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Encontrarse con el otro es perseverar en el camino del
encuentro con nosotros mismos. |
Tenía 18 años. En aquel entonces era un joven inmaduro, más de lo normalmente esperable para esa edad. Un pendejo boludo como dicen en la Argentina. De aquella época no tengo nada interesante para contar. Apenas el recuerdo de su rostro cuando intenté besarla. De como ella se limitó a sonreír mientras me alejaba con ambas manos. La fotografía mental de su gesto prudente diciendo que no. Una elegancia sutil que sencillamente me enamoró. La verdad, confieso que lejos estuve de tomarlo a mal. ¡Qué más podía esperar! Haberlo intentado ya era todo un mérito para aquel muchacho. Ella era tan bonita... demasiado para lo que yo podía ofrecerle. O al menos eso era lo que decían todos. Igual no me importaba pues en aquel momento fui feliz. Incluso fantaseaba con la idea de que aquel "no" era alguna clase de "aún no". Cosas así. De esas que uno piensa cuando es joven. Cuando todavía no te has licenciado en la universidad de los palazos. En fin, es claro que no hubo ningún "aun no". Para nada. Porque ella no solo me pateó el culo, sino que armó todo un show alrededor de dicho instante. Con risas, comentarios, morbo y debates incluidos. Cuando me enteré no podía creerlo. Juro que sentí morir. La vergüenza me axfisiaba. Son esos instantes donde sientes que el mundo se te cae a pedazos. Sin duda aquella mañana algo se rompió para siempre en mí: yo. Una catástrofe. Mas sin embargo, siempre hay un día siguiente. Supongo que de eso se trata ser vasco. De levantarse tras la derrota. Una y otra vez. Todas las necesarias. En fin, el caso es que opté por dejar de hablarle. Como en esa canción de Ismael, decidí declararla muerta. De tal manera fue que transcurrieron los días. Al principio no se notó. Ella hacía su vida y yo sobrevivía con lo que quedaba de la mía. Sin embargo, poco a poco mi silencio fue tornándose dolorosamente incómodo. Parecía por sus ojos que había dejado de disfrutar la situación y eso se notaba. Dicen que la incomunicación es un arma mortal. Pronto trató de hablarme varias veces con, por supuesto, nulo éxito. Hasta que una tarde finalmente salió corriendo tras de mí. Ya en aquella época yo era un asco de ser humano. Un maldito estratega. Levaba días cultivando aquel momento. Sabía que llegaría. El anhelado turno de mi venganza. Donde le diría claramente que, para mí, estaba literalmente muerta. Fuera de mi vida para siempre. Es curioso que tras tantos años esa imagen suya persiguiéndome a los gritos aún no se me haya ido de la cabeza. Acercándose lentamente a mi trampa mortal. El final de un pequeño plan maestro en el que yo al fin la asesinaría con toda clase de frases crueles y despectivas. Sentenciándola a una culpa eterna por el imperdonable delito de no tenerme en cuenta. Ese era el plan, mi plan. Ojo por ojo, corazón por corazón. Lo que no sé es en que mierda de momento ella rompió a llorar y yo volví nuevamente a sentir morir. La siguiente imagen que viene a mi memoria es la de un joven torpe y tembloroso tratando de consolarla como buenamente podía. Por suerte no lloré y pude mantener cierta aura de dignidad. Cosa que por cierto me ayudó a poder volver a conversar con ella. No sé, fueron horas pero parecieron semanas. Quizá incluso años. Como sea el tiempo se detuvo. Llegue incluso a confesar cierta alegría por su rechazo. Pues gracias a el había podido conocerla de una manera única, diferente, realmente especial. ¡Por Dios cómo reímos! Y lloramos, y nos abrazamos. Juntos. ¡Qué noche! Tanto que terminamos queriéndonos un poco. Hasta que llegó el momento de separarnos. Os aseguro que no esperaba aquel beso suyo en el andén. Me tomó tan de sorpresa como un avión estrellándose contra un viejo rascacielos. "Te amo" me dijo. Yo, no supe que contestar.
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Hay despedidas que marcan una vida. |
Quise haber dicho cosas como "yo también", "siempre lo haré" y frases por el estilo. De esas que se suelen decir en las buenas películas. Por desgracia lo único que salió de mi boca fue un patético silencio. Nada, solo lágrimas al ver su tren marchar camino a perderse bajo un oscuro océano infinito. Lágrimas que por cierto nunca le mostré. Y es que ni bien me besó mi cabeza se puso a pensar. El campamento terminaba y ella se iría muy lejos, demasiado. Amarla carecía de lógica. Lo peor es que mi mente tenía razón. Jamás la volví a ver. Hoy daría la vida por viajar atrás en e tiempo. Cagar a patadas a ese chico. Romper todos sus huesos y obligarlo a decir "te amo, nunca te olvidaré, lo juro". Por desgracia eso no es posible. El chico ya no está, solo quedo yo. Viejo y pensativo. Condenado a pensar, y a pensar, y a odiarme a mi mismo por haber pensado tanto. Buscando una redención que quizás nunca llegue. Una derrota para una mente que anhela morir en cada golpe que recibe. Que busca perder, diluirse, ser libre. Que aún en la melancolía no pierde la esperanza. La esperanza de volver a sentir, De encontrarme, ser rescatado y salvado de mi mismo. No me rindo, no me canso, no me olvido
Escribiendo desde el sur del sur.
Lic. Unai Rivas Campo.