martes, 29 de mayo de 2012

Sentir o pensar.

Encontrarse con el otro es perseverar en el camino del
encuentro con nosotros mismos.
Tenía 18 años. En aquel entonces era un joven inmaduro, más de lo normalmente esperable para esa edad. Un pendejo boludo como dicen en la Argentina. De aquella época no tengo nada interesante para contar. Apenas el recuerdo de su rostro cuando intenté besarla. De como ella se limitó a sonreír mientras me alejaba con ambas manos. La fotografía mental de su gesto prudente diciendo que no. Una elegancia sutil que sencillamente me enamoró. La verdad, confieso que lejos estuve de tomarlo a mal. ¡Qué más podía esperar! Haberlo intentado ya era todo un mérito para aquel muchacho. Ella era tan bonita... demasiado para lo que yo podía ofrecerle. O al menos eso era lo que decían todos. Igual no me importaba pues en aquel momento fui feliz. Incluso fantaseaba con la idea de que aquel "no" era alguna clase de "aún no". Cosas así. De esas que uno piensa cuando es joven. Cuando todavía no te has licenciado en la universidad de los palazos. En fin, es claro que no hubo ningún "aun no". Para nada. Porque ella no solo me pateó el culo, sino que armó todo un show alrededor de dicho instante. Con risas, comentarios, morbo y debates incluidos. Cuando me enteré no podía creerlo. Juro que sentí morir. La vergüenza me axfisiaba. Son esos instantes donde sientes que el mundo se te cae a pedazos. Sin duda aquella mañana algo se rompió para siempre en mí: yo. Una catástrofe. Mas sin embargo, siempre hay un día siguiente. Supongo que de eso se trata ser vasco. De levantarse tras la derrota. Una y otra vez. Todas las necesarias. En fin, el caso es que opté por dejar de hablarle. Como en esa canción de Ismael, decidí declararla muerta. De tal manera fue que transcurrieron los días. Al principio no se notó. Ella hacía su vida y yo sobrevivía con lo que quedaba de la mía. Sin embargo, poco a poco mi silencio fue tornándose dolorosamente incómodo. Parecía por sus ojos que había dejado de disfrutar la situación y eso se notaba. Dicen que la incomunicación es un arma mortal. Pronto trató de hablarme varias veces con, por supuesto, nulo éxito. Hasta que una tarde finalmente salió corriendo tras de mí. Ya en aquella época yo era un asco de ser humano. Un maldito estratega. Levaba días cultivando aquel momento. Sabía que llegaría. El anhelado turno de mi venganza. Donde le diría claramente que, para mí, estaba literalmente muerta. Fuera de mi vida para siempre. Es curioso que tras tantos años esa imagen suya persiguiéndome a los gritos aún no se me haya ido de la cabeza. Acercándose lentamente a mi trampa mortal. El final de un pequeño plan maestro en el que yo al fin la asesinaría con toda clase de frases crueles y despectivas. Sentenciándola a una culpa eterna por el imperdonable delito de no tenerme en cuenta. Ese era el plan, mi plan. Ojo por ojo, corazón por corazón. Lo que no sé es en que mierda de momento ella rompió a llorar y yo volví nuevamente a sentir morir. La siguiente imagen que viene a mi memoria es la de un joven torpe y tembloroso tratando de consolarla como buenamente podía. Por suerte no lloré y pude mantener cierta aura de dignidad. Cosa que por cierto me ayudó a poder volver a conversar con ella. No sé, fueron horas pero parecieron semanas. Quizá incluso años. Como sea el tiempo se detuvo. Llegue incluso a confesar cierta alegría por su rechazo. Pues gracias a el había podido conocerla de una manera única, diferente, realmente especial. ¡Por Dios cómo reímos! Y lloramos, y nos abrazamos. Juntos. ¡Qué noche! Tanto que terminamos queriéndonos un poco. Hasta que llegó el momento de separarnos. Os aseguro que no esperaba aquel beso suyo en el andén. Me tomó tan de sorpresa como un avión estrellándose contra un viejo rascacielos. "Te amo" me dijo. Yo, no supe que contestar. 
Hay despedidas que marcan una vida.

Quise haber dicho cosas como "yo también", "siempre lo haré" y frases por el estilo. De esas que se suelen decir en las buenas películas. Por desgracia lo único que salió de mi boca fue un patético silencio. Nada, solo lágrimas al ver su tren marchar camino a perderse bajo un oscuro océano infinito. Lágrimas que por cierto nunca le mostré. Y es que ni bien me besó mi cabeza se puso a pensar. El campamento terminaba y ella se iría muy lejos, demasiado. Amarla carecía de lógica. Lo peor es que mi mente tenía razón. Jamás la volví a ver. Hoy daría la vida por viajar atrás en e tiempo. Cagar a patadas a ese chico. Romper todos sus huesos y obligarlo a decir "te amo, nunca te olvidaré, lo juro". Por desgracia eso no es posible. El chico ya no está, solo quedo yo. Viejo y pensativo. Condenado a pensar, y a pensar, y a odiarme a mi mismo por haber pensado tanto. Buscando una redención que quizás nunca llegue. Una derrota para una mente que anhela morir en cada golpe que recibe. Que busca perder, diluirse, ser libre. Que aún en la melancolía no pierde la esperanza. La esperanza de volver a sentir, De encontrarme, ser rescatado y salvado de mi mismo. No me rindo, no me canso, no me olvido


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Bambi, el tiempo, y el pacman de la esclavitud.



Este artículo es una continuación del anterior trabajo acerca del aburrimiento. Puede ser leído de manera independiente al anterior, pero suma. Quizás así, con dos ejemplos distintos, pueda comenzar a mostrar que tras estos posteos existe un intento de coherencia, de mirada holística sobre la realidad. No obstante, antes de leer el siguiente texto os pido que visualicéis el vídeo que incluyo más arriba. 

Consumimos para huir de nuestros fantasmas.
Ya sé, es lento, muy lento. Muchos de vosotros seguramente os habréis sentido extrañamente inquietos al verlo. No por lo sórdido, aquí Bambi todavía tiene madre, sino por lo aburrido/angustiante. Y es que las cosas han cambiado mucho. Hace apenas algunas décadas niños y adultos se divertían con esta misma escena. Disfrutando sorprendidos cada fotograma. Hoy sin embargo nos dan ganas de cagar a palos a ese ciervo de mierda, hacer un guiso con los conejitos para posteriormente cambiar de canal. Un horror. De una dilación de sucesos  insoportable para la mayoría. Pero lo peor viene después. Cuando nos damos cuenta de que lo que no soportamos no es al ciervo, ni a los alegres conejitos, ni a la parsimonia. No. No se trata de eso. Lo que no toleramos se encuentra en lo más profundo de nosotros mismos. Porque esperar no es cualquier cosa. Somos incapaces de hacerlo. De conectarnos con nuestro mundo interno. Y eso duele. Si, duele esperar. Y claro, anestesiamos dicho dolor con objetos, consumo, entretenimiento etc. Las drogas legales del capitalismo me gusta llamarlas. Sustancias que nos anestesian y que sin embargo nunca resultan del todo suficientes. Cada vez necesitamos más. Más, más y más. Habéis notado cómo, a pesar de los progresivos avances tecnológicos, siempre sentimos que internet anda lento? ¿O el famoso Windows? Nunca serán lo suficientemente rápidos, jamás. Pues justamente de eso se trata: de tenernos eternamente corriendo. Como un pacman insaciable que cobarde huye de sus fantasmas. Escapando de si mismo. Ignorando su verdadera condición de esclavo. Y que preso del sistema corre como como un hamster en la rueda de su jaula. Moviéndose constantemente para no llegar nunca a ningún lugar. Solo y hueco.

Así es que esto no trata sobre la angustia. El aburrimiento es la punta del iceberg de un tema mucho más serio. De vida o muerte. Donde lo que nos jugamos es el tiempo, nuestro tiempo en este mundo. Desde el día en que nacemos hasta el momento de nuestra muerte. Una vida de la que el sistema llamado libre mercado se alimenta al igual que lo hace un granjero con su sumiso ganado.  

La pregunta es, ¿Es ser obejas nuestro destino?

Yo creo que no, todavía podemos ganar; trascender. 

Hay esperanza.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.

jueves, 10 de mayo de 2012

El aburrimiento.

El dolor negado genera angustia.
La angustia es negada resignificándola como aburrimiento.
El aburrimiento se anestesia con entretenimiento.
Trabajo en un colegio y sin embargo no enseño nada. Soy psicólogo. Me dedico entonces a otras cosas. Entre ellas a construir humanidad. Tratamos de darles a los chicos la oportunidad de que sean personas. Seres libres. Capaces de elegir, de jugarse. De pensar sin ser pensados. Eso duele claro está. Pero ya se sabe: lo que no duele angustia. Una angustia entendida como el residuo de un dolor negado. El extraño mal sabor de boca provocado por la anestesia del sentir. Sí, sentir duele; pero a la larga te humaniza y libera. No hacerlo además de angustiarte te esclaviza. De una manera tan sutil como efectiva. Pues el esclavo actual es existido a través de una falsa ilusión de existencia. Vamos, una cagada. Porque en esta cárcel sin barrotes nada puede ser reconocido. Ni el dolor, ni la esclavitud y ni mucho menos la angustia. Su presencia sería en si misma una inquietud. La alarma de que algo huele a podrido en Dinamarca.

¿Pero es posible negar la angustia? ¿Hacerla invisible?

El capitalismo ha encontrado la forma, siempre lo hace. No en vano es un sistema patológico dotado de características mentales. Es decir que, a su manera, piensa. Así es que le ha encontrado la vuelta al problema de la angustia con toda una serie de estrategias. Desde las más burdas como la sobremedicación psiquiátrica, hasta las más rebuscadas y complejas. Ese es justamente el caso del aburrimiento. Porque el aburrimeinto es angustia. Una forma camuflada de angustia. El eufemismo barato que oculta nuestro infierno cotidiano. La incapacidad de estar solos. Un perfume chillón con el que tratamos de ocultar ese extraño olor a muerte. La asfixia de no estar vivos. La nada. 

El entretenimiento anestesia el dolor de la angustia.
Y eso a la larga angustia más.
Se que es difícil. Al fin y al cabo el aburrimiento tiene sus ventajas. Estar angustiado es para muchos sinónimo de debilidad, casi de locura. Cosa no bien vista en estos tiempos, ya se sabe. El que se declara aburrido tiene en cambio esa actitud de superioridad. De desprecio hacia el mundo. Un mundo culpable de su estado. Aburrido e incapaz de entretenerlo. Y ahí es donde damos con la otra clave de este fenómeno: el entretenimiento. 

Como ya dije anteriormente trabajo en un colegio. El contacto con los chicos es permanente y siempre me sorprende como la angustia se va acumulando sobre ellos a través de los años. Restos de separaciones mal llevadas, mentiras, maltratos o destratos. Lo que sea, hay de todo. Lo triste es ver como la negación va haciendo mella en ellos. Como la angustia pasa de angustia a aburrimiento, y de aburrimiento a entretenimiento. Dejando de lado la diversión. Que suena parecida pero está lejos de ser igual. Pues así como la diversión no entretiene, el entretenimiento jamás divierte. Al contrario, el entretenimiento cosifica, anestesia, angustia... o aburre, que es lo mismo.

Si estás vivo, no te aburres.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.