jueves, 22 de noviembre de 2012

Jugar como el Barcelona.

Solo hay dos equipos que me importan. El Athletic Club de Bilbao y Racing de Avellaneda. Nada más. De hecho, tengo que confesar que el fútbol medio que me chupa un huevo. Será porque ninguno de esos tipos que corren tras una pelota me pagó nunca el alquiler. No obstante me gusta y lo sigo. Incluso algunas veces me tomo el tiempo de ver algunos partidos de otros equipos. Entre ellos están por supuesto los del Barcelona. Es curioso verlos jugar. Poseen cierta estética musical, una poesía, un ritmo No parecen humanos. Al verlos se siente que son algo más.

Una combinación de juego, arte y espiritualidad.

Un sistema.

Decía Gregory Bateson que la mente no estaba precisamente ubicada da en el cerebro, tampoco en el cuerpo. La mente es algo que no rodea. El gran principio regulador que fluye a través de nuestro entorno. Creemos erróneamente que somos sujetos aislados. Entidades independientes de los demás. Olvidamos así que formamos siempre parte de algo. De un sistema mayor, de una mente.

Mentes que se autorregulan, que tienen sus propios equilibrios y planes. A veces tomados por la salud, otras por la insania. Como en esas familias donde generación tras generación se repite un caso de esquizofrenia o de suicidio. Las culturas también son exponentes de esa gran mente colectiva de la que formamos parte. Jung la llamaba inconsciente colectivo, y tras estudiar muchas religiones llegó a la conclusión de que dicha mente tenía una suerte de lenguaje universal. Que para nosotros los sistémicos sin duda es de orden estético. Una melodía que se ejecuta desde el inconsciente del equipo y que, como en una buena banda de jazz, otorga a sus miembros el espacio para conscientemente poder improvisar.

Y es precisamente esa estética la que vemos actuar cuando juega el Barcelona. Allí donde los indivíduos  se religan formando una consciencia colectiva. Será por eso que tanto Guardiola como Bielsa (técnico reconocido como el gran inspirador del genio catalán) fomentan una actitud de humildad en su grupo de jugadores. Dejando de lado los egos omnipotentes. Instándolos a ser fieles a un sistema. Hartándose de jugar.

Marcelo Bielsa: Fútbol y filosofía.
Siempre pienso además que el Barcelona posee otra virtud que nos deja a todos una importante enseñanza de vida. Pues más allá de la buena o mala suerte que el equipo barcelonés haya tenido en una temporada, siempre termina ubicado en los primeros puestos de la tabla. Siempre. ¿Por qué? Porque la suerte no existe. O si existe, su rango de influencia resulta menor. Porque el que es leal a su propio juego, aquel que lo cuida, tarde o temprano, llega.

De esta forma jugar como el Barcelona es algo más que darle pataditas a una esfera. Jugar como el Barcelona implica muchas cosas. Como ser humilde. Formar parte de algo mayor. Hacernos cargo de nuestros propios errores. Y sobre todo, no culpar a la suerte.

Que seguramente existe, pero que jamás ganará una campeonato.

Ni tampoco modificará sustancialmente nuestra existencia.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Ángeles de alas negras.

BODHISATTVA: Para el budismo mahayana es aquel que puede alcanzar el Buda. La máxima de las felicidades. Pero que justo en la puerta renuncia, de manera consciente y responsable a ello.


Esta tarde he sido un Bodhisattva. En la terraza, con una cerveza fría y mirando al cielo. Cantando viejas melodías que tan solo yo recuerdo. Dejándome acariciar por la brisa. Como la hoja de un árbol en un día de viento. Solo.

Feliz.
El cielo puede esperar.

Tanto que durante un instante creí, quise, estar allí para siempre. En mi cielo. Sin embargo tuve un momento de cordura. De esos que muy cada tanto me agarran, y volví. 

Decía un viejo amigo que el paraíso, no estaba precisamente arriba, sino bajo nuestros pies. Que permanentemente vivíamos huyendo de él. Quizás entonces los Bodhisattvas modernos no sean estatuas de bronce de frío rostro oriental. Quizás solo sean ángeles de alas negras. Volando con todas sus fuerzas. Luchando a contramano. Resistiéndose agónicos a caer en el paraíso. No sé. Será que hay mucha gente valiosa en este mundo. Demasiadas nostalgias, abrazos, lágrimas perdidas y manos que tender. Buenas personas. Así es que por ahora este es mi mundo. A veces frío y oscuro. Repleto de humanas tonalidades. Por eso es que honestamente prefiero, y elijo, quedarme en él.
Merece la pena.

Escribiendo desde el sur del sur.

Unai.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Ideas y convicciones.

Ayer discutí con una amiga. No peleamos, pero si intercambiamos opiniones. Visiones distintas del mundo. Recuerdo que ella estaba muy enojada. Triste en el fondo. Hablaba sobre un compañero de trabajo al que no soportaba, mal tipo, pero muy astuto. Estaba angustiada. Esa lógico. Ella es una persona de esas que siempre va al frente. Honesta, a veces demasiado.

La mayor parte de la gente solo se escucha a si misma.
Temen perder sus convicciones.
No se confundan, no tengo nada en contra de la honestidad. De hecho le doy a esta un gran valor. Tanto que no considero que todo el mundo se la merezca. No creo que en este planeta nuestro, todos busquen la verdad. Ni adentro, ni afuera. Seguramente esto se deba a la necesidad de evadir el dolor que cualquier verdad supone. Interna o externa. Eso da igual.

Le dije cualquier pelotudez. Cuando alguien a quien quieres esta triste, las palabras brillantes emigran. De tal forma que solté lo que sea con tal de que se anime. Fue al pedo.

Me hubiera gustado ser más claro. Decirle que no siempre se puede poner el cuerpo con todos. Explicarle claramente la diferencia entre ideas y convicciones. Decirle que las primeras solo pueden ser discutidas en la medida que existe un otro que esté dispuesto a debatirlas limpiamente.

Porque además, las convicciones son así, raras, misteriosas, ciertamente incapturables. En mi caso puedo decir que tengo algunas pocas. No muchas, digamos que las suficientes. Aunque me juego a muerte por ellas. Eso, claro, no significa que no trate de escuchar a otros y que no me haga a mi mismo cuestionamientos. Muchas veces el argumento del otro te puede hacer dudar, y sin embargo eso no significa que uno necesariamente deba abandonar la forma en la que elige mirar la realidad. Porque las convicciones son una decisión de vida. Algo que va más allá de la fortaleza lógica de cualquier argumento. Por eso nos hacen libres. Pues las elegimos. Son una decisión. Una decisión que puede ser modificada por ideas nuevas, pero no siempre. Al fin y al cabo perder una discusión no significa necesariamente no tener razón. Perder solo nos enseña que no encontramos el respaldo argumentativo suficiente para aquello que defendemos. Quizás por no estar en los cierto, o quizás porque dichos argumentos aún no fueron inventados.

Recuerdo como en los noventa no existían argumentos para cuestionar el actual modelo económico mundial. FMI o Banco Mundial eran palabra sagrada. No obstante muchos logramos mantener contra viento y marea nuestras convicciones. Tratando de pensar. Buscando nuevos argumentos. Ideas que nos dieran la fuerza necesaria para volver al ruedo.

En fin, son muchas más cosas las que le hubiera ducho. No quiero aburrir a nadie. Le diría de vuelta que no siempre merece la pena discutir. Que hay mucha gente por ahí que debate deportivamente las ideas que sostienen sus convicciones, pero que también son legión los sujetos mezquinos que no lo hacen. Que se cagan en cualquier cosa que les digamos. Gente con la que no merece la pena discutir. Seguramente porque no diferencian sus ideas de sus convicciones, y por tanto, temen perderlas. Será que todos necesitamos creer en algo.

Algo a lo que aferrarnos.

La diferencia es que algunos, a veces, tienen el valor de reconocerlo y discutir desde dicho lugar.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.