Bueno, empecemos con el mapa de las emociones. En primer lugar, cualquier mapa, y el nuestro no será una excepción, necesitará de un lenguaje. Bien sabemos que los idiomas, como sistemas que son, mutan permanentemente. De tal manera, las palabras que utilizaremos para designar los matices entre las diferentes emociones, bien podrían cambiar de país a país y, seguramente, tendrán que reactualizarse a lo largo de los próximos diez o veinte años. Si es que esto le termina importando alguien, cosa que dudo.
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"No me gusta", mal", "bien", "no quiero"
y similares, son evaluaciones mentales.
Pero no nos conectan con nuestros
auténticos sentimientos. |
Aunque seguramente algunas cosas se mantendrán constantes a lo largo de mucho tiempo. Como
los famosos "mal" o "bien", esos que las personas usan para contestar cuando se les interroga acerca de como se sienten. Lo mismo sucede con los "me gusta" o "no me gusta".
Ninguna de esas palabras responden a auténticos sentimientos, sino a juicios valorativos, binarios y esquizoparanoides (los psicoanalistas me entenderán esto último), sobre emociones aún no expresadas. Vamos, que palabras como "mál", "me gusta" y similares, no describen sentimientos. Al menos no en este tiempo y espacio en el que me ha tocado vivir. Eso sí, no hay duda de que, al menos a priori,
tales contestaciones evitan el dolor, y ese es justamente su objetivo. Exitoso en el corto plazo, absolutamente desastroso transcurrido un tiempo. Lo mismo sucede con
la palabra
quiero, que poco y nada tiene que ver con el deseo. Pero eso, lo trataremos más adelante con mayor profundidad.
Sigamos entonces con
las consecuencias de la negación. Como ya hemos dicho en trabajos
anteriores, toda emoción negada se pudre. Pero en vez de olor a basura, lo que el ocultamiento emocional genera es llamado
angustia. ¿Y que es exactamente la angustia? Pues ni más ni menos que esa sensación permanente de ahogo, de pesadumbre y muerte que todos o a casi todos alguna vez hemos sentido. Vista desde afuera, en muchas ocasiones, la angustia se manifiesta a través de una motricidad permanente. Es decir que en muchas ocasiones las personas angustiadas son incapaces de pararse quietas. Como hacerlo si estar consigo mismas implica enfrentar todo aquello de lo cual se escapan. También podemos encontrar otras formas de evadirse del dolor en las conductas adictivas, donde la relación con un objeto cosifica nuestro sentir, negándolo, para finalmente trasformarlo en el ya citado sentimiento de angustia.
¿Es entonces la angustia un sentimiento? Si, pero impuro. Ya que solamente aparece como señal de que en nosotros existe alguna emoción no asumida o negada.
¿Cuales serían en ese caso los sentimientos puros? Antes de llegar a esa respuesta, quedan
otros dos sentimiento impuros o no del todo puros por definir: la bronca y la culpa.
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El enojo es un sentimiento natural que, usado de manera
antinatural, anestesia el dolor. Pero angustia. |
La bronca es originalmente un sentimiento puro. De hecho, es el primer sentimiento que encontramos en los bebes al nacer. ¿O es que acaso alguien cree que los recién nacidos lloran de tristeza? No. Lloran enojados. Porque al parecer, eso de salir de la panza los cabrea mucho a los pobres. Y con razón. A veces creo que si supieran a donde van, más de uno se quedaría adentro. En fin. Retomando lo de la bronca, podemos decir entonces que existe una bronca natural, sana y por tanto coherente con las leyes sistémicas, es decir, las leyes de la vida. ¿Bronca ecológica? Es un buen nombre. Al menos suena bien. Sin embargo, por la propia naturaleza de la bronca, bien puede ser en ocasiones una emoción impura. Es decir, pervertida o manipulada. ¿Por qué? Por el hecho de que
cuando sentimos bronca no sentimos nada más. Y es que la bronca todo lo tapa. Si no me creéis, id un día a ver un partido de fútbol a cualquier campo o cancha argentina, veréis como hasta las personas más sensibles y educadas, son capaces de soltar las mayores barbaridades a aquel que encuentran enfrente suyo, del otro lado. Por eso es que resulta tan común encontrarnos con personas en permanente estado de enojo, pues como hemos dicho, el enojo anestesia los afectos. Esto se debe a cuestiones naturales. Cuando dos animales luchan, a ninguno le conviene sentir tristeza, miedo o empatía. A nivel cerebral la parte simpática de nuestro sistema nervioso autónomo nos prepara para la pelea. Y mientras la testosterona fluye, todas las demás emociones pierden su importancia. Claro que este proceso no siempre es completamente natural. Como cuando, de manera más o menos consciente, una persona entra en un estado de conciencia de bronca permanente para no sentir. Hablamos de sujetos atrapados por un cabreo o enojo permanente. Todo con un objetivo: Anestesiar sus propios afectos para así escaparse de si mismas. Una última clave para entender y trabajar la bronca es que
siempre aparece asociada con una emoción anterior, es decir que si esta aparece, será porque alguna clase de sentimiento doloroso ocurrió anteriormente. Esto es muy importante pues, a través de la bronca, podemos llegar a reencontranos con vivencias emocionales nunca antes expresadas. Por cierto, la bronca también se pudre. Sobre todo cuando se acumula en exceso. Cuando vivimos una injusticia. Ya sea real o provocada por nuestra propia capacidad de autoengaño. Y a esa putrefacción la conocemos por el nombre de
odio.
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La culpa es la perversión de los valores. |
Pasemos a
la culpa. Ya he dicho al principio que esta
no es un sentimiento en si mismo. ¿Como lo sé? Porque lo que su vivencia genera es angustia. Y como ya dijimos, la angustia más que un sentimiento es la vivencia del residuo de aquellos afectos ocultos, censurados, no reconocidos por la conciencia. La razón de esto se encuentra en el hecho de que la culpa proviene de un pensamiento separado del cuerpo. De la moral, de los valores o de la razón de cada uno. O siendo más precisos, de una perversa utilización de ellos. Pues quizá eso sea justamente la culpa: una perversión de los valores. De esta forma, la culpa actúa como una racionalización binaria de carácter esquizoparanoide (palabra psicoanalítica) de nuestro accionar.
Siempre en términos duales: como "bueno-malo", "inocente-culpable, "afuera-adentro". Esta dualidad maniquea y restrictiva, poco y nada tiene que ver con las leyes sistémicas que rigen la naturaleza. Naturaleza a la cual los seres humanos pertenecemos. Nunca está demás recordarlo. En cuanto a su función, tengo que decir que jamás le encontré ninguna. Es decir, se supone que la culpa es un mecanismo omnipotente de control. Basado en el miedo al auto-castigo que la culpa impone. Aunque bien es sabido por aquellos que trabajamos con adicciones, trastornos de alimentación o fobias (por poner algunos ejemplos), que la culpabilidad es el principal elemento contra el que nos toca pelear. Que no sirve para trasformar la conducta patológica, y que de hecho, la fortalece. Del sufrimiento que genera... mejor ni hablemos.
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Nuestros actos siempre tienen consecuencias en nuestra
vida emocional. |
Alguno que otro se debe estar preguntando que hacer entonces con las llamadas "malas acciones".
De que otra manera podemos evitar las acciones malvadas si no es mediante la culpa. Decía más arriba que la culpa era la perversión de nuestros valores. Se puede deducir entonces que mis reflexiones no van en contra de los valores en sí mismos. Que ellos, los valores, son una parte necesaria de nuestra naturaleza. Vale, es verdad que Nietzsche planteó con mucha inteligencia que muchos valores morales cambiaban a través del tiempo. Pero lo cierto es que los valores, con un discurso variable es verdad, siempre existieron. Así, de una manera u otra, las sociedades buscaron su particular modo de coexistir, de integrarse en comunidad.
¿Existen valores universales? Yo personalmente me juego por que sí. Que el incesto o el asesinato, por ejemplo, son actos que dejan una marca. No lo digo porque se me ocurre. A lo largo de mi carrera me ha tocado tratar con asesinos y violadores. Personas ajenas a toda culpa que sin embargo, quedaban atrapadas para siempre en un particular estado de infernalidad viviente. Algo tan indescriptible como real. Creedme por tanto cuando os digo esto: más allá de lo que diga cualquier valor o razonamiento, está claro que
hay acciones que tienen un precio. Que por lo antinatural de estas, se pervierte la propia naturaleza humana, y que esa perversión, deja huella en las víctimas, seguro, pero condena para siempre a los victimarios.
Volviendo a la cuestión sobre como afrontar las llamadas malas acciones, más allá de la culpa, me parece que la clave se encuentra en
el concepto de responsabilidad. Ahí es donde cada uno se enfrenta con el dolor provocado por sus actos. Dolor que surge a partir de la traición a los propios valores. Íntimos y personales. ¡Jodér! Quien no se ha sentido alguna vez como la mierda por algo así. Quien no se ha mirado alguna vez al espejo sintiéndose un maldito hijo de mil putas. En tales momentos el castigo es una tentación. Ya se sabe, si te castigas o te castigan, has cumplido, has pagado, estás limpio. Y se supone que no debería haber más dolor. Se supone. Al menos eso era lo que afirmaban muchos criminales con los que me relacioné. Sin embargo aquellos famosos "ya cumplí condena", sonaban más a patético autoengaño que a honesta redención Por eso es que
en la responsabilidad no nos castigamos, aprendemos. En primer lugar a vivir con lo que hemos hecho. Con tristeza y sabiéndonos humanos. Pero sobre todo aprendemos del dolor provocado por la propia tristeza. A escuchar a nuestro corazón, aunque no nos guste lo que este diga, para intentar ser cada día mejores, o puede que solamente más reales. Que honestamente, no es poco.
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Las leyes que rigen LA NATURALEZA, son las leyes
que rigen NUESTRA NATURALEZA. Nuestras emociones
son la llave que abre la puerta entre ambos mundos.
Una puerta hacia la sabiduría. |
Quizás esa sea justamente la función de las emociones o sentimientos puros. La de conectarnos con las leyes de la homeostasis o del equilibrio. Que nos permiten reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, con lo más auténtico. Con aquellas verdades universales que nos hacen formar parte del todo. Un todo que existe, o mejor dicho que está. Y es que si hay algo que en lo cotidiano nos pueda religar con el mundo, eso debe ser el corazón. Entendido claro como metáfora de los afectos. Metáfora en la que encontramos encriptadas las leyes de la naturaleza, de nuestra naturaleza. Leyes de la vida que nos guían. Que como ángeles de la guarda, nos susurran el camino. Pero que además, paradógicamente, nos hacen sentir más vivos, más reales. Duela o no dicha realidad. Porque finalmente son ellos, los sentimientos puros, los únicos honestos en la maraña de tribulaciones de nuestra mente. Una mente sesgada, separada del cuerpo, que planifica e intenta controlar todo aquello que nos sucede. Anestesiando nuestras emociones y transformándolas en angustia.
Entre esos dos estados de conciencia es que se da hoy la batalla por una vida emocional más sana, más ecológica.
Así es que cuando sintamos pena, alegría, tristeza, amor, miedo, admiración, nostalgia, verguenza o cualquier otra palabra que refleje un sentimiento puro, significará que estamos vivos. Que somos humanos. Y que como humanos que somos, formamos parte algo más grande, más honesto y real. Quien sabe, puede incluso que al reunirnos con lo más auténtico en nosotros mismos, sembremos la primera semilla necesaria para religarnos con el universo.
Escribiendo desde el sur del sur.
Lic. Unai Rivas Campo.