jueves, 28 de junio de 2012

Líneas de fuga.

Dejar atrás los barrotes de nuestro mundo
para volver a el como hombres y mujeres libres.
Gilles Deleuze fue el último filósofo. Desde su trágica muerte ningún pensador ha sido capaz de superar la brillantez de su pensamiento. Nadie tan sagaz como él para entender y adelantarse a los tiempos actuales. Recomiendo su lectura a cualquiera que este deseando comprender más sobre este mundo en el que vivimos. Sin embargo también es cierto que al principio no se le entiende una mierda. Te tienes que adaptar a un nuevo tipo de lenguaje. Raro. Muy francés. A palabras como "línea de fuga", "rizoma", "molar","cuerpo sin órganos" o "borde". Yo no estoy seguro de comprenderlas del todo. Tampoco creo que ni el mismísimo Deleuze supiera completamente de que se trataban. Y es que la mirada deleuziana es abierta e incapturable. Supongo que esa es justamente la clave de su pensamiento. La huida frente a la captura. El poder viajar de la política al cine, del cine al psicoanálisis, o del psicoanálisis a la macroeconomía. Eso buscan por tanto las famosas "líneas de fuga". Salirse del tablero. Ya sea este ideológico, filosófico o religioso. ¿Es entonces el modelo deleuziano un modelo nihilista o descomprometido? Como siempre sucede en Deleuze, la respuesta es si, y a la vez no. Es decir que su modelo resulta lo suficientemente abierto como para que cada uno establezca su personal compromiso con dichos conocimientos.

Romper con los límites impuestos por nuestras
convicciones no es sinónimo de abandonarlas.
Más bien todo lo contrario.
Pues la final somos nosotros los que elegimos que hacer con los mapas deleuzianos. Con esa epistemología revolucionaria que nos legó. Escapar, quedarse, o incluso escapar para volver. Queda en nosotros. Ninguna opción es considerada moralmente mala para el filósofo.

Aunque yo sin duda elijo la tercera.

Será porque fugarse de un contexto es fugarnos de nosotros mismos. Emprender una agónica huida hacia la trascendencia. A poder ver y vernos desde lugares distintos. A salirnos de nuestras más intimas creencias para posteriormente volver a ellas renovados. Libres. No ya como el antiguo esclavo que tras sus barrotes vivía capturado, sino como hombres o mujeres que soberanos eligen su destino. Que se juegan el ser en el devenir. Que deciden responsables que sentir o pensar. Quien sabe, quizá de eso se trate la vida. De un viaje de ida y vuelta a nuestros orígenes. De un eterno retorno anillado en una espiral dialéctica sin fin. Viviendo así una y otra vez la misma metáfora desde ángulos complementarios. Posiciones diferenciadas. Múltiples instrumentos para una misma canción.

Escribiendo desde el sur del sur.

martes, 12 de junio de 2012

Lo obvio.

Solo se percibe lo diferente.
Aquello que no rompe con los patrones
de lo esperado se torna invisible.
Decía R.D Laing que lo obvio era lo más difícil de ver. Argumentaba que cuando algo era dado por hecho simplemente dejaba de ser percibido. A su favor tenemos los argumentos de la psicología sistémica, que explican que solamente percibimos diferencias. Informaciones significativas por su carácter novedoso. De tal forma, podemos decir entonces que las llamadas estructuras inconscientes de personalidad son eso: aspectos obviados de la realidad que con el paso del tiempo se han tornado en invisibles.

¿Es entonces malo obviar? No, para nada. Además yo en eso del bien y el mal no me meto. Soy psicólogo, no sacerdote. Puedo hablar sobre salud y enfermedad. Y lo cierto es que hay aspectos de la realidad que deben ser ignorados. Es necesario. Hacerlo nos ayuda a seguir viviendo. Ya que si decimos que la conciencia es un corte, un sesgo de la realidad global, obviar o descartar resulta absolutamente necesario. No podríamos vivir si no dejáramos de lado centenares bits de información sobrantes o anecdóticos. De lo contrario viviríamos como el protagonista de la película "Rain man". Un joven que no descartaba nada. Absolutamente ajeno a su realidad pero con el don de contar cualquier cosa. Incluso el número de escarbadientes caídos de una caja rota en el suelo. Algunos psicólogos conocen a estas personas por Savants. Sujetos que pueden registrar hasta el mínimo detalle a su alrededor pero impotentes para las tareas más simples. Incapaces siquiera de atarse los zapatos, manejar un auto o sostener una conversación. Todas ellas cualidades de la conciencia. Del necesario corte del que nos valemos para funcionar en el mundo. De tal forma es que si no cortas, si no descartas, operar en la realidad resulta imposible.

El problema viene cuando se abusa. Cuando el exceso de conciencia, de corte, de razón; descarta más de lo humanamente saludable. Así es como la conciencia reprime. Reprime razonando o mejor dicho descartando en exceso. Una conciencia que al descartar lo que no debe ser descartado genera efectos adversos. Uno de ellos es claramente la angustia. Pues cuando lo descartado es la emoción, la angustia siempre aparece. No en vano se la conoce como el olor a basura de los sentimientos no reconocidos o estacados.

La conciencia necesita descartar para percibir.
El fondo se vuelve obvio.
Cuando las emociones pasan a ser fondo,
aparece la angustia.
La angustia surge de sentimientos obviados.
¿Será por eso que vivimos en tiempos de tanta ansiedad? ¿O de tanto síntoma derivado de ella? Es muy posible. De hecho esa es precisamente mi tesis: que el aumento de la influencia de la conciencia sobre lo no consciente resulta el principal factor responsable del aumento de los problemas psicológicos actuales. Nos encontramos así con que en nuestros días la palabra "obvio" se ha puesto de moda. Vocablo absurdo que jóvenes y no tan jóvenes repiten como un patético mantra. El burdo eslogan de una sociedad que baila enloquecida su agónica danza macabra. El bizarro salto a un oscuro vacío cualquiera. Da igual, no importa. Lo que sea con tal de que nada duela, de no sentir. Aunque el precio sea vivir enterrados en el angustiante ataúd de la represión. Condenados a la eterna horca del pensamiento.

¿Triste? Pues aún hay más. Porque lo verdaderamente terrible de este cambio de conciencia no son las consecuencias psicopatológicas del exceso de descarte. Al fin y al cabo los problemas derivados de la ansiedad/angustia son relativamente sencillos de tratar en un consultorio. Lo realmente complicado es su alcance. Y es que el sistema económico actual, o sea la gran patología que gobierna este planeta, conoce muy bien el poder que lo obvio tiene sobre nuestras conciencias. No en vano toda obviedad es un contexto. Las reglas de juego que deben de ser dadas por hechas para así poder jugar. De esta forma es que el sistema influye desde los medios de su propiedad para que demos por obvias cuestiones que no lo son. Como en el caso de los muchos ciudadanos españoles a los que les resulta obvio que la estatización de YPF por parte de la Argentina es una medida autoritaria, contraproducente y carente de razón. O los casos de los millones de habitantes de países occidentales que consideran que Irán o Venezuela son estados no democráticos.

Desde la más tierna infancia los medios de comunicación
nos manipulan para que demos por obvios algunos
aspectos de su realidad y así dejarnos ciegos
 frente al horror.
Cosas falsas ambas dos y que sin embargo muchos dan por sentadas. Temas obvios. Tanto que no necesitan ser pensados. En ese sentido es que encaja aquella anécdota de Alejandro Sanz. Esa en la que tras criticar duramente a Hugo Chavez, se le preguntó al cantante por qué no decía nada similar sobre el presidente Aznar en referencia al apoyo de este mandatario a los Estados Unidos en la guerra contra Irak. Su respuesta fue de una ignorancia casi épica: "no opino sobre presidentes elegidos democráticamente". Cuando le aclararon que Chavez había sido elegido varias veces en elecciones libres, la siguiente pregunta fue si había realizado sus críticas a Chavez sin conocer dicho dato. Cosa que exacerbó al andaluz, llevándolo a suspender abruptamente la conferencia de prensa. Parece que para este muchacho era obvio que Chavez era un dictador. Seguramente para muchos de vosotros también. Pero lo cierto es que, nos guste o no, eso no es así. Seréis muchos también los que deis por sentado que los medios de comunicación no mienten. O que si mienten, lo hacen por error y de manera casi anecdótica. Por desgracia la realidad es otra. Pues permanentemente damos por válidas, por obvias, cuestiones que no son solo falsas, sino que forman parte de un conglomerado de falsedades construidas a conciencia en fríos despachos. Lugares demenciales y enfermos dirigidos por siniestros personajes a los que nadie vota, conoce o elige.

El auténtico cambio necesita de la generación de
nuevas estabilidades. Reglas nuevas.
Donde lo obvio pase a ser lo significativo y viceversa.
Así es como nuestra consciencia es bombardeada de sobreestímulos por un sistema insano que se hace más poderoso agazapado bajo el silencioso manto de la obviedad. ¿Será por eso que los dibujos animados son cada vez más acelerados? Supongo que lo que más le conviene al sistema es cegarnos desde pequeños. Vendernos el actual modelo económico mundial como algo natural e inamovible. Hacer de la violencia un hecho cotidiano. O de la estafa un asunto de ciencia económica.

Ya se que todo esto no suena demasiado bien. Lo siento, es lo que hay. Vivimos en la era de la represión silenciosa. Donde el censor ha sido instalado en nuestra propia mente. Descartamos sin necesidad de que nos lo ordenen. Sin embargo quisiera aclarar que me siento esperanzado. Corren tiempos interesantes y estamos sentados sobre la historia. Los próximos años serán claves. Aún estamos a tiempo. Lo obvio ha entrado en crisis y cada vez son más los locos suspicaces que nada darán fácilmente por sentado. Que leen entre líneas o dudan a priori acerca de la veracidad de cualquier información. Esa que a diario nos inoculan a través de nuestro televisor. Parece incluso que en algunos estados del sur se está comenzando a dar la que podría ser la primera victoria en la legítima batalla por la información. Quien sabe. Quizá todo sea cuestión de resistir un poco más.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 2 de junio de 2012

Los dioses tontos.

Los psicólogos nos la pasamos hablando del inconsciente. La mayor parte del tiempo al pedo. Y es que por mucho que aprendamos sobre él, su misterio siempre escapará a nuestra conciencia. Entonces, ¿Por qué no hablar primero sobre lo que entendemos por conciencia? Sobre tal asunto versa entonces este pequeño escrito.

Veamos, para la lógica sistémica, la conciencia es un corte. Un sesgo de una parte de la realidad. Que sirve para enfocar sobre aspectos específicos y así solucionar problemas específicos. Lejos de una mirada global. De esta forma, cuando somos conscientes limitamos nuestro campo perceptivo. Separamos blancos y negros, formas, situaciones, palabras, idiomas, etc. Siempre de manera específica porque la conciencia tiende a lo concreto. O mejor dicho a concretizar. Es práctica. Si te duele algo, lo solucionas. Punto, no hay más. Quizá sea ese el aspecto más débil del psicoanálisis clásico. Ese que buscaba traer material inconsciente al consciente como proceso necesario para la salud. Y es que en lo no consciente se pueden encontrar conflictos negados. Reprimidos dirían ellos. Pero también aspectos puros del inconsciente. Criaturas de los sueños que habitan desde tiempos ancestrales en el ecosistema onírico. Arquetipos, sistemas de ideas, fantasmas o restos de personas, queridas u odiadas, que en forma silenciosa continúan habitando nuestro mundo para bien, o para mal.

Mundos distintos con especies distintas.

La inteligencia no es sabia. 
Porque nadie en su sano juicio introduciría la especie de un ecosistema en otro. Sabemos que los resultados son devastadores. Los gatos traídos por los primeros colonos extinguieron cientos de especies en el desierto australiano. Las tortugas que fueron liberadas en los ríos franceses causaron un efecto similar. ¡Y que decir de las culturas! Sobre todo en los casos de epistemologías distintas, como en la conquista de los españoles sobre los pueblos originarios americanos. Incluso existe una teoría que explica la extinción de los dinosaurios a partir de la unificación de varios continentes que, al posibilitar la convivencia entre especies de saurios distintas, generó plagas y desequilibrios alimentarios que concluyeron en una extinción en masa. Así es que no. Algunos grupos organizados de ideas no pueden convivir con otros. No sin desaparecer empobreciendo la riqueza ecológica de la vida. Una vida que es sana en la diversidad, y que necesita de límites para subsistir. Cosa que nos lleva nuevamente al límite como la esencia misma de la existencia. A ese corte que Dios, el universo, o quien sea hace para diferenciar unas bellezas (es decir sistemas) de otras. Fronteras infinitas en su indefinición. Ya se que esto último puede no haberse entendido. Lo siento. Digamos que lo que quiero decir es que el universo también corta y sesga como nosotros. Pero de una manera sabia, estética, armónica y equilibrada. Mientras que nuestros cortes, los de la conciencia, son torpes, brutos. Carentes de sabiduría. Así, talamos árboles, destruimos culturas, arrasamos con toda la hermosura que nos rodea. Solucionando problemas menores para generar desastres mayores. Cultivamos monstruos que nos devoran.  Construyendo aires acondicionados que fomentan el calentamiento global. Meándonos alegres en lo sagrado. Destruyendo el mundo en cuotas.

Somos dioses, dioses con minúscula. Capaces de las más geniales proezas y sin embargo tan peligrosos como una manada de elefantes en una tienda de porcelana. Quien sabe, quizá seamos "dioses niños". Dioses inmaduros. Ángeles caídos. Criaturas celestiales expulsadas prematuramente del cielo. Abandonadas a su suerte e incapaces de aprender a caminar. No sé, antes pensaba que los humanos eramos el cáncer de la vida. Una enfermedad del sistema total al que pertenecemos. Hoy prefiero creer que somos dioses tontos. Criaturas de alas oscuras. Pájaros negros que no pierden la esperanza de aprender a volar.

Al fin y al cabo la esperanza es siempre una elección.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.