martes, 28 de junio de 2011

Dios, el capitalismo y los sacrificios humanos.

Las reglas de comunicación interna y externa de una
célula son análogas a toda organización.
Esto nos incluye a los humanos.
El mercado es un sistema. ¿Qué son y cómo actúan los sistemas? Es sencillo de explicar: los sistemas son organizaciones de eventos que actúan con las mismas reglas que las entidades vivas. Es decir que funcionan como células. Así es que un cuerpo humano, una iglesia o una empresa, serían organizaciones análogas a todo lo vivo. Distintos elementos organizados unidos bajo la finalidad de existir como conjunto. De esta forma, podemos decir que estamos rodeados de sistemas. Que un cuerpo es un sistema. Que una familia lo es. Que las patologías psicológicas son sistemas. Y que por tanto el mercado es también un sistema.

Un sistema independizado de sus creadores. Como en el caso de los hermanos que, compartiendo las cenas familiares, repiten aquellas discusiones y peleas de su infancia ya siendo adultos entrados en canas. Esto se debe que el sistema familiar puede ser en ocasiones más fuerte que la voluntad de sus miembros individuales, condicionando así su libertad de acción. Pues esto mismo sucede con el mercado. Que hoy, cada vez requiere de menos "dueños" para funcionar. En estos días, solo los perturbados seguidores de las teorías conspiratorias consideran que esto lo manejan un grupo concreto de seres malignos. No digo que no haya gente de mierda en la cúpulas del poder, pero cada vez está más claro que esas personas son solo piezas privilegiadas de algo mucho más abarcador. Como bien plantea Deleuze, el dinero fluye como un cuerpo sin órganos compuesto por átomos, moléculas de información. De tal forma que los seres humanos de este planeta nos vemos sometidos por un sistema patológico "viviente", al que algunos conocen como "el sistema" o el "libre mercado".

Un sistema enfermo que, como todo sistema, sano o insano, necesita alimentarse para poder seguir existiendo. Y es aquí donde viene una pregunta complicada: ¿De que se alimenta un sistema sin cuerpo? Supongo que la respuesta se puede encontrar en los filósofos Hegel y Sartre. No me quiero extender mucho, pero da la sensación de que los sistemas insanos, desde una simple neurosis hasta el todopoderoso capitalismo postmoderno, necesitan de nuestra atención. Es decir, necesitan ser mirados para existir. Al igual que una persona con ataques de pánico que termina su proceso terapeútico cuando "se olvida" de aquellos ataques. Una patología ésta que, como muchas otras, se retroalimenta con nuestros pensamientos.

El libre mercado.
Una plaga extendida por nuestro mundo.
Un virus que se alimenta de nuestra necesidad de consumir.
Existe a través del poder que nosotros le otorgamos
Un falso dios.  
Estas líneas cobran mayor importancia que nunca si tenemos en cuenta que este sistema ha alcanzado un rango de poder superior al de los modernos estados, que se ven cada vez en mayores aprietos a la hora de mantener su autonomía frente a esta patología psicológica global. Enfermedad organizada e inteligente que, de la misma forma que algunos virus informáticos, tiene un archivo de su programación en cada uno de nosotros. Y es que en estos tiempos que corren, el capitalismo somos todos. No conozco a nadie que hoy no tenga incorporado en su ser alguna parte de este sistema, virus o enfermedad. Una enfermedad que como ya dijimos se alimenta cada vez más de nuestra atención, y sobre todo del poder que le damos a través de la citada atención.

Y justamente sobre eso trata toda esta historia: sobre poder. O dicho de una manera más precisa sobre esa perversión antinatural del naturalmente sano concepto de poder a la que en este blog llamamos control (recomiendo leer poder, control, y trascendencia para entender esto con mayor claridad). Pues un sistema cada vez más grande necesita comer cada vez más, y más, y más, y más.. así hasta el infinito en una espiral de inagotable voracidad. Ya que como bien saben los adictos, el deseo de control despierta un hambre que jamás es saciada en su totalidad. Estamos entonces frente a una supra-entidad, un dios mercado que, en palabras de sus deplorables voceros mediáticos, se enoja, se entusiasma o desconfía. Un dios por tanto dotado de inhumanas emociones. Que pide, que necesita, que anhela y que exige cada vez mayores sacrificios en su nombre. Sacrificios humanos a los que los economistas lacayos llaman con el eufemismo de "reformas", "recortes" o "ajustes". Y que por supuesto, jamás serán suficientes.

Son Gandhi comparados con el banco mundial.
¿Bastarán entonces los sacrificios de griegos y españoles para que el dios no se enoje? ¿Para que este vuelva a recuperar la confianza en aquellos países? La respuesta es tan angustiante como sencilla: No, jamás.

Recuerdo que una vez salí con una chica que siempre se mostraba insatisfecha. Para ella, nunca era lo suficientemente atento, elegante, exitoso económicamente, o simplemente confiable. O cualquier otra cosa que se os ocurra. El caso es que siempre faltaba algo. Obviamente terminé mandándola a la mierda. Pude hacerlo cuando descubrí que mis permanentes intentos por demostrarle mi sincero afecto solo servían para darle cada vez más poder sobre mí. Que solo valían para nombrarla juez de la relación. Se había creado un contexto, una cancha, donde en vez de haber dos jugadores, yo corría tras la pelota y ella era el jodido árbitro.

En ese caso, ¿Que pueden hacer Grecia y España para salir de la esclavitud del falso Dios mercado?

Lo mismo que hice yo con aquella chica:

Dejar de jugar.

Dejar de adorar al falso dios.

Y sobre todo mirar hacia el sur, porque en él encontrarán su norte.

Que es mi norte.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.

domingo, 26 de junio de 2011

La libertad.

Hay ocasiones en las que la razón queda en segundo
plano frente a las razones del corazón.
El Sábado discutía con un amigo. Estábamos hablando sobre Cuba. En esta vida hay tres o cuatro grandes temas que dividen aguas, de esos que encienden pasiones, que desnudan en esencia aquello que somos. Cuba es sin duda uno de ellos. Por un lado, están aquellos que ponen el énfasis en la justicia social, por el otro, los que se centran en la incapacidad para prosperar económicamente dentro del sistema cubano, añadiendo a esta crítica otra referida a las restricciones que su sistema político ejerce sobre las libertades de sus individuos.

El problema de la imposibilidad de progresar económicamente queda descartado cuando comparas la economía cubana (entendiendo economía como la organización de las relaciones comerciales de un estado al servicio del bienestar de su pueblo), con la de los países similares de la región: Honduras, Panamá, Guatemala, Haití, Salvador etc. naciones empobrecidas y condenadas a la más absoluta de las miserias. Todo bien con el progreso, estoy a favor. Seguro que hay muchos narcotraficantes, tratantes de personas y corporaciones extranjeras (United Fruit Company resulta un buen ejemplo) felices con las posibilidades que estos países brindan a sus mercados. ¿Pero sabéis que? No me interesa el bienestar de las corporaciones. Sé que soy duro, pero tenía que decirlo.

No existe verdad más deshonesta que
la verdad impuesta.
Una vez descartado el asunto del progreso económico, nos queda el debate sobre la libertad. Y de eso es de lo que voy a hablar realmente. Porque la verdad, no me considero quien para hablar ni en contra ni a favor de Cuba. Ni de ningún país. Al menos no de manera categórica. A veces pienso que los occidentales hemos tomado la mala costumbre de erigirnos en jueces morales de cuanto estado soberano se nos cruce. Dictando alegremente sentencias, generalmente de muerte, sobre aquellos que viven y piensan diferente. Interrumpiendo el natural desarrollo de sus procesos internos. Dejando a sus pueblos una casi incurable sensación de sometimiento y amargura.

Además, el tema Cubano pasa hoy más por sentimientos profundamente íntimos que habitan en todos nosotros, que por la validez o no de cada argumento. Y es que al final en temas así, lo que se termina desnudando como dije anteriormente es la dirección hacia la que mira el corazón de cada uno. Y a eso, amigos míos, no hay argumento, lógica o razonamiento que lo pueda modificar.

Hablemos entonces sobre la libertad. Sin embargo, poder hacerlo con algo de seriedad, requiere plantearlo aclarando primero cual es nuestra epistemología de referencia. En otras palabras, hay que explicar que entendemos por la palabra libertad. Para ello, habría que hacer dos distinciones o dimensiones: Por un lado, la libertad entendida como acceso a un mayor o menor número de posibilidades, y por el otro, la libertad entendida como la capacidad que un ser humano posee para de ejercer dichas posibilidades.


La restricción de posibilidades en términos subjetivos:

En términos subjetivos, la restricción de posibilidades puede ser psicológicamente conveniente, al menos en las primeras etapas del desarrollo de un niño. Pensemos si no en los infantes de hoy, criados con cada vez menos límites, en un mundo donde las opciones de consumo aumentan cada día más y, la palabra "no", pierde seguidores minuto a minuto. Hablé en otros trabajos ("Mente omnipotencia y mente sesgada") sobre como nuestras mentes se habían con el paso de los siglos separado de nuestros afectos, de nuestros cuerpos. En términos filosóficos y quizá, quien sabe, en términos funcionales a nivel neural (de eso que se encarguen los investigadores, yo no tengo tiempo), esa "mente sesgada" que todo lo puede pensar se percibe a si misma como omnipotente.

La soberbia: El resultado de cargar
sobre un niño un número de posibilidades
que su cuerpo aún no puede sostener.
Es así como resulta cada vez más común encontrarnos con niños y adultos de poca o nula tolerancia a límite alguno. Estamos frente a una nueva clase de sociedad donde los propios sentimientos son considerados una molestia, un obstáculo para aquellos planes que ya habíamos pensado. Recuerdo como una amiga a la que guardo un enorme respeto se horrorizaba ante el descubrimiento de una píldora para eliminar la menstruación. Se quejaba sobre todo de la perspectiva del artículo, que anunciaba alegremente las posibilidades que esta herramienta tendría para la inserción de la mujer en el mercado laboral. Y digo yo... ¿Cual es el límite? ¿Tan malo es nuestro cuerpo que le hemos declarado la guerra? No se. Supongo que a nuestra mente sesgada y omnipotente no le gustan los límites. Y el cuerpo, resulta el gran limitante para una cabeza que todo lo imagina ya y lo quiere ya. ¡Y que mejor noticia para un sistema libremercadista que unos psiquismos que no toleran la espera! No hay mejor consumidor que el consumidor impaciente.



La restricción de posibilidades en términos objetivos.

En términos objetivos o legales, a la restricción de posibilidades le hemos dado otro nombre: Justicia. Veamos, cuando las posibilidades de acceso a la educación de una persona están objetivamente restringidas, además de encontrarnos ante una gran cagada, estamos claramente frente a una injusticia. Lo mismo podemos decir de las restricciones a nivel económico o a nivel de acceso al voto. Como veis, cada estado tiene sus restricciones. Estados unidos o Colombia tienen unas, Cuba o China otras. De modo que el debate sobre la ética implícita en cada restricción es clave frente a las distintas formas de comprender el concepto de justicia. Que cada uno se haga al respecto sus propias preguntas. A mi se me ocurren varias como: ¿Es más justo un sistema que brinda mayores posibilidades de consumo que aquel que tiene un mejor acceso a la educación? ¿Es justa la pobreza? ¿Basta con el derecho al voto para conseguir una sociedad más justa? Y muchas más...

Pero no quiero aburrir.


La capacidad para el ejercicio de la libertad.

La capacidad para el ejercicio de la libertad hace referencia a nuestro valor. A cuan dispuestos nos encontramos para asumir el reto que la responsabilidad y el dolor de la libertad suponen. Pues no olvidemos que ser libre es elegir. Que ello implica descartar toda una serie de posibilidades para quedarnos solamente con una. Es decir que elegir es perder, y que perder, duele. A veces demasiado, bien lo sé. De esta forma, la clave para el adecuado ejercicio de la libertad se encuentra en nuestra fortaleza para asumir el dolor. Un concepto, el del dolor, que es permanentemente negado por una industria económica, que cual diabólico pacto, nos ofrece mil y una alternativas para evadirnos de él. Sin embargo, el precio a pagar por tal anestesia afectiva no es precisamente económico, el dinero es una distracción, una inteligente manera de desviar la atención sobre el verdadero pago: nuestra libertad. Algo que en términos Kantianos, no es otra cosa que el alma.

El alma: la última frontera.
Y es por ello que en estos tiempos que corren, la batalla por la libertad, ha dejado de ser solamente una analogía política sobre las diferentes maneras de entender el concepto de justicia. Hoy, los pueblos, nos estamos jugando algo más que dinero, reformas políticas o derechos civiles. Hoy, nuestros viejos adversarios se tornan hermanos frente a esta nada banal, cosificadora, light e inhumana que nos invade. Hoy, peleamos por aquello que es lo más íntimo de nuestro ser, por salir adelante desde la dignidad, en agónica defensa de la última frontera. Hoy, luchamos por la libertad, por la esperanza del corazón, por la alegría. Hoy luchamos desde el alma y por el alma.

Pues solo así, existirá algo a lo que algún día poder llamar mañana.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 15 de junio de 2011

El sueño en terapia.

Quiero escribir sobre los sueños. Pero no precisamente cualquier mierda. Supongo que es por eso que me he demorado tanto. La verdad, cosas tenía para decir, pero jamás sentí que ninguna de ellas fuera especialmente original. Y lo cierto es que sobre este tema se han redactado los que quizás hayan sido los pasajes más apasionantes en la historia de la psicología . Así que "no da" para meterme soltando cualquier obviedad.

Cazar un sueño es aprender algo acerca de él.
En este caso, hemos tratado de aprender
algo sobre su funcionamiento.
De esta forma, tratando de pensar mis pensamientos, intentando encontrar en ellos alguno que estuviera mínimamente a la altura; creo haber dado con algo. ¿Cómo? La respuesta es tan sencilla como elegante: Soñando. Y es que anoche me encontré soñando con mi maestro. Era una de nuestras clases particulares, de esas en las que repasábamos los casos vistos en el hospital mientras los integrábamos con las distintas lecturas. Recuerdo como en el sueño le explicaba una teoría, una teoría sobre los sueños y él, como siempre hacía con aquello que le proponía, se burlaba de mí. Sin embargo, en este sueño al contrario que en la realidad, donde siempre me callaba y asentía con dolida humildad, me puse en pié y lo mande a la "re-puta-madre-que-lo-re-contra-mil-puta-parió". No sabéis la satisfacción que sentí al despertar. Inigualable. Una auténtica liberación. Lo cierto es que el sueño se basó en un suceso real de mi formación. La teoría sobre los sueños estaba, de hecho alguna vez me había servido de ella para intervenciones que resultaron bastante exitosas. No obstante, hasta aquella vivencia violento-onírica por así decirlo, jamás había tomado mi hipótesis como algo verdaderamente significativo. Hoy, volviendo sobre mis pasos, repasando aquel esquema teórico con el que soñé, comprendo que la respuesta estuvo todo este tiempo frente a mis ojos. Reprimida pero viva. Paciente. Esperado su momento como un cazador frente a su presa.

Los sueños siempre nos dan a los
terapeutas exactamente lo que buscamos.
¿Que ocultan tras tanta generosidad?
Mi hipótesis trataba sobre el análisis del sueño de los pacientes durante los procesos terapeúticos. Todo surgió cuando me formaba. Me sorprendía al ver como los distintos autores con los que me iba encontrando, algunos pertenecientes a formas de entender la terapia diamentralmente distintas, se encontraban con sueños que "confirmaban" sus diversas teorías. Aquello, la verdad, me hacía sospechar de la veracidad de sus relatos. Seguro que algo de engaño o sesgo había, al fin y al cabo los psicólogos y psiquiatras somos tristemente conocidos por el tamaño de nuestros egos y, se sabe, los egos mienten tanto como las putas o los dueños de los diarios. Sin embargo, esa no podía ser la única respuesta. Muchos de aquellos autores eran personas de reputada honestidad. Recuerdo como mis inquietudes llegaron a su punto máximo cuando leí "técnicas de terapia familiar", una recopilación de transcripciones de intervenciones familiares desde una óptica sistémica. En aquel texto, el mítico Don D. Jackson confesaba su sorpresa ante el significativo número de pacientes esquizofrénicos que relataban su vivencia personal utilizando criterios técnicos inventados por él. Términos que jamás había compartido con sus pacientes. Aquella honesta confesión me hizo replantear cuanto de este proceso se podía repetir en el sueño. Desde la óptica sistémico cibernética sabemos bien que las partes no conscientes de dos sistemas, al interactuar entre sí, forman de hecho un único sistema autorregulado que actúa como canal de comunicación. Trataré ahora de decirlo en palabras más claras: Los inconscientes se comunican entre sí. Se dicen cosas. ¿Pero que cosas? ¿Para que?

El uso de la contra transferencia consiste
en fijar una atención permanente sobre
nuestros sentimientos, para después filtrar
aquellos que han sido provocados por
nuestros pacientes.
Antes de profundizar en el significado de tales preguntas, quisiera aclarar algunas cuestiones sobre estos fenómenos de comunicación no consciente. Y para ello nada mejor que el psicoanálisis, el buen psicoanálisis claro está. A través de él es que conocemos eso que ellos llaman fenómenos transferenciales y contra-transferenciales. Que no son ni más ni menos que el análisis de aquello que le sucede al paciente en su interacción con el terapeuta y viceversa. Muchos terapeutas sistémicos hemos aprendido a utilizar la contra-transferencia como herramienta de comprensión de las vivencias de nuestros pacientes. ¿Como? Estando permanentemente atentos, cual monje zen, a todos los afectos que se nos cruzan en el encuentro con la otra persona. Con el tiempo transformamos esa atención en costumbre. Una vez separados los afectos propios de aquellos provocados por la persona que tenemos enfrente, echamos mano de las diferentes teorías para interpretar los posibles significados de dichas intuiciones. De esta forma, la contratransferencia o los llamados mensajes de nuestro cuerpo, actúan como llaves que abren las puertas de las informaciones de nuestras áreas no conscientes. Aclaro finalmente que bajo mi terminología personal, cuerpo e inconsciente freudiano abarcan prácticamente la misma cosa.

Ahora bien, conectarnos con nuestro cuerpo es conectarnos con un sistema organizado que funciona bajo leyes sistémicas. Reglas invisibles que son inmanentes a todo lo vivo. Estas normas de carácter intangible funcionan de manera estética. Son pura metáfora, vida y belleza. De este modo, el inconsciente no se comunicará mediante mensajes directos sino a través de analogías. Y esto último, es absolutamente vital si queremos entender los sueños.


Los psicólogos somos tan arrogantes,
que nos creemos los inventores de
ese proceso milenario al que
ahora llamamos terapia.

O mejor dicho, los sueños en terapia. Es decir, ese espacio donde dos o más personas se comprometen a resolver aquellos conflictos pasados que aún duelen en el presente. Que nos encierran en un círculo de repeticiones. En una cárcel de sufrimiento para nuestro psiquismo, que en su etimología griega no significa otra cosa que alma. Así, teniendo en cuenta lo dicho, les invito a que pensemos un poco: ¿Desde cuando existe la terapia? Es decir. ¿Desde cuando el hombre se ha dedicado a tratar el sufrimiento del alma? La respuesta nos retrotrae hasta la mismísima noche de los tiempos. Y es que el proceso terapéutico es una función más dentro de nuestras características como especie. Algo inherente a nuestra naturaleza social y existencial. Es tan absurdo tratar de entender al proceso terapéutico sin el hombre como al hombre sin proceso terapéutico.

Por todo esto es que afirmo en base a mi experiencia profesional que los sueños no son ajenos al proceso terapéutico. Que el inconsciente del paciente es capaz de leer mediante comunicación-analógica-no consciente al inconsciente del terapeuta y, de esta forma, enviar un sueño que sea coherente con la epistemología de referencia del profesional. Es decir, que el inconsciente del paciente le envía al terapeuta un sueño que esté último es capaz de entender.

Me preguntaba antes que cosas se comunicaban los inconscientes de paciente y terapeuta en el contexto llamado terapia. Creo que una de las cosas más importantes que intercambian son las respectivas epistemologías. Las particulares miradas. Esos anteojos con los que cada cual percibe su universo. De esta forma es que el inconsciente del paciente enviará el mensaje en el idioma que el terapeuta pueda descifrar.

Sin embargo, este proceso natural atraviesa hoy algunas dificultades.

No podremos contactar con el inconsciente
sin una coherencia teórica interna.
Más allá de su calidad.
La primera es que no todos los modelos psicológicos admiten la interpretación de los sueños como técnica válida. Esto no es casualidad, realmente la psiquiatría está cada vez más cosificada y dominada por las corporaciones farmacéuticas. La investigación también. Y a estas "corpos", las vivencias oníricas parece que le chupan tres o cuatro huevos. Supongo que no deben de facturar tanto como con el rivotril. Que pena que soñar sea gratis. En segundo lugar, nos encontramos con terapeutas cada vez más ineficientes en su trabajo. Personas mal formadas que adquirieron un título pero que no le pudieron dar a este una solidez profesional. ¿Como podrá leer el inconsciente de nuestro paciente un modelo coherente mediante el cual comunicarse con nosotros si resulta que carecemos de él?

Así es que al final, después de tantos años de criticar a los lacanianos, he de reconocerles algo positivo. Al menos a aquellos más ortodoxos: Su cuidada coherencia interna.

Esto hace que en las adecuadas manos pueda resultar un modelo curativo.

Más allá de que esta coherencia sea una coherencia de porquería.

Escribiendo desde el sur del sur.

Feliz de saber que, a pesar de los psicólogos, la salud siempre persevera en la búsqueda de su camino.

Lic. Unai Rivas Campo.

viernes, 10 de junio de 2011

Los lacanianos: ¿Una estafa piramidal?

Primero van a la UBA (Universidad de Buenos Aires) durante, con mucha suerte, seis años para aprender todo sobre la lacanidad. Ya por aquella época les explican lo necesario que resulta para el buen ejercicio profesional comenzar pronto con el propio análisis. De esta forma, para cuando pasado más de un lustro, logran terminar la carrera de psicología, los jóvenes lacanianos ya tienen cerca de una década de análisis en su haber. Sin embargo, a pesar de tan impresionante formación, nuestros queridos lacanianos se muestran inútiles en el ejercicio de su rol como terapeutas. En otras palabras, los pobres se dan cuenta de que no pueden curar ni la gripe. Ahí es cuando les explican nuevamente dos cosas: Que tienen que profundizar con su análisis y, seguir haciendo cursos. Profundizar el análisis implica subir de categoría dentro de los diferentes peldaños de la pirámide. Ya no puede ser un analista cualquiera. El lacaniano debe ahora sumergirse en los caminos del lenguaje junto con un "analista de analistas". Obviamente, cada A.A. tiene su categoría dentro de la pirámide junto con su respectivo caché. Los cursos y seminarios suelen ser encarados con profunda ilusión. Y es que los lacanianos, criaturas inocentes que son, nunca pierden la esperanza de llegar algún día a entender de que mierda trata todo esto de la lacanidad. Esperanza que por cierto jamás se cumplirá. No obstante, curso tras curso, análisis tras análisis, los lacanianos van subiendo escalafones dentro de la lacaniosa pirámide. Ascendiendo hasta llegar a lograr una pequeña agenda de pacientes, mezcla de jóvenes aspirantes a lacanianos con algunos cuantos pequeño-burgueses. Al fin comienzan a facturar. Es ahí donde el lacaniano, que ya avista de cerca el techo de la sagrada pirámide descubre la gran verdad. El secreto que la corporación lacaniana ha ocultado al mundo durante décadas: Que todo el modelo lacaniano no es más que una serie de incongruencias inútiles, incomprensibles e inconexas. Patrañas ocultas bajo el manto de una densa apariencia de complejidad. Al final, todo fue una mentira. Triste es para todo lacaniano este momento. Tanto que mis lágrimas brotan con tan solo pensarlo. Ahora, tras décadas de su vida perdidas en cursos inútiles y analistas afásicos. Después de toda esa fortuna económica invertida, el lacaniano maduro se da cuenta de su error. Pero ya es demasiado tarde. No puede volver atrás. Está demasiado arriba. Saltar desde tan alto supondría la muerte. Y es así como al viejo lacaniano solo le queda una opción. La de ejercer su poder sentado en su trono. Ubicado en lo más alto de su santísima cárcel.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 9 de junio de 2011

El adversario y el enemigo.

Cuando nos enfrentamos retoricamente con alguien. Es imperativo saber ante todo en que territorio o contexto comunicacional estamos enclavados. Pues, como muy sabiamente sugiere el "Arte de la guerra", saldrá vencedor aquel que domine y conozca las peculiaridades de la batalla. Estas peculiaridades pueden ser muchas, pero de entre todas ellas destaca una como la más importante: Saber si nuestro oponente es un adversario o un enemigo.

No existe mejor maestro que el adversario.
No existe mejor universidad que la del sano conflicto.
Empecemos por el adversario. La palabra adversario proviene de las palabras latinas "Ad" que significa "movimiento", y "Vers", que viene a significar algo así como "darse vuelta". Vemos como ya desde su etimología la palabra denota movilidad e inquietud pero nada de maldad. Los adversarios son seres maravillosos. Cada día más difíciles de encontrar. Tanto que seguramente muchos de vosotros no sepáis aún del todo que coño es un adversario o cuales son sus diferencias respecto del enemigo. O puede que sí, que se yo. A mí al menos diferenciarlos me costó. El caso es que un adversario, para los que no lo sepan, al contrario de aquel al que llamamos enemigo, siempre anhelará sobre todos los demás intereses la derrota. Ya que solo en ella podrá desprenderse de sus viejos y equivocados puntos de vista para así crecer a través de los nuevos. Aunque claro, tampoco todos los adversarios son iguales. Algunos, los más parsimoniosos, se rinden demasiado deprisa. Asumiendo sin el análisis suficiente los argumentos dados. Cayendo en un triste y patético autoengaño. Así, muchos de ellos pronto dejan de ser adversarios para convertirse en seguidores de alguien a quien, en su torpeza, ubican como único poseedor de la verdad. De esta forma pasan a ser fanáticos. Pero claro, no todos los adversarios son iguales. Algunos pocos logran trascender sobre las trampas de la letra pacata y la retórica fácil. Superando los obstáculos del miedo y de la obsecuencia. Atravesando la línea que divide lo mediocre de lo genial. Esos adversarios verdaderos, que como los grandes equipos del fútbol jamás te regalan un tanto, son aquellos a los que Don Juan llamaba los adversarios que merecen la pena. Cuidarlos como tesoros es nuestro deber. Pues no existe amigo más valioso, ni maestro más exigente que aquel que por sus peculiares características, que combinan brillantez con humildad, nos enseña con cada estocada. Haciendo música a través los golpes que nos asesta.

Victoria o derrota: La oscura lógica del enemigo.
Los enemigos son diferentes. Ellos no quieren aprender, ni crecer, ni nada que remotamente se le parezca a lo más arriba escrito. Solo desean una cosa: Ganar. Todo lo demás será ignorado. O a lo sumo usado para los propios fines. Dejando de lado toda búsqueda del saber. Transformando al lenguaje en un arma arrojadiza. Despojando a este de su natural capacidad simbólica.

Pero el mayor problema aparece cuando intentamos encontrarle un sentido a la necesidad humana pasar del conflicto a la guerra. Para ello creo que es necesario entender que el conflicto, de cualquier índole, es una de las formas de vínculo que mayor tensión causa a nuestro sistema, y que por su propia definición, implica un choque. Algo que en términos vivenciales no significa otra cosa que dolor. Y que mejor manera de evitar el dolor provocado que transformando el conflicto en "enemistad", es decir en odio o en guerra. Donde el prójimo queda negado como sujeto, cosificado y despojado de su condición de persona.

Una vez desubjetivizado el otro, se hace posible ejercer la crueldad sin sufrimiento aparente. Aunque solo aparente, por que negar al otro no es precisamente gratis. Y es que al oscurecer la humanidad en él , inevitablemente nos oscurecemos a nosotros mismos. Entrando en una viciada espiral de crueldad, dolor por la crueldad ejercida y, negación de todo afecto o sentimiento anterior. De tal manera que con el tiempo la "enemistad", el odio, o como lo queramos llamar; se transforma en una pesada mochila cada vez más difícil de dejar. Sobre todo si tenemos en cuenta que, para poder dejarla, antes tendremos que abrirla. Es por cierto notable como esta espiral dialéctica que claramente podemos encontrar en las carreras armamentísticas de los países, o en los gritos e insultos entre los aficionados de equipos rivales; se asemeja tanto analogicamente al fenómeno de la adicción. Tema sobre el que seguro escribiré más adelante.

Nos queda entonces una última cuestión para abordar. Las diferentes posiciones estratégicas ante uno y otro. Supongo que con el tiempo y las canas uno va aprendiendo, a base de quemaduras y cicatrices, de que ningún sentido tiene debatir honestamente con aquel que se comunica mediante la lógica del enemigo. ¿Que nos queda entonces? Dos opciones: Destruir o no jugar.

Si juegas al juego del odio
corres peligro de transformarte en odio.
La destrucción del enemigo debe de ser certera y responsable. Certera porque deberemos atacar de la manera más sutil y contundente sus puntos más débiles. Burlándonos de ellos desde un mesurado desprecio. Con el solo objetivo de enojarlo para después retirarnos entre horrorizados y sonrientes frente a su "desproporcionada reacción". Vale, ya sé que esto que digo suena bastante desagradable e inmoral. Por eso también es que para el adecuado uso de tal técnica se hace necesaria la responsabilidad frente a los propios actos. La responsabilidad no es otra cosa que el famoso y popular "hacerse cargo". Es decir, el aceptar las dolorosas consecuencias emocionales de nuestro cruel accionar. Esta aceptación responsable se transfroma en algo vital sobre todo si no queremos terminar transformados en aquella oscuridad con la que pretendemos combatir.

Como segunda opción, pero no por ello menos importante o valiosa que la primera, podemos sencillamente "no jugar", es decir renunciar a la discusión con la esperanza de que quizá pronto llegue el día en la que nuestro actual enemigo cambie de estado de conciencia para volver a pasar a ser un valioso adversario.

Y ya que estamos, hablemos sobre como enfrentar a los adversarios. Sobra decir que la regla esencial siempre será la del respeto. Si aparte le sumamos humildad sin sumisión, entonces tenemos horas de desafío aseguradas. ¿Y que otra cosa es la vida sino un gran desafío?

Al menos así lo es para mí.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.