martes, 10 de diciembre de 2013

30 años de democracia.

La semana pasada discutía con una persona, hablaba sobre la militancia. Decía que no estaba de acuerdo con esas cosas porque despreciaba los fanatismos. Que para ella eran muy peligrosos. Le dije entonces que nadie que de corazón creyera en algo sería jamás un fanático. Que no había en este mundo nada menos fanático que un ser humano profesando su amor hacia algo. Más aún si ese algo era la pasión por un mundo mejor. También le hablé acerca de lo que personalmente considero el verdadero peligro, el mayor mal que puede aquejar a cualquier nación: la banalidad. O mejor dicho un número importante de sujetos banales. Imbéciles preocupados por su sueldito, su plasma o irse de vacaciones. Son los desentendidos, los avivados, los pajeros del oportunismo. O simplemente la lacra. Hoy, en medio de esta crisis zombi de zonas liberadas, paranoia y saqueos VIP; esta conversación me viene a la memoria. Y por cierto, me hace valorar más que nunca lo que significa vivir y luchar en democracia.
 
Unai Rivas Campo

lunes, 19 de agosto de 2013

Pensar o ser pensados.

Se dice que es nuestra extraordinaria capacidad para pensar la que nos hace humanos. La verdad, no estoy seguro. Es claro que pensar es algo que nos diferencia del resto de las especies. Pero de ahí a decir que eso sea justamente lo que nos hace humanos, quizás sea demasiado decir.

Está demostrado que la inteligencia no es algo natural.
La sabiduría en cambio, sí.
Por desgracia ambas son cosas difíciles de compatibilizar.
Trabajo con niños desde hace varios años y por diferentes circunstancias de vida he conocido unos cuantos bebes. En el caso de estos últimos, si hay algo que en ellos no abunda es precisamente el pensamiento. No. Los bebes no piensan. No al menos en los términos en los que lo suele hacer un adulto. Y sin embargo dificilmente encontraremos en este mundo nada tan humano y que nos humanice más que una criatura recién nacida.

De esta forma, el niño crece y aprende a pensar. Las diferentes escuelas teóricas describen como este transita por distintas etapas hasta llegar a la adolescencia. Jean Pieget postula que es en ese momento cuando aparece una nueva forma de operar sobre la realidad. Haciendo de los adolescentes seres capaces de pensar acerca de aquello que piensan. Metacognición se llama usualmente a esta facultad para pensar los pensamientos. Bateson hablaba de algo parecido al tratar lo que él entendía por distintos niveles de aprendizaje. Así es que no estamos hablando de algo distinto o ajeno al modelo sistémico. Para nada. Quizás porque justamente esa sea la característica más interesante de nuestro modelo: nada le es ajeno.

En fin, volvamos entonces al pensamiento formal. Decíamos que aparece en la adolescencia y que dota al pensante de la capacidad meta cognitiva. Hasta ahí todo resulta relativamente claro. Sin embargo los post-piagietianos pronto se encontraron con un problema: eran muchos los sujetos adultos que no habían adquirido tal capacidad. Comenzó entonces un largo debate entre la postura innatista y la que defendía la influencia del medio. Los primeros sostienen la idea de que esta capacidad se activa por causas genéticas, mientras que los segundos defienden la necesidad de un medio activador. Experimento va experimento viene, los segundos parecen estar ganando. En otras palabras, más allá de que no se pone en duda que la capacidad para pensar pensamientos aparece, en términos generales a cierta edad, por necesarios factores genéticos; es cierto también que resulta igual de necesario un contexto activador para su aparición. En otras palabras: es el medio social el que induce en el sujeto dicha forma de pensamiento. Un medio humano que que induce a la persona a pensar formalmente. Y esto sucede porque los miembros de dicho medio activador ya han sido previamente inducidos a pensar de esa manera. Así es como la inteligencia se contagia. Un contagio que hace de nosotros seres distintos. Capaces de transformar nuestro medio como ninguna especie nunca antes lo hizo. Podemos así ver más allá. Cambiar las reglas de juego. Romper el tablero y rehacerlo a nuestro gusto. Podemos entonces ser más. Podemos ser dioses.

Es notable entonces como la mayoría de los mitos humanos describen el inicio de dicho contagio. En todos encontramos un punto en común. Desde la manzana de Eva, pasando por el fuego prometáico y llegando a la creación del hombre descrita por los sumerios. En todos sucede siempre un relato análogo: un ser divino entra en contacto con el hombre y lo dota de cierta chispa o llama que lo hace distinto del resto de los seres.

Por supuesto que resulta desde ya imposible afirmar que el pensamiento formal debe su origen a una intervención externa a lo humano. Eso sería más una cuestión de fe. No obstante, no cabe duda de que para las primeras grandes religiones organizadas (el chamanismo no parece prestarle tanta atención al asunto), la aparición de la inteligencia no fue vivida como algo natural. De hecho no lo es. Como ya dijimos en otros artículos, la mente omnipotente, cada vez más sesgada de la sabiduría elemental de los cuerpos, no entiende de equilibrios. Solo hay que mirar un río contaminado, los experimentos con energía nuclear o a una persona con ataques de pánico, para darnos cuenta de que la inteligencia ensucia y pervierte todo aquello que toca. Adentro o afuera de nosotros. Da igual. Como sea, tarde o temprano, lo ensucia.

¿Digo entonces que la inteligencia es un enfermedad? No necesariamente. Pero sí señalo que esta no nos pertenece del todo. ¿Hasta que punto somos dueños de nuestros pensamientos? Quizás algunos digan que tal pregunta carece de sentido. Sin embargo tengamos en cuenta que ya hemos demostrado que la inteligencia tal y como la conocemos no resulta algo puramente innato, sino que debe ser contagiada por otro grupo de humanos, que además, han sido previamente contagiados por ella. De tal forma que la inteligencia viaja a través de las distintas generaciones de humanos, quizás desde hace milenios, como un sistema. Un sistema que como todo sistema es auto organizado y que por tanto trata de seguir existiendo.

Afirmo por todo lo expuesto que no somos los dueños de nuestros pensamientos. De hecho, la mayor parte de las personas que conozco no piensan, son pensadas.

¿Significa esto que todos somos pensados? ¿Seres dominados por una serie de ideas auto organizadas ajenas a nuestros intereses? No. Pues si bien los pensamientos no son algo propio, sí podemos apropiarnos de ellos. Históricamente la función de los distintos rituales religiosos era la de ejercer dicha apropiación. Cuando todavía hoy un hombre se entrega a Dios (y pueden cambiar la palabra Dios por la que se les antoje), renuncia a la omnipotencia de su ego, de su mente. Religándose así con su medio natural.

Por desgracia, o por suerte para algunos, este ya no es un mundo religioso. La fe hace tiempo que perdió la batalla contra la razón. Para muchos de nosotros es tarde. Dios quedó muy lejos, demasiado y ya no podemos regresar.

Y aún así existen otros caminos. Podemos hacernos cargo, estar atentos, ser libres. Registrar y conquistar nuestros pensamientos. Pues si somos capaces de pensar, y podemos además pensar lo pensado; también podemos pensar acerca de aquello que pensamos que pensamos. Ya sé, suena complejo. Pero no lo es tanto. Solo es cuestión de estar atentos a nosotros mismos. A tomar decisiones y a asumir las consecuencias. A construir nuestra propia historia.

Existencialismo lo llaman algunos.

Decía más arriba que la inteligencia nos da la capacidad para transformar la realidad. Que podíamos ser más. Dioses. Podemos serlo, pero para ello hay que tomar las riendas. Asumir caminos y aceptar el dolor de lo que venga. O incluso la felicidad, da igual. Lo importante es vivir.

Siempre en guardia para no terminar siendo vividos.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 3 de agosto de 2013

¿Quién merece saber la verdad?

Ayer se me acercó una mujer después de una charla. De esas que a emanan bondad a kilómetros. Me preguntó acerca de un libro. Quería saber si lo había leído, que le costaba entenderlo y cosas por el estilo. Buscaba ayuda. El título no lo conocía, pero con oírlo ya me causó rechazo. El nombre de la autora sí me era más conocido. Aquello me causó más rechazo aún. Traté de responderle de la manera más amable posible. Después se fue.

Las personas lindas y felices no merecen
saber la verdad.
Más tarde un amigo que estaba a mi lado en ese momento me preguntó por mi actitud. Me conoce bien y
sabe que generalmente suelo ser más crudo en mis respuestas. Al menos en lo que a cuestiones teóricas se refiere. Mi contestación fue extraña:

-No se merecía saber la verdad.

-Sos un enfermo hijo de puta, respondió con cariño.

No pretendí ser elitista, muy al contrario. Era una mujer linda. Linda en serio, o sea, por dentro. Mejor que yo. Se la notaba feliz. Creo que las personas lindas y felices no merecen saber la verdad. No. ¿Quien soy yo para joderlas? Que se queden así, felices. Hay verdades que no te dejan dormir. Que te asesinan la poca inocencia que te queda.  Lo sé. Es mejor no saber. Es mejor ignorar.

Pero no son solo las personas lindas y felices las únicas que no merecen saber la verdad. También están los hipócritas. Los mentirosos profesionales. Adictos a la mala fe. Esos que cada mañana se miran al espejo convencidos de lo buenas personas que son. Son alérgicos a la verdad. No tiene sentido decírsela. Te agredirán con solo olerla. En el mejor de los casos simplemente no los volverás a ver jamás. Esto puede parecer algo saludable en el corto plazo. Me refiero a que se vayan. Pero a la larga te dolerá. Porque te quedarás solo. No olvides que este es un mundo de cobardes. Siempre necesitamos de otros. Además los hipócritas no son malos en esencia. Son ciegos nada más. Tienen miedo. Hacen lo que pueden. La soledad es un frío que te amarga. Expulsarlos de nuestras vidas es expulsar su calor. Un calor que más de una noche te puede salvar la vida. Al menos si aprendes a cerrar la boca.
Aprender a vivir entre ciegos.
A quererlos más allá del vendaje.

La evolución natural de los hipócritas, me refiero a los hijos de puta, si merece en cambio saber la verdad. A ellos hay de decirles las cosas como son. Resultan demasiado peligrosos para este mundo, y callar, hace de nosotros sujetos cómplices. Es decir que callar, nos torna en seres hipócritas. Y a la larga puede volvernos unos hijos de puta. De esos que sí merecen saber la verdad.

Y finalmente están los perdidos. Los que probaron la manzana. Para ellos ya es tarde. Conocen el sabor de la verdad. Están fuera del paraíso y saben que jamás podrán volver. No comen vidrio porque les cae mal. Solo pueden hacer una cosa. Avanzar. Seguir caminando. Buscar más verdades. Tratar de encontrar en ellas una pista, un camino. Algo. La ruta hacia un nuevo hogar. Su casa. Un lugar que quizás no exista pero que tiene que ser buscado. Esa búsqueda se llama esperanza.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 1 de agosto de 2013

El veneno.

La tarea de un maestro consiste en intoxicar al discípulo con su veneno. Si el discípulo es capaz de vomitarlo, habrá aprendido. Si no, estará acabado. Repitiendo como un loro cosas que no comprende. Frustrado hasta el agotamiento. Muerto en el mejor de los casos.

Hoy sospecho que existen otras formas de enseñar. En realidad lo sé. O al menos quiero pensar que es así
Todo lo que queda es una sombra.
Que lo sé. Eso me calma en cierto modo. Quizás porque no me gusta inyectar veneno. Ese es un truco de psicópata y los psicópatas me dan nauseas. Sobré todo desde el día en que fui intoxicado por uno de ellos.

Decía Pichon Riviere que no existían formas insanas de vincularse. Que en última instancia todo pasaba por lo operativo. Se refería a si dichas formas de relacionarse (psicopatía, histeria etc.) servían o no. Claro que servir no estaba entendido en términos netamente prácticos. Conseguir un fin, una meta u objetivo no necesariamente nos hace más libres o saludables. Se sufre más a causa de la victoria que por cualquier forma de derrota. La vida no suele ser como queremos. Y cuando lo es, rara vez nos sacia. No. La victoria es un pan que te deja siempre hambriento. Cuando te acostumbras a su sabor, estás perdido.

Sin embargo reconozco que actuar como un psicópata no es necesariamente algo insano. Y que ganar tampoco. Solo peligroso en ambas direcciones. Demasiado.

La pregunta es entonces si dicho sistema de enseñanza es hoy necesario. Yo creo que no. Ya tenemos bastante veneno en nuestros días. Solo hace falta ver tele o escuchar radio diez minutos para darnos cuenta de que si hay algo que sobra en este mundo, es el veneno.

Existen las buenas personas. Las veo a diario. Generalmente viven encerradas en sus propios miedos y mentiras. Pero están ahí, las veo. Me emociona ver personas. No hay nada más hermoso en este mundo que un ser humano. Bueno, si lo hay. Dos o más humanos. Una comunidad. Rosseau tenía razón cuando hablaba acerca del buen salvaje. Es posible que este no exista en el sentido estrictamente moral. Al fin y al cabo las mayores ignominias de la historia han sido siempre perpetradas en nombre de la bondad y de la justicia. Pero sí que existe el buen salvaje, al menos en términos de belleza. La gente es en esencia estética y todos estamos conectados con lo esencial. 

Hace algunos años una joven me contó la historia sobre como su padre le había enseñado a andar en bicicleta. Uno de los pocos buenos recuerdos que le quedaban de él. Fue una tarde de verano. Él la sostuvo agarrada por el manillar mientras corría a su lado. Durante breves instantes la soltaba hasta que finalmente ella obtuvo la confianza necesaria como para pedalear sola. Desde entonces guardo la esperanza de que el veneno no sea lo que único que se contagia. 

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 23 de julio de 2013

Sobre la adicción

No me llevo bien con los expertos. Bueno, con los psicólogos tampoco. No demasiado. Supongo que por eso es que después de 80 artículos aún no he escrito demasiado acerca de la adicción. Lo cierto es que tampoco hay muchas cosas interesantes publicadas al respecto. La mayor parte de lo que se encuentra es pura palabrería. Ya sabéis, los distintos tipos de adicciones, los efectos de las drogas y cosas así. También están por supuesto las infaltables sanatas lacanianas. Lo dicho: poco o nada que merezca la pena. Cotillón para la gilada dirían por ahí. Nada más. En fin, vamos al grano. Para trabajar en adicciones hay que tirar toda la teoría al tacho y comenzar a construir desde lo que está. O mejor dicho desde los que están. Aquellos que sin tanta papa en la boca se juegan el cuerpo a diario.
Un sistema omnipotente te captura.
Te promete que escaparás de todo, de ti.
Pero te engaña, te entierra.
Y te deja pudrir bajo las entrañas de lo que fuiste.

Eso es lo que hizo Bateson.

En "La cibernética del self: una teoria sobre el alcoholismo", Bateson escribe respetando a los primeros que le encontraron la vuelta al problema del alcoholismo: Alcohólicos Anónimos. Desde ya que esta es una lectura obligada. Si eres psicólogo y no lo has leído, haz lo que quieras con tu vida. Pero por favor no te acerques a ningún adicto. Bastante se cagan la vida ya ellos solitos. Mejor no los hundas más. Es una cuestión moral, no técnica.

En fin, paso a resumirlo mezclando algunas de mis ideas.

La cibernética del self postula que la adicción es un sistema. Algo vivo. Como un virus. No lo dice exactamente así pero si lees a Bateson en su totalidad esto es algo que se infiere de manera natural. De esta forma, la persona atrapada por ese sistema, opta por creer que su alcoholismo, su adicción, es algo que puede ser controlado. Algo CONTRA lo que es capaz de ganar. O sea, se siente omnipotente. Se comió todas esas patrañas de la fuerza de voluntad y demás mierdas por el estilo. Y claro, si se esfuerza se cansa. Tarde o temprano, antes o después. Pero se cansa. Y cae. O cree caer. Porque en realidad ya cayó mucho antes. Lo hizo cuando creyó a pies juntillas en su omnipotencia. En el yo voy a poder. No solo con la droga, sino con la vida. Una vida que se torna naturalmente insoportable de vivir. Es la crónica de una muerte anunciada. La derrota del soberbio. Un partido de fútbol a priori mal planteado. Imposible de ganar.

Por desgracia esto no termina ahí. No. Hay más. La caída trae culpa. Porque si todo se puede y no se pudo es porque no se quiso. Y si no se quiso es por egoísmo. Por maldad. Vamos, culpa, culpa y más culpa. Y cómo no, la culpa conlleva un castigo y ese castigo a su vez conlleva más consumo. Más infierno. Más castigo. Porque el castigo tapa el dolor. Se entra entonces en una espiral de inagotable autodestrucción. Eso sí, entre medio suele haber huecos. Instantes donde la pelota se detiene. Oportunidades. Caricias de Dios. Sin embargo rara vez se suelen aprovechar. La culpa duele demasiado y la adicción vuelve a proponer una salida omnipotente. Una agónica huida hacia la luz. Rápida. Lo suficientemente rápida como para correr más que el dolor. Con esfuerzo. Porque para ir a velocidad máxima se requiere esfuerzo. Mucho esfuerzo. Lo importante es salir como sea. Estar con la gente más sana. Abrazarse a ellos. Engañarse un rato. Cegarse hasta que los ojos ardan de tanta luz.

Salirse de uno mismo.

Porque finalmente de eso se trata la adicción. De evitar el dolor de la propia verdad. Con el tiempo esto se perfecciona. Es sencillo. Al principio se controla la droga, o el juego, o lo que sea. El control, ya se sabe, anestesia. Pues cuando controlas te sientes dios. Es decir omnipotente. Durante ese tiempo no se siente nada. Y mucho menos el dolor de la verdad. Me refiero a la verdad que importa. Esa que vive adentro de todos nosotros. La que escuece entre las vísceras del alma. Pero bueno, eso es solo al principio. Porque llega un momento en que controlar droga o juego deja de ser suficiente. Se comienzan a controlar otras cosas. Cada vez más y más. Hasta el punto de controlar seres humanos. Que se usarán como tachos de basura donde depositar las culpas que no toleramos, serán piezas que manipular. Cosas. Solo eso. ¿Para qué? La respuesta es terríblemente sencilla: a más se usa a otro ser humano, más se lo deshumanizará y por reflejo más se deshumanizará el deshumanizador. Otro círculo vicioso. El plan perfecto para no sentir. Todo será ego. Las palabras perderán sentido. Hasta que nadie importe. Ni siquiera uno mismo. Sobre todo uno mismo. Y sin embargo algo olerá siempre a podrido en Dinamarca. Será la angustia. El olor a basura de tanta pena encerrada. Residuos de un amor inocente. De un niño que se pudre atrapado en el cuerpo de un hijo de puta. Quemándose vivo en un averno interior. Gritando lágrimas mudas. Anhelando ser rescatado.

Y a veces, quien sabe cómo, ese recate llega.

Tocar fondo lo llaman.

En términos técnicos sucede cuando la omnipotencia se quiebra. Se está tan en el fondo, tan derrotado, que mentirse resulta imposible. Ya está, hasta aquí llegamos. Punto. Eso se piensa. O más bien se siente. Se vive con y desde todo el cuerpo. Tocar fondo lo llaman.

Ese es el paso uno de alcohólicos anónimos: rendirse. Reconocer que la adicción es más fuerte que uno. Y es que la adicción es un adversario al que solo se le gana no jugando. Por supuesto que la omnipotencia aún debe ser sometida. Amansada. Con esa rendición primaria no basta. No. Se necesita de un poder superior. Del paso dos. O sea se necesita aceptar a Dios. Como sea. Eso da igual. Pero hay que aceptarlo. Rendir la omnipotencia ante él. Todos los días, solo por hoy.

Creo que es por eso que los viejos miembros de A.A. me provocan tanta paz. Hay que estar ahí. Verlos de cerca. No son humanos ordinarios. Tienen algo. La sobriedad es más que estar sobrio, requiere de un estado de conciencia distinto. Quizás, sin saberlo, se han trasformado en maestros zen. Rinzai zen. De esos iluminados que, siéndolo de verdad, se miran todos los días al espejo repitiéndose a sí mismos "no te dejes engañar". Viviendo el presente. Sin dormirse en los laureles de su budeidad.

He trabajado muchos años en esto y nunca me termina de sorprender la enorme sensibilidad espiritual que emerge alrededor de la adicción. En un tiempo creí volverme loco. Sombras oscuras, extrañas casualidades y voces del más allá son moneda común. Al principio, como dije, asusta. Después te acostumbras. Yo, que muy a mi pesar soy psicólogo, paso por estos asuntos de lado. Trato en lo posible de no tocarlos. Los observo y poco más. No me corresponde juzgarlos. Que se encarguen los curas o los pastores de turno. Es su tema. Me da igual. Pero sé que están. No me hago el boludo.

Por supuesto hay más cosas. Está la familia. Siempre hay una historia atrás. El secreto familiar, la culpa derivada de dicho secreto, abusos sexuales etc. Cosas así. Después todo eso se arroja. Provocando un ping-pong infernal de culpas derivado de las culpas provocadas por el secreto original. Y entre tanto todos ladrándose. Ladrando para no escucharse. Igual no voy a decir mucho más. De familias tampoco hablé nunca demasiado y se supone que soy terapeuta familiar. Así es que lo dejaré para otro día. Solo añadir que la adicción es un sistema que se alimenta no solo de toda una familia, sino de la sociedad completa. Porque todo lo que es, es metáfora. Y cada adicto que camina es un poema que se arrastra sobre su época. En fin, dejémoslo. Ya fue.¨Volvamos entonces a los A.A. Más concretamente a su sección para familiares llamada AL-ANON. Ellos tienen pasos muy similares a los A.A. Solo que como no se drogan, la rendición viene a pasar por otro lado. Asumir la derrota en querer cambiar al otro. Dejar de ladrar. Pues nadie salva a nadie. Es triste escucharlo, lo sé. Mas en dicha tristeza encontramos lo más auténtico en nosotros. Al rendirnos encontramos que el dolor del otro nos duele. Y que nos duele por amor. Pues al fin y al cabo, amar, es lo único que podemos hacer por aquellas personas a las que queremos. De hecho, quizás eso sea lo único que importa.

Y finalmente está la libertad. Y sí, la libertad. ¿No es la adicción una esclavitud? Obvio. Lo es. Entonces nadie elige ser adicto. Los grilletes elegidos dejan de ser grilletes y pasan a ser pulseras. La adicción no es un vicio. No es una moda para artistas cool. Nadie decide irse alegremente al infierno. Menos por moda.

Pero sí se puede elegir intentar salir de la adicción. Todos los días. Solo por hoy. Ahí justamente se encuentra la cura, el camino, la esperanza. Bueno, ya sé, suena ñoño. A libro de autoayuda pedorro, me doy cuenta. Incluso me hago cargo de que lo que aquí propongo va más lejos de los pretendido por los A.A. Sí. Y aún así no miento. De la adicción se sale. Lo he visto.

Lo sé.

Me hago cargo.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

Dedicado a la otra A.A. Gracias por cagarme la noche. Gracias por salvarme la vida.



lunes, 1 de julio de 2013

La danza del cazador.

El estado dice que soy psicólogo. Un par de universidades y ministerios también lo creen. No sé por qué, pero están convencidos de ello. Incluso me dieron algunos de títulos para corroborarlo. Hasta tengo una credencial muy fea en la que salgo con bastante cara de gordo.

Se equivocan.

Ver lo invisible y darle caza.
Yo soy cazador. Eso hago. Busco pautas, rutinas y después, espero. Porque eso es cazar. Conocer las mañas de tu adversario. Aquello en lo que se repite y que lo hace predecible. Después tender la trampa y esperar. Nada más. En mi caso el adversario se llama patología. O así lo llaman todos. Me refiero a los psicólogos. Los que tienen un título. Así lo llaman. Pero la verdad, a mí la palabra adversario me gusta más. Pues no sé si la patología es algo malo o bueno. A veces incluso dudo de cuan enferma sea. Lo cierto es que, confieso, dudo de la idea misma de insanía. A veces siento que no está bien definida. Puede que jamás podamos comprenderla del todo. No sé. La verdad me chupa un huevo. Solo sé que el adversario está ahí, delante mío. Lo veo moverse, propagarse, crecer. Y yo, siempre lo escucho, aprendo, espero. Y al final le doy caza. Me gusta hacerlo. Es lo que hago.

Dice la teoría cibernética que el adversario es un sistema. Que de alguna manera está vivo. Vivo pero muerto. Es raro. Como un zombi. Quizás más como un parásito. Que siempre trata de reproducirse. Pues tiene razón la teoría. Yo he visto a esas cosas en acción. Las he vivido y sufrido. Avanzan de padres a hijos. Generación tras generación. Así, ves como un suicida cría a un pobre hijo culposo por no haber evitado la muerte de su padre. Como ese pobre hijo culposo se busca una esposa castigadora para expiar sus pecados. Y cómo esa pareja engendra a su vez más hijos que, parodiando a sus infames progenitores, se arrojan y reciben cada vez más y más culpas. Jugando un ping pong interminable. Hasta que, finalmente, alguno de los nuevos miembros del clan se da cuenta. Así descubre que la única forma de no sentir culpa, de ganar el juego, es justamente quitándose la vida. Volviendo al origen. Porque ya se sabe, el suicida es siempre una víctima. De una sociedad que no lo quiso comprender. Mala. Muy mala. Culpable. Y él, muerto como está, es libre. Libre de culpa. Porque está muerto y nadie habla mal de los muertos. Lo dicho, una víctima. ¿Los demás? ¿Los que le siguen? ¿Sus hijos? Eso da igual. Que se jodan. 

Eso es lo que hace el adversario. Cazar. Atrapar lo más singular de lo humano. Alimentarse de su danza, de su libre albedrío y genialidad. Eso hace: cazar. O sea cazarnos.

Y yo lo cazo a el.

Eso es lo que hace, eso lo que hago. Eso es lo que hacemos.

Bailar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


lunes, 3 de junio de 2013

La caja de Pandora.

La leyenda de Pandora es larga. Hay dioses, intrigas, la cosas típicas de la mitología griega. Ah, y una caja.
Somos lo que habita en el fondo de la caja.

Fue un regalo, se la dio Zeus a Pandora. Seguramente para hinchar las pelotas. A Zeus le gustaba mucho hinchar las pelotas. O quizás se aburría de tanto Olimpo. Además en aquel entonces el mundo era un paraíso. Otro Olimpo cualquiera. Nadie sufría por nada. La vida era una monótona secuencia de constantes satisfacciones. Un infierno edulcorado de colores chillones. Así fue que Pandora abrió la caja y de ella salieron todos los males que hoy habitan el mundo.

Menos mal.

Solo una cosa quedó adentro: la esperanza. 

En fin, así estamos. Es como vivimos. Sufriendo. A veces jodidos, otras bien jodidos. Y sin embargo es mejor. Somos ángeles caídos, dioses tontos, perdedores con estilo. Porque Dios no elige. El es perfecto. A el no hay caja que lo salve. No tiene principio ni fin. Siempre estará.  No sé, a veces lo compadezco.

Nosotros somos constructores, guerreros, cazadores. Nada nos es dado. La vida es una danza inconclusa. Decimales que se extienden hacia el infinito. Solo tenemos que ser valientes. Abrir la caja. Darle una patada en el culo al miedo. 

Sentir la agónica esperanza.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre el espejismo de la ciencia.

No suelo recomendar libros o autores. Me suena medio arrogante hacerlo. Ya sabes, típico de la gente que se la da"de culta". Personalmente disfruto cuando la gente me dice que "no parezco psicólogo". Algunos me lo dicen como alago, otros no. En fin, me da igual, lo disfruto de las dos maneras. Dicho esto, en el caso de Rupert Sheldrake haré una excepción. Lo conocí a través del que quizás sea el ultimo gran terapeuta familiar (famoso) vivo. Me refiero a Carlos Sluzki, que se valió de la teoría de campos mórficos (idea de Sharke) para fortalecer si cabe aún más el grueso cuerpo de conocimientos del modelo sistémico. Acercando más a éste último a lo que realmente debe ser: una metáfora de la biología, es decir, un poema de la vida.

¿Crisis en la ciencia?
¡Bienvenida!
Rupert es un científico atípico. No es de los que viven burlándose de aquello que no pueden medir o pesar. Muy al contrario, desdeña los dogmas. Vengan estos de donde vengan. Aunque claro, alega que en estos tiempos donde la objetividad se ha vuelto dictadura, el dogmatismo científico es sin duda el más peligroso y dañino de todos los dogmas. 

¿Dogmatismo ciencífico? Sí. Esto horroriza a muchos, ya sé. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer gran enemigo de la ciencia fue justamente el dogma. Es decir, la imposibilidad de poner en duda cierta idea o sistema de pensamiento. Lo cierto es que el dogma resulta algo necesario para el desarrollo de una dimensión espiritual seria. Al fin y al cabo, la trascendencia necesita de Fe. Y la Fe es una ruptura del mundo ordinario que sí o sí necesita que ciertas cosas sean dadas por hecho. Estos dogmas tienden generalmente a ser bastante ilógicos, hechos extraordinarios que rompen con la continuidad del mundo. Que patean nuestro tablero rompiendo la realidad en miles de padacitos. Vamos, como el LSD pero gratis. De este modo, la aceptación de un dogma, de su misterio, bien puede ser una puerta a un estado de consciencia ampliado. En otras palabras, el dogma no tiene necesariamente que ser considerado algo dañino. Para nada.

¿Cuando lo es? Si analizamos la historia, encontramos que los dogmas resultan peligrosos en la medida en la que estos tratan de invadir y regular la intimidad del pueblo. Supongo que es por eso que cuando Platón escribió las "leyes", fue el primero en diferenciar la esfera pública de la privada. Pues, en aquella época, el pensamiento filosófico griego no estaba precisamente bien visto por los atenienses. La idea de que por allí hubiera caminando una serie de tipos que cuestionaban, entre otras cosas, la existencia de los dioses, no caía muy bien. Tampoco les agradaba mucho que cualquier joven discípulo de un filósofo, terminara siendo más sabio que su propio padre. Les asuataba mucho una sociedad en la que el padre supiera más que el hijo. Aquel era un progreso inaceptable para el ateniense medio. Peligroso para el "status quo". Bueno, así terminó el pobrecito de Sócrates. De esta forma, la diferenciación entre lo público y lo privado hecha por Platón sirvió para crear un marco de protección legal frente al embate que en aquel entonces sufría la libertad de pensamiento. Dejando viva una pequeña luz.  Que podría sobrevivir encendida en la medida en que no iluminara a aquellos que no tenían ni el más mínimo deseo de verla.

Que nadie os engañe.
La vida sigue siendo un misterio.
Hoy día es justamente al revés. Creer en algo da cada vez más vergüenza. Las páginas y autores pro-ciencia se dedican a denostar y a humillar cualquier idea espiritual que se les presente. El ateismo es ahora el dogma. Y el creacionismo pasa a ser víctima mientras que la idea de un surgimiento accidental de la vida, carente de sentido estético alguno, pasa a ser la idea dominante.

Y con esto no niego ningún avance científico, todo bien con la ciencia, con la buena ciencia. Es más, negar que la vida es nada más que un accidente es algo estúpido. Quizá tan estúpido como afirmar lo contrario.

Ahora... como dice Rupert Sheldrake...

"...La principal diferencia entre los dogmas religiosos y los científicos es que la gente religiosa sabe que sus creencias son creencias. Las personas que creen en el materialismo científico dogmático, a menudo no son conscientes de que sus creencias son creencias. Simplemente piensan que conocen la verdad. En este sentido, sus creencias son incluso más dogmáticas que las de los fundamentalistas religiosos..." 


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 18 de mayo de 2013

Flores muertas.


Videla ha muerto. Algunos, los de siempre, dicen que eso no es importante. Que a los jóvenes esas cosas les dan igual. Confunden la historia con el ratig, el valor con el precio y la democracia con el marketing. Puede que mi hija aún no sepa quien fue Videla. Pero gracias a Dios algún día sabrá que fue un hombre malo. Que hizo mucho daño, pero que al final, no se salió con la suya. Y así sabrá que, a veces, los buenos ganan. Siempre al final. Que la vida se abre camino. Que lo que jamás desaparece es la esperanza. Descanse usted en paz Jorge Rafael Videla. En su tumba lo esperan 30.000 flores muertas.

Suerte con eso.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.




lunes, 13 de mayo de 2013

Sin perder la inocencia.


Dos jóvenes aprendices salen de su templo para comprar en el mercado. En el camino se encuentran con un hombre de rostro amable. Ellos están cansados, se nota. Así es que el hombre se ofrece acompañarlos a través de un camino más seguro. Lejos de los ladrones que habitualmente acechan los bosques de la zona. Los muchachos, agradecidos, aceptan seguirlo. Es una decisión. De las miles que tomamos todos nosotros a diario. En este caso, por el motivo que sea, ambos eligieron confiar.

El mayor error no es equivocar el camino,
sino dejar de caminar.
Les robaron.

¡Ah! Y los cagaron a palos también.

Al volver, sucios, pobres y magullados, el maestro les preguntó:

-Y diganme, ¿Qué es lo que han aprendido?

-A no confiar en los extraños- respondió el primero.

-A esperar lo inesperado- dijo a su vez el segundo.

El primero fue inmediatamente expulsado del templo, al segundo se le permitió seguir. Cuando este último pregunto el por qué de la expulsión de su compañero, el maestro contestó:

-¿Si un carpintero se golpea con su propio martillo, debería dejar de usarlo para siempre? ¿O dejar de ser carpintero? ¿Qué clase de vida es una vida sin confianza?

La primera vez que escuché esta historia pensé mucho en el pibe al que expulsaron. Pobre, me dio pena. Hasta me sentí identificado. ¡Menudo día! Le roban, lo cagan a patadas y después, como frutilla del postre y para terminar así de coronar un glorioso día, le expulsan del templo para siempre. Joder, que mierda.

¿El secreto de la vida?
Quizás sea estar atentos sin perder la inocencia.

Después me puse a pensar en el segundo muchacho. Había recibido los mismos palos que el primero y sin embargo su día terminaba bastante mejor. Su respuesta fue la clave. El también había aprendido algo. Un aprendizaje distinto al de su compañero, más sano. ¿Pero qué es exactamente lo que aprendió? Básicamente a estar atento, pero sin perder la inocencia. A caminar por este mundo afrontando el miedo. Sin escaparle a este encerrado en un escudo de desconfianza. Pero sin negar el dolor de su existencia cegado por una venda de opaca inconsciencia.

La confianza es una fina línea que transcurre entre desconfianza y la inconsciencia. Entre el autocontrol  más cobarde y la estupidez lisa y llana. Una cuerda floja donde la atención es la clave.

No sé por qué escribo esto. Supongo que debe ser porque a más años cumples más palos te llevas. La confianza se pierde, y la inocencia, tristemente se marchita. Después te olvidas de ella como si nunca hubiera existido. Como si aquella alegría juvenil, esas ganas de comerse el mundo, apenas hubieran sido un mal sueño, uno tonto. Nada más. Por eso hoy más que nunca estoy convencido de que hay que tener cuidado. No miedo, cuidado. Cuidado de nosotros mismos. Debemos estar atentos. Nos va la vida en ello. En fin, quien sabe, quizás hacerse viejo sea algo más que cumplir años. Puede incluso que la edad no tenga nada que ver. Pues aquel que confía en la vida, nunca dejará de ser un niño.



Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.






miércoles, 9 de enero de 2013

El voto de los pobres.


En la latinoamérica actual se cuestiona la legitimidad
de sus gobernantes.
-¡Unai, los pobres votan lo que votan porque son más manipulables!

-¿Y cómo se los manipula?

-Porque tienen más necesidades.

-¿Entonces las personas ricas o de clase media no tienen necesidades?

-Ya sé a donde querés ir.. claro que tienen necesidades, pero son de consumo. Y eso es muy distinto.

-¿Te refieres a los viajes al exterior o a los televisores de plasma?

-Exactamente.

-No creo que sea tan sencillo dividir unas necesidades de otras, o a una clase social de otra; pero bueno, vamos a darlo hipotéticamente por válido. Aunque me queda una duda, ¿Me podrías explicar en que se diferencian dichas necesidades?

-Sí, como dije las necesidades de la clase media son de consumo, de tipo superficial, en ellas nadie se juega la vida. En cambio,  las necesidades de las personas humildes son mucho más fuertes.

¿Más honestas?

No conozco en la historia ninguna lucha por
un mundo más justo que no haya sido iniciada o sostenida
gracias a la fuerza de los más humildes.
-No, no es lo que quiero decir.

¿Y que es lo que quieres decir?

-Ahora no sé cómo expresarlo.

-Quizás entonces tendrías que cuidarte de hablar tan a la ligera, al menos hasta que tengas tu idea bien fundamentada. Mira, yo nunca vi a un pobre decir que el voto de la clase media era menos válido que el suyo, jamás vi a ningún "pobre" decir que la clase media es infinitamente más permeable por los medios o a causa sus caprichosas necesidades de consumo. Ellos, como tu dices, sí se juegan la vida. Y sin embargo tienen el buen gusto de callar y respetar tu voto. Creo que deberías hacer lo mismo.

-Ok, mejor lo dejamos acá.

-¿Estás enojada?

-No.


Escribiendo desde el sur del sur

Lic. Unai Rivas Campo.

lunes, 7 de enero de 2013

Cómo leer este blog.

Hoy me contactó un lector.

Si, aunque parezca mentira esto lo lee alguien.

En fin, el caso es que me di cuenta de que no se me entiende demasiado. Lo cierto es que tampoco lo pretendo, al fin y al cabo aquello que se entiende solamente con la conciencia jamás se entiende realmente. Por eso trato de que la estructura de pensamiento tras mis escritos se infiera. Que la esencia tras mis palabras pueda ser reconstruida por cada uno, a su manera.

Aquello que merece la pena aprender, no puede solamente ser
comprendido desde la conciencia.
No hay nada peor que un psicólogo loro. Me refiero a esos que repiten de manera compulsiva citas de los autores a los que supuestamente admiran, pero que rara vez comprenden. Así se crean aparatos de poder. Donde el que más repite alcanza cierto estatus y un puesto en una jerarquía basada en una mentira. Una mentira consensuada donde nadie se entera de nada y en la que paradógicamente todos simulan saber.

Pues no. Aquí no voy a explicar nada directamente. ¿Tengo claras las bases de mi pensamiento? Creo que sí. Tanto como dudas me quedan. Demasiadas cosas por aprender. Los misterios de la estética continúan siendo enormes y estamos en pañales en cuanto a lo que sabiduría se refiere. Somos niños. Dioses tontos que desconocen la responsabilidad inherente a su potencial.

Mientras tanto nos quedan los grandes autores. Desde Milton Erickson hasta Castaneda. Y por supuesto Bateson, el más sabio de todos. Un gigante. Leerlo, por cierto, es mucho más interesante que perder el tiempo aquí. Es difícil, a el tampoco le gustaba revelar abiertamente lo que creía saber. O no podía, quien sabe. Y sin embargo enseñaba mucho más de lo que nadie ha hecho. Esto no significa que se expresara de manera oscura, al contrario, hablaba claro. Ocurre que no se comunicaba solamente con la conciencia. Pues ésta, si bien es inteligente, carece de sabiduría.

En conclusión, este blog no pretende construir una escuela. Nada me entristecería más que vivir rodeado de loros. De todas formas reconozco que existen artículos más importantes que otros. Pero en todos se encontrará la esencia estética de la teoría sistémica, recortes de su poesía y metáfora.

O al menos eso intento.


Escribiendo desde el sur del sur.


Lic Unai Rivas Campo.