martes, 4 de diciembre de 2012

La dictadura de la objetividad.

Pintura que muestra la quema de brujas en la edad media.
Hubo un tiempo en el que se quemaban brujas. Bueno, brujas y lo que fuera. Aquella gente no era precisamente muy exquisita. Todo aquello que sonara u oliera a diferente terminaba en la hoguera. Supongo que les gustaba mucho el tema quemar, no sé.

Estoy hablando por supuesto de la edad media.

Tiempo pasado.

¿O no?

Hoy vivimos bajo la égida de otra dictadura. Más cruel y sangrienta. Implaclable. Estoy hablando claro está sobre la dictadura de la objetividad.

Somos la civilización que más tiempo, esfuerzo y dinero ha invertido en comprender y encumbrar la materia. Desde los millones de euros invertidos en un colisionador de hadrones de proporciones faraónicas, hasta las clásicas frases de elogio. Esas que dicen cosas como "te lo cuento a vos porque sos un tipo objetivo". En fin, lo cierto es que la objetividad es una característica propia de los objetos. Nada más. No obstante, los sujetos estamos condenados a relacionarnos con la materia. Podemos comprenderla, desde nuestra sibjetividad. Usar la lógica (que es una sistema de pensamiento objetivo), pero jamás podremos percibir objetivamente nuestra realidad. Somos sujetos, atravesados por historias, emociones, anhelos y fantasías. Y nuestra forma de comprender nuestro universo siempre estará atravesada por dicha subjetividad. No obstante, la vinculacion de los humanos con la percepción objetiva es un tema fascinante. Algo digno de investigar que por falta de tiempo prefiero dejar para otra noche.

Logotipo que aparece en una famosa
página escéptica.
¿Estamos frente a la inquisición moderna?
Y es que para comenzar a hablar de dicha relación primero debemos asumir que estamos atravesados por la subjetividad. Algo que no todos están dispuestos a hacer. Esto es lo que justamente sucede con algunos círculos autoproclamados escépticos. Grupos en principio bienintencionados que buscarían desbaratar algunos mitos, creencias o estafas que caminan por ahí. Pero que en su seno ocultan el peor de los males. La más oscura de las cegueras. Llegando a negar la existencia misma de su propia subjetividad. Y es que la objetividad tiene sus ventajas. Nadie puede negarlo. Si algo pesa tres kilos pesa tres kilos. ¿Qué se puede debatir? Nada. En ese sentido la objetividad es fantástica. El dolor de la duda queda anestesiado bajo frío manto de cemento.

El problema es que como toda anestesia, esta se vuelve adictiva. Al fin y al cabo es sencillo afrontar la vida desde ahí. Demasiado. Lo comprobado no se discute y la victoria estaría siempre asegurada. Generando así una euforia atrapante para sus miembros. Una captura de la que es difícil salir. Tanto que los actualmente autoproclamados escépticos son incapaces de aceptar cualquier forma de subjetividad. Llegando incluso a negar lo innegable. Como la subjetividad en las ciencias. Y es que en cualquier investigación, tanto las hipótesis como las conclusiones son hechos profundamente subjetivos. Algo que lejos de restarle mérito, hace de la ciencia una seductora forma de acercarse al conocimiento.

¿Qué ocurre cuando la economía se
transforma en una ciencia objetiva?
¿Y cuando la objetividad se vuelve un dogma?
Hasta ahí esto no sería nada demasiado grave. Apenas unas pocas mentes obtusas ahogadas en su propia soberbia. Malos científicos. Nada más. Sin embargo el asunto se complica cuando comenzamos a ahondar en las muchas implicaciónes que la epistemología objetivista supone.

No en vano, ver el mundo desde una pretensión de absoluta objetividad tiene sus consecuencias. Tantas como el relativismo puro. Tan peligroso es creer que todo puede ser cuestionado como que nada lo es. A veces pienso en estos últimos años. En la crisis mundial. En como se fue todo a la mierda. Quien sabe, quizás deberíamos habernos cuestionado más las cosas. Plantear que la ciencia económica no estaba tan llena de verdades objetivas. Que los nuevos dogmas liberales no nos hicieron más libres. Porque somos esclavos. Esclavos de la prepotente tiranía de lo objetivo. Mientras tanto, la filosofía ha sido relegada a cubo de basura de la historia. Allí descansa con el resto de las humanidades. Enterrada junto a nuestros sueños de un mundo mejor.

En fin, no importa. La vida siempre sale adelante.

Y sinceramente, las cosas más lindas son aquellas que crecen en los lugares más oscuros.

Flores salvajes, libres, que brillan con luz propia.


Escribiendo desde el sur del sur.


Lic. Unai Rivas Campo.




jueves, 22 de noviembre de 2012

Jugar como el Barcelona.

Solo hay dos equipos que me importan. El Athletic Club de Bilbao y Racing de Avellaneda. Nada más. De hecho, tengo que confesar que el fútbol medio que me chupa un huevo. Será porque ninguno de esos tipos que corren tras una pelota me pagó nunca el alquiler. No obstante me gusta y lo sigo. Incluso algunas veces me tomo el tiempo de ver algunos partidos de otros equipos. Entre ellos están por supuesto los del Barcelona. Es curioso verlos jugar. Poseen cierta estética musical, una poesía, un ritmo No parecen humanos. Al verlos se siente que son algo más.

Una combinación de juego, arte y espiritualidad.

Un sistema.

Decía Gregory Bateson que la mente no estaba precisamente ubicada da en el cerebro, tampoco en el cuerpo. La mente es algo que no rodea. El gran principio regulador que fluye a través de nuestro entorno. Creemos erróneamente que somos sujetos aislados. Entidades independientes de los demás. Olvidamos así que formamos siempre parte de algo. De un sistema mayor, de una mente.

Mentes que se autorregulan, que tienen sus propios equilibrios y planes. A veces tomados por la salud, otras por la insania. Como en esas familias donde generación tras generación se repite un caso de esquizofrenia o de suicidio. Las culturas también son exponentes de esa gran mente colectiva de la que formamos parte. Jung la llamaba inconsciente colectivo, y tras estudiar muchas religiones llegó a la conclusión de que dicha mente tenía una suerte de lenguaje universal. Que para nosotros los sistémicos sin duda es de orden estético. Una melodía que se ejecuta desde el inconsciente del equipo y que, como en una buena banda de jazz, otorga a sus miembros el espacio para conscientemente poder improvisar.

Y es precisamente esa estética la que vemos actuar cuando juega el Barcelona. Allí donde los indivíduos  se religan formando una consciencia colectiva. Será por eso que tanto Guardiola como Bielsa (técnico reconocido como el gran inspirador del genio catalán) fomentan una actitud de humildad en su grupo de jugadores. Dejando de lado los egos omnipotentes. Instándolos a ser fieles a un sistema. Hartándose de jugar.

Marcelo Bielsa: Fútbol y filosofía.
Siempre pienso además que el Barcelona posee otra virtud que nos deja a todos una importante enseñanza de vida. Pues más allá de la buena o mala suerte que el equipo barcelonés haya tenido en una temporada, siempre termina ubicado en los primeros puestos de la tabla. Siempre. ¿Por qué? Porque la suerte no existe. O si existe, su rango de influencia resulta menor. Porque el que es leal a su propio juego, aquel que lo cuida, tarde o temprano, llega.

De esta forma jugar como el Barcelona es algo más que darle pataditas a una esfera. Jugar como el Barcelona implica muchas cosas. Como ser humilde. Formar parte de algo mayor. Hacernos cargo de nuestros propios errores. Y sobre todo, no culpar a la suerte.

Que seguramente existe, pero que jamás ganará una campeonato.

Ni tampoco modificará sustancialmente nuestra existencia.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Ángeles de alas negras.

BODHISATTVA: Para el budismo mahayana es aquel que puede alcanzar el Buda. La máxima de las felicidades. Pero que justo en la puerta renuncia, de manera consciente y responsable a ello.


Esta tarde he sido un Bodhisattva. En la terraza, con una cerveza fría y mirando al cielo. Cantando viejas melodías que tan solo yo recuerdo. Dejándome acariciar por la brisa. Como la hoja de un árbol en un día de viento. Solo.

Feliz.
El cielo puede esperar.

Tanto que durante un instante creí, quise, estar allí para siempre. En mi cielo. Sin embargo tuve un momento de cordura. De esos que muy cada tanto me agarran, y volví. 

Decía un viejo amigo que el paraíso, no estaba precisamente arriba, sino bajo nuestros pies. Que permanentemente vivíamos huyendo de él. Quizás entonces los Bodhisattvas modernos no sean estatuas de bronce de frío rostro oriental. Quizás solo sean ángeles de alas negras. Volando con todas sus fuerzas. Luchando a contramano. Resistiéndose agónicos a caer en el paraíso. No sé. Será que hay mucha gente valiosa en este mundo. Demasiadas nostalgias, abrazos, lágrimas perdidas y manos que tender. Buenas personas. Así es que por ahora este es mi mundo. A veces frío y oscuro. Repleto de humanas tonalidades. Por eso es que honestamente prefiero, y elijo, quedarme en él.
Merece la pena.

Escribiendo desde el sur del sur.

Unai.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Ideas y convicciones.

Ayer discutí con una amiga. No peleamos, pero si intercambiamos opiniones. Visiones distintas del mundo. Recuerdo que ella estaba muy enojada. Triste en el fondo. Hablaba sobre un compañero de trabajo al que no soportaba, mal tipo, pero muy astuto. Estaba angustiada. Esa lógico. Ella es una persona de esas que siempre va al frente. Honesta, a veces demasiado.

La mayor parte de la gente solo se escucha a si misma.
Temen perder sus convicciones.
No se confundan, no tengo nada en contra de la honestidad. De hecho le doy a esta un gran valor. Tanto que no considero que todo el mundo se la merezca. No creo que en este planeta nuestro, todos busquen la verdad. Ni adentro, ni afuera. Seguramente esto se deba a la necesidad de evadir el dolor que cualquier verdad supone. Interna o externa. Eso da igual.

Le dije cualquier pelotudez. Cuando alguien a quien quieres esta triste, las palabras brillantes emigran. De tal forma que solté lo que sea con tal de que se anime. Fue al pedo.

Me hubiera gustado ser más claro. Decirle que no siempre se puede poner el cuerpo con todos. Explicarle claramente la diferencia entre ideas y convicciones. Decirle que las primeras solo pueden ser discutidas en la medida que existe un otro que esté dispuesto a debatirlas limpiamente.

Porque además, las convicciones son así, raras, misteriosas, ciertamente incapturables. En mi caso puedo decir que tengo algunas pocas. No muchas, digamos que las suficientes. Aunque me juego a muerte por ellas. Eso, claro, no significa que no trate de escuchar a otros y que no me haga a mi mismo cuestionamientos. Muchas veces el argumento del otro te puede hacer dudar, y sin embargo eso no significa que uno necesariamente deba abandonar la forma en la que elige mirar la realidad. Porque las convicciones son una decisión de vida. Algo que va más allá de la fortaleza lógica de cualquier argumento. Por eso nos hacen libres. Pues las elegimos. Son una decisión. Una decisión que puede ser modificada por ideas nuevas, pero no siempre. Al fin y al cabo perder una discusión no significa necesariamente no tener razón. Perder solo nos enseña que no encontramos el respaldo argumentativo suficiente para aquello que defendemos. Quizás por no estar en los cierto, o quizás porque dichos argumentos aún no fueron inventados.

Recuerdo como en los noventa no existían argumentos para cuestionar el actual modelo económico mundial. FMI o Banco Mundial eran palabra sagrada. No obstante muchos logramos mantener contra viento y marea nuestras convicciones. Tratando de pensar. Buscando nuevos argumentos. Ideas que nos dieran la fuerza necesaria para volver al ruedo.

En fin, son muchas más cosas las que le hubiera ducho. No quiero aburrir a nadie. Le diría de vuelta que no siempre merece la pena discutir. Que hay mucha gente por ahí que debate deportivamente las ideas que sostienen sus convicciones, pero que también son legión los sujetos mezquinos que no lo hacen. Que se cagan en cualquier cosa que les digamos. Gente con la que no merece la pena discutir. Seguramente porque no diferencian sus ideas de sus convicciones, y por tanto, temen perderlas. Será que todos necesitamos creer en algo.

Algo a lo que aferrarnos.

La diferencia es que algunos, a veces, tienen el valor de reconocerlo y discutir desde dicho lugar.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 30 de octubre de 2012

La mentira.

Las únicas mentiras que realmente nos engañan son las nuestras.
No voy a criticar la mentira. A lo largo de mi vida he mentido demasiado como para ahora culparla de nada. O al menos, para hacerlo con la necesaria honestidad, antes debería tratar de comprenderla un poco mejor. La verdad, desconozco, por ejemplo, si no decir la verdad es necesariamente una mentira. Tampoco sé realmente si esa clase de mentira resulta la única posible. Lo cierto es que en este asunto tengo más preguntas que respuestas. ¿Son malas las mentiras? ¿Es insano mentir? ¿Existen mentiras más sanas que otras? No sé. Se ha escrito mucho sobre el tema, generalmente textos de carácter moral. Pocas veces se ha profundizado verdaderamente sobre ella, yo tampoco lo haré. No esta noche. El que si lo hizo fue Nietzsche. El desdeñaba la mentira. Entre otras cosas porque según decía nos convertía en esclavos de sostenerla de por vida.

A esto Sartre le sumaba que la única mentira digna de llamarse así era aquella que uno se decía a si mismo. En fin, quizás de eso se trate la auténtica mentira. Es decir, de un autoengaño destinado a evadir el propio dolor. Un espejo deformante del ser. La eterna captura de lo más humano en nosotros. Una cárcel para el alma.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 27 de octubre de 2012

La conquista de América.

¿Cómo pudo un reducido número grupo de
hombres rudos, sucios y barbudos conquistar
algunos de los imperios más colosales de la historia humana?
Se cumple otro aniversario de la primera llegada documentada de europeos a América. O sea del famoso descubrimiento o conquista. La verdad, no me hubiera fijado en la fecha si alguien no me la hubiera recordado. Lo cierto es que no es un día que precisamente celebre. No me agrada. Más bien te diría que me rompe las pelotas. La pregunta sería por qué. Pues como muchos argumentan, conquistas han habido muchas. América no fue la excepción. De hecho, las conquistas y los imperios ya eran una realidad en la América pre-Colon. Los hombres sufrían dolores e injusticias y las culturas se eliminaban, a veces cruelmente, unas a otras. Podríamos decir entonces que la legada de los españoles al continente americano fue una conquista más. Nada nuevo. Ni mejor ni peor de las que ya existían. Y sin embargo algo no me termina de convencer. Uno siente que este no fue un asunto sin más. ¿Pero cual fue la diferencia? Supongo que la respuesta la podemos encontrar si analizamos cómo fue que se forjó el sometimiento de las dos civilizaciones más importantes de la época: La Inca y la Azteca. En en ambas nos encontramos con situaciones parecidas. O sea un muy reducido número de hombres (no más de 200 en el caso peruano) que en muy poco tiempo se hace con el control total de un vasto imperio. ¿Cómo puede ser? La respuesta es sencilla: superioridad tecnológica. Es decir, los conquistadores eran más inteligentes.

Me doy cuenta de la incomodidad que estás últimas palabras generan pero es claro que aquellos hombres blancos, sucios y barbudos eran mucho más inteligentes que los indios. Ellos no solo no tenían armas de fuego, caballos o una estrategia militar de avanzada. Tampoco poseían de la necesaria ambición. Una característica propia de eso que conocemos por inteligencia. Porque la inteligencia es así, omnipotente. Y como toda omnipotencia, infinitamente voraz. Nada escapa a esa mente separada del cuerpo. Siempre se quiere más. Nunca es suficiente. Es notable como el emperador Azteca le ofrecía a Hernan Cortes oro para evitar su avance. Seguramente pensando que si los blancos buscaban oro, una gran cantidad de oro colmaría sus deseos haciéndolos retroceder. Sin embargo para el occidental de mente insaciable, tal estrategia solo funcionó como estímulo. Y es que para nosotros los occidentales saciarse resulta imposible. Siempre buscamos más. No nos adaptamos a nada. La palabra equilibrio nos resulta ya algo ajeno. Lejano.


Así es que de eso se trató la conquista. De un modelo o sistema de ideas ambicioso y enfermo. De una mente separada del cuerpo. Insaciable consumista. Forma de vida que une a las clases pobres, medias y altas; transformándolas en una clase única: la clase miserable.

Una miseria que es justamente la que trajo esa famosa llegada.

Por eso es que no nos gusta. En el fondo nos damos cuenta como en aquellos primeros hombres de américa existía una inocencia colmada de sabiduría. Ajena a los inteligentes subterfugios de la mente occidental.

De esta forma fue que la inteligencia derrotó a la sabiduría. Esa fue a mi juicio la primera gran victoria de un modelo sobre otro. Hoy tenemos la oportunidad de la revancha. Para mí es importante. No sé, soy vasco. Nuestro pueblo lleva arraigado a una misma tierra desde que la noche es noche. Por tanto tengo un bando. Lo elijo. Deseo que la sabiduría salga victoriosa. Que triunfe. Que sea libre. Realmente libre.


Escribiendo desde el sur del sur.

Unai Rivas Campo.

lunes, 27 de agosto de 2012

Frases sueltas, aforismos, ocurrencias...



El poder es como un viento, llega tan rápido como se va. Los perversos, no lo ejercen de manera genuina, se valen de su versión más enferma: el control.

Las águilas no cazan moscas (dicha por un viejo amigo).

La vida duele. Sin dolor no existe el consuelo. Sin consuelo la vida no merece la pena.

La injusticia inocula el veneno del odio, ¿La cura? El amor.

Los naufragios siempre dejan restos. En ellos encontramos lo que queda. Lo último. Lo humano. Lo más auténtico de nosotros mismos.

Elegir es perder, perder duele. Siempre.

La vida no es como queremos, sino aquello que elegimos hacer con lo que hay.

La soledad no duele, lo que hiere es el vacío.

La felicidad es un poder que sopla a su antojo. Un destino caótico y carprichoso. Lo único que podemos hacer es tener las alas preparadas, listas para volar.

Cuando vuelas durante algún tiempo entre nubes oscuras, tus alas se vuelven negras.

Vivir es un agónico salto hacia el vacío. Duele y asusta, pero merece la pena.

Años sin dormir por tantos problemas, y descubro que la solución era dormir.

La vida es una fiesta que empieza sin ti y que no se detiene cuando te vas.

¿Lo que más me gusta de la sublimación? Me permite ser un criminal sin víctimas.

El optimismo pertenece a los mercados. La esperanza, a los pueblos.

Me hice psicólogo pensando que así e libraría me madrugar. ¡Cómo me estafaron!

El capitalismo es un virus informático auto-organizado con un archivo encriptado en cada una de nuestras mentes.

El sistema somos nosotros.

Existen infinitos cotidianos. Pequeños decimales eternos .

La terapia se construye en el límite.

La mente todo lo puede imaginar, es omnipotente. Un pequeño Dios en miniatura. Sin embargo el cuerpo es algo más sencillo. Humano, honesto y real.

Jamás hubo mayor salvaje en la tierra que el autoproclamado hombre civilizado.

Somos esclavos de aquello que pretendemos controlar.

Un hombre libre no es aquel con muchas opciones, sino ese capaz de ejercer alguna de ellas de manera responsable.

Solo tenemos una vida, una vida y nada más. Lo demás no importa. Ni siquiera eso.

Pensaba que ser psicólogo haría de mi vida algo más sencillo. Por desgracia la hipnosis no funciona con los hijos de puta.

A veces la nostalgia duele como una patada en los huevos. En ese sentido la música no ayuda.

Hay nostalgias que se clavan como cuchillos.

El domingo es un espejo.

La vida es un río por el que transcurren emociones. Algunas lindas, otras no tanto. Bloquear una es bloquearlas todas.

La angustia es ese olor a basura provocado por emociones podridas de tanto encierro.

No importa cuanto estudies, vivas, o trates de entender. Las mujeres son inescrutables.

Cuando estuve en el mítico cerro Uritorco no logre establecer contacto con ninguna civilización inteligente. El lo que va desde mi regreso tampoco.

El insulto es la última salida de los miserables. Recibirlos, aveces, puede ser un honor.

Cada día entiendo menos, cada vez disfruto más.

La naturaleza no compite, danza.

A veces la clave para ganar radica en el hecho de ser capaz de rendirse.

Todo el mundo desea acostase por las noches sintiéndose una buena persona. Especialmente los hijos de puta.

Reconozco que venir de otro país tiene sus ventajas. Y es que gracias a mi acento nadie se da cuenta de que soy extranjero.

Un título de psicólogo puede a veces ser el mayor obstáculo entre un terapeuta y su paciente.

¡Soy un estúpido! No hay en este mundo reconocimiento más liberador.

Si la obsecuencia flotara, sin duda taparía el sol.

La inteligencia es un mecanismo adaptación, pero a diferencia de otras especies, este carece de límites. Eso la hace peligrosa pues resulta inarmónica con su ecosistema circundante.

Mucha gente confunde la diferencia de opiniones con la censura. Respetar una idea no es callar ante ella. Respetar una idea es llevarla a la frontera de sus últimas consecuencias. Pelearla a muerte. Comprobar cuan sólida es.

Hoy la escuela es la primera línea de defensa frente al ataque de lo inhumano.

No hay mayor criminal que un hombre indiferente. Que un militante de la neutralidad.

Los errores nos dicen la verdad, las catástrofes nos la escupen a la cara.

Mientras controlar es jugar en el tablero de lo indigno, decidir es tomar la digna actitud de patearlo.

Quien sabe, quizás el amor sea algo más jugado, más libre. La diaria elección de un camino. El dolor de una patada en las pelotas. Un salto de Fe.

Ojalá...



Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


miércoles, 22 de agosto de 2012

Sócrates era un cabrón.

Sócrates era un cabrón. No os confundáis, no estoy diciendo que me cayera mal. Todo bien con Sócrates. Solo digo que era un cabrón. Nada más. Ocurre que el muy hijo de puta se la pasaba bardeando. Molestando a los pobres atenienses con su retórica insidiosa. Perturbando la tan adorada armonía de aquellos refinados ciudadanos. Sus preguntas eran tramposas, mentirosas y venenosas. Jugaba sucio. Sin duda estaba dotado de un intelecto afilado. Capaz de hacer fuerte el argumento más débil. De hecho, esa fue justamente una de las acusaciones por las que resultó condenado.

Sócrates: El personaje más televisivo del mundo antiguo.
Más parecido al "Doctor House" que
a un hombre verdaderamente sabio.
De todas formas, más allá de lo justo o injusto de aquella sentencia, no podemos negar el valor de algunas de sus célebres máximas. Seguramente la de mayor fama ha sido es que reza "solo se que no se nada". A lo largo de los años, la frase se hizo conocida como el ejemplo de la sencillez de un sabio. Pero lo cierto es que este peculiar personaje no la utilizaba precisamente para dichos fines. A Sócrates le encantaba valerse de la ironía. Le permitía agredir sin ser condenado por ello. Recordemos que en la Atenas clásica, alterar la paz era considerado una grave afrenta a la ley Así, cuando derrotaba a alguien en un duelo verbal, se jactaba afirmando algo parecido a esto: "...yo solo sé que no sé nada, pero este hombre cree saber algo y sin embargo ha resultado no saberlo. Por lo tanto, yo, sin saber nada, soy más sabio que él". No cabe duda de que esta era una brillante estratégía para humillar al otro valiéndose de un piadoso manto de falsa humildad. Lo dicho: un cabrón. Un cabrón simpático. De esos que me hubiera encantado tener de amigo.

Me encanta Sócrates.

No obstante, más allá de las simpatías o antipatías que este curioso personaje pudiera despertarnos, no podemos negar la potencia existente en la afirmación de la negación del propio saber. En la profunda lección que con ella nos deja. Porque creer que se sabe algo, sobre cualquier cosa, es claramente un sinónimo de ignorancia. Como en el caso de esos supuestos "expertos" en algún tema que no conocen siquiera acerca del tema sobre el cual presumen conocer. Al fin y al cabo, como se desprende de las ideas de R.D. Laing, nada resulta un mayor obstáculo para el aprendizaje que aquello que creemos saber. Es decir que aquello que damos inocentemente por sentado. En otras palabras: de lo que somos conscientes.

En ese sentido, creo que la conciencia juega un papel complicado. Un arma de doble filo. Pues ilumina tanto como oscurece. Enfocando nuestra atención en algunas áreas para oscurecer todas las demás. Es ahí donde entra Bateson afirmando que la conciencia es un corte. La divina habilidad de crear nuestros propios límites. Supongo que esa cualidad es la que hoy nos acerca paradógicamente a la extinción. Corremos el peligro de morir ahogados en la ceguera de la inteligencia.

Dicen que no hay nada más peligroso que un don desbocado. Que una habilidad huérfana. Las religiones han perdido su antaña legitimidad. Las ideologías quedaron seriamente golpeadas tras la caída del muro. Hoy más que nunca nuestra atención consciente ha quedado desligada de la totalidad. Haciéndonos más inteligentes a la vez que menos sabios. Así, cual dioses tontos, los humanos sabemos cada vez más, justamente porque ignoramos lo fundamental.

Existe solo aquello que tiene límites.
La conciencia corta, sesga.
Tiene el poder de limitar.
De crear.
¿Somos dioses?
¿Consecuencias del exceso de corte? La principal sería sin duda la contaminación del medio ambiente. Y con ello me refiero al propio, pues el planeta, a diferencia de nosotros, sobrevivirá seguro a estas torpes intervenciones. La vida es demasiado poderosa, saldrá adelante. Nosotros no. Existen claro está, otras consecuencias como los trastornos mentales, el capitalismo o incluso algunas dolencias físicas. La misma metáfora enferma actuando a través de distintos tipos lógicos.

Decía Guilles Deleuze que el humano postmoderno vivía segmentarizado. Fragmentado en mil pedazos unívocos decididos desde un poder único central. Es por ello que un joven de veinte años inglés se parece más a un argentino de su misma edad que a su abuela. Esto, que ahora damos por sentado, nunca fue así. Antes de la globalización, cada microcultura tenía sus propios límites. Cortes que protegían un ecosistema humano rico en diferencias. Bello y de gran plasticidad. Hoy, esos cortes los digita el mercado. Sesgando mentes. Controlando nuestra existencia desde una conciencia global, un sistema enfermo que se alimenta de toda aquella conciencia liberada de las religiones, y de la cual no nos hacemos cargo. Pues si bien la humanidad podría, quizás, sobrevivir sin religión, difícilmente lo hará sin ejercer su libertad de manera responsable. Es imperativa una nueva revolución de la conciencia. Seria. Profunda. Sin estupideces, arcos iris ni mierdas por el estilo. Cruda, honesta y esperanzada. En una palabra: popular. En fin, como sea, debemos hacernos cargo de nuestro poder. Del consecuente desafió que la consciencia supone. Una responsabilidad que Sócrates jamás eludió.

Por eso fue sentenciado a muerte.

Por eso es que se hizo inmortal.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.





jueves, 16 de agosto de 2012

Crudo, claro y sin anestesia.

Llevo un tiempo detrás de algo: una teoría general de la realidad. Diluyendo lo interno y lo externo en una suerte de espiral dialéctica sistémica de naturaleza estética. Sé que no se entiende, en fin, digamos que el universo está regido por leyes estéticas. Pura belleza. Metáfora y corte. Leyes que a su vez se superponen en distintos tipos lógicos. De esta forma en cada tipo lógico se daría una diferencia respecto con el movimiento anterior. Plantando así un universo multifractal en constante interacción. Como una gran melodía cósmica. El problema es que me doy cuenta de que no se me entiende. De que no se me entiende una mierda. Y ese es el verdadero reto: poder hacerlo comprensible. Si no es al pedo. Masturbación intelectual. El delirio de un loco o el enigmático discurso de un intelectual pretencioso. Lo primero sería preferible a lo segundo, aunque lo cierto es que ninguna de estas dos cosas me sirven. Si no es popular, si no se puede comprender, es inútil.

El tiempo de los enigmas quedó atrás. Una nueva teoría del conocimiento es necesaria. Fuera del insípido corset del ámbito académico. Lejos del stablishment de los poderosos. Cruda, clara y sin anestesia.

En ello estoy.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


jueves, 26 de julio de 2012

¿Por qué anotan los psicólogos?

¿Realmente es necesario anotar? 
Los terapeutas argentinos se encuentran sin duda entre los mejores del mundo. Cuando llegué al país, hasta el más tonto me parecía un genio. Estaba absolutamente admirado. Reconozco que soy muy impresionable, aunque también es cierto que tenía mis motivos. Y es que los argentinos hablan muy bien. No en vano su forma de expresarse o "chamullo", como dicen por acá, es de fama mundial. Además, no cabe duda de que la educación de este país, aún devaluada como está hoy en día, es muy superior a la europea. Igualmente hoy, ya un poco más viejo, comienzo a encontrar algunos defectos en su proceder. Creo que todo comenzó cuando arranqué terapia hace unos años. Recuerdo al terapeuta con cariño. Un buen tipo, se notaba. Sabía bastante sobre algunos temas y decía malas palabras (valoro mucho a los psicólogos que dicen malas palabras). Sin embargo algo me llamaba mucho la atención: no paraba de anotar. ¿Pero que mierda anotaba? Supongo que todos los que hemos sido pacientes nos hemos preguntado eso más de una vez. Y digo "hemos" porque yo no anoto. Lo cierto es que me suelo acordar bastante acerca de las historias que las personas me cuentan. Y lo que olvido siempre lo olvido por alguna razón. Soy muy respetuoso de mi inconsciente. Pero de eso ya hablaré más adelante. Otro día quizás. Vayamos entonces a mi breve experiencia como paciente. En fin, el caso es que, cada vez que en mi terapia decía "padre", el tipo anotaba como un loco. Era increíble verlo al hombre escribir y escribir siempre que usaba dicha palabra. Cuando me percaté, y tardé unas cuantas sesiones pues no soy un tipo lo que se diga muy despierto, comencé a usarla para divertirme. Decía "padre" cada tanto y me fascinaba viendo sus reacciones. Ya sé que no estuvo bien, pero era genial ver ese cuaderno moverse. Muy divertido, en serio.

Dejé la terapia como pude. La verdad, reconozco, me hizo bien. No obstante siempre me quedó la duda de por qué aquel muchacho anotaba tanto.

Y sobre eso es que van estas reflexiones.

Dirán los terapeutas que anotan para no olvidarse de los aspectos más importantes de sus sesiones. Lo que ocurre es que tal respuesta me lleva a otra reflexión. ¿Por qué se olvidarían? Al fin y al cabo a eso nos dedicamos. A escuchar. Forjamos un vínculo con las personas con las que trabajamos. Nos emocionamos con sus historias. Las sufrimos o nos reímos con ellas. No son cosas que pasan, son cosas que nos pasan. Así es que no tiene sentido olvidarse. ¿Cómo hacerlo de algo que te emociona? La contratransferencia es un proceso bien relatado por el psicoanálisis. Muy sistémico. El concepto explica como en la relación paciente-terapeuta a los dos nos suceden cosas. La diferencia radica en el rol y en la responsabilidad que tenemos cada uno en nuestros respectivos lugares. Nada más. No creo que los terapeutas sean todos de hielo. Sé, y me consta, que se emocionan tanto o más que yo. Algo bastante comprensible pues son humanos.

El corazón, metáfora del cuerpo, no olvida.
Jamás.
¿Y entonces por qué se olvidan?


Se olvidan porque anotan.


Habría que pensar que implica anotar en una terapia. Tener el cuaderno y el lápiz entre las manos. Estar a dos cosas a la vez. Yo lo intenté un par de veces tratando de entender que ocurría, y fue algo realmente raro. Estaba tan pendiente de mis anotaciones que no era capaz de sentir lo que las personas sentadas enfrente de mi sentían. Estaba como desconectado. De mí mismo y de los demás. Ahí fue que me di cuenta. Comprendí que el cuaderno anestesiaba mis emociones. Es decir la principal herramienta de trabajo de un psicólogo.


Ocurre que las cosas cosifican. Cualquier objeto tiene ese poder sobre nuestro mundo emocional. Una play statión, la televesión, lo que sea. Son materia que nos entretiene, que nos anestesia. Nos dejan atontados como aquel que se queda horas tildado frente a una computadora perdiendo la noción del tiempo. De esta forma los terapeutas anotan para poner distancia. Seguramente también para salvaguardar una falsa sensación de poder sobre un otro que asustado no comprende qué anota el profesional. La ironía es que dicha herramienta, al separarnos de nuestro mucho afectivo, nos separa del mundo afectivo de las personas con las que trabajamos; y al hacerlo genera olvidos. Olvidos que son paliados con vacías anotaciones. Que por cierto jamás serán comparables con la experiencia de recordar con el corazón.


Un corazón que no olvida.


Jamás.


Escribiendo desde el sur del sur.


Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 24 de julio de 2012

Conocer a alguien.

Nunca pierdas la esperanza.
Riégala un poco todos los días.
Hay vida en otros planetas.
Ayer o antes de ayer (no sé) una persona me dijo: "Unai, vos nunca dejarás de ser psicólogo. Es lo que sos, parte de tu ser". Me quedé helado. Desnudo. Porque lo cierto es que cuando no ejerzo siempre trato de pasar inadvertido. Invisible. Supongo que desde mi infancia fue que comencé a tratar desesperadamente de ser normal. De que nadie "lo" notara. ¿Notar qué? Que era raro. Distinto. El objeto de burla de unos niños que se asustaban frente a mis extrañas reflexiones.

No puedo, no existen palabras para describir lo solo que me sentía. Dolía tanto que recuerdo que por las noches rezaba a Dios (si es que existía-pensaba-)  para que me ayudara a ser normal. A no decir o pensar cosas tan raras, a ser como los demás. Anhelaba aquello con toda mi alma.

Así es que con los años, casualidad mediante, me hice psicólogo. Aprendí mucho sobre el tema pues tuve la suerte de ser formado por los mejores. Los últimos maestros de un conocimiento extinto. Caprichos del destino, ya sé. Pero que honestamente agradezco. Porque me ayudaron a entender a esos "demás" a los que tanto envidiaba. Siempre tan lejanos para mí. Tan infinitamente distantes. 

Fueron muchos años de observarlos. Al principio todo fue cuestión de adaptación. Un proceso cuasi matemático de ensayo y error. Después, el conocimiento me ayudo a comprender sus debilidades. A manipularlos. Sin embargo, pronto me di cuenta de que el control, el manejo, o lo que fuera no era la auténtica respuesta. De que la verdadera belleza del vivir se encontraba en el vivir mismo. En dejarse atravesar. Fue de tal modo que aprendí a conocer a las personas. A permitirme ser tocado por sus vidas. A dejar que sus historias me pasen. A entender que nadie en el fondo es tan distinto. A existir. Y por supuesto... a enamorarme.

¿Conocer al alguien? Si. ¿Y de qué coño se trata eso?

Conocer a alguien es sin duda conocerse a uno mismo. Religarse con el mundo a través de los ojos de los demás. Querer. Aprender que hay cosas que van más allá de los descartes o segmentos de la fría conciencia. Porque amar nos obliga a ir más allá. Y es que todo, todo, nos dice algo. Algo acerca de nosotros. Acerca de ti.

Acerca de mí.


Escribiendo desde el sur del sur.

Unai.



El liberalismo. ¿Una huida hacia adelante?

Esta semana tuve la oportunidad de discutir con un liberal. Para quien no sepa lo que significa eso, trataré de explicarlo brevemente.

Este es el dios de los liberales.
Veamos, los liberales consideran que el mercado es un sistema (Al menos en eso, los liberales y yo nos parecemos). Postulan que éste es entidad que actúa como una suerte de regulador natural. Siempre regido por las infalibles leyes de la oferta y la demanda. Distribuyendo así los recursos justamente entre los que más se lo merecen. Como veis, la idea es simple: el más capaz, ya sea este un individuo, una empresa o un país, será el que mejor oferta genere y por tanto el que mayor demanda reciba. Haciendo que cada individuo obtenga el bienestar que se merece. Ni más ni menos. De esta forma, para los liberales los estados solamente deberían encargarse de algunos servicios básicos como la policía, o la defensa exterior. Algunos incluso llegan a posturas más radicales. Aunque en general, el liberal considera que el estado solo serviría como un agente encargado de defender... al liberalismo (a quién si no). Se concluye entonces que cualquier intervención estatal, ya sea fomentando la producción, ya sea ayudando a los más desfavorecidos, es inútil. Perjudicial para un exitoso y desarrollo económico y social.

Suena bien. De hecho, resulta imposible negar que el planteo liberal es sin duda interesante. Seductor. Tiene la belleza de lo sencillo. Pues no se necesita pensar demasiado para ser liberal. Todo se reduce a dejar hacer y que el dinero fluya. Nada más. Una suerte de utopía anarquista reducida a lo económico. 

El único problema es que la utopía ya ha llegado. Aunque dista mucho de ser precisamente un paraíso. Dicho en criollo: el mundo se va a la mierda.

¿Por qué?

El problema es filosófico.

Sucede que el liberalismo parte de una falso dualismo social inspirado en la aristotélica división mente cuerpo. Esa que decía que se consideraba al ser humano como algo dividido en las anteriormente citadas dos partes. Donde una mente sesgada del cuerpo funcionaría como un órgano autónomo, superior, supremo e incuestionable. Así, dicho paradigma (fortalecido más tarde con las ideas de Descartes y la reforma protestante) fue lentamente aplicado a todas las relaciones humanas. Incluyendo claro está, la económica. De esta forma fue que nos encontramos con esos pensadores liberales que celebraban orgullosos el éxito de sus números mientras ignoraban el hambre de sus pueblos. Sacrificandonos sin piedad a los mercados. Esclavizando al hombre en pos de la libertad del capital. Porque si bien el dinero es cada día más libre, nosotros los humanos, los de abajo, vivimos condenados. Restringidos. Marcados y segmentados en asfixiantes sociedades de control. De miedo. De mucho miedo.

En el liberalismo no existe la igualdad de oportunidades.
Aquel que nace peón siempre tendrá menos
posibilidades que aquel nacido rey.
No olvidemos además que esa división dinero/pueblo termina generando un tablero de oportunidades distintas. Donde aquellos que nacen con más dinero contarían con una mejor educación, más contactos y por tanto con desiguales oportunidades. Al fin y al cabo el dinero, no es papel, ni oro, ni pretróleo ni nada; el dinero es poder. Un poder inhumano y descorporalizado para el cual no somos más que simples peones.

Pero como una enferma de anorexia que se alegra por los kilos perdidos antes de morir, el liberalismo no se rinde. No lo hará jamás. Es omnipotente, negador y arrogante. Ante las críticas dirá que las crisis son cíclicas. Casuales. Como el clima. Y que si estás no se han podido evitar o suavizar se ha debido a las desregulaciones todavía no efectuadas. Desregulaciónes que le darán más poder al dinero, y sobre todo, a los dueños de dicho dinero.

Decía más arriba que esta semana estuve discutiendo con un liberal. El diálogo es lo de menos. Digamos que terminé recibiendo algunos insultos que no pienso reproducir en este espacio. Para que me digan idiota ya me tengo a mi mismo. De todas formas permítaseme presentar este diálogo ficticio que bien podría funcionar como una analogía de lo que se habló.

Nos ahogamos para salvar al que nos asfixia.
-Se está ahogando.

-Si, es terrible, ¡Hay que hacer algo ya!

-Supongo que podrías empezar por dejar de hundirlo en el agua.

-¿Dejar de hundirlo? ¡Qué locura! No lo haré, estoy tratando de salvarlo del exceso de oxígeno.

-El oxigeno no es el culpable.

-Sí lo es.

-¿Pero no ves que estando bajo el agua se ahoga? ¡Mira como se agita por Dios!

-Se ahoga porque aún no lo hemos hundido lo necesario. Cuando lo hundamos bien hundido, durante el tiempo suficiente, ya verás como deja de quejarse.

-¡Porque estará muerto! ¡Joder!

-Para nada, ya te dije que es el oxígeno el que lo está matando.

-¿Pero no recuerdas que antes de hundirlo respiraba?

-Eran otros tiempos, otro contexto. No puedes comparar aquella época con esta. Tu miras al pasado, yo pienso en el futuro.

-¿Ves? Ya se ha ahogado.

-Eso se debe a que no apliqué mis recetas a tiempo. Pero descuida, contigo no me sucederá...

En fin, a veces pienso que ese fue justamente el origen de movimiento punk. La metáfora de un sistema en crisis. El último grito de aquel que se sabe condenado. Una huida hacia adelante.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.





miércoles, 18 de julio de 2012

La sombra del diablo.

Dice la leyenda que las escalas pentatónicas contaron en su origen con una mayor cantidad de notas. Pero que, por intervención de la iglesia, quedaron reducidas al número actual. Suprimidas al ser consideradas diabólicas. Así es que tuvo su origen el blues. Como el descarte de algo tenebroso. La sugerente silueta de un crimen. El oscuro canto de un pájaro silencioso. Quizás sea por eso que cuando escucho blues me siento arropado. Vivo. Mecido por la cálida sombra del diablo.

Escribiendo desde el sur del sur.
Unai.

lunes, 16 de julio de 2012

Por quien doblan las campanas.

El sufrimiento es parte de la vida.
Negarlo es desconectarnos de nosotros mismos.
Y claro, también de los demás.
-No quiero que me duela.

-La vida no es como quieres.

-No quiero escuchar eso.

-Lo vas a escuchar igual, ya te he dicho que las cosas no son como tu quieres. Y menos en este espacio.

-¿Pero entonces que hago? Tampoco puedo vivir eternamente con esta angustia.

-La angustia que sientes no es por el dolor, sino por los constantes esfuerzos que haces para negarlo.

-¡Igual me duele!

-Si, de hecho la angustia termina doliendo más incluso que aquello que originó el dolor. ¿Gracioso no?

-No.

-Se ve que no compartimos el mismo humor.

-Claramente no. Además, aún no me dijiste que hacer.

-¿Te crees que soy un libro de recetas? ¿Una máquina expendedora de salud mental o algo así?

-¿No sabes entonces que puedo hacer? ¿Para que carajo vengo acá?

-No tengo idea de los motivos que te traen a este lugar. Supongo que debes estar muy desesperado, aguantarme no es sencillo. Pero lo cierto es que sí sé, o al menos creo tener cierta idea, de lo que puedes tratar de hacer.

-¿Me lo podrías decir?

-Sí, podría.

-(silencio)

-Está claro que no compartimos el mismo humor... ¿Por qué no me contestas y ya está? ¿Es necesaria tanta vuelta?

-Si, es necesaria.

-¿Por qué?

-Porque justamente de eso se trata: de esperar. De dejar que las cosas pasen. O mejor dicho que te pasen. Siempre te estás peleando con tu sufrimiento. Como si la tristeza no tuviera el derecho de tocarte. Te olvidas además de que el que sufres eres tu. Que pelear es por tanto pelearte contigo mismo. No te das cuenta de que eso tiene consecuencias. Angustia, duele y hace sufrir.

-¿Será por eso que me peleo tanto con vos?

-Creo que ese es el motivo por el que nos peleamos todos en general.


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 28 de junio de 2012

Líneas de fuga.

Dejar atrás los barrotes de nuestro mundo
para volver a el como hombres y mujeres libres.
Gilles Deleuze fue el último filósofo. Desde su trágica muerte ningún pensador ha sido capaz de superar la brillantez de su pensamiento. Nadie tan sagaz como él para entender y adelantarse a los tiempos actuales. Recomiendo su lectura a cualquiera que este deseando comprender más sobre este mundo en el que vivimos. Sin embargo también es cierto que al principio no se le entiende una mierda. Te tienes que adaptar a un nuevo tipo de lenguaje. Raro. Muy francés. A palabras como "línea de fuga", "rizoma", "molar","cuerpo sin órganos" o "borde". Yo no estoy seguro de comprenderlas del todo. Tampoco creo que ni el mismísimo Deleuze supiera completamente de que se trataban. Y es que la mirada deleuziana es abierta e incapturable. Supongo que esa es justamente la clave de su pensamiento. La huida frente a la captura. El poder viajar de la política al cine, del cine al psicoanálisis, o del psicoanálisis a la macroeconomía. Eso buscan por tanto las famosas "líneas de fuga". Salirse del tablero. Ya sea este ideológico, filosófico o religioso. ¿Es entonces el modelo deleuziano un modelo nihilista o descomprometido? Como siempre sucede en Deleuze, la respuesta es si, y a la vez no. Es decir que su modelo resulta lo suficientemente abierto como para que cada uno establezca su personal compromiso con dichos conocimientos.

Romper con los límites impuestos por nuestras
convicciones no es sinónimo de abandonarlas.
Más bien todo lo contrario.
Pues la final somos nosotros los que elegimos que hacer con los mapas deleuzianos. Con esa epistemología revolucionaria que nos legó. Escapar, quedarse, o incluso escapar para volver. Queda en nosotros. Ninguna opción es considerada moralmente mala para el filósofo.

Aunque yo sin duda elijo la tercera.

Será porque fugarse de un contexto es fugarnos de nosotros mismos. Emprender una agónica huida hacia la trascendencia. A poder ver y vernos desde lugares distintos. A salirnos de nuestras más intimas creencias para posteriormente volver a ellas renovados. Libres. No ya como el antiguo esclavo que tras sus barrotes vivía capturado, sino como hombres o mujeres que soberanos eligen su destino. Que se juegan el ser en el devenir. Que deciden responsables que sentir o pensar. Quien sabe, quizá de eso se trate la vida. De un viaje de ida y vuelta a nuestros orígenes. De un eterno retorno anillado en una espiral dialéctica sin fin. Viviendo así una y otra vez la misma metáfora desde ángulos complementarios. Posiciones diferenciadas. Múltiples instrumentos para una misma canción.

Escribiendo desde el sur del sur.

martes, 12 de junio de 2012

Lo obvio.

Solo se percibe lo diferente.
Aquello que no rompe con los patrones
de lo esperado se torna invisible.
Decía R.D Laing que lo obvio era lo más difícil de ver. Argumentaba que cuando algo era dado por hecho simplemente dejaba de ser percibido. A su favor tenemos los argumentos de la psicología sistémica, que explican que solamente percibimos diferencias. Informaciones significativas por su carácter novedoso. De tal forma, podemos decir entonces que las llamadas estructuras inconscientes de personalidad son eso: aspectos obviados de la realidad que con el paso del tiempo se han tornado en invisibles.

¿Es entonces malo obviar? No, para nada. Además yo en eso del bien y el mal no me meto. Soy psicólogo, no sacerdote. Puedo hablar sobre salud y enfermedad. Y lo cierto es que hay aspectos de la realidad que deben ser ignorados. Es necesario. Hacerlo nos ayuda a seguir viviendo. Ya que si decimos que la conciencia es un corte, un sesgo de la realidad global, obviar o descartar resulta absolutamente necesario. No podríamos vivir si no dejáramos de lado centenares bits de información sobrantes o anecdóticos. De lo contrario viviríamos como el protagonista de la película "Rain man". Un joven que no descartaba nada. Absolutamente ajeno a su realidad pero con el don de contar cualquier cosa. Incluso el número de escarbadientes caídos de una caja rota en el suelo. Algunos psicólogos conocen a estas personas por Savants. Sujetos que pueden registrar hasta el mínimo detalle a su alrededor pero impotentes para las tareas más simples. Incapaces siquiera de atarse los zapatos, manejar un auto o sostener una conversación. Todas ellas cualidades de la conciencia. Del necesario corte del que nos valemos para funcionar en el mundo. De tal forma es que si no cortas, si no descartas, operar en la realidad resulta imposible.

El problema viene cuando se abusa. Cuando el exceso de conciencia, de corte, de razón; descarta más de lo humanamente saludable. Así es como la conciencia reprime. Reprime razonando o mejor dicho descartando en exceso. Una conciencia que al descartar lo que no debe ser descartado genera efectos adversos. Uno de ellos es claramente la angustia. Pues cuando lo descartado es la emoción, la angustia siempre aparece. No en vano se la conoce como el olor a basura de los sentimientos no reconocidos o estacados.

La conciencia necesita descartar para percibir.
El fondo se vuelve obvio.
Cuando las emociones pasan a ser fondo,
aparece la angustia.
La angustia surge de sentimientos obviados.
¿Será por eso que vivimos en tiempos de tanta ansiedad? ¿O de tanto síntoma derivado de ella? Es muy posible. De hecho esa es precisamente mi tesis: que el aumento de la influencia de la conciencia sobre lo no consciente resulta el principal factor responsable del aumento de los problemas psicológicos actuales. Nos encontramos así con que en nuestros días la palabra "obvio" se ha puesto de moda. Vocablo absurdo que jóvenes y no tan jóvenes repiten como un patético mantra. El burdo eslogan de una sociedad que baila enloquecida su agónica danza macabra. El bizarro salto a un oscuro vacío cualquiera. Da igual, no importa. Lo que sea con tal de que nada duela, de no sentir. Aunque el precio sea vivir enterrados en el angustiante ataúd de la represión. Condenados a la eterna horca del pensamiento.

¿Triste? Pues aún hay más. Porque lo verdaderamente terrible de este cambio de conciencia no son las consecuencias psicopatológicas del exceso de descarte. Al fin y al cabo los problemas derivados de la ansiedad/angustia son relativamente sencillos de tratar en un consultorio. Lo realmente complicado es su alcance. Y es que el sistema económico actual, o sea la gran patología que gobierna este planeta, conoce muy bien el poder que lo obvio tiene sobre nuestras conciencias. No en vano toda obviedad es un contexto. Las reglas de juego que deben de ser dadas por hechas para así poder jugar. De esta forma es que el sistema influye desde los medios de su propiedad para que demos por obvias cuestiones que no lo son. Como en el caso de los muchos ciudadanos españoles a los que les resulta obvio que la estatización de YPF por parte de la Argentina es una medida autoritaria, contraproducente y carente de razón. O los casos de los millones de habitantes de países occidentales que consideran que Irán o Venezuela son estados no democráticos.

Desde la más tierna infancia los medios de comunicación
nos manipulan para que demos por obvios algunos
aspectos de su realidad y así dejarnos ciegos
 frente al horror.
Cosas falsas ambas dos y que sin embargo muchos dan por sentadas. Temas obvios. Tanto que no necesitan ser pensados. En ese sentido es que encaja aquella anécdota de Alejandro Sanz. Esa en la que tras criticar duramente a Hugo Chavez, se le preguntó al cantante por qué no decía nada similar sobre el presidente Aznar en referencia al apoyo de este mandatario a los Estados Unidos en la guerra contra Irak. Su respuesta fue de una ignorancia casi épica: "no opino sobre presidentes elegidos democráticamente". Cuando le aclararon que Chavez había sido elegido varias veces en elecciones libres, la siguiente pregunta fue si había realizado sus críticas a Chavez sin conocer dicho dato. Cosa que exacerbó al andaluz, llevándolo a suspender abruptamente la conferencia de prensa. Parece que para este muchacho era obvio que Chavez era un dictador. Seguramente para muchos de vosotros también. Pero lo cierto es que, nos guste o no, eso no es así. Seréis muchos también los que deis por sentado que los medios de comunicación no mienten. O que si mienten, lo hacen por error y de manera casi anecdótica. Por desgracia la realidad es otra. Pues permanentemente damos por válidas, por obvias, cuestiones que no son solo falsas, sino que forman parte de un conglomerado de falsedades construidas a conciencia en fríos despachos. Lugares demenciales y enfermos dirigidos por siniestros personajes a los que nadie vota, conoce o elige.

El auténtico cambio necesita de la generación de
nuevas estabilidades. Reglas nuevas.
Donde lo obvio pase a ser lo significativo y viceversa.
Así es como nuestra consciencia es bombardeada de sobreestímulos por un sistema insano que se hace más poderoso agazapado bajo el silencioso manto de la obviedad. ¿Será por eso que los dibujos animados son cada vez más acelerados? Supongo que lo que más le conviene al sistema es cegarnos desde pequeños. Vendernos el actual modelo económico mundial como algo natural e inamovible. Hacer de la violencia un hecho cotidiano. O de la estafa un asunto de ciencia económica.

Ya se que todo esto no suena demasiado bien. Lo siento, es lo que hay. Vivimos en la era de la represión silenciosa. Donde el censor ha sido instalado en nuestra propia mente. Descartamos sin necesidad de que nos lo ordenen. Sin embargo quisiera aclarar que me siento esperanzado. Corren tiempos interesantes y estamos sentados sobre la historia. Los próximos años serán claves. Aún estamos a tiempo. Lo obvio ha entrado en crisis y cada vez son más los locos suspicaces que nada darán fácilmente por sentado. Que leen entre líneas o dudan a priori acerca de la veracidad de cualquier información. Esa que a diario nos inoculan a través de nuestro televisor. Parece incluso que en algunos estados del sur se está comenzando a dar la que podría ser la primera victoria en la legítima batalla por la información. Quien sabe. Quizá todo sea cuestión de resistir un poco más.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

sábado, 2 de junio de 2012

Los dioses tontos.

Los psicólogos nos la pasamos hablando del inconsciente. La mayor parte del tiempo al pedo. Y es que por mucho que aprendamos sobre él, su misterio siempre escapará a nuestra conciencia. Entonces, ¿Por qué no hablar primero sobre lo que entendemos por conciencia? Sobre tal asunto versa entonces este pequeño escrito.

Veamos, para la lógica sistémica, la conciencia es un corte. Un sesgo de una parte de la realidad. Que sirve para enfocar sobre aspectos específicos y así solucionar problemas específicos. Lejos de una mirada global. De esta forma, cuando somos conscientes limitamos nuestro campo perceptivo. Separamos blancos y negros, formas, situaciones, palabras, idiomas, etc. Siempre de manera específica porque la conciencia tiende a lo concreto. O mejor dicho a concretizar. Es práctica. Si te duele algo, lo solucionas. Punto, no hay más. Quizá sea ese el aspecto más débil del psicoanálisis clásico. Ese que buscaba traer material inconsciente al consciente como proceso necesario para la salud. Y es que en lo no consciente se pueden encontrar conflictos negados. Reprimidos dirían ellos. Pero también aspectos puros del inconsciente. Criaturas de los sueños que habitan desde tiempos ancestrales en el ecosistema onírico. Arquetipos, sistemas de ideas, fantasmas o restos de personas, queridas u odiadas, que en forma silenciosa continúan habitando nuestro mundo para bien, o para mal.

Mundos distintos con especies distintas.

La inteligencia no es sabia. 
Porque nadie en su sano juicio introduciría la especie de un ecosistema en otro. Sabemos que los resultados son devastadores. Los gatos traídos por los primeros colonos extinguieron cientos de especies en el desierto australiano. Las tortugas que fueron liberadas en los ríos franceses causaron un efecto similar. ¡Y que decir de las culturas! Sobre todo en los casos de epistemologías distintas, como en la conquista de los españoles sobre los pueblos originarios americanos. Incluso existe una teoría que explica la extinción de los dinosaurios a partir de la unificación de varios continentes que, al posibilitar la convivencia entre especies de saurios distintas, generó plagas y desequilibrios alimentarios que concluyeron en una extinción en masa. Así es que no. Algunos grupos organizados de ideas no pueden convivir con otros. No sin desaparecer empobreciendo la riqueza ecológica de la vida. Una vida que es sana en la diversidad, y que necesita de límites para subsistir. Cosa que nos lleva nuevamente al límite como la esencia misma de la existencia. A ese corte que Dios, el universo, o quien sea hace para diferenciar unas bellezas (es decir sistemas) de otras. Fronteras infinitas en su indefinición. Ya se que esto último puede no haberse entendido. Lo siento. Digamos que lo que quiero decir es que el universo también corta y sesga como nosotros. Pero de una manera sabia, estética, armónica y equilibrada. Mientras que nuestros cortes, los de la conciencia, son torpes, brutos. Carentes de sabiduría. Así, talamos árboles, destruimos culturas, arrasamos con toda la hermosura que nos rodea. Solucionando problemas menores para generar desastres mayores. Cultivamos monstruos que nos devoran.  Construyendo aires acondicionados que fomentan el calentamiento global. Meándonos alegres en lo sagrado. Destruyendo el mundo en cuotas.

Somos dioses, dioses con minúscula. Capaces de las más geniales proezas y sin embargo tan peligrosos como una manada de elefantes en una tienda de porcelana. Quien sabe, quizá seamos "dioses niños". Dioses inmaduros. Ángeles caídos. Criaturas celestiales expulsadas prematuramente del cielo. Abandonadas a su suerte e incapaces de aprender a caminar. No sé, antes pensaba que los humanos eramos el cáncer de la vida. Una enfermedad del sistema total al que pertenecemos. Hoy prefiero creer que somos dioses tontos. Criaturas de alas oscuras. Pájaros negros que no pierden la esperanza de aprender a volar.

Al fin y al cabo la esperanza es siempre una elección.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.




martes, 29 de mayo de 2012

Sentir o pensar.

Encontrarse con el otro es perseverar en el camino del
encuentro con nosotros mismos.
Tenía 18 años. En aquel entonces era un joven inmaduro, más de lo normalmente esperable para esa edad. Un pendejo boludo como dicen en la Argentina. De aquella época no tengo nada interesante para contar. Apenas el recuerdo de su rostro cuando intenté besarla. De como ella se limitó a sonreír mientras me alejaba con ambas manos. La fotografía mental de su gesto prudente diciendo que no. Una elegancia sutil que sencillamente me enamoró. La verdad, confieso que lejos estuve de tomarlo a mal. ¡Qué más podía esperar! Haberlo intentado ya era todo un mérito para aquel muchacho. Ella era tan bonita... demasiado para lo que yo podía ofrecerle. O al menos eso era lo que decían todos. Igual no me importaba pues en aquel momento fui feliz. Incluso fantaseaba con la idea de que aquel "no" era alguna clase de "aún no". Cosas así. De esas que uno piensa cuando es joven. Cuando todavía no te has licenciado en la universidad de los palazos. En fin, es claro que no hubo ningún "aun no". Para nada. Porque ella no solo me pateó el culo, sino que armó todo un show alrededor de dicho instante. Con risas, comentarios, morbo y debates incluidos. Cuando me enteré no podía creerlo. Juro que sentí morir. La vergüenza me axfisiaba. Son esos instantes donde sientes que el mundo se te cae a pedazos. Sin duda aquella mañana algo se rompió para siempre en mí: yo. Una catástrofe. Mas sin embargo, siempre hay un día siguiente. Supongo que de eso se trata ser vasco. De levantarse tras la derrota. Una y otra vez. Todas las necesarias. En fin, el caso es que opté por dejar de hablarle. Como en esa canción de Ismael, decidí declararla muerta. De tal manera fue que transcurrieron los días. Al principio no se notó. Ella hacía su vida y yo sobrevivía con lo que quedaba de la mía. Sin embargo, poco a poco mi silencio fue tornándose dolorosamente incómodo. Parecía por sus ojos que había dejado de disfrutar la situación y eso se notaba. Dicen que la incomunicación es un arma mortal. Pronto trató de hablarme varias veces con, por supuesto, nulo éxito. Hasta que una tarde finalmente salió corriendo tras de mí. Ya en aquella época yo era un asco de ser humano. Un maldito estratega. Levaba días cultivando aquel momento. Sabía que llegaría. El anhelado turno de mi venganza. Donde le diría claramente que, para mí, estaba literalmente muerta. Fuera de mi vida para siempre. Es curioso que tras tantos años esa imagen suya persiguiéndome a los gritos aún no se me haya ido de la cabeza. Acercándose lentamente a mi trampa mortal. El final de un pequeño plan maestro en el que yo al fin la asesinaría con toda clase de frases crueles y despectivas. Sentenciándola a una culpa eterna por el imperdonable delito de no tenerme en cuenta. Ese era el plan, mi plan. Ojo por ojo, corazón por corazón. Lo que no sé es en que mierda de momento ella rompió a llorar y yo volví nuevamente a sentir morir. La siguiente imagen que viene a mi memoria es la de un joven torpe y tembloroso tratando de consolarla como buenamente podía. Por suerte no lloré y pude mantener cierta aura de dignidad. Cosa que por cierto me ayudó a poder volver a conversar con ella. No sé, fueron horas pero parecieron semanas. Quizá incluso años. Como sea el tiempo se detuvo. Llegue incluso a confesar cierta alegría por su rechazo. Pues gracias a el había podido conocerla de una manera única, diferente, realmente especial. ¡Por Dios cómo reímos! Y lloramos, y nos abrazamos. Juntos. ¡Qué noche! Tanto que terminamos queriéndonos un poco. Hasta que llegó el momento de separarnos. Os aseguro que no esperaba aquel beso suyo en el andén. Me tomó tan de sorpresa como un avión estrellándose contra un viejo rascacielos. "Te amo" me dijo. Yo, no supe que contestar. 
Hay despedidas que marcan una vida.

Quise haber dicho cosas como "yo también", "siempre lo haré" y frases por el estilo. De esas que se suelen decir en las buenas películas. Por desgracia lo único que salió de mi boca fue un patético silencio. Nada, solo lágrimas al ver su tren marchar camino a perderse bajo un oscuro océano infinito. Lágrimas que por cierto nunca le mostré. Y es que ni bien me besó mi cabeza se puso a pensar. El campamento terminaba y ella se iría muy lejos, demasiado. Amarla carecía de lógica. Lo peor es que mi mente tenía razón. Jamás la volví a ver. Hoy daría la vida por viajar atrás en e tiempo. Cagar a patadas a ese chico. Romper todos sus huesos y obligarlo a decir "te amo, nunca te olvidaré, lo juro". Por desgracia eso no es posible. El chico ya no está, solo quedo yo. Viejo y pensativo. Condenado a pensar, y a pensar, y a odiarme a mi mismo por haber pensado tanto. Buscando una redención que quizás nunca llegue. Una derrota para una mente que anhela morir en cada golpe que recibe. Que busca perder, diluirse, ser libre. Que aún en la melancolía no pierde la esperanza. La esperanza de volver a sentir, De encontrarme, ser rescatado y salvado de mi mismo. No me rindo, no me canso, no me olvido


Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

jueves, 17 de mayo de 2012

Bambi, el tiempo, y el pacman de la esclavitud.



Este artículo es una continuación del anterior trabajo acerca del aburrimiento. Puede ser leído de manera independiente al anterior, pero suma. Quizás así, con dos ejemplos distintos, pueda comenzar a mostrar que tras estos posteos existe un intento de coherencia, de mirada holística sobre la realidad. No obstante, antes de leer el siguiente texto os pido que visualicéis el vídeo que incluyo más arriba. 

Consumimos para huir de nuestros fantasmas.
Ya sé, es lento, muy lento. Muchos de vosotros seguramente os habréis sentido extrañamente inquietos al verlo. No por lo sórdido, aquí Bambi todavía tiene madre, sino por lo aburrido/angustiante. Y es que las cosas han cambiado mucho. Hace apenas algunas décadas niños y adultos se divertían con esta misma escena. Disfrutando sorprendidos cada fotograma. Hoy sin embargo nos dan ganas de cagar a palos a ese ciervo de mierda, hacer un guiso con los conejitos para posteriormente cambiar de canal. Un horror. De una dilación de sucesos  insoportable para la mayoría. Pero lo peor viene después. Cuando nos damos cuenta de que lo que no soportamos no es al ciervo, ni a los alegres conejitos, ni a la parsimonia. No. No se trata de eso. Lo que no toleramos se encuentra en lo más profundo de nosotros mismos. Porque esperar no es cualquier cosa. Somos incapaces de hacerlo. De conectarnos con nuestro mundo interno. Y eso duele. Si, duele esperar. Y claro, anestesiamos dicho dolor con objetos, consumo, entretenimiento etc. Las drogas legales del capitalismo me gusta llamarlas. Sustancias que nos anestesian y que sin embargo nunca resultan del todo suficientes. Cada vez necesitamos más. Más, más y más. Habéis notado cómo, a pesar de los progresivos avances tecnológicos, siempre sentimos que internet anda lento? ¿O el famoso Windows? Nunca serán lo suficientemente rápidos, jamás. Pues justamente de eso se trata: de tenernos eternamente corriendo. Como un pacman insaciable que cobarde huye de sus fantasmas. Escapando de si mismo. Ignorando su verdadera condición de esclavo. Y que preso del sistema corre como como un hamster en la rueda de su jaula. Moviéndose constantemente para no llegar nunca a ningún lugar. Solo y hueco.

Así es que esto no trata sobre la angustia. El aburrimiento es la punta del iceberg de un tema mucho más serio. De vida o muerte. Donde lo que nos jugamos es el tiempo, nuestro tiempo en este mundo. Desde el día en que nacemos hasta el momento de nuestra muerte. Una vida de la que el sistema llamado libre mercado se alimenta al igual que lo hace un granjero con su sumiso ganado.  

La pregunta es, ¿Es ser obejas nuestro destino?

Yo creo que no, todavía podemos ganar; trascender. 

Hay esperanza.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic Unai Rivas Campo.