miércoles, 19 de enero de 2011

La felicidad.

No tuve una infancia feliz. Entonces así lo creía. Ahora lo sé. Supongo que por eso siempre tuve mucha curiosidad por saber a que se refería la gente con eso de la felicidad. De que mierda estaban hablando. Pasé muchos años intentando descubrir el secreto que supuestamente se encontraba detrás de aquella palabra. Tanto que en el transcurso de esos años incluso me Licencié en psicología. Aunque eso fue más por casualidad. En aquella época detestaba caminar y resultó que la facultad de psicología, que milagrosamente había aceptado mi solicitud de ingreso, se encontraba más cerca que la de derecho. En fin. Cosas de la vida y de la pereza. El caso es que tras varios años de búsqueda dejé el tema en el freezer. Suponiendo que este era uno de esos muchos misterios sin respuesta. Todo continuó de la misma manera hasta hace unos pocos años, cuando una paciente, tras un intenso proceso de reconstrucción personal, ya cerca del alta, comenzó a relatarme un sueño que había tenido días atrás: Estaba terminando de reconstruir un barco. Faltaban solamente algunos detalles, como unos pocos clavos y algo de pintura. La persona contaba con asombro como vivenció cada paso de aquella reparación. Hasta que finalmente el sueño concluyó con un espectacular izado de velas. No hay que ser un experto en psicología como para darse cuenta de cuanta salud emanaba aquella onírica vivencia. Pocas semanas después tuvo el alta. Pasaron unos meses y volvió. Solo venía a darme las gracias. Es increíble como algunas personas cometen el psicótico error de vincular sus mejorías a mi torpe persona. Pero lo verdaderamente curioso es que pocos minutos antes de terminar nuestro encuentro me relató como el sueño del barco se había vuelto a repetir. Esta vez el viento comenzó a soplar, las velas se llenaron, y con fuerza desgarradora toda la estructura de aquel buque comenzó a moverse. Para concluir contó como, al despertar, fue invadida por un indescriptible sentimiento felicidad.

No podemos controlarla. Solo podemos intentar estar
preparados para el día en el que aparezca.
Y es que hoy, tras varios años de búsqueda, me he dado cuenta de que la felicidad es como un viento. Que nos acaricia con su soplo. Movilizando todo nuestro ser. Que al igual que el viento no puede ser controlada, pues tan pronto aparece como se va. Quizá sea por eso que algunas personas pasan gran parte de sus vidas atrapadas en una época o etapa, añorando una felicidad que una vez allí sopló pero que ya jamás volverá. Gente que sale por los mismos lugares que en su juventud, repitiéndose a si mismos como fantasmas, anhelando infructuosamente volver a vivir aquello que una vez vivieron pero que nunca más vivirán.

¿Como encontrar entonces la felicidad si esta sopla de manera tan impredecible? La respuesta es sencilla. No podemos. Ella será la que nos encuentre a nosotros. Cuando menos lo esperemos, simplemente soplará. Sin embargo solo la sentiremos sí antes nos hemos encargado de construir un buen barco. Fuerte,  que aguante el movimiento. Ordenado, para no sentirnos ahogados dentro del él. Pero sobre todo con las velas desplegadas en alto. Preparadas para llenarse con la fuerza de la felicidad.

Quizá amigos míos el viento de la felicidad ya esté soplando en este mismo instante en el barco de nuestras vidas. O quien sabe. Quizá no. Lo cierto es que solo podemos hacernos una simple pero importante pregunta. ¿Hemos izado nuestras velas?

Lic. Unai Rivas Campo.

Escribiendo desde el sur del sur.

1 comentario:

  1. Entre los bellos acordes de una melodía lejana, leo tu texto, tan reflexivo y profundo. De conclusión perfecta. Sólo sientes la felicidad si has construído un buen barco. Por cierto, las velas izadas auguran un buen pronóstico. Si el viento sopla, tendrás movimiento. Y eso es certeza de felicidad!
    Pero…créeme. Cuando te acostumbras a tener las velas izadas, llega un momento en que ya no las necesitas. Basta con un buen barco. Y ya no requieres del viento.
    En la quietud del mar y del aire...podrás sentir felicidad. Y en las locas mareas.
    O puedes estar a la deriva y dejarte llevar.
    Velas arriadas o desplegadas. Soltar amarras de cualquier puerto, o anclar donde te plazca.
    Cerrar los ojos, y al respirar, sentir el oxígeno en tus pulmones.
    Y, aunque parezca curioso, si nunca sufres la niebla o la tormenta, o incluso el naufragio, nunca podrás apreciar la verdadera felicidad.
    El secreto está en el barco, o en lo que quede de él.
    Si quedas flotando en un madero, y puedes ver la luz a lo lejos...sentirás la felicidad de estar vivo. Agradecerás a Dios o al Universo por una nueva oportunidad. Y sabrás, en el fondo de tu corazón, que nunca es tarde para construir otro barco!

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