lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre el espejismo de la ciencia.

No suelo recomendar libros o autores. Me suena medio arrogante hacerlo. Ya sabes, típico de la gente que se la da"de culta". Personalmente disfruto cuando la gente me dice que "no parezco psicólogo". Algunos me lo dicen como alago, otros no. En fin, me da igual, lo disfruto de las dos maneras. Dicho esto, en el caso de Rupert Sheldrake haré una excepción. Lo conocí a través del que quizás sea el ultimo gran terapeuta familiar (famoso) vivo. Me refiero a Carlos Sluzki, que se valió de la teoría de campos mórficos (idea de Sharke) para fortalecer si cabe aún más el grueso cuerpo de conocimientos del modelo sistémico. Acercando más a éste último a lo que realmente debe ser: una metáfora de la biología, es decir, un poema de la vida.

¿Crisis en la ciencia?
¡Bienvenida!
Rupert es un científico atípico. No es de los que viven burlándose de aquello que no pueden medir o pesar. Muy al contrario, desdeña los dogmas. Vengan estos de donde vengan. Aunque claro, alega que en estos tiempos donde la objetividad se ha vuelto dictadura, el dogmatismo científico es sin duda el más peligroso y dañino de todos los dogmas. 

¿Dogmatismo ciencífico? Sí. Esto horroriza a muchos, ya sé. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer gran enemigo de la ciencia fue justamente el dogma. Es decir, la imposibilidad de poner en duda cierta idea o sistema de pensamiento. Lo cierto es que el dogma resulta algo necesario para el desarrollo de una dimensión espiritual seria. Al fin y al cabo, la trascendencia necesita de Fe. Y la Fe es una ruptura del mundo ordinario que sí o sí necesita que ciertas cosas sean dadas por hecho. Estos dogmas tienden generalmente a ser bastante ilógicos, hechos extraordinarios que rompen con la continuidad del mundo. Que patean nuestro tablero rompiendo la realidad en miles de padacitos. Vamos, como el LSD pero gratis. De este modo, la aceptación de un dogma, de su misterio, bien puede ser una puerta a un estado de consciencia ampliado. En otras palabras, el dogma no tiene necesariamente que ser considerado algo dañino. Para nada.

¿Cuando lo es? Si analizamos la historia, encontramos que los dogmas resultan peligrosos en la medida en la que estos tratan de invadir y regular la intimidad del pueblo. Supongo que es por eso que cuando Platón escribió las "leyes", fue el primero en diferenciar la esfera pública de la privada. Pues, en aquella época, el pensamiento filosófico griego no estaba precisamente bien visto por los atenienses. La idea de que por allí hubiera caminando una serie de tipos que cuestionaban, entre otras cosas, la existencia de los dioses, no caía muy bien. Tampoco les agradaba mucho que cualquier joven discípulo de un filósofo, terminara siendo más sabio que su propio padre. Les asuataba mucho una sociedad en la que el padre supiera más que el hijo. Aquel era un progreso inaceptable para el ateniense medio. Peligroso para el "status quo". Bueno, así terminó el pobrecito de Sócrates. De esta forma, la diferenciación entre lo público y lo privado hecha por Platón sirvió para crear un marco de protección legal frente al embate que en aquel entonces sufría la libertad de pensamiento. Dejando viva una pequeña luz.  Que podría sobrevivir encendida en la medida en que no iluminara a aquellos que no tenían ni el más mínimo deseo de verla.

Que nadie os engañe.
La vida sigue siendo un misterio.
Hoy día es justamente al revés. Creer en algo da cada vez más vergüenza. Las páginas y autores pro-ciencia se dedican a denostar y a humillar cualquier idea espiritual que se les presente. El ateismo es ahora el dogma. Y el creacionismo pasa a ser víctima mientras que la idea de un surgimiento accidental de la vida, carente de sentido estético alguno, pasa a ser la idea dominante.

Y con esto no niego ningún avance científico, todo bien con la ciencia, con la buena ciencia. Es más, negar que la vida es nada más que un accidente es algo estúpido. Quizá tan estúpido como afirmar lo contrario.

Ahora... como dice Rupert Sheldrake...

"...La principal diferencia entre los dogmas religiosos y los científicos es que la gente religiosa sabe que sus creencias son creencias. Las personas que creen en el materialismo científico dogmático, a menudo no son conscientes de que sus creencias son creencias. Simplemente piensan que conocen la verdad. En este sentido, sus creencias son incluso más dogmáticas que las de los fundamentalistas religiosos..." 


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 18 de mayo de 2013

Flores muertas.


Videla ha muerto. Algunos, los de siempre, dicen que eso no es importante. Que a los jóvenes esas cosas les dan igual. Confunden la historia con el ratig, el valor con el precio y la democracia con el marketing. Puede que mi hija aún no sepa quien fue Videla. Pero gracias a Dios algún día sabrá que fue un hombre malo. Que hizo mucho daño, pero que al final, no se salió con la suya. Y así sabrá que, a veces, los buenos ganan. Siempre al final. Que la vida se abre camino. Que lo que jamás desaparece es la esperanza. Descanse usted en paz Jorge Rafael Videla. En su tumba lo esperan 30.000 flores muertas.

Suerte con eso.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.




lunes, 13 de mayo de 2013

Sin perder la inocencia.


Dos jóvenes aprendices salen de su templo para comprar en el mercado. En el camino se encuentran con un hombre de rostro amable. Ellos están cansados, se nota. Así es que el hombre se ofrece acompañarlos a través de un camino más seguro. Lejos de los ladrones que habitualmente acechan los bosques de la zona. Los muchachos, agradecidos, aceptan seguirlo. Es una decisión. De las miles que tomamos todos nosotros a diario. En este caso, por el motivo que sea, ambos eligieron confiar.

El mayor error no es equivocar el camino,
sino dejar de caminar.
Les robaron.

¡Ah! Y los cagaron a palos también.

Al volver, sucios, pobres y magullados, el maestro les preguntó:

-Y diganme, ¿Qué es lo que han aprendido?

-A no confiar en los extraños- respondió el primero.

-A esperar lo inesperado- dijo a su vez el segundo.

El primero fue inmediatamente expulsado del templo, al segundo se le permitió seguir. Cuando este último pregunto el por qué de la expulsión de su compañero, el maestro contestó:

-¿Si un carpintero se golpea con su propio martillo, debería dejar de usarlo para siempre? ¿O dejar de ser carpintero? ¿Qué clase de vida es una vida sin confianza?

La primera vez que escuché esta historia pensé mucho en el pibe al que expulsaron. Pobre, me dio pena. Hasta me sentí identificado. ¡Menudo día! Le roban, lo cagan a patadas y después, como frutilla del postre y para terminar así de coronar un glorioso día, le expulsan del templo para siempre. Joder, que mierda.

¿El secreto de la vida?
Quizás sea estar atentos sin perder la inocencia.

Después me puse a pensar en el segundo muchacho. Había recibido los mismos palos que el primero y sin embargo su día terminaba bastante mejor. Su respuesta fue la clave. El también había aprendido algo. Un aprendizaje distinto al de su compañero, más sano. ¿Pero qué es exactamente lo que aprendió? Básicamente a estar atento, pero sin perder la inocencia. A caminar por este mundo afrontando el miedo. Sin escaparle a este encerrado en un escudo de desconfianza. Pero sin negar el dolor de su existencia cegado por una venda de opaca inconsciencia.

La confianza es una fina línea que transcurre entre desconfianza y la inconsciencia. Entre el autocontrol  más cobarde y la estupidez lisa y llana. Una cuerda floja donde la atención es la clave.

No sé por qué escribo esto. Supongo que debe ser porque a más años cumples más palos te llevas. La confianza se pierde, y la inocencia, tristemente se marchita. Después te olvidas de ella como si nunca hubiera existido. Como si aquella alegría juvenil, esas ganas de comerse el mundo, apenas hubieran sido un mal sueño, uno tonto. Nada más. Por eso hoy más que nunca estoy convencido de que hay que tener cuidado. No miedo, cuidado. Cuidado de nosotros mismos. Debemos estar atentos. Nos va la vida en ello. En fin, quien sabe, quizás hacerse viejo sea algo más que cumplir años. Puede incluso que la edad no tenga nada que ver. Pues aquel que confía en la vida, nunca dejará de ser un niño.



Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.