domingo, 28 de agosto de 2011

Querer, desear, y elegir.

Quiero muchas cosas.

Quiero ser alto, pesar diez kilos menos como cuando tenía veinte años, tener una casa propia, haber leído todo acerca de los temas que me apasionan, escribir algo que realmente importe, que mi hija aprenda a distinguir los colores, que su madre me deje de romper las pelotas, que Racing de Avellaneda gane la libertadores, que el Athletic de Bilbao también... en fin, la lista es larga. Tan infinita como la mente. Y es que justamente eso es querer: intentar forzar la realidad para que esta sea como nuestra mente omnipotente imagina. Esa que todo lo puede pensar y que no concibe límite alguno.
Falso: No todo es posible.

El problema es que la vida no es precisamente como queremos.

Muy al contrario la vida es como es. Ni más ni menos. Nos guste o no nos guste. Es triste decirlo pero chocamos con ello permanentemente. Nos enojamos. Sobre todo cuando actuamos sobre el mundo desde el estado de conciencia "quiero". Querer no es sentir, ni se le acerca. De hecho es justamente lo contrario. Pues al querer, tratamos de pensar en ese mundo en el cual el dolor no existe, donde las condiciones siempre son perfectas. Es decir que "quiero" es un estado de conciencia mental omnipotente,  separado de los afectos, que busca negar o evadir el dolor. Y como siempre que se niega el dolor, como siempre que evitamos asumir aquello que sentimos... la angustia, hace su aparición.

En fin, ya he hablado demasiado sobre la angustia en otros trabajos. Digamos que es una mierda. Un ahogo que nos hace vivenciarnos como perpetuos moribundos. Vamos, lo dicho, una gran mierda. Lo peor es que a más nos duele la angustia, más "queremos" evadir dicho dolor. Cosa que a su vez genera una angustia mayor. Y así sucesivamente. ¿He dicho ya que la angustia es una mierda?

El deseo es distinto. Pues desear es sentir, y sentir es siempre algo natural, sano. De esta forma sucede que aquello que deseamos, se cumpla o no, nos hace siempre conectarnos con nuestros afectos, con quienes somos. Y nos ayuda a sentirnos más reales, más vivos. Además, los sentimientos no dudan. Al menos no tanto como la mente, siempre ella tan proclive a perderse en un mar de elucubraciones carentes de sentido. No, los deseos siempre son claros. A veces no nos gusta lo que nos dicen y los negamos, o los cubrimos bajo supuestas dudas, es verdad, pero en el fondo siempre sabemos aquello que sabemos, aunque duela reconocerlo, lo sabemos. ¡Pero que puede este humilde sitémico decir sobre el deseo que no haya sido dicho ya! La filosofía, el arte y el psicoanálisis nos han inundado durante años con torrentes de sugestiva información. Me atrevo a añadir que en lo personal defino al deseo como el sentimiento hecho acción.

El estado de conciencia "quiero" incita al consumo.
El consumo es la cárcel de la libertad.
Es cierto que nuestros sanos y naturales deseos han sido negados durante décadas, reprimidos o pervertidos, dependiendo de la época. Hoy, tengo bastante claro que la era de la represión ya pasó. Si no me creéis, os animo a salir un fin de semana cualquiera por las noches del sur del sur. Sin embargo, no sé si eso ha traído una verdadera y auténtica liberación como algunos creyeron. No, esto no es libertad. Apenas un aumento del número de opciones, nada más. Lejos de eso, estamos en la era del quiero. Del capricho vacío de todo corazón. Un agujero interno que intenta ser llenado con cosas, con "quieros". Y es que, como ya hemos dicho, en el mundo "quiero" no existe el dolor, como tampoco existe el amor, ni la alegría, ni la tristeza, ni la felicidad, ni nada. En ese mundo solo encontramos angustia y vacío. Así es como nuestro mundo de escape se transforma en una cárcel para nuestro corazón, en una prisión para el alma.

Lo que si que está claro es que ya sea para el lado de la represión, ya sea para el lado de la perversión, el deseo ha estado en el centro de polémicas espirituales, filosóficas y morales a lo largo de los últimos milenios. Son muchas las disciplinas religiosas y filosóficas que han abordado el llamado "problema del deseo". De todas ellas, quizás hayan sido los orientales los que con mayor elegancia se han acercado a su solución. En general, muy en general, proponen la trascendencia espiritual a través de la superación de los deseos. Aunque con métodos distintos a los que usualmente propuso el cristianismo más ortodoxo (desde ya aclaro que en este asunto hay más grises que blancos y negros). Sus técnicas tienden a desdeñar la represión como camino posible. Proponen en cambio un camino espiralado, donde al deseo se lo escucha y contempla. Para más tarde, simplemente dejarlo ir. De tal modo que nuestro cuerpo termina transformado en ese famoso río propuesto por Heráclito. Un torrente te ideas, recuerdos y emociones atravesando nuestro ser, purificándolo. Una identidad subjetiva y bella. En permanente movimiento. Donde el ser se transmuta a si mismo en un devenir que lo conecta con el Todo.

Trascender es ser como un río.
Admitimos lo que nos sucede.
Después, lo dejamos ir.
Pero el problema de la "no acción", la acción "sin deseo" y demás concepciones filosóficas orientales es la dificultad para compaginar estas con los desafíos del occidente moderno. Quizá sea por esto que, desde el propio occidente, pensadores como Carlos Castaneda,  Jean Paul Sartre o Victor Frankl hayan propuesto modelos alternativos y superadores. Estados de conciencia o posicionamientos existenciales en los cuales la persona elige. Es decir que opta de manera responsable por un camino, tomando un compromiso con él. Así, elegir nos reconectaría con lo más auténtico de nosotros mismos desde la acción.

No se, supongo que existen muchos y muy diversos caminos hacia la trascendencia. El mío es el de la libertad. Quizá no sea el más sabio, pero al menos es el más honesto con mi naturaleza. No os creáis que es fácil, hacerse cargo las consecuencias de las propias acciones duele un huevo y la mitad del otro. Pero en fin, habrá que seguir caminando.

Que otra queda.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

2 comentarios:

  1. Son muy acertadas tus palabras. Sobre todo cuando hacés referencia a la autenticidad del deseo. Una cuestión que si la llevamos a la práctica es muy sensillo darse cuenta de su veracidad. Y es que siempre el deseo saldrá de lo más profundo del alma, y cuando, sordos y aturdidos no tomamos conciencia de nuestro sentir, el cuerpo mismo marca la cancha y el deseo lo moviliza hacia el equilibrio y el reposo, hacia la paz interior,en fin, hacia la verdad. Cuándo el deseo se ve perturbado, y oculto bajo el manto de la duda, o cuándo el mismo se topa con una fuerza mayor, la ética, moral, y la honestidad personal se ve empañada, es la "elección" y la consecuente responsabilidad que nos lleva a tal estado de plenitud. Es que elegir y hacerse cargo siempre nos dará libertad, aunque lo elegido no sea lo correcto. Aunque nos hayamos equivocado. Las buenas decisiones vienen de la experiencia, y lamentablemente, la experiencia viene de las malas decisiones, entonces antes ambas preposiciones correctas,concibo el "hacernos cargo" la única vía posible para que el camino sobre el cual andamos, nos pertenezca. Sea nuestro. Y conforme a eso la libertad llegará en tanto y en cuanto dejemos atrás la culpa, veneno mortal que no hace más que abordarnos en el estado de conciencia QUIERO, y espesar cada día un poco más las varillas de la jaula en la que dejamos preso el cuerpo, el alma y nuestra vida.

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  2. Gracias por tomarte la molestia de leerlo. Has podido sintetizar en muy pocas palabras la idea que quise compartir. Como tu dices, una mala decisión nunca es mala si realmente se asume como lo que es: una decisión, con todas sus consecuencias.

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