lunes, 30 de abril de 2012

Sueños diurnos

La realidad es un sistema.
Todo sistema se autorregula.
Piensa.
La realidad es un sistema. Todo lo que nos rodea está sujeto a las leyes sistemicas y cibernéticas. Seguramente la mitad de los que están leyendo esto se hayan perdido ya. Lo siento mucho. Juro que no es mi intención parecer un estúpido pedante. Mas bien es algo que me sale en forma natural. Trataré por tanto de ser más claro. Lo real se autorregula. Tiene como todo sistema mente propia. ¿Mente? Sí. Y es que como bien decía Bateson lo mental es inmanente a cualquier sistema. ¿Quiero decir con esto que la realidad piensa? Exacto. Sin embargo desconozco hasta que punto. Dice la teoría  general de sistemas que un componente de un sistema jamás podrá conocer la totalidad del sistema al cual pertenece. Al fin y al cabo una célula humana no es consciente de que se encuentra dentro de un cuerpo. Nosotros los humanos podemos rescatar sesgos o cortes de algunos aspectos de nuestro entorno circundante. No en vano la conciencia, esa que nos divide del resto de los mamìferos, ha inventado el método científico como herramienta para potenciar su capacidad y así conocer más acerca de su entorno. Sin embargo la conciencia, y ahí vuelvo a citar a Bateson, es un corte. A más conscientes somos más seccionamos aquello que miramos. Es decir, menos sabemos sobre lo que queda afuera de dichos cortes. Lo contrario a esto es la sabiduría. Que no es otra cosa que una mirada holística del mundo. Sin cortes. En fin, de eso se trata este artículo: de formular los primeros pasos hacia una teoría acerca de la sabiduría de la realidad.

Y para ello necesitamos hablar sobre los sueños.

Comencemos entonces por los sueños. El que mejor ha trabajado sobre esto sin duda ha sido Freud. Él como nadie formuló toda una serie de características sobre los distintos procesos reguladores del funcionamiento del mundo onírico. Jung, Campbell o Eliade fueron los que más pudieron aportar y profundizar acerca de a su grandioso trabajo, que por cierto, aún no ha sido superado. No soy un experto en estos temas, sin embargo de lo que pude leer rescato como la realidad onírica funciona de manera distinta a la realidad objetiva. El tiempo, el espacio o la gravedad se suavizan o incluso directamente desaparecen para pasar al servicio del auténtico principio rector de los sueños: la metáfora. Porque en el mundo de los sueños todo es comunicado en forma metafórica. Mediante un infinito número de analogías estéticas que nos hablan en silencio. Transitamos por tanto un universo puramente simbólico, curvo, poético. Sagrado.

Si te atreves a ver la vida como metáfora,
el mundo deja de ser el mismo.
Ahora bien, este fenómeno no se da solamente en los sueños. Predomina en los sueños, es verdad, pero sucede también en la llamada realidad objetiva. O mejor dicho, se da entre los distintos sucesos objetivos con los que nos encontramos. Como en la música, donde las relaciones entre notas y no las notas componen melodías. Jung llamaba a estos fenómenos de sueño diurno sincronía. Se refería a aquellas extrañas casualidades paralelas a algunos hechos. Como por ejemplo al hombre al que el día de su muerte la tintorería le envió un albornoz negro por error. Pequeñas cosas. Detalles que la mayoría de las veces suelen pasar inadvertidos y carentes de importancia. Y que sin embargo son proveedores de valiosa información cuando son analizados con las reglas con las que interpretamos los sueños. Una persona que siempre tuvo miedo a ser robada relata en una sesión haber sufrido un intento de asalto mientras cruzaba un puente. Sorprendida de haberse sentido más fuerte de lo que ella jamás hubiera imaginado que se sentiría. Un cambio. Un movimiento psíquico que marcó en su vida un antes y un después. Transitando un puente. Esto claro está no podrá ser jamás medido por el método científico pues hablamos de experiencias fuera de laboratorio e inverificables. Algo que no significa nada. Y es que el hecho de que el método científico sea limitado para medir algunos aspectos de la experiencia humana no saca a esos aspectos rengo de verdad.

Lo verdadero no puede caer en manos de la dictadura de la objetividad.

Mi maestro decía que Dios, si es que existía, se encontraba en las pequeñas cosas. En los huecos dejados entre suceso y suceso. Un Dios metáfora. Una realidad que se autorregula y que nos envía señales. Hechos sincrónicos que nos gritan agónicos verdades a aquellos corazones dispuestos a escuchar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 25 de abril de 2012

¿Cómo ganarle al imperio?

Este texto está inspirado en algo que escribí el día dos de Abril en recuerdo de los caídos en Malvinas. Sin embargo, a pedido de algunos, decidí retirarlo. En momentos de tanto dolor, ciertas reflexiones bien pueden dañar injustamente muchas sensibilidades. De esta forma es que las siguientes líneas son un intento de una reflexión más abarcadora y profunda acerca del funcionamiento de las guerras actuales. Inspirada en parte en el conflicto por las Malvinas, pero con el foco puesto en nuestra realidad de hoy día.

En las guerras modernas, la única victoria es la de la miseria.
Comenzaré entonces por la guerra de Malvinas. El último choque bélico convencional entre dos naciones occidentales. Dejo en claro que no soy experto en el tema. Cuando ocurrió era un niño. Ni siquiera estaba en este país. Así es que trataré de decir lo mínimo indispensable para así no soltar más estupideces de las habituales. Para empezar diré que Inglaterra ganó. Cuentan que le costó más de lo esperado. No sé. Durante un tiempo reconozco que me emocioné con la idea de lo cerca que estuvo la Argentina de ganar. La famosa victoria aérea y todo eso. El caso es que igual Inglaterra ganó. Y a los pibes muertos poco y nada les debe importar la victoria aérea. En la guerra el único ganador es el dolor, nadie más. Supongo que aquel entusiasmo belicista se me fue afortunadamente pasando con el tiempo. Conversando con la gente que lo vivió y sufrió. Hoy creo darme cuenta de que la guerra era imposible de ganar. Al fin y al cabo los ingleses apenas mandaron una pequeña parte de su flota. Así es que no. No podemos ganarle al imperio. Esa es mi conclusión. Y si no, preguntadle a Kadafi, a Sadam o a todo aquel que en los últimos treinta años les haya tratado de presentar batalla. Vietnam quedó lejos, demasiado lejos. Ahora todo es aún peor. La brecha tecnológica y armamentística no tiene parangón. De nada sirve defenderse. Comprar armas es inútil. ¿A quién se las vamos a comprar? ¿A ellos? Lo dicho, de nada sirve.

Bueno, también podemos fabricarlas. Quiero decir que en realidad, teoricamente si existe una posibilidad de ganarle al imperio. Aunque no sé si podemos llamar ganar a lo que a continuación voy a plantear. Juzguen  ustedes. Veamos, en principio la clave radica en superarlos en su juego. ¿Cómo? Pues construyendo bombas atómicas por ejemplo. También podemos explotar económicamente a países más débiles para así ganar peso político en el tablero de poder global. O simplemente inventar algún nuevo instrumento asesino hasta ahora jamás pensado por el hombre. El objetivo es claro: destruir y someter al imperio por completo.
No podemos ganarles en su juego.
No sin terminar siendo como ellos.
Esa es la peor forma de perder.

Y así nosotros pasaríamos a ser el nuevo imperio.

Supongo que de eso trata la famosa dialéctica del amo y el esclavo. Esa que dice que todo sometido se ve tentado a, en algún momento, volverse un futuro sometedor. Como en una absurda tragicomedia donde cambian los actores para terminar actuando los mismos papeles. Pues al final el problema no es tal o cual imperio, sino el imperialismo en sí. Por tanto "ganarles en su juego" no es otra cosa que jugar su juego. Mientras que jugar su juego, es sinónimo de perder.

No importa si jugamos con blancas o negras, hay partidas que solo se ganan pateando el tablero.

Esta es una idea muy sistémica. Pues desde nuestro modelo, planteamos la existencia de dos vías de comunicación: textual y contextual. Cambiar el texto no sirve de nada sin un cambio en el contexto. Una película de terror será siempre una película de terror ya mueran siete, diez o ninguno. De esta forma, si queremos ganarle al imperio primero tenemos que ganarle al imperialismo. Osea darle una patada inteligente al tablero. Es decir romper el contexto narrativo en el que éste se desarrolla. Se que es fácil de decir. Muchos dirán de antemano que mi propuesta es utópica. Sin embargo aclaro que no lo es tanto. Todo lo que diré a continuación es una extrapolación de sucesos y estrategias concretas que ya han tenido alguna clase de éxito, o al menos han dejado al descubierto algunos puntos débiles del imperialismo.

El imperio somos nosotros.
Pero quizá debamos primero comenzar a definir que entendemos hoy por imperialismo. Pues justamente el primer paso para derrotarlo será identificarlo. No se puede derrotar a aquello que no podemos ver. Y para ello necesitamos conocerlo un poco más. Trataré de ser breve. No porque no haya mucho que decir sino porque en otros trabajos he dicho mucho ya. El caso es que el imperialismo es la cara agresiva del sistema libre mercado. Una entidad inhumana con características mentales propias. Un suprasistema. Algo así como un virus informático con un archivo insertado en cada uno de nosotros. Y es que todos somos parte del sistema libre mercado. La enfermedad está rizomatizada y resuena fuerte tanto en sometedores como en sometidos. Puede que está sea justamente la mayor fortaleza del imperio. Me refiero al hecho de que todos en nuestras casas consumismo sus series, nos vestimos con sus ropas, usamos sus programas informáticos o jugamos con sus mierda de videojuegos. Somos parte de matrix. Es triste, ya sé, pero es lo que hay.

Así es que ya no es como antes. Lo del bien contra el mal, ellos contra nosotros y todas aquellas cosas tan claras de las antiguas batallas. Pues si alguna vez realmente existieron, hace mucho que quedaron atrás. Hoy todo es distinto. Antes de disparar un solo tiro debemos combatir al imperio en lo más profundo de su territorio. Me refiero claro está a nuestras propias cabezas.

Ahí es donde entra la necesaria la guerra informativa.

Guerra informativa no es sinónimo de censura, sino más bien de todo lo contrario. Al fin y al cabo la censura es una herramienta obsoleta incluso para ellos. El imperio no necesita prohibir. No al menos de la manera clásica. Lo que hace es simplemente no publicar, deformar o infrapublicar ciertas informaciones abanderándose en la libertad de acción que este sistema otorga a las empresas privadas. De esta forma el mayor censurador de este mundo es el mercado. Corporaciones de las que fluyen informaciones sesgadas, masivas y uniformes. No, hoy no hace falta prohibir un texto. Ya no es necesario. Simplemente lo dejan de editar mientras bombardean nuestras librerías con el último libro de recetas eróticas de la famosa de turno.

En la era de los medios corporativos de
 comunicación, el rol del estado no puede ser neutral.
Hoy más que nunca resulta necesario que los estados soberanos, en latinoamérica aún quedan algunos, ejerzan la guerra de la información. Son necesarios medios de comunicación inteligentes, repletos de argumentos y que instalen versiones alternativas al rígido relato imperial. Ideas frescas que den vida a la pobre ecología del pensamiento único corporativo. Mensajes beligerantes e irreverentes. Capaces de transformar a los otrora orgullosos voceros imperiales en obscenos alfeñiques de nula gracia.  No es utopía. El caso argentino es la prueba de que el estado se encuentra hoy en potencia de ganar la batalla en el crucial campo de la construcción de la realidad. Proponiendo versiones alternativas, fomentando el enriquecimiento del panorama. De esta forma, el estado propone miradas distintas que inmediatamente obligan a la gente a elegir. A pensar y  discutir. Instalando nuevamente la política en la sociedad.

La guerra de la información será clave a la hora de construir la legitimidad necesaria para la resistencia. Y es que ahí, en la resistencia, radica el punto más débil del imperio. Pues si bien este es capaz de desarticular sin despeinarse cualquier respuesta de carácter bélico, tiene enormes dificultades a la hora de mantener ocupaciones. Tengamos además en cuenta que hasta ahora las ocupaciones solamente han sido en estados no democráticos. Poseedores de una escasa legitimidad. ¿Qué ocurrirá cuando se atrevan a someter a un pueblo democrático? Porque al menos en latinoamérica la era de los golpes ya pasó. Los ejércitos perdieron toda legitimidad en ese sentido. Nos acercamos por tanto a la era de los ataques directos. De hecho, cuando varios de los grupos corporativos más importantes del planeta se juntan para hablar de "la calidad de la democracia en América Latina", lo que están haciendo es crear las bases ideológicas para avalar una futura intervención. Cosa necesaria teniendo en cuenta que las naciones no democráticas se están agotando. El aparato bélico es un monstruo que debe ser alimentado. Y este no come vidrio, sino guerras, muerte y hambre. Por eso es que no debemos enfrentar al imperio con sus fusiles y sus tanques. La guerra es una guerra de justicia, resistencia y dignidad. En la que un pueblo en democracia le dará a este la batalla de la legitimidad. Resistiendo popularmente a un enemigo descorporalizado, oscuro e indefendible.

Las guerras fortalecen al imperio.
Las ocupaciones lo desgastan.
Repito: ningún imperio actual puede tomar un territorio durante demasiado tiempo sin debilitarse de alguna manera. Los cálidos cuerpos de los soldados no resisten lo planificado por la fría razón imperial. Hace como un mes leía la noticia de que el gobierno de los EEUU mantuvo hasta hace poco conversaciones secretas con los taliban. ¡Con los taliban! Es decir que ni siquiera han podido aplastar a su supuesto mayor enemigo tras diez años de miserable ocupación. Si esto sucede con los un ejército-secta de tan escasa legitimidad, ¿Qué ocurriría si atacaran un estado democrático? Si la resistencia es lo suficientemente legítima, serán vencidos. Pues a mayor es la legitimidad de la resistencia, mayor resulta el daño generado al invasor.

Porque el imperio es una enfermedad de la cordura. Un conjunto de ideas organizadas que viven en todos nosotros. La victoria será entonces como una terapia. En la que los pueblos sometidos por él, lo reconocerán como el verdadero enemigo. Tanto afuera como dentro de si mismos. Sintiendo y reflexionando. Venciendo al miedo. Dejando atrás sus permanentes mensajes psicopáticos. El imperio es una idea. Una idea o conjunto sistémico de ideas organizadas con capacidad de matar, sí, pero una idea al fin. Nada más. La estrategia de combate o terapia no tendrá por tanto éxito si es mayoritariamente física. Esta es una lucha mental, emocional, popular y espiritual. A todos los niveles donde podamos pegarle. ¿La violencia? Sí, pero solo como gesto simbólico y puntual. Siempre proporcional al daño sufrido y con el objeto de desgastar al ocupante. Más que eso sería legitimar la violencia como estrategia. Y eso no nos conviene. Sin duda tendríamos las de perder. Así por ejemplo, una revuelta popular violenta debería ser rápida y fulminante como puñetazo inesperado. Pero jamás jugar con la idea troskista de lo permanente, siempre ella tan funcional al sistema imperial.
La burbuja está por explotar.

Debemos transitar las movedizas aguas de lo posible tratando de no ser capturados. De no caer en su juego. Reírnos de ellos. Están acabados. Asistimos a sus primeros últimos coletazos. Nos hemos dado cuenta. Cada vez somos más los que sabemos la verdad: que solo son un chiste. Un gran chiste. Decía Nitzsche que Diós murió con una gran carcajada, la más grande jamás escuchada. Pues os aseguro que esta será mayor. Dicen que el que ríe el último ríe mejor, y ellos ya han agotado su turno. Pronto nos tocará a nosotros.

¿Será por eso que el imperio le teme tanto a la alegría?

O quizá sea porque no la puede comprar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.


Gracias a Pini Raffaele, Mariano Lopata, Anaclara Raffaele, Yolanda Clua, Marisa Jn, Ala Gubaidullina, Adriana Coria, Luz Malui por los consejos; y a Stella Maris Cao por recordarme el valor estético de la palabra "mequetrefe".