viernes, 9 de noviembre de 2012

Ideas y convicciones.

Ayer discutí con una amiga. No peleamos, pero si intercambiamos opiniones. Visiones distintas del mundo. Recuerdo que ella estaba muy enojada. Triste en el fondo. Hablaba sobre un compañero de trabajo al que no soportaba, mal tipo, pero muy astuto. Estaba angustiada. Esa lógico. Ella es una persona de esas que siempre va al frente. Honesta, a veces demasiado.

La mayor parte de la gente solo se escucha a si misma.
Temen perder sus convicciones.
No se confundan, no tengo nada en contra de la honestidad. De hecho le doy a esta un gran valor. Tanto que no considero que todo el mundo se la merezca. No creo que en este planeta nuestro, todos busquen la verdad. Ni adentro, ni afuera. Seguramente esto se deba a la necesidad de evadir el dolor que cualquier verdad supone. Interna o externa. Eso da igual.

Le dije cualquier pelotudez. Cuando alguien a quien quieres esta triste, las palabras brillantes emigran. De tal forma que solté lo que sea con tal de que se anime. Fue al pedo.

Me hubiera gustado ser más claro. Decirle que no siempre se puede poner el cuerpo con todos. Explicarle claramente la diferencia entre ideas y convicciones. Decirle que las primeras solo pueden ser discutidas en la medida que existe un otro que esté dispuesto a debatirlas limpiamente.

Porque además, las convicciones son así, raras, misteriosas, ciertamente incapturables. En mi caso puedo decir que tengo algunas pocas. No muchas, digamos que las suficientes. Aunque me juego a muerte por ellas. Eso, claro, no significa que no trate de escuchar a otros y que no me haga a mi mismo cuestionamientos. Muchas veces el argumento del otro te puede hacer dudar, y sin embargo eso no significa que uno necesariamente deba abandonar la forma en la que elige mirar la realidad. Porque las convicciones son una decisión de vida. Algo que va más allá de la fortaleza lógica de cualquier argumento. Por eso nos hacen libres. Pues las elegimos. Son una decisión. Una decisión que puede ser modificada por ideas nuevas, pero no siempre. Al fin y al cabo perder una discusión no significa necesariamente no tener razón. Perder solo nos enseña que no encontramos el respaldo argumentativo suficiente para aquello que defendemos. Quizás por no estar en los cierto, o quizás porque dichos argumentos aún no fueron inventados.

Recuerdo como en los noventa no existían argumentos para cuestionar el actual modelo económico mundial. FMI o Banco Mundial eran palabra sagrada. No obstante muchos logramos mantener contra viento y marea nuestras convicciones. Tratando de pensar. Buscando nuevos argumentos. Ideas que nos dieran la fuerza necesaria para volver al ruedo.

En fin, son muchas más cosas las que le hubiera ducho. No quiero aburrir a nadie. Le diría de vuelta que no siempre merece la pena discutir. Que hay mucha gente por ahí que debate deportivamente las ideas que sostienen sus convicciones, pero que también son legión los sujetos mezquinos que no lo hacen. Que se cagan en cualquier cosa que les digamos. Gente con la que no merece la pena discutir. Seguramente porque no diferencian sus ideas de sus convicciones, y por tanto, temen perderlas. Será que todos necesitamos creer en algo.

Algo a lo que aferrarnos.

La diferencia es que algunos, a veces, tienen el valor de reconocerlo y discutir desde dicho lugar.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

2 comentarios:

  1. No tiene ningún sentido discutir con quien no está dispuesto a escuchar.
    Es triste...pero cuanto mas honesto intenta ser uno, más oportunidades tiene de que le pisen la cabeza. Ir con la verdad no suele ser siempre la mejor jugada. Asi y todo, siempre es preferible perder pero mantener firmes nuestras convicciones e ideales, que salir triunfantes de toda batalla, pero vacíos por dentro.
    Gracias Unai!!!

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  2. Sabias palabras.

    Me quedo sobre todo con la última frase.

    Gracias a ti.

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