martes, 28 de febrero de 2012

Conversaciones galácticas con maestras jardineras.




Esta es la imagen que mejor describe lo que
ocurre en algunas de mis charlas.
En una charla para maestras de jardín:


-¡Unai! No puede ser que todo gire en torno al dolor...

-Yo no he dicho eso.

-Sí, siempre hablas sobre el dolor. Me resulta angustiante.

-Te angustia lo que digo porque niegas al dolor como fenómeno. Te aclaro de antemano que justamente eso a lo que llamas angustia es un efecto secundario de dicha negación. A lo que voy es a que negar lo que se siente causa angustia. De hecho, hago énfasis en el asunto del dolor porque este es un tema actualmente silenciado desde el poder. Nada más. Seguramente 600 años atrás todo esto sobre lo cual tanto insisto hubiera resultado algo demasiado obvio, cotidiano, y por tanto innecesario. Pero hoy no lo es. Los tiempos han cambiado y el dolor es un asunto significativo.

-¿De que se hablaba hace 600 años?

-De Fe. Era el gran tema de la época. Por cierto, ahora que lo preguntas, en aquel entonces la ciencia resultaba un fenómeno marginal. Tan incipiente como negado. Supongo que entonces me hubiera dedicado a hablar sobre ciencias.

-¿Y hoy no?

-¿Qué sentido tiene hacerlo? La ciencia ha ganado. Derrotó a la religión. Ella y la mirada objetiva del mundo son las que hoy nos gobiernan.

-Tendrás que reconocer que gracias a ella vivimos mejor.

-No tengo por que hacerlo. De hecho, considero que si bien por causa de la ciencia los humanos actuales vivimos más y con un mayor número de opciones, eso no significa necesariamente que nos encontremos mejor posicionados como especie o civilización. Es más, jamas en la historia estuvimos tan cerca de nuestra extinción.

-Ok. Entiendo. La ciencia objetiva puede matarnos a largo plazo. Lo que no comprendo es qué tiene todo esto que ver con el dolor.
Existe un instante en el que lo real pierde su sentido.
Así entramos en los estados de frontera.
Tierras misteriosas donde todo es posible.

-Pues que lo objetivo, por su propia naturaleza, no siente.

-¿Qué es lo que no siente?

-Nada emocional. Las cosas no vivencian emociones. Los objetos solamente son capaces de percibir objetos. Nada más. Lo otro, sencillamente es negado. Dejado fuera de la maldita ecuación.

-¿Y qué es lo que se niega?

-Se niega lo genuinamente humano

-¿Querés decir que la mirada objetiva del mundo es incapaz de percibir los fenómenos humanos subjetivos? Creo que estás exagerando. Existen muchas herramientas objetivas que miden la subjetividad. Scanner cerebrales, polígrafos, test...

-No exagero. Lo que ocurre es que no me estas entendiendo. Negar un fenómeno no siempre es hacerlo invisible. A veces, con deformarlo basta.

-A que te refieres con que la objetividad deforma la subjetividad?

-Pues que la cosifica. Transformándola en un número. Sacándole así su valor como vivencia. Por eso es que la era de la objetividad silencia al dolor como fenómeno. Pues lo deforma como vivencia. Dejándolo en un segundo o tercer plano. De este modo deformamos nuestra esencia a cambio de deformar nuestro sufrimiento. Y es que las cosas anestesian el dolor. Lo silencian. Queda la angustia como residuo. Y aunque esta es más constante que cualquier otra clase de sufrimiento. Rara vez se conoce su origen. Uno solo sabe que se encuentra "mal". Vacío. Sin descanso posible. Supongo que es ese hueco interno el que impulsa al consumo voraz.  Creando personas que se llenan de cosas anhelando tapar una carencia afectiva de origen desconocido. Dice una adivinanza que un agujero es aquello vaciamos al completarlo. Quizás eso sea precisamente lo que la cultura del consumo hace con nosotros: vaciarnos mientras nos llena.

Las verdades se cuentan calladas.
Los pasos se dan en la quietud.
-¿Cultura del consumo? Buff... Siento que estuvimos pasando de un tema a otro de manera constante...

-Exacto. Y sin embargo, hemos estado hablando todo el tiempo acerca de lo mismo.

-Ahora entiendo a que te referís con eso de "moverse en la quietud".

-Qué suerte, yo aún no.

-Es normal, te va a costar, pensás demasiado.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 23 de febrero de 2012

La gente de mierda.

Los hijos de puta gozan de buena salud.
Están entre nosotros. Nos superan en número. Y por ahora parecen estar ganando. Son ellos: la gente de mierda. Qué puedo decir. Existen. Existen y son legión. Un ejercito de hijos de mil putas desfilando alegres por las calles de nuestra ciudad. Colándose en las filas, criticando la tierra que les da de comer o sencillamente sentados al lado en nuestra oficina. A veces los tenemos como amigos. Otras llegamos incluso a contraer matrimonio con ellos. Todo un tema este el de los hijos de puta. Y sin embargo pocos se han preguntado acerca de su origen. ¿De que están hechos los hijos de puta? Supongo que eso se debe a que en el fondo nadie quiere conocerse tanto. Pues todos, antes o después, terminamos siendo unos malditos cabrones con algún otro, es inevitable. Así es que ese es justamente el origen de la gente de mierda. Pues resulta que el fenómeno de la "hijaputez" se forma a través de una espiral de negación. Trataré de explicar esto de manera más sencilla. Veamos, resulta que actuar como un hijo de puta duele, siempre. Queramos verlo o no, algo en el cuerpo se estremece. Como si una parte de nuestra inocencia muriera a través ciertas acciones. De este modo, terminamos siendo los asesinos del niño que llevamos por dentro. Un niño ardiendo en llanto al que no deseamos escuchar. Que enterramos bien profundo en un cofre dentro de otro cofre cerrado bajo mil llaves. Silenciando así la verdadera naturaleza de nuestro corazón. Una naturaleza herida y contaminada por el veneno de los propios errores. Generamos de tal forma una sordera emocional. Un alejamiento de los afectos que nos permite vivir angustiados pero lejos de cualquier conciencia de dolor. Claro que este alejamiento no es sencillo. Escapar de uno mismo requiere de mucho trabajo. No hay droga en este mundo que anestesie completamente el remordimiento. La única huida posible es por tanto hacia adelante. Aumentando la apuesta. Volviéndonos cada vez más inhumanos. Es decir, más hijos de puta.

Decía al principio que la gente de mierda existe. Que nos rodeaba y todo eso. Pero lo cierto es que ese no es el auténtico problema. Ninguno de esos parásitos andantes nos hará jamás ni una décima parte del daño que se inflingen a si mismos. No. Su único poder radica en hacernos creer que tienen poder sobre nosotros. Nada más. Porque la verdad es que el peligro es otro. Lo aterrador, lo angustiante, es mirarnos al espejo y descubrir que los hijos de puta, los cabrones, la gente de mierda... somos nosotros.

Y ese es un miedo que tarde o temprano todos debemos enfrentar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 16 de febrero de 2012

La economía ha muerto.

Soy psicólogo. Con eso quiero decir que hace algunos años fui a una facultad, y que tras estudiar un poco, me dieron un título que decía "licenciado en psicología". Ahí lo tengo, guardado en un cajón. Supongo que eso me hace psicólogo. Porque si en el cajón hubiera un título que dijera, por ejemplo "economista", sería economista. Pero no, el papel adentro del cajón no dice "economista", dice "psicólogo". Entonces soy psicólogo. Lo dice un papel. Un papel guardado adentro de un cajón.

Las humanidades son hoy una maltrecha torre de babel.
Curiosas las humanidades. Siempre me fascinó la manera en la que estas se encuentran delimitadas. Tan extrañas y contradictorias. Y es que si me pongo a pensar, considero que mi trabajo consiste en una suerte de filosofía aplicada. Mezcla de reflexión filosófica, ciencia y práctica cotidiana. Mas sin embargo no soy considerado un filósofo, ni un científico, y ni mucho menos una persona práctica. Pues ya se sabe, los psicólogos no somos conocidos por ser gente práctica. Quizá este sea el gran problema de las humanidades. No el hecho de que los psicólogos no seamos considerados tipos prácticos, sino el que las ciencias humanas estén delimitadas de maneras tan arbitrarias. Absurdas, torpes y antiestéticas. Tanto que llama la atención. ¿Será esto intencional? Y si lo es, ¿Intencional a los intereses de quién? No lo sé. Seguro del todo no me encuentro. Aunque mirándolo bien, si hablamos de intereses capaces de lisiar al saber humano entendido como totalidad, estaríamos hablando de intereses poderosos. En otras palabras estaríamos hablando del poder. O mejor dicho, de su cara más oscura, esa a la que yo gusto de llamar control.

Un control que hoy es claramente ejercido desde la economía. Pues no existe verdad científica de mayor peso que la mal llamada verdad económica. Tanto que la democracia, que para muchos fue la gran conquista de las humanidades, queda ensombrecida frente a ésta. Así, pueblos enteros someten su destino a la diosa economía. Sacrificando su dignidad ante la fría mirada de sus sacerdotes. Monjes negros conocidos popularmente como economistas. Predicadores del ajuste. Profetas de crisis por ellos mismos creadas. Gurues de la miseria. Dueños de un título. De un título que dice "economista" y que para nuestra desgracia, rara vez guardan adentro de un cajón.

Los economistas actúan a sueldo de los intereses
de los más poderosos.
Y es que ningún filósofo, psicólogo, historiador, ni siquiera un psiquiatra, se verá sometido a las tentaciones monetarias a las que se ve sometido un economista. ¿Para quién trabajan las "buisness school" de todo el mundo? ¿Para el conocimiento? En absoluto. Lo hacen para el mejor postor. Y ese postor no somos nosotros.

Muchos deducirán que tengo un mal concepto de los economistas. Pero lo cierto es que mi concepto de ellos no es malo, es simplemente nulo. No creo en su existencia. Que sentido tiene hacerlo si descreo de la economía misma. Si lo que pongo en duda es su validez como disciplina.

Por eso es que digo que la economía ha muerto.

Lo digo porque su valor es absolutamente desmedido en relación con el peso argumentativo de aquello que afirma. Porque sus supuestas investigaciones se basan en teorías teorizadas por sujetos a sueldo del poder. Porque vende objetividad allí donde solo hay opinión. Porque presume de ciencia dura cuando su discurso carece de paradigma unificado. Porque su autonomía respecto con el resto del saber humano solo sirve para deshumanizar su supuesto saber. Porque naturaliza lo antinatural. Y porque finalmente de eso se trata, es decir, de naturalizar lo antinatural mediante la deshumanización de lo humano.

Corren tiempos difíciles. Vivimos en un mundo esquizofrénico. Que dividido camina hacia una especialización vacía e ignorante. Hoy, más que nunca, necesitamos de miradas integradoras. Valientes. Que no le teman a ir más allá. Capaces de pensar por si mismas. Desafiantes con lo establecido y recelosas de la palabra "experto".

La economía ha muerto. Y si no ha muerto, tiene que morir. Su mirada sesgada de las humanidades la condena a ser herramienta de aquellos que nos controlan y condenan. La maza con la que aplastan tus sueños. La soga mercenaria que ahoga nuestra esperanza. Así es que la economía ha muerto. Y si no ha muerto, tiene que morir. 

Nos va la vida en ello.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas campo.



lunes, 13 de febrero de 2012

Moverse en la quietud.

¿Tejemos en silencio nuestro destino?
Para aprender ciertas cosas es necesario haberlas olvidado. Los cognitivos lo llaman memoria procedimental. Se refiere a aquellas actividades que ejecutamos sin pensar. Automáticas y de orden inconsciente. Caminar, manejar un auto o tocar bien la guitarra son algunos posibles ejemplos. Así, realizamos actos alejados de la consciencia. Series enteras de movimientos en los que no estamos pensando. Pequeños trances cotidianos. Dicen que esa es la manera en la que juegan los buenos equipos de fútbol. Donde tras mucho entrenamiento las jugadas salen sin necesidad de ser pensadas. Haciendo del equipo un sistema autónomo de las conciencias individuales de sus miembros. En el caso de un terapeuta, esta cualidad resulta imprescindible. Una cualidad que no puede ser directamente aprendida y que solo se adquiere mediante su olvido. Es decir, renunciando a la acción consciente de recordarla. Hacer sin hacer es por tanto moverse en la quietud. Un viaje interno de larga distancia. Como en aquella anécdota relatada por Richard Alpert sobre la época en la que experimentaba con sustancias. Donde contaba como en una de sus últimas conferencias antes de abandonar definitivamente su trabajo con drogas, una vetusta anciana, sentada en primera fila, asentía con la cabeza ante cada una de las delirantes visiones descritas por Alpert. Aquello lo enloquecía. ¿Qué sabía la anciana sobre las visiones de LSD? ¿Por qué asentía con tanta seguridad? Finalmente, terminada la charla, Alpert se acerco a la anciana y le pregunto si le había gustado la conferencia. Ella, con tono sobrio y elegante le respondió que jamás se había sentido tan comprendida por alguien. Alpert se quedó sorprendido. Le preguntó entonces como había llegado a probar el LSD. A lo que ella respondió con un tajante "jamás he probado LSD, simplemente me siento y comienzo a tejer".

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

Imagen: "Reyna de Huezo". No sé quien es, pero teje unas cosas más que inspiradoras.

viernes, 10 de febrero de 2012

Psicoterapia y jazz.


Mi maestro me hacía escuchar a Charlie Parker. En aquel entonces no me gustaba demasiado el jazz. Recuerdo como al principio me quedaba como atónito. Esperando en vano a que esos negros empezaran a cantar algo de una puta vez. Suponía además que lo de la música era uno de sus muchos juegos de tortura psíquica. Una treta para reírse de mi ignorancia. Se lo pasaba en grande conmigo. Pero lo cierto es que con el paso del tiempo aprendí algo sobre el tema. Incluso comenzó a gustarme. Y es que en el bebop, nombre dado al estilo creado por Charlie Parker, la melodía se va improvisando sobre la marcha. El resultado es una fotografía musical única. La manifestación más sublime del acto creativo. Todo ello a una velocidad endiablada. Que te agarra por las pelotas cuesta abajo y con patines mientras te arroja sobre una pendiente de noventa grados. Porque cualquier cosa es posible en el bebop. Nunca sabes a ciencia cierta hacia donde te llevará, o con que sorpresa te saldrá esta vez. Así es que al principio cuesta seguirla, es verdad. Hasta que llega un momento en el cual algo sucede en tu cabeza. Un click. Y el cuerpo entero comienza a latir a la misma velocidad. En ese instante, trance hipnótico entre lo efímero y lo eterno, algo muere y renace adentro de uno.

Supongo que por eso es que mi maestro me hacía escuchar a Charlie Parker.  Había algo en su música más allá de la evidente rapidez. Y eso era la base. Una base rítmica tan omnipresente como caótica, imprescindible como sostén de las improvisaciones. Algo así como una teoría lo suficientemente abierta. Capaz de desplegar de par en par las ventanas de lo impredecible.

Lo curioso es que, de alguna manera, uno siente que en el bebop ritmo y melodía caminan armónicamente separadas. Comunicándonos informaciones contradictorias. Paradojas que en sistémica conocemos por "doble vínculo". Esa maravillosa teoría que sirve tanto para explicar la esquizofrenia como el proceso de iluminación zen. Dobles mensajes dotados de una seductora cualidad hipnótica. La certeza de saber que lo infinito es pura incertidumbre.

Aquí va entonces un consejo a los que recién se inician en la psicoterapia o en cualquier otro arte. ¿Queréis ganar velocidad de respuesta?

Escuchad jazz.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.

lunes, 6 de febrero de 2012

Dolor, budismo, identidad y consumo.

El budismo apunta directamente al
problema del sufrimiento.
Dice el budismo que existen cuatro grandes verdades. La primera de ellas es que existe el sufrimiento. Por mi parte nada que objetar. Supongo que buda quería empezar con cosas básicas. La gente pierde el interés en seguida y en esto de las religiones lo mejor es no aburrir. Después, plantea que la causa de dicho sufrimiento viene de los deseos. Las siguientes dos verdades están dedicadas a que los futuros budistas acepten al budismo como camino a la solución del problema del sufrimiento. ¿Muy interesante no? Sobre todo si tenemos en cuenta que estos son los pasos necesarios para un exitoso tratamiento psicológico. Me refiero a aceptar que se sufre y al hecho de comprometerse con un camino hacia su solución. Siento un profundo respeto por el budismo. Sin embargo tengo la sensación de que este no es el único camino o tratamiento posible contra el sufrimiento. Tampoco creo que buda hubiera imaginado jamás la existencia de aviones, reggaeton o teléfonos móviles. Y mucho menos el efecto psíquico que estos han causado en nuestras mentes. Hoy somos abismalmente distintos a aquellos humanos a los que el buda sakyamuni predicaba. Cada vez más inteligentes y enfermos. La terapia budista quizá necesite por tanto de algunos retoques.

Y el primero de ellos bien podría ser el concepto de deseo. Reconozco que no sé si el problema está en el budismo o en la traducción que los occidentales hemos hecho de él. De hecho, Buda no hablaba justamente de deseo, usaba la palabra "tanha" que resulta ser (y ojalá me corrijan) una mezcla entre desear y aferrarse. Una suerte de control. En otros artículos plantee las diferencias entre querer y desear. Pues mientras que el deseo es un mensaje coherente que nuestros cuerpos nos envían para reequilibrarnos con el medio circundante, el "querer" es un intento consciente de forzar la realidad para que esta sea absolutamente ideal a los ojos de nuestras mentes. Hay una frase popular que dice "ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se te cumpla". Supongo que la frase hace referencia a esa clase de deseo al que yo llamo "quiero". Donde lo anhelado no emana de la vida, sino de una mente sesgada del cuerpo. Una mente que imagina ideales alejados del verdadero deseo y que termina cometiendo el pecado de querer sin desear.

Somos consumidos por aquello que creemos consumir.
Cualquiera diría entonces que el estado de conciencia "quiero" no tiene demasiado sentido, ¿Entonces por qué caemos en él? Supongo que porque en la inmediatez, este estado de conciencia o sistema de ideas tiene sus ventajas. Quizás la mayor de todas sea su capacidad para anestesiar el dolor. Pues durante un breve periodo de tiempo lo doloroso deja de existir frente la falsa promesa del ideal. Además, no olvidemos que la mente racional, sesgada de los afectos del cuerpo, resulta incapaz de concebir la realidad de los sentimientos. La consecuencia directa de esta negación de la realidad afectiva es la angustia. Ese remanente de emociones no reconocidas que terminan siendo experimentadas como un peso u ahogo constante. Una no vida. Que justamente nos lleva al segundo efecto secundario del estado de conciencia "quiero". Y es que existir es un sentimiento. Una vivencia del ser, truncada al quedar nuestras conciencias atrapadas por las vacías exigencias de la mente. Así terminamos huecos de sentido. Tratando de saciar nuestro agujero interno a base de materia. De objetos inertes que nos llenan sin completar. Cosas. Que atesoramos como fantasmas aferrados a un mundo que ya no les pertenece.  La miserable idolatría hacia un fabricante de teléfonos.  El consumismo hecho religión. Y la identidad, hecha consumo.

Hoy es cool reírse de las religiones. Seguramente el budismo no tendrá todas las respuestas al desafío que supone el mundo actual. Es posible que el cristianismo tampoco. Ya sé que todas ellas han cometido injusticias. También me doy cuenta de que en su ausencia se están cometiendo muchísimas más. La humanidad navega sobre aguas oscuras. Quien sabe. Puede que no siempre mirar para adelante sea sinónimo de avanzar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 2 de febrero de 2012

El conocimiento, el poder y la obsecuencia.

Algunos buscan el conocimiento, otros solo el poder.
Los segundos trepan, los primeros aprenden.
Hace cinco años Jorge Corsi era una estrella. Y su nombre sinónimo de ética, prestigio y erudición. Aún recuerdo aquellas entrevistas repletas de halagos. Los pomposos carteles anunciando sus ponencias. Y a los colegas de profesión presumiendo de su cercanía para con él.  A mí siempre me pareció un mediocre. Repleto de frases hechas y lugares comunes. Patentaba palabras, conceptos huecos con los que vender supuestas teorías. Todo en él me parecía una burbuja. En realidad sus ideas partían de una base simplista, moralista y maniquea. Culpaba a la cultura patriarcal del fenómeno de la violencia de género. Nada que no pudiera decir el frutero de la esquina. Sin embargo el era mucho más que un frutero, el era Jorge Corsi, y aunque los que trabajamos en esto, sabemos que la violencia de género es un fenómeno que trasciende a las cuestiones netamente culturales, la palabra de Corsi tenía un peso que él hacía valer sobre cualquier otra experiencia. Porque lo cierto es que, hablando de experiencia, el Licenciado carecía de ella. En realidad, sus hipótesis habían sido traídas en forma de fotocopias de un viaje que realizó a los EEUU tiempo atrás. A partir de aquello fue que logró armarse de poder desde la UBA. De tal forma que durante décadas, la palabra de Corsi fue considerada palabra sagrada. Criticar sus hipótesis era casi un suicidio profesional. En aquel entonces, llovían los obsecuentes y los lamebotas del mundo se agolpaban para decir "sí", que claro está, es lo único que los lamebotas saben decir. Así, el Licenciado Corsi saboreaba las mieles de aquel que está sentado en lo más alto de la cumbre intelectual..

Hasta que un día, la cumbre se le clavó bien hondo en el culo.

Las ratas abandonan el barco del poder.
Cuando llegaron las denuncias por abuso sexual infantil todos sentimos el terremoto. Nadie podría creerlo. Vienen a mi memoria los momentos de confusión entre sus discípulos. Que tras el impacto inicial, rápidamente se apresuraron a escapar del barco. Y es que ahora, denostado como está, esos mismos obsecuentes brillan por su ausencia. Conozco a muchos. Tienen algo en común: todos callan. Y lo hacen porque nunca se tomaron más de dos minutos para pensar sus ideas. Solo les interesaba el poder que le rodeaba. Los malditos contactos laborales o esa patética línea extra en el currículum. En fin, digamos entonces que Jorge Corsi, hoy condenado por pederastia, es un buen ejemplo de como lo que la mayoría de las personas buscan en esta mi profesión es el poder y no el conocimiento.

Como alguna vez sugirió Bordieu, no es tan importante que muestras, o el valor de aquello que argumentas, sino desde donde lo haces. Cuanto poder tiene el lugar en el que estás sentado. Cuando Focault dice que la verdad es poder, lo que nos está diciendo es que el poder es la auténtica verdad. O al menos así lo es para muchos. Y si algún mérito ha tenido este buen señor, es que siempre supo muy bien cuidar de su poder.

Jorge Corsi ya no existe más. Y los obsecuentes, ahora huérfanos, buscarán a otro. Cualquiera. No importa demasiado si lo que dice es válido o no. Conocimiento no es lo que buscan.

Nunca lo será.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.