lunes, 13 de mayo de 2013

Sin perder la inocencia.


Dos jóvenes aprendices salen de su templo para comprar en el mercado. En el camino se encuentran con un hombre de rostro amable. Ellos están cansados, se nota. Así es que el hombre se ofrece acompañarlos a través de un camino más seguro. Lejos de los ladrones que habitualmente acechan los bosques de la zona. Los muchachos, agradecidos, aceptan seguirlo. Es una decisión. De las miles que tomamos todos nosotros a diario. En este caso, por el motivo que sea, ambos eligieron confiar.

El mayor error no es equivocar el camino,
sino dejar de caminar.
Les robaron.

¡Ah! Y los cagaron a palos también.

Al volver, sucios, pobres y magullados, el maestro les preguntó:

-Y diganme, ¿Qué es lo que han aprendido?

-A no confiar en los extraños- respondió el primero.

-A esperar lo inesperado- dijo a su vez el segundo.

El primero fue inmediatamente expulsado del templo, al segundo se le permitió seguir. Cuando este último pregunto el por qué de la expulsión de su compañero, el maestro contestó:

-¿Si un carpintero se golpea con su propio martillo, debería dejar de usarlo para siempre? ¿O dejar de ser carpintero? ¿Qué clase de vida es una vida sin confianza?

La primera vez que escuché esta historia pensé mucho en el pibe al que expulsaron. Pobre, me dio pena. Hasta me sentí identificado. ¡Menudo día! Le roban, lo cagan a patadas y después, como frutilla del postre y para terminar así de coronar un glorioso día, le expulsan del templo para siempre. Joder, que mierda.

¿El secreto de la vida?
Quizás sea estar atentos sin perder la inocencia.

Después me puse a pensar en el segundo muchacho. Había recibido los mismos palos que el primero y sin embargo su día terminaba bastante mejor. Su respuesta fue la clave. El también había aprendido algo. Un aprendizaje distinto al de su compañero, más sano. ¿Pero qué es exactamente lo que aprendió? Básicamente a estar atento, pero sin perder la inocencia. A caminar por este mundo afrontando el miedo. Sin escaparle a este encerrado en un escudo de desconfianza. Pero sin negar el dolor de su existencia cegado por una venda de opaca inconsciencia.

La confianza es una fina línea que transcurre entre desconfianza y la inconsciencia. Entre el autocontrol  más cobarde y la estupidez lisa y llana. Una cuerda floja donde la atención es la clave.

No sé por qué escribo esto. Supongo que debe ser porque a más años cumples más palos te llevas. La confianza se pierde, y la inocencia, tristemente se marchita. Después te olvidas de ella como si nunca hubiera existido. Como si aquella alegría juvenil, esas ganas de comerse el mundo, apenas hubieran sido un mal sueño, uno tonto. Nada más. Por eso hoy más que nunca estoy convencido de que hay que tener cuidado. No miedo, cuidado. Cuidado de nosotros mismos. Debemos estar atentos. Nos va la vida en ello. En fin, quien sabe, quizás hacerse viejo sea algo más que cumplir años. Puede incluso que la edad no tenga nada que ver. Pues aquel que confía en la vida, nunca dejará de ser un niño.



Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.






3 comentarios:

  1. la inocencia a veces creemos que nos abandonò pero en realidad es lo que hace que nos sorprendamos con esas pequeñas cosas que parecen insignificantes y en relidad nos calan hondo y nos pueden cambiar por un rato la vida. Mirar la vida con ojos de niño es recuperar la capacidad de asombro y el brillo en la mirada.
    No quisiera perder a mi niña interior...le da vida a la mujer que soy.
    Que alegrìa siento con esta sorpresa despues de tanta ausencia!
    Un càlido saludo
    Rocìo Laguna

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  2. "Me dejo crecer en barriletes que me llevan a otro tiempo y encuentro en esa lejana geografía una figura de niña que sueña con cielos de gorriones y caminos de viento.
    El pasado tiene telarañas que duermen en las horas de ayer y con sus finas líneas retienen la niñez sin desarmarla".

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