martes, 2 de agosto de 2011

Noche de revelaciones.

Había entrado en aquel bar por pura casualidad. Me encontraba perdido y solamente quería un trago. Buscaba un último lugar, uno cualquiera. Otro miserable agujero donde poder ahogar mis penas. Y para mi desgracia, allí encontré justamente lo que buscaba. Quizá demasiado. En aquella taberna el olor a orina se mezclaba armónico con algunas viejas melodías de cumbia. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Y las pocas mujeres que divisé, parecían encontrarse más interesadas en el trabajo que en el placer. No se si me entienden. Para cuando tomé conciencia de donde me había metido ya era tarde. Mi única oportunidad de salir con vida era pasar inadvertido. Desde ya que mi acento extranjero, o mis ropas, no ayudaban. Así que con mi mejor cara de culo pedí un trago tratando de no llamar demasiado la atención. Planeaba marcharme sigiloso al terminarlo. Como una cucaracha que se escabulle ante la luz. Solo que esta vez no había luz, y las cucarachas, en su mayoría, caminábamos sobre nuestras dos patas.  No sé realmente cuanto tiempo transcurrió entre el sorbo inicial y el momento en el que comenzaron los gritos. Solo sé que cuando escuché el primero quedé completamente capturado por aquella escena. Era un hombre de unos cuarenta años, de complexión delgada y baja estatura. Vestía ropas gastadas, de esas que alguna vez estuvieron de moda y que con suerte, no volverán a estarlo nunca más. Recuerdo como comenzó a increpar al barman. Vociferaba algo acerca de la baja calidad de cierta bebida. Cada tanto se podían entender algunas frases. Decía cosas como "¡ESCUCHAME PELOTUDO! ¿VOS TE CREES QUE SOY TARADO? ¡ESTO NO ES FERNET!". Al verse ignorado insistió con un rotundo"¡SIIII, ES A VOS GORDO PUTO!". Más tarde, comenzó a interactuar con los otros integrantes de aquel antro maldito. Arrojándoles agravios del estilo "¡VOS TE CREES QUE SOY COMO ESTOS GILES!" o algún que otro "¡Y VOS QUE MIRÁS PELOTUDO! No sé bien como ocurrió, pero de pronto mi corazón comenzó a latir con fuerza. Tenía miedo, mucho miedo. Se podría decir que estaba literalmente aterrado, o cagado en las patas como dicen por aquí. Y sin embargo, me sentía más vivo que nunca. Toda mi miserable vida se tornaba insignificante frente a aquel maravilloso instante. Las facturas inpagas, la chica de la semana pasada, ese teléfono último modelo que tanto quería comprar... todo quedaba demasiado lejano.  Así, seducido por el olor a muerte, una enorme alegría comenzó a invadir mi cuerpo. A tomarme hasta las mismísimas entrañas. No había duda: estaba pasando por lo que algunos psicólogos han dado a llamar experiencia pico, puede que incluso por una epifanía. Una comunicación directa con Dios. Y ahí fue que simplemente lo supe. Supe que Jehova, el universo, el poder superior, o como mierda queramos llamar a eso que nos rodea, me estaba por dar la lección de mi vida. Esa señal que siempre había estado esperando. Decía Jung que Dios nos hablaba permanentemente, pero que éramos nosotros los que no estábamos dispuestos a escuchar. Pues esta vez yo estaba dispuesto. Sabiéndome preparado, incline mi cabeza en dirección hacia el vaso. De tal forma que, durante un instante, el conflicto quedó fuera de mi campo de visión.

Fue entonces cuando se escuchó el atronador ruido de vidrios rotos.

No soy capaz de ser preciso en esta parte. Puede que fueran minutos o segundos. No lo sé. Cualquiera que haya sido el tiempo se me hizo eterno a la par que efímero. La música se detuvo. La desagradable voz del hombre dejó de escucharse. Y mientras algunos tímidos murmullos se diluían entre el gélido silencio; la verdad me había sido revelada.

Al salir solo encontré manchas de sangre. Puede que lo hubieran matado, aunque bien podría sencillamente haberse alejado caminando. Quien sabe. El caso es que antes de salir pasé al baño. Por cuestiones de buen gusto me abstendré de entrar en detalles sobre el estado de los aseos. No obstante, si alguna vez entran ustedes por error en aquel sucio boliche, no duden en aventurarse en los baños. Allí fue donde escrita en la pared quedó plasmada la gran verdad:

"DIOS NO ES JUSTO, ES COHERENTE".

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario