jueves, 26 de julio de 2012

¿Por qué anotan los psicólogos?

¿Realmente es necesario anotar? 
Los terapeutas argentinos se encuentran sin duda entre los mejores del mundo. Cuando llegué al país, hasta el más tonto me parecía un genio. Estaba absolutamente admirado. Reconozco que soy muy impresionable, aunque también es cierto que tenía mis motivos. Y es que los argentinos hablan muy bien. No en vano su forma de expresarse o "chamullo", como dicen por acá, es de fama mundial. Además, no cabe duda de que la educación de este país, aún devaluada como está hoy en día, es muy superior a la europea. Igualmente hoy, ya un poco más viejo, comienzo a encontrar algunos defectos en su proceder. Creo que todo comenzó cuando arranqué terapia hace unos años. Recuerdo al terapeuta con cariño. Un buen tipo, se notaba. Sabía bastante sobre algunos temas y decía malas palabras (valoro mucho a los psicólogos que dicen malas palabras). Sin embargo algo me llamaba mucho la atención: no paraba de anotar. ¿Pero que mierda anotaba? Supongo que todos los que hemos sido pacientes nos hemos preguntado eso más de una vez. Y digo "hemos" porque yo no anoto. Lo cierto es que me suelo acordar bastante acerca de las historias que las personas me cuentan. Y lo que olvido siempre lo olvido por alguna razón. Soy muy respetuoso de mi inconsciente. Pero de eso ya hablaré más adelante. Otro día quizás. Vayamos entonces a mi breve experiencia como paciente. En fin, el caso es que, cada vez que en mi terapia decía "padre", el tipo anotaba como un loco. Era increíble verlo al hombre escribir y escribir siempre que usaba dicha palabra. Cuando me percaté, y tardé unas cuantas sesiones pues no soy un tipo lo que se diga muy despierto, comencé a usarla para divertirme. Decía "padre" cada tanto y me fascinaba viendo sus reacciones. Ya sé que no estuvo bien, pero era genial ver ese cuaderno moverse. Muy divertido, en serio.

Dejé la terapia como pude. La verdad, reconozco, me hizo bien. No obstante siempre me quedó la duda de por qué aquel muchacho anotaba tanto.

Y sobre eso es que van estas reflexiones.

Dirán los terapeutas que anotan para no olvidarse de los aspectos más importantes de sus sesiones. Lo que ocurre es que tal respuesta me lleva a otra reflexión. ¿Por qué se olvidarían? Al fin y al cabo a eso nos dedicamos. A escuchar. Forjamos un vínculo con las personas con las que trabajamos. Nos emocionamos con sus historias. Las sufrimos o nos reímos con ellas. No son cosas que pasan, son cosas que nos pasan. Así es que no tiene sentido olvidarse. ¿Cómo hacerlo de algo que te emociona? La contratransferencia es un proceso bien relatado por el psicoanálisis. Muy sistémico. El concepto explica como en la relación paciente-terapeuta a los dos nos suceden cosas. La diferencia radica en el rol y en la responsabilidad que tenemos cada uno en nuestros respectivos lugares. Nada más. No creo que los terapeutas sean todos de hielo. Sé, y me consta, que se emocionan tanto o más que yo. Algo bastante comprensible pues son humanos.

El corazón, metáfora del cuerpo, no olvida.
Jamás.
¿Y entonces por qué se olvidan?


Se olvidan porque anotan.


Habría que pensar que implica anotar en una terapia. Tener el cuaderno y el lápiz entre las manos. Estar a dos cosas a la vez. Yo lo intenté un par de veces tratando de entender que ocurría, y fue algo realmente raro. Estaba tan pendiente de mis anotaciones que no era capaz de sentir lo que las personas sentadas enfrente de mi sentían. Estaba como desconectado. De mí mismo y de los demás. Ahí fue que me di cuenta. Comprendí que el cuaderno anestesiaba mis emociones. Es decir la principal herramienta de trabajo de un psicólogo.


Ocurre que las cosas cosifican. Cualquier objeto tiene ese poder sobre nuestro mundo emocional. Una play statión, la televesión, lo que sea. Son materia que nos entretiene, que nos anestesia. Nos dejan atontados como aquel que se queda horas tildado frente a una computadora perdiendo la noción del tiempo. De esta forma los terapeutas anotan para poner distancia. Seguramente también para salvaguardar una falsa sensación de poder sobre un otro que asustado no comprende qué anota el profesional. La ironía es que dicha herramienta, al separarnos de nuestro mucho afectivo, nos separa del mundo afectivo de las personas con las que trabajamos; y al hacerlo genera olvidos. Olvidos que son paliados con vacías anotaciones. Que por cierto jamás serán comparables con la experiencia de recordar con el corazón.


Un corazón que no olvida.


Jamás.


Escribiendo desde el sur del sur.


Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 24 de julio de 2012

Conocer a alguien.

Nunca pierdas la esperanza.
Riégala un poco todos los días.
Hay vida en otros planetas.
Ayer o antes de ayer (no sé) una persona me dijo: "Unai, vos nunca dejarás de ser psicólogo. Es lo que sos, parte de tu ser". Me quedé helado. Desnudo. Porque lo cierto es que cuando no ejerzo siempre trato de pasar inadvertido. Invisible. Supongo que desde mi infancia fue que comencé a tratar desesperadamente de ser normal. De que nadie "lo" notara. ¿Notar qué? Que era raro. Distinto. El objeto de burla de unos niños que se asustaban frente a mis extrañas reflexiones.

No puedo, no existen palabras para describir lo solo que me sentía. Dolía tanto que recuerdo que por las noches rezaba a Dios (si es que existía-pensaba-)  para que me ayudara a ser normal. A no decir o pensar cosas tan raras, a ser como los demás. Anhelaba aquello con toda mi alma.

Así es que con los años, casualidad mediante, me hice psicólogo. Aprendí mucho sobre el tema pues tuve la suerte de ser formado por los mejores. Los últimos maestros de un conocimiento extinto. Caprichos del destino, ya sé. Pero que honestamente agradezco. Porque me ayudaron a entender a esos "demás" a los que tanto envidiaba. Siempre tan lejanos para mí. Tan infinitamente distantes. 

Fueron muchos años de observarlos. Al principio todo fue cuestión de adaptación. Un proceso cuasi matemático de ensayo y error. Después, el conocimiento me ayudo a comprender sus debilidades. A manipularlos. Sin embargo, pronto me di cuenta de que el control, el manejo, o lo que fuera no era la auténtica respuesta. De que la verdadera belleza del vivir se encontraba en el vivir mismo. En dejarse atravesar. Fue de tal modo que aprendí a conocer a las personas. A permitirme ser tocado por sus vidas. A dejar que sus historias me pasen. A entender que nadie en el fondo es tan distinto. A existir. Y por supuesto... a enamorarme.

¿Conocer al alguien? Si. ¿Y de qué coño se trata eso?

Conocer a alguien es sin duda conocerse a uno mismo. Religarse con el mundo a través de los ojos de los demás. Querer. Aprender que hay cosas que van más allá de los descartes o segmentos de la fría conciencia. Porque amar nos obliga a ir más allá. Y es que todo, todo, nos dice algo. Algo acerca de nosotros. Acerca de ti.

Acerca de mí.


Escribiendo desde el sur del sur.

Unai.



El liberalismo. ¿Una huida hacia adelante?

Esta semana tuve la oportunidad de discutir con un liberal. Para quien no sepa lo que significa eso, trataré de explicarlo brevemente.

Este es el dios de los liberales.
Veamos, los liberales consideran que el mercado es un sistema (Al menos en eso, los liberales y yo nos parecemos). Postulan que éste es entidad que actúa como una suerte de regulador natural. Siempre regido por las infalibles leyes de la oferta y la demanda. Distribuyendo así los recursos justamente entre los que más se lo merecen. Como veis, la idea es simple: el más capaz, ya sea este un individuo, una empresa o un país, será el que mejor oferta genere y por tanto el que mayor demanda reciba. Haciendo que cada individuo obtenga el bienestar que se merece. Ni más ni menos. De esta forma, para los liberales los estados solamente deberían encargarse de algunos servicios básicos como la policía, o la defensa exterior. Algunos incluso llegan a posturas más radicales. Aunque en general, el liberal considera que el estado solo serviría como un agente encargado de defender... al liberalismo (a quién si no). Se concluye entonces que cualquier intervención estatal, ya sea fomentando la producción, ya sea ayudando a los más desfavorecidos, es inútil. Perjudicial para un exitoso y desarrollo económico y social.

Suena bien. De hecho, resulta imposible negar que el planteo liberal es sin duda interesante. Seductor. Tiene la belleza de lo sencillo. Pues no se necesita pensar demasiado para ser liberal. Todo se reduce a dejar hacer y que el dinero fluya. Nada más. Una suerte de utopía anarquista reducida a lo económico. 

El único problema es que la utopía ya ha llegado. Aunque dista mucho de ser precisamente un paraíso. Dicho en criollo: el mundo se va a la mierda.

¿Por qué?

El problema es filosófico.

Sucede que el liberalismo parte de una falso dualismo social inspirado en la aristotélica división mente cuerpo. Esa que decía que se consideraba al ser humano como algo dividido en las anteriormente citadas dos partes. Donde una mente sesgada del cuerpo funcionaría como un órgano autónomo, superior, supremo e incuestionable. Así, dicho paradigma (fortalecido más tarde con las ideas de Descartes y la reforma protestante) fue lentamente aplicado a todas las relaciones humanas. Incluyendo claro está, la económica. De esta forma fue que nos encontramos con esos pensadores liberales que celebraban orgullosos el éxito de sus números mientras ignoraban el hambre de sus pueblos. Sacrificandonos sin piedad a los mercados. Esclavizando al hombre en pos de la libertad del capital. Porque si bien el dinero es cada día más libre, nosotros los humanos, los de abajo, vivimos condenados. Restringidos. Marcados y segmentados en asfixiantes sociedades de control. De miedo. De mucho miedo.

En el liberalismo no existe la igualdad de oportunidades.
Aquel que nace peón siempre tendrá menos
posibilidades que aquel nacido rey.
No olvidemos además que esa división dinero/pueblo termina generando un tablero de oportunidades distintas. Donde aquellos que nacen con más dinero contarían con una mejor educación, más contactos y por tanto con desiguales oportunidades. Al fin y al cabo el dinero, no es papel, ni oro, ni pretróleo ni nada; el dinero es poder. Un poder inhumano y descorporalizado para el cual no somos más que simples peones.

Pero como una enferma de anorexia que se alegra por los kilos perdidos antes de morir, el liberalismo no se rinde. No lo hará jamás. Es omnipotente, negador y arrogante. Ante las críticas dirá que las crisis son cíclicas. Casuales. Como el clima. Y que si estás no se han podido evitar o suavizar se ha debido a las desregulaciones todavía no efectuadas. Desregulaciónes que le darán más poder al dinero, y sobre todo, a los dueños de dicho dinero.

Decía más arriba que esta semana estuve discutiendo con un liberal. El diálogo es lo de menos. Digamos que terminé recibiendo algunos insultos que no pienso reproducir en este espacio. Para que me digan idiota ya me tengo a mi mismo. De todas formas permítaseme presentar este diálogo ficticio que bien podría funcionar como una analogía de lo que se habló.

Nos ahogamos para salvar al que nos asfixia.
-Se está ahogando.

-Si, es terrible, ¡Hay que hacer algo ya!

-Supongo que podrías empezar por dejar de hundirlo en el agua.

-¿Dejar de hundirlo? ¡Qué locura! No lo haré, estoy tratando de salvarlo del exceso de oxígeno.

-El oxigeno no es el culpable.

-Sí lo es.

-¿Pero no ves que estando bajo el agua se ahoga? ¡Mira como se agita por Dios!

-Se ahoga porque aún no lo hemos hundido lo necesario. Cuando lo hundamos bien hundido, durante el tiempo suficiente, ya verás como deja de quejarse.

-¡Porque estará muerto! ¡Joder!

-Para nada, ya te dije que es el oxígeno el que lo está matando.

-¿Pero no recuerdas que antes de hundirlo respiraba?

-Eran otros tiempos, otro contexto. No puedes comparar aquella época con esta. Tu miras al pasado, yo pienso en el futuro.

-¿Ves? Ya se ha ahogado.

-Eso se debe a que no apliqué mis recetas a tiempo. Pero descuida, contigo no me sucederá...

En fin, a veces pienso que ese fue justamente el origen de movimiento punk. La metáfora de un sistema en crisis. El último grito de aquel que se sabe condenado. Una huida hacia adelante.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.





miércoles, 18 de julio de 2012

La sombra del diablo.

Dice la leyenda que las escalas pentatónicas contaron en su origen con una mayor cantidad de notas. Pero que, por intervención de la iglesia, quedaron reducidas al número actual. Suprimidas al ser consideradas diabólicas. Así es que tuvo su origen el blues. Como el descarte de algo tenebroso. La sugerente silueta de un crimen. El oscuro canto de un pájaro silencioso. Quizás sea por eso que cuando escucho blues me siento arropado. Vivo. Mecido por la cálida sombra del diablo.

Escribiendo desde el sur del sur.
Unai.

lunes, 16 de julio de 2012

Por quien doblan las campanas.

El sufrimiento es parte de la vida.
Negarlo es desconectarnos de nosotros mismos.
Y claro, también de los demás.
-No quiero que me duela.

-La vida no es como quieres.

-No quiero escuchar eso.

-Lo vas a escuchar igual, ya te he dicho que las cosas no son como tu quieres. Y menos en este espacio.

-¿Pero entonces que hago? Tampoco puedo vivir eternamente con esta angustia.

-La angustia que sientes no es por el dolor, sino por los constantes esfuerzos que haces para negarlo.

-¡Igual me duele!

-Si, de hecho la angustia termina doliendo más incluso que aquello que originó el dolor. ¿Gracioso no?

-No.

-Se ve que no compartimos el mismo humor.

-Claramente no. Además, aún no me dijiste que hacer.

-¿Te crees que soy un libro de recetas? ¿Una máquina expendedora de salud mental o algo así?

-¿No sabes entonces que puedo hacer? ¿Para que carajo vengo acá?

-No tengo idea de los motivos que te traen a este lugar. Supongo que debes estar muy desesperado, aguantarme no es sencillo. Pero lo cierto es que sí sé, o al menos creo tener cierta idea, de lo que puedes tratar de hacer.

-¿Me lo podrías decir?

-Sí, podría.

-(silencio)

-Está claro que no compartimos el mismo humor... ¿Por qué no me contestas y ya está? ¿Es necesaria tanta vuelta?

-Si, es necesaria.

-¿Por qué?

-Porque justamente de eso se trata: de esperar. De dejar que las cosas pasen. O mejor dicho que te pasen. Siempre te estás peleando con tu sufrimiento. Como si la tristeza no tuviera el derecho de tocarte. Te olvidas además de que el que sufres eres tu. Que pelear es por tanto pelearte contigo mismo. No te das cuenta de que eso tiene consecuencias. Angustia, duele y hace sufrir.

-¿Será por eso que me peleo tanto con vos?

-Creo que ese es el motivo por el que nos peleamos todos en general.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.