domingo, 19 de abril de 2020

LOS NAZIS 

Yo no quería ser
nazi pero me sentía solo. Quizás ustedes no lo entiendan, a la soledad me refiero. La gente vive diciendo que necesita estar sola. No saben. Hay algo horrible ahí, se te pega al cuerpo como si los demás pudieran olerlo. No saben. Es peor que el rechazo. Al menos a los rechazados alguien les está diciendo que no. A mí nadie me decía nada. Supongo que no soy una persona interesante. Y por favor, no piensen mal de mí. No guardaba rencor, no fue por rencor. Yo no le deseaba el mal a nadie y menos aún a los judíos. Mi mamá, que en paz descanse, era judía. Una santa, mi mejor amiga. Yo la cuidaba. Cuando enviudó dejó de trabajar y solo miraba televisión. El médico explicó que era falta de ánimo, ella decía que extrañaba a papá. Pobre papá, yo casi no lo recuerdo porque mucho no hablaba. Mamá todos los días me decía que lo extrañaba, que ahora estaba sola y que no quería vivir.

Creo que los nazis me salvaron. Ahora me doy cuenta. Al principio hacerme nazi fue un manotazo de ahogado. Mamá se murió entre mis brazos ¿y saben lo peor? no sentí tristeza. Tuve miedo, pensé en el dinero. No sabía de qué iba a vivir ni cómo hacer. Sin la jubilación de mamá solo quedaba la renta de un departamento que alquilábamos. Pero era muy poca plata. Y yo no quería pensar en plata, pero no podía evitarlo. Entonces empecé a salir a la calle a caminar. Todos los días durante seis meses. Cuadras y cuadras caminaba. En círculos para no perderme.  

Una vez alguien me preguntó una dirección y no supe qué responder. Era un muchacho, de unos treinta años, con un lindo traje. Quizás si hubiera sabido cómo llegar a aquel lugar hubiera podido sacar algo de charla. Pero no supe que responder y el hombre se fue. Estuve semanas pensando en eso y me compré una guía para saberme todas las calles. Ahí descubrí muchos parques que no conocía. Mi favorito era el parque Rivadavia. Había puestos de libros y cosas antiguas que me recordaban a mamá. Así fue que lo conocí al Fürher, Raúl se llamaba.  

Al principio me daba miedo por esos símbolos nazis y esas cosas que decía. Pero era amable. Y me hablaba. Me contó muchas cosas sobre el sionismo. Al parecer los sionistas tenían la culpa de todo. También me dijo que yo era superior. Y la verdad, eso de ser superior me daba un poco de vergüenza, pero ser algo para alguien me hacía feliz. Yo era alguien, era alguien para Raúl 

Seguí yendo todos los domingos. Incluso ahorré un poco de la plata que gastaba en comida para comprarle algunos libros. Eso le ponía contento a Raul. Luego los leía y le hacía un resumen y charlábamos por horas. Fueron meses hermosos. Una tarde, me armé de valor y le pregunté a Raul si quería ser mi amigo. 

Boludo no me jodas! ¡Vos sos mi amigo! Escuchame, yo te veo muy solo. Mi vieja siempre decía que no es bueno para el hombre estar solo. Mirá, mañana vamos a tener una reunión con los chicos. Una masa los pibes, todos nazis, como nosotros. Bancá que te escribo la dirección y te paso mi número.  

Heil Hitler! Saludó. 
Heil Hitler! Respondí. 
-No, boludo. Así no. 
-¿Qué? 
-Yo digo Heil Hitler y vos solo decís Heil 
-Uh, disculpame Raul, yo no quise faltarte al respeto. 
-Tranqui amigo.  A ver, probemos de vuelta. 
Heil Hitler! 
Heil! 
Ídolo! Te quedó re nazi vieja. Sos un Crack 

Raúl me dio su número y una dirección en un papel, tenía un amigo. Era tan feliz que quería morirme. A la noche pensé en eso: en morirme. Ya estaba todo bien en mi vida, si me moría justo en ese momento me iría al otro mundo con un amigo. Mamá, hola, hice un amigo. Mamá, fui feliz un día. No me mires así, no son malos los nazis. El genocidio no pasó así como lo cuentan, fue propaganda sionista. Lo leí en un libro, lo juro. Mamá, no te enojes, por favor. Necesito amigos, Raúl dice que es mi amigo. Por favor, mamá, no me mires así. Lo siento mamá, me voy. No puedo estar muerto. Mañana tengo que conocer a mis amigos.

El viernes desperté con una sonrisa tatuada en la boca. Estuve como tres horas para vestirme, tenía dos camisas y las dos eran blancas. Por suerte una estaba tan vieja que casi parecía parda. Me até una cinta roja en el brazo, me mojé el pelo y me peiné la raya a un costado. Quise también afeitarme el bigote igual que Hitler. Pero no pude y me quedó un bigote demasiado chiquito y torcido. Como en diagonal. Así que traté de arreglar el bigote rellenando las partes que faltaban con una birome. Luego me di cuenta de que la birome era azul. No quedó del todo bien, pero ya era tarde. Había que salir, los nazis me estaban esperando. La gente me miraba por la calle. Fue raro, una chica me gritó “say no more”. No entendí de qué me estaba hablando. Al final, gracias a la guía, pude encontrar la dirección. Villa Crespo se llamaba el barrio. 

Era una casa sencilla con un jardín bien cuidado y un auto antiguo en la puerta. Me quedé un par de minutos mirando el auto. Parecía sacado de una de esas fotos viejas que tenía mamá. Toqué timbre. Toqué timbre de nuevo. Adentro se escuchaba música. No sabía qué hacer, quizás Raúl no quería verme o era alguna clase de prueba. Tampoco quería molestar y tocar el timbre tres veces me parecía demasiado. Estaba por darme la vuelta cuando la puerta se abrió. Era Raúl. 

Boludo qué lindo verte! Bancá, vení que te presento a los chicos. Acá están: El Negro, El Tarta, Goldman y Mussolini. A Mussolini le decimos así porque nació en Italia. A mí me llaman El Fürher, pero si querés decime Raúl. ¿Y a vos como te dicen? 

-Yo me llamo José Luis 
-Necesitas un nombre más nazi. ¿Y eso que tenés pintado en la cara? 
-Me quise arreglar el bigote con una birome. 
-Pero la birome es azul –dijo Goldman.  
-Sí, lo siento, no me di cuenta. 
-Y el bigote de Hitler era negro 
-Sí, lo sé, agarré la birome por error. 
-Dejalo en paz al pibe Goldman. Medio cagada el bigote ese, pero la intención es lo que cuenta. Igual ya sé. Ya sé como te vamos a llamar: Bigote. No mejor El Mostacho. 
-¿El Mosta? –Dijo El Negro. 
Mosti! -Soltó Goldman. 
Mosti! -Dijeron todos 
-Ok Mosti, andá al baño a lavarte la cara. Al fondo a la derecha está. Yo mientras tanto voy por birras para todos. 
-¿Alcohol?  
-No, birra. Alcohol se dice cuando tenés un problema ¿vos tenés un problema?  
-No, ninguno. 
Entonces podés tomas birra sin problemas!


Todos rieron

No recuerdo mucho después de la segunda cerveza. Desperté en el sofá de Raul al día siguiente. Me levanté y salí a buscarlo por la casa. Lo encontré en el garaje, trabajando con un auto.

Mosti! ¡Cómo te pegó la birra! 
-Sí, por favor, espero sepas disculpar mi baja tolerancia al alcohol.
-Pero callate, sos un crack. Lo que nos hiciste reír. No parabas de contar chiste tras chiste. Qué capo.

Ahí yo recordé que en casa de mamá había un libro de chistes. Lo había leído tantas veces que casi me lo sabía de memoria. Ella tenía la tele prendida siempre a todo volumen y era muy difícil concentrarme para leer. Pero los chistes de ese libro se leían fácil.
 
-¿Cómo era el del negro en la montaña nevada? 
-Un blanco perfecto. 
-Qué genialidad. Escuchame, estoy arreglando este auto. Un Torino del 62. Lo tengo que entregar el mes próximo. ¿Me querés ayudar?   
-Yo estaría encantado Raul. Sucede que no sé nada de mecánica de vehículos. Espero no decepcionarte. 
-Yo te enseño. Además conmigo aprendes o aprendes. Es así, corta. Por algo me dicen el Fürher. 
-En ese caso acepto gustoso. 
Genial! ¡Heil Hitler! 
Heil! 

Así empezamos a trabajar el chasis. Luego cambiamos los bulones y limpiamos uno a uno cada pistón. Yo sobre todo hacía mandados y le acercaba las herramientas al Fürer, pero poco a poco iba aprendiendo el oficio. Por las tardes venían los chicos, hablábamos de historia. Sobre todo cosas de la segunda guerra mundial. Después tomábamos cerveza -perdón, quise decir birra- y contábamos chistes toda la noche. Aprendí mucho sobre música. Porque yo sobre canciones poco y nada, Palito Ortega nada más. A los pibes les gustaba Almafuerte, aunque a mí el flaco Spinetta -como dicen mis amigos- “me voló la cabeza”.


Fueron meses felices hasta que algo pasó. Resulta que Raul tenía un sobrino, Kevin se llamaba. Kevin era un nazi distinto. Muy grande, con la cabeza rapada al cero y una esvástica tatuada en la cara. Empezó a venir a las juntadas un día y las cosas cambiaron. No se contaban chistes en su presencia y todo se volvía más serio. Hablaba de pasar a la acción. El Fürher y los chicos le decían que eso había que planificarlo bien. Que por cosas así se perdió la segunda guerra mundial. Pero Kevín no paraba de contar historias horribles sobre cosas que el hacía con sus amigos de Rosario. Cosas que no puedo siquiera reproducir. Y me miraba, es decir nos miraba a todos, pero a mí me miraba peor. Parecía darse cuenta de que le tenía miedo.  

Una noche no aguanté más y decidí marcharme. No era por mi mamá, era por mí. Si ser nazi era hacerle esas cosas horribles a los demás, entonces yo no quería ser nazi. ¡Basta! Le grité a Kevin y me fui. Raúl y los pibes quedaron paralizados. Nadie dijo nada. Solo noté la mirada del Kevin clavada en mi espalada. Caminé varias cuadras llorando. Quizás la había cagado. Quizás yo era un desagradecido. De nuevo estaba solo. Había perdido a los únicos amigos que tuve en mi vida. Goldman, Mussolini, El Negro, El Tarta y Raúl. Detrás de mí se escuchaban unos pasos, pensé que era El Führer pidiéndome que volviera. Ojalá, pero no.  

-¿Qué haces maricón?
Seguí caminando
-Te estoy hablando Maricón
Me temblaban las rodillas. Aceleré el paso, tenía que llegar a la avenida principal para estar a salvo.
Maricón! ¡Vení o te cago a trompadas!
Me detuve
-Dale, acercate putito. Tranquilo, que no te voy a hacer nada.
Me acerqué. 
-Vos me faltaste al respeto. Pedime disculpas. 
-Te pido disculpas 
-¿Estabas llorando? ¿Qué pasa? ¿Sos judio vos? 
-No, mi mamá. 
-Ah, tu mamá. Entonces no pasa nada. Tu mamá era una perra, pero con vos está todo bien. 
-Qué bueno Kevin porque yo de verdad no quiero tener problemas de ninguna clase. 
-Decilo 
-¿Qué? 
-Decí que tu mamá era una perra. 
-No Kevin por favor. Con mi mamá no, dejemos esto acá. 
-Decilo Maricón 
-Kevin, dale, cortala. 
-¿Qué la corte?
Ahí sentí el cabezazo. Caí al piso y comenzó a patearme. Una, dos, tres, cuatro. Perdí la cuenta. Mientras tanto Kevin gritaba “decilo” “decilo maricón”
-Mamáaa, mamáaa 

Me rompió todo incluso los huesos.
  
Quise pedirle disculpas a mamá. Yo era un inútil, ella tenía razón. Y no me daba miedo morir. La muerte era lo único que yo merecía. Así que me quedé quieto esperando el golpe definitivo.  
Pero el que llegó fue Raul con una llave inglesa. Atrás estaban los chicos. Todos ellos armados con herramientas en la mano. 

-Dejalo en paz al Mosti. 

-¿Vos te volviste tarado o qué te pasa? Es un judió. Deciles maricón, deciles lo que sos. 

Me costaba hablar. Me dolía respirar. Pero había llegado la hora de decir la verdad. 

-Yo no. Yo no soy nazi. 

Raul se acercó a mí. Tenía lágrimas en los ojos. 

-Mosti ¿en serio? 
-Sí. 
-Qué cagada 

Y el Füerher le atizó a Kevin con la llave inglesa. 

Luego me miró y dijo: 

-Boludo, yo tampoco. 
-¿Qué? 
-Yo tampoco soy Nazi. 
-Yo tatatam popoooco –dijo el tarta 
-Yo soy de Tucuman –dijo El Negro 
-Y yo qué mierda voy a ser nazi, si siempre fui judío. ¡Goldman me apellido! ¡Goldman! 
-Además sos contaaa cooontador. 
-¿Pero qué mierda pasa acá? Preguntó Kevin desde el suelo. 
-Vos tomátelas de acá Gil. Y ni se te ocurra volver o vas a saber por qué me dicen el Fürher 
Ustedes están locos! 
-Tomátelas o te reviento. ¡Gil! 
Arrivederci pelotudo! –le gritó Mussolini mientras se iba. 
-Mosti, estuvimos hablando un rato. No sé, es largo, pero lo del nazismo fue algo que en algún momento flashamos. Bueno, sí: yo al principio fui nazi, pero más de pibe y por mí papá. Y nada, seguí con lo de la venta de libros para hacer un mango extra, luego se sumó Mussolini cuando se separó de la jermu y el resto de los pibes eran del barrio y no daba dejarlos tirados. Lo siento Mosti. Ojalá nos puedas perdonar. Y gracias por ayudarnos a blanquear lo que nos pasaba. Mosti ¿estás bien? Mosti hablá ¡la puta madre! ¡Mosti! 

Boludos llévenme a un hospital que me muero! 

Soñé con mamá y le conté todo tal cual se lo estoy contando a ustedes. Se fue sonriendo y nunca más volví a soñar con ella. Todavía la extraño. No me arrepiento de haberla cuidado. Y tampoco me arrepiento de haberme comprado aquella guía o de haberme hecho nazi. No me arrepiento de nada. Mierda, qué loco es el mundo. Al despertar la enfermera me dijo que me había salvado de puro milagro. También preguntó cómo me llamaba y quienes eran esos locos de allá afuera. 

-Me llamo Mosti. Y ellos son mis amigos.

FIN

Stephen Wiltshire