martes, 25 de enero de 2011

Hace veinte años.

Hace veinte años me hubiera peleado a muerte con el psicoanálisis. Con su prepotencia por imponer interpretaciones arbitrarias sobre la subjetividad de los demás. Con su organización elitista. Pero sobre todo con su tendencia intelectual de carácter masturbatorio.

Hace veinte años me hubiera peleado a muerte con las Iglesias. Con su permanente imposición de valores religiosos propios hacia aquellos que no profesan su fe. Con su resistencia dogmática a los avances científicos. Pero sobre todo con su convivencia perversa en los más oscuros episodios de la historia humana más reciente.

Hace veinte años me hubiera peleado a muerte con los Estados. Por ser estos sistemas organizados de opresión y control sobre el hombre. Por su permanente torpeza burocrática a la hora de afrontar los problemas de sus ciudadanos. Pero sobre todo por su enquistada y sucia tendencia a la corrupción.

Así te quedas si te peleas con la masa acrítica.
Igualmente no me quejo.
Lo elijo.
Hace veinte años...

Hoy, la nada, la pseudoobjetividad neoliberal, lo miserable, lo privatizado, está atacando. Y a ella le molesta profundamente el psicoanálisis. Le resulta poco práctico. Huele demasiado a subjetividad. A humano. Lo mismo sucede con las Iglesias, pues estas siembran y fortalecen a las comunidades. Llenándolas de dignidad. Imponiendo un freno sobre la cultura de la miseria, de las zapatillas "nike" y el paco. Y tampoco, claro, toleran a los Estados, pues desean, a muerte, su privatización y su entrega a los intereses corporativos transnacionales.

Asi es que, ahora, los idiotas útiles, los progres neomoralistas,  los obsecuentes del lugar común, los inquisidores de la razón intolerante, se envalentonan. Repito, ahora. Criticando, denostando y humillando. Haciendo leña del árbol caído. Demostrando su profunda cobardía. Pero sobre todo, siendo funcionales a los más crueles deseos del sistema llamado libre mercado.

Hace veinte años me hubiera peleado a muerte con psicoanálisis, iglesias y estados.

Hoy, me peleo a muerte.

Para defenderlos.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 22 de enero de 2011

El lobo.

Que se vayan los propagadores de mentiras, los enemigos de lo ajeno, los idólatras de la envidia. Que se lleven con ellos su perfume agrio, su sudor sin sal y su mueca de falsa prisa. ¡Que se marchen! Muy lejos. Tan lejos como un grito, un adiós, una cuna o un perdón. Que se olviden. Que enloquezcan, que resuciten y que se mueran. Y que cuando algún día les pregunten quien mierda fui, saber que coño contestar no sepan. ¡Que no me jodan! ¡Que se pierdan! Y que con las ilusiones que por ellos perdí que hagan si quieren lo que quieran. Que las compren, las usen o las vendan. Lo mismo ya me da. Que me intenten, si pueden, enterrar. Que lo intenten. Usaré mis dientes. Veremos quien termina. Veremos ¡Joder! Quien termina. Hundido bajo tierra.


Pero que vengan a mi los locos, los perdidos, los atorrantes, los poetas del kiosco y del cartón de vino. ¡Que bailen los malditos! Y que  me canten sus canciones. Sus tangos, sus milongas, sus payadas y sus cumbias. Villeras. Pegajosas. Como tu saliva mezclada y enredada con los flujos de mi lengua. Que me traigan su alegría. Que le den sentido a este absurdo día. Pero que escuchen. Que atiendan. ¡Que soy uno de ellos! Que también nací para la guerra. Que soy de la manada. Que de la manada soy un lobo. Condenado a ser un hombre. Redimido y libre en las noches, de boliches, de luna llena.

miércoles, 19 de enero de 2011

La felicidad.

No tuve una infancia feliz. Entonces así lo creía. Ahora lo sé. Supongo que por eso siempre tuve mucha curiosidad por saber a que se refería la gente con eso de la felicidad. De que mierda estaban hablando. Pasé muchos años intentando descubrir el secreto que supuestamente se encontraba detrás de aquella palabra. Tanto que en el transcurso de esos años incluso me Licencié en psicología. Aunque eso fue más por casualidad. En aquella época detestaba caminar y resultó que la facultad de psicología, que milagrosamente había aceptado mi solicitud de ingreso, se encontraba más cerca que la de derecho. En fin. Cosas de la vida y de la pereza. El caso es que tras varios años de búsqueda dejé el tema en el freezer. Suponiendo que este era uno de esos muchos misterios sin respuesta. Todo continuó de la misma manera hasta hace unos pocos años, cuando una paciente, tras un intenso proceso de reconstrucción personal, ya cerca del alta, comenzó a relatarme un sueño que había tenido días atrás: Estaba terminando de reconstruir un barco. Faltaban solamente algunos detalles, como unos pocos clavos y algo de pintura. La persona contaba con asombro como vivenció cada paso de aquella reparación. Hasta que finalmente el sueño concluyó con un espectacular izado de velas. No hay que ser un experto en psicología como para darse cuenta de cuanta salud emanaba aquella onírica vivencia. Pocas semanas después tuvo el alta. Pasaron unos meses y volvió. Solo venía a darme las gracias. Es increíble como algunas personas cometen el psicótico error de vincular sus mejorías a mi torpe persona. Pero lo verdaderamente curioso es que pocos minutos antes de terminar nuestro encuentro me relató como el sueño del barco se había vuelto a repetir. Esta vez el viento comenzó a soplar, las velas se llenaron, y con fuerza desgarradora toda la estructura de aquel buque comenzó a moverse. Para concluir contó como, al despertar, fue invadida por un indescriptible sentimiento felicidad.

No podemos controlarla. Solo podemos intentar estar
preparados para el día en el que aparezca.
Y es que hoy, tras varios años de búsqueda, me he dado cuenta de que la felicidad es como un viento. Que nos acaricia con su soplo. Movilizando todo nuestro ser. Que al igual que el viento no puede ser controlada, pues tan pronto aparece como se va. Quizá sea por eso que algunas personas pasan gran parte de sus vidas atrapadas en una época o etapa, añorando una felicidad que una vez allí sopló pero que ya jamás volverá. Gente que sale por los mismos lugares que en su juventud, repitiéndose a si mismos como fantasmas, anhelando infructuosamente volver a vivir aquello que una vez vivieron pero que nunca más vivirán.

¿Como encontrar entonces la felicidad si esta sopla de manera tan impredecible? La respuesta es sencilla. No podemos. Ella será la que nos encuentre a nosotros. Cuando menos lo esperemos, simplemente soplará. Sin embargo solo la sentiremos sí antes nos hemos encargado de construir un buen barco. Fuerte,  que aguante el movimiento. Ordenado, para no sentirnos ahogados dentro del él. Pero sobre todo con las velas desplegadas en alto. Preparadas para llenarse con la fuerza de la felicidad.

Quizá amigos míos el viento de la felicidad ya esté soplando en este mismo instante en el barco de nuestras vidas. O quien sabe. Quizá no. Lo cierto es que solo podemos hacernos una simple pero importante pregunta. ¿Hemos izado nuestras velas?

Lic. Unai Rivas Campo.

Escribiendo desde el sur del sur.