos jugadores, yo corría tras la pelota y ella era el jodido árbitro.

En ese caso, ¿Que pueden hacer Grecia y España para salir de la esclavitud del falso Dios mercado?

Lo mismo que hice yo con aquella chica:

Dejar de jugar.

Dejar de adorar al falso dios.

Y sobre todo mirar hacia el sur, porque en él encontrarán su norte.

Que es mi norte.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.

domingo, 26 de junio de 2011

La libertad.

Hay ocasiones en las que la razón queda en segundo
plano frente a las razones del corazón.
El Sábado discutía con un amigo. Estábamos hablando sobre Cuba. En esta vida hay tres o cuatro grandes temas que dividen aguas, de esos que encienden pasiones, que desnudan en esencia aquello que somos. Cuba es sin duda uno de ellos. Por un lado, están aquellos que ponen el énfasis en la justicia social, por el otro, los que se centran en la incapacidad para prosperar económicamente dentro del sistema cubano, añadiendo a esta crítica otra referida a las restricciones que su sistema político ejerce sobre las libertades de sus individuos.

El problema de la imposibilidad de progresar económicamente queda descartado cuando comparas la economía cubana (entendiendo economía como la organización de las relaciones comerciales de un estado al servicio del bienestar de su pueblo), con la de los países similares de la región: Honduras, Panamá, Guatemala, Haití, Salvador etc. naciones empobrecidas y condenadas a la más absoluta de las miserias. Todo bien con el progreso, estoy a favor. Seguro que hay muchos narcotraficantes, tratantes de personas y corporaciones extranjeras (United Fruit Company resulta un buen ejemplo) felices con las posibilidades que estos países brindan a sus mercados. ¿Pero sabéis que? No me interesa el bienestar de las corporaciones. Sé que soy duro, pero tenía que decirlo.

No existe verdad más deshonesta que
la verdad impuesta.
Una vez descartado el asunto del progreso económico, nos queda el debate sobre la libertad. Y de eso es de lo que voy a hablar realmente. Porque la verdad, no me considero quien para hablar ni en contra ni a favor de Cuba. Ni de ningún país. Al menos no de manera categórica. A veces pienso que los occidentales hemos tomado la mala costumbre de erigirnos en jueces morales de cuanto estado soberano se nos cruce. Dictando alegremente sentencias, generalmente de muerte, sobre aquellos que viven y piensan diferente. Interrumpiendo el natural desarrollo de sus procesos internos. Dejando a sus pueblos una casi incurable sensación de sometimiento y amargura.

Además, el tema Cubano pasa hoy más por sentimientos profundamente íntimos que habitan en todos nosotros, que por la validez o no de cada argumento. Y es que al final en temas así, lo que se termina desnudando como dije anteriormente es la dirección hacia la que mira el corazón de cada uno. Y a eso, amigos míos, no hay argumento, lógica o razonamiento que lo pueda modificar.

Hablemos entonces sobre la libertad. Sin embargo, poder hacerlo con algo de seriedad, requiere plantearlo aclarando primero cual es nuestra epistemología de referencia. En otras palabras, hay que explicar que entendemos por la palabra libertad. Para ello, habría que hacer dos distinciones o dimensiones: Por un lado, la libertad entendida como acceso a un mayor o menor número de posibilidades, y por el otro, la libertad entendida como la capacidad que un ser humano posee para de ejercer dichas posibilidades.


La restricción de posibilidades en términos subjetivos:

En términos subjetivos, la restricción de posibilidades puede ser psicológicamente conveniente, al menos en las primeras etapas del desarrollo de un niño. Pensemos si no en los infantes de hoy, criados con cada vez menos límites, en un mundo donde las opciones de consumo aumentan cada día más y, la palabra "no", pierde seguidores minuto a minuto. Hablé en otros trabajos ("Mente omnipotencia y mente sesgada") sobre como nuestras mentes se habían con el paso de los siglos separado de nuestros afectos, de nuestros cuerpos. En términos filosóficos y quizá, quien sabe, en términos funcionales a nivel neural (de eso que se encarguen los investigadores, yo no tengo tiempo), esa "mente sesgada" que todo lo puede pensar se percibe a si misma como omnipotente.

La soberbia: El resultado de cargar
sobre un niño un número de posibilidades
que su cuerpo aún no puede sostener.
Es así como resulta cada vez más común encontrarnos con niños y adultos de poca o nula tolerancia a límite alguno. Estamos frente a una nueva clase de sociedad donde los propios sentimientos son considerados una molestia, un obstáculo para aquellos planes que ya habíamos pensado. Recuerdo como una amiga a la que guardo un enorme respeto se horrorizaba ante el descubrimiento de una píldora para eliminar la menstruación. Se quejaba sobre todo de la perspectiva del artículo, que anunciaba alegremente las posibilidades que esta herramienta tendría para la inserción de la mujer en el mercado laboral. Y digo yo... ¿Cual es el límite? ¿Tan malo es nuestro cuerpo que le hemos declarado la guerra? No se. Supongo que a nuestra mente sesgada y omnipotente no le gustan los límites. Y el cuerpo, resulta el gran limitante para una cabeza que todo lo imagina ya y lo quiere ya. ¡Y que mejor noticia para un sistema libremercadista que unos psiquismos que no toleran la espera! No hay mejor consumidor que el consumidor impaciente.



La restricción de posibilidades en términos objetivos.

En términos objetivos o legales, a la restricción de posibilidades le hemos dado otro nombre: Justicia. Veamos, cuando las posibilidades de acceso a la educación de una persona están objetivamente restringidas, además de encontrarnos ante una gran cagada, estamos claramente frente a una injusticia. Lo mismo podemos decir de las restricciones a nivel económico o a nivel de acceso al voto. Como veis, cada estado tiene sus restricciones. Estados unidos o Colombia tienen unas, Cuba o China otras. De modo que el debate sobre la ética implícita en cada restricción es clave frente a las distintas formas de comprender el concepto de justicia. Que cada uno se haga al respecto sus propias preguntas. A mi se me ocurren varias como: ¿Es más justo un sistema que brinda mayores posibilidades de consumo que aquel que tiene un mejor acceso a la educación? ¿Es justa la pobreza? ¿Basta con el derecho al voto para conseguir una sociedad más justa? Y muchas más...

Pero no quiero aburrir.


La capacidad para el ejercicio de la libertad.

La capacidad para el ejercicio de la libertad hace referencia a nuestro valor. A cuan dispuestos nos encontramos para asumir el reto que la responsabilidad y el dolor de la libertad suponen. Pues no olvidemos que ser libre es elegir. Que ello implica descartar toda una serie de posibilidades para quedarnos solamente con una. Es decir que elegir es perder, y que perder, duele. A veces demasiado, bien lo sé. De esta forma, la clave para el adecuado ejercicio de la libertad se encuentra en nuestra fortaleza para asumir el dolor. Un concepto, el del dolor, que es permanentemente negado por una industria económica, que cual diabólico pacto, nos ofrece mil y una alternativas para evadirnos de él. Sin embargo, el precio a pagar por tal anestesia afectiva no es precisamente económico, el dinero es una distracción, una inteligente manera de desviar la atención sobre el verdadero pago: nuestra libertad. Algo que en términos Kantianos, no es otra cosa que el alma.

El alma: la última frontera.
Y es por ello que en estos tiempos que corren, la batalla por la libertad, ha dejado de ser solamente una analogía política sobre las diferentes maneras de entender el concepto de justicia. Hoy, los pueblos, nos estamos jugando algo más que dinero, reformas políticas o derechos civiles. Hoy, nuestros viejos adversarios se tornan hermanos frente a esta nada banal, cosificadora, light e inhumana que nos invade. Hoy, peleamos por aquello que es lo más íntimo de nuestro ser, por salir adelante desde la dignidad, en agónica defensa de la última frontera. Hoy, luchamos por la libertad, por la esperanza del corazón, por la alegría. Hoy luchamos desde el alma y por el alma.

Pues solo así, existirá algo a lo que algún día poder llamar mañana.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.