La semana pasada discutía con una persona, hablaba sobre la militancia. Decía que no estaba de acuerdo con esas cosas porque despreciaba los fanatismos. Que para ella eran muy peligrosos. Le dije entonces que nadie que de corazón creyera en algo sería jamás un fanático. Que no había en este mundo nada menos fanático que un ser humano profesando su amor hacia algo. Más aún si ese algo era la pasión por un mundo mejor. También le hablé acerca de lo que personalmente considero el verdadero peligro, el mayor mal que puede aquejar a cualquier nación: la banalidad. O mejor dicho un número importante de sujetos banales. Imbéciles preocupados por su sueldito, su plasma o irse de vacaciones. Son los desentendidos, los avivados, los pajeros del oportunismo. O simplemente la lacra. Hoy, en medio de esta crisis zombi de zonas liberadas, paranoia y saqueos VIP; esta conversación me viene a la memoria. Y por cierto, me hace valorar más que nunca lo que significa vivir y luchar en democracia.
Unai Rivas Campo