lunes, 1 de julio de 2013

La danza del cazador.

El estado dice que soy psicólogo. Un par de universidades y ministerios también lo creen. No sé por qué, pero están convencidos de ello. Incluso me dieron algunos de títulos para corroborarlo. Hasta tengo una credencial muy fea en la que salgo con bastante cara de gordo.

Se equivocan.

Ver lo invisible y darle caza.
Yo soy cazador. Eso hago. Busco pautas, rutinas y después, espero. Porque eso es cazar. Conocer las mañas de tu adversario. Aquello en lo que se repite y que lo hace predecible. Después tender la trampa y esperar. Nada más. En mi caso el adversario se llama patología. O así lo llaman todos. Me refiero a los psicólogos. Los que tienen un título. Así lo llaman. Pero la verdad, a mí la palabra adversario me gusta más. Pues no sé si la patología es algo malo o bueno. A veces incluso dudo de cuan enferma sea. Lo cierto es que, confieso, dudo de la idea misma de insanía. A veces siento que no está bien definida. Puede que jamás podamos comprenderla del todo. No sé. La verdad me chupa un huevo. Solo sé que el adversario está ahí, delante mío. Lo veo moverse, propagarse, crecer. Y yo, siempre lo escucho, aprendo, espero. Y al final le doy caza. Me gusta hacerlo. Es lo que hago.

Dice la teoría cibernética que el adversario es un sistema. Que de alguna manera está vivo. Vivo pero muerto. Es raro. Como un zombi. Quizás más como un parásito. Que siempre trata de reproducirse. Pues tiene razón la teoría. Yo he visto a esas cosas en acción. Las he vivido y sufrido. Avanzan de padres a hijos. Generación tras generación. Así, ves como un suicida cría a un pobre hijo culposo por no haber evitado la muerte de su padre. Como ese pobre hijo culposo se busca una esposa castigadora para expiar sus pecados. Y cómo esa pareja engendra a su vez más hijos que, parodiando a sus infames progenitores, se arrojan y reciben cada vez más y más culpas. Jugando un ping pong interminable. Hasta que, finalmente, alguno de los nuevos miembros del clan se da cuenta. Así descubre que la única forma de no sentir culpa, de ganar el juego, es justamente quitándose la vida. Volviendo al origen. Porque ya se sabe, el suicida es siempre una víctima. De una sociedad que no lo quiso comprender. Mala. Muy mala. Culpable. Y él, muerto como está, es libre. Libre de culpa. Porque está muerto y nadie habla mal de los muertos. Lo dicho, una víctima. ¿Los demás? ¿Los que le siguen? ¿Sus hijos? Eso da igual. Que se jodan. 

Eso es lo que hace el adversario. Cazar. Atrapar lo más singular de lo humano. Alimentarse de su danza, de su libre albedrío y genialidad. Eso hace: cazar. O sea cazarnos.

Y yo lo cazo a el.

Eso es lo que hace, eso lo que hago. Eso es lo que hacemos.

Bailar.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


2 comentarios:

  1. Que bueno que no te crees eso de que eres psicólogo. Sino, definitivamente alguien debería cazarte a ti
    Unai, no se te olvide: en algún remoto lugar en donde el tiempo importa una mierda tú eres tu propio adversario, y un día, tendrás que ir a su caza.
    Un abrazo grande

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  2. Todo lo que somos sólo nos sirve para conocernos a nosotros mismos, el resto (de los mosrtales) es inagotable de conocer. Gracias por tus posts Unai, a travez de ellos, nos entregas pedacitos de tu alma. Prometo atesorarlos y cuidarles en el no tiempo. Lo que no quita que en el proceso nos ayude a cuestionarnos y nuestro entorno.
    Por ello, Gracias!!!
    Un abrazo.

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