domingo, 28 de agosto de 2011

Querer, desear, y elegir.

Quiero muchas cosas.

Quiero ser alto, pesar diez kilos menos como cuando tenía veinte años, tener una casa propia, haber leído todo acerca de los temas que me apasionan, escribir algo que realmente importe, que mi hija aprenda a distinguir los colores, que su madre me deje de romper las pelotas, que Racing de Avellaneda gane la libertadores, que el Athletic de Bilbao también... en fin, la lista es larga. Tan infinita como la mente. Y es que justamente eso es querer: intentar forzar la realidad para que esta sea como nuestra mente omnipotente imagina. Esa que todo lo puede pensar y que no concibe límite alguno.
Falso: No todo es posible.

El problema es que la vida no es precisamente como queremos.

Muy al contrario la vida es como es. Ni más ni menos. Nos guste o no nos guste. Es triste decirlo pero chocamos con ello permanentemente. Nos enojamos. Sobre todo cuando actuamos sobre el mundo desde el estado de conciencia "quiero". Querer no es sentir, ni se le acerca. De hecho es justamente lo contrario. Pues al querer, tratamos de pensar en ese mundo en el cual el dolor no existe, donde las condiciones siempre son perfectas. Es decir que "quiero" es un estado de conciencia mental omnipotente,  separado de los afectos, que busca negar o evadir el dolor. Y como siempre que se niega el dolor, como siempre que evitamos asumir aquello que sentimos... la angustia, hace su aparición.

En fin, ya he hablado demasiado sobre la angustia en otros trabajos. Digamos que es una mierda. Un ahogo que nos hace vivenciarnos como perpetuos moribundos. Vamos, lo dicho, una gran mierda. Lo peor es que a más nos duele la angustia, más "queremos" evadir dicho dolor. Cosa que a su vez genera una angustia mayor. Y así sucesivamente. ¿He dicho ya que la angustia es una mierda?

El deseo es distinto. Pues desear es sentir, y sentir es siempre algo natural, sano. De esta forma sucede que aquello que deseamos, se cumpla o no, nos hace siempre conectarnos con nuestros afectos, con quienes somos. Y nos ayuda a sentirnos más reales, más vivos. Además, los sentimientos no dudan. Al menos no tanto como la mente, siempre ella tan proclive a perderse en un mar de elucubraciones carentes de sentido. No, los deseos siempre son claros. A veces no nos gusta lo que nos dicen y los negamos, o los cubrimos bajo supuestas dudas, es verdad, pero en el fondo siempre sabemos aquello que sabemos, aunque duela reconocerlo, lo sabemos. ¡Pero que puede este humilde sitémico decir sobre el deseo que no haya sido dicho ya! La filosofía, el arte y el psicoanálisis nos han inundado durante años con torrentes de sugestiva información. Me atrevo a añadir que en lo personal defino al deseo como el sentimiento hecho acción.

El estado de conciencia "quiero" incita al consumo.
El consumo es la cárcel de la libertad.
Es cierto que nuestros sanos y naturales deseos han sido negados durante décadas, reprimidos o pervertidos, dependiendo de la época. Hoy, tengo bastante claro que la era de la represión ya pasó. Si no me creéis, os animo a salir un fin de semana cualquiera por las noches del sur del sur. Sin embargo, no sé si eso ha traído una verdadera y auténtica liberación como algunos creyeron. No, esto no es libertad. Apenas un aumento del número de opciones, nada más. Lejos de eso, estamos en la era del quiero. Del capricho vacío de todo corazón. Un agujero interno que intenta ser llenado con cosas, con "quieros". Y es que, como ya hemos dicho, en el mundo "quiero" no existe el dolor, como tampoco existe el amor, ni la alegría, ni la tristeza, ni la felicidad, ni nada. En ese mundo solo encontramos angustia y vacío. Así es como nuestro mundo de escape se transforma en una cárcel para nuestro corazón, en una prisión para el alma.

Lo que si que está claro es que ya sea para el lado de la represión, ya sea para el lado de la perversión, el deseo ha estado en el centro de polémicas espirituales, filosóficas y morales a lo largo de los últimos milenios. Son muchas las disciplinas religiosas y filosóficas que han abordado el llamado "problema del deseo". De todas ellas, quizás hayan sido los orientales los que con mayor elegancia se han acercado a su solución. En general, muy en general, proponen la trascendencia espiritual a través de la superación de los deseos. Aunque con métodos distintos a los que usualmente propuso el cristianismo más ortodoxo (desde ya aclaro que en este asunto hay más grises que blancos y negros). Sus técnicas tienden a desdeñar la represión como camino posible. Proponen en cambio un camino espiralado, donde al deseo se lo escucha y contempla. Para más tarde, simplemente dejarlo ir. De tal modo que nuestro cuerpo termina transformado en ese famoso río propuesto por Heráclito. Un torrente te ideas, recuerdos y emociones atravesando nuestro ser, purificándolo. Una identidad subjetiva y bella. En permanente movimiento. Donde el ser se transmuta a si mismo en un devenir que lo conecta con el Todo.

Trascender es ser como un río.
Admitimos lo que nos sucede.
Después, lo dejamos ir.
Pero el problema de la "no acción", la acción "sin deseo" y demás concepciones filosóficas orientales es la dificultad para compaginar estas con los desafíos del occidente moderno. Quizá sea por esto que, desde el propio occidente, pensadores como Carlos Castaneda,  Jean Paul Sartre o Victor Frankl hayan propuesto modelos alternativos y superadores. Estados de conciencia o posicionamientos existenciales en los cuales la persona elige. Es decir que opta de manera responsable por un camino, tomando un compromiso con él. Así, elegir nos reconectaría con lo más auténtico de nosotros mismos desde la acción.

No se, supongo que existen muchos y muy diversos caminos hacia la trascendencia. El mío es el de la libertad. Quizá no sea el más sabio, pero al menos es el más honesto con mi naturaleza. No os creáis que es fácil, hacerse cargo las consecuencias de las propias acciones duele un huevo y la mitad del otro. Pero en fin, habrá que seguir caminando.

Que otra queda.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Ecología de las emociones.

El mapa no es el territorio. Las palabras nunca son
completamente aquello que pretenden designar.
Si existe una máxima en psicología sistémica, esa es aquella que dice que no se debe confundir mapa con territorio. Pues bien, esto solo va a ser un mapa. Construido con teoría y experiencia. Que ha sido y es útil en mi trabajo. Pero que apenas es algo más que un mapa. Mi humilde intento de construir un modelo ecológico sobre las emociones. Aclaro desde ya que lo de ecológico no tiene una mierda que ver con greenpeace ni demás gilipolleces por el estilo. Todo bien con las ballenas. Si tengo que apretar un botón para que se salven, pues voy y lo aprieto. Sin embargo, la ecología es otra cosa. El concepto viene del latín, de la palabra "oicos", que significa casa. Se usa para el estudio de las relaciones del hombre con su entorno. Así es que cada vez que estudiamos las interacciones entre los distintos sistemas, incluyendo nuestro papel en ellas, estamos haciendo ecología. En el caso de la ecología de las emociones, lo que abordaremos serán los vínculos que las emociones tienen entre sí. Nada mas, nada menos.

Quizá algunos se pregunten cual es la utilidad de conocer los procesos comunicacionales entre las diversas emociones, quizá. O puede que otros os estéis todavía preguntando por que coño me he metido con greenpeace. La respuesta a lo segundo es que tengo un mal día. No sé cual es el motivo, pero siempre me la agarro con greenpeace cuando estoy triste. Debe ser porque no me gusta el verde. En cuanto a la primera pregunta, la de cual es la utilidad de hacer un mapa ecológico sobre las emociones, la respuesta la iré dando a lo largo de las próximas líneas. Solamente me gustaría hacer un adelanto. Aclarar nuevamente que la existencia es una vivencia. O dicho en otras palabras, que existir es sentir. Muy al contrario de lo que decía Descartes con su famoso "pienso luego existo", la verdad pareciera estar más cerca de la horrible banda de rock "las pelotas", y su no menos detestable tema "Siento, luego existo". De esta forma, vivir emocionalmente perdidos, supone irremediablemente vivir existencialmente perdidos. Que no es otra cosa que no vivir.

Bueno, empecemos con el mapa de las emociones. En primer lugar, cualquier mapa, y el nuestro no será una excepción, necesitará de un lenguaje. Bien sabemos que los idiomas, como sistemas que son, mutan permanentemente. De tal manera, las palabras que utilizaremos para designar los matices entre las diferentes emociones, bien podrían cambiar de país a país y, seguramente, tendrán que reactualizarse a lo largo de los próximos diez o veinte años. Si es que esto le termina importando alguien, cosa que dudo.


"No me gusta", mal", "bien", "no quiero"
y similares, son evaluaciones mentales.
Pero no nos conectan con nuestros
 auténticos sentimientos.
Aunque seguramente algunas cosas se mantendrán constantes a lo largo de mucho tiempo. Como los famosos "mal" o "bien", esos que las personas usan para contestar cuando se les interroga acerca de como se sienten. Lo mismo sucede con los "me gusta" o "no me gusta". Ninguna de esas palabras responden a auténticos sentimientos, sino a juicios valorativos, binarios y esquizoparanoides (los psicoanalistas me entenderán esto último), sobre emociones aún no expresadas.  Vamos, que palabras como "mál", "me gusta" y similares, no describen sentimientos. Al menos no en este tiempo y espacio en el que me ha tocado vivir. Eso sí, no hay duda de que, al menos a priori, tales contestaciones evitan el dolor, y ese es justamente su objetivo. Exitoso en el corto plazo, absolutamente desastroso transcurrido un tiempo. Lo mismo sucede con la palabra quiero, que poco y nada tiene que ver con el deseo. Pero eso, lo trataremos más adelante con mayor profundidad.

Sigamos entonces con las consecuencias de la negación. Como ya hemos dicho en trabajos anteriores, toda emoción negada se pudre. Pero en vez de olor a basura, lo que el ocultamiento emocional genera es llamado angustia. ¿Y que es exactamente la angustia? Pues ni más ni menos que esa sensación permanente de ahogo, de pesadumbre y muerte que todos o a casi todos alguna vez hemos sentido. Vista desde afuera, en muchas ocasiones, la angustia se manifiesta a través de una motricidad permanente. Es decir que en muchas ocasiones las personas angustiadas son incapaces de pararse quietas. Como hacerlo si estar consigo mismas implica enfrentar todo aquello de lo cual se escapan. También podemos encontrar otras formas de evadirse del dolor en las conductas adictivas, donde la relación con un objeto cosifica nuestro sentir, negándolo, para finalmente trasformarlo en el ya citado sentimiento de angustia.

¿Es entonces la angustia un sentimiento? Si, pero impuro. Ya que solamente aparece como señal de que en nosotros existe alguna emoción no asumida o negada.

¿Cuales serían en ese caso los sentimientos puros? Antes de llegar a esa respuesta, quedan otros dos sentimiento impuros o no del todo puros por definir: la bronca y la culpa.

El enojo es un sentimiento natural que, usado de manera
antinatural, anestesia el dolor.  Pero angustia.
La bronca es originalmente un sentimiento puro. De hecho, es el primer sentimiento que encontramos en los bebes al nacer. ¿O es que acaso alguien cree que los recién nacidos lloran de tristeza? No. Lloran enojados. Porque al parecer, eso de salir de la panza los cabrea mucho a los pobres. Y con razón. A veces creo que si supieran a donde van, más de uno se quedaría adentro. En fin. Retomando lo de la bronca, podemos decir entonces que existe una bronca natural, sana y por tanto coherente con las leyes sistémicas, es decir, las leyes de la vida. ¿Bronca ecológica? Es un buen nombre. Al menos suena bien. Sin embargo, por la propia naturaleza de la bronca, bien puede ser en ocasiones una emoción impura. Es decir, pervertida o manipulada. ¿Por qué? Por el hecho de que cuando sentimos bronca no sentimos nada más. Y es que la bronca todo lo tapa. Si no me creéis, id un día a ver un partido de fútbol a cualquier campo o cancha argentina, veréis como hasta las personas más sensibles y educadas, son capaces de soltar las mayores barbaridades a aquel que encuentran enfrente suyo, del otro lado. Por eso es que resulta tan común encontrarnos con personas en permanente estado de enojo, pues como hemos dicho, el enojo anestesia los afectos. Esto se debe a cuestiones naturales. Cuando dos animales luchan, a ninguno le conviene sentir tristeza, miedo o empatía. A nivel cerebral la parte simpática de nuestro sistema nervioso autónomo nos prepara para la pelea. Y mientras la testosterona fluye, todas las demás emociones pierden su importancia. Claro que este proceso no siempre es completamente natural. Como cuando, de manera más o menos consciente, una persona entra en un estado de conciencia de bronca permanente para no sentir. Hablamos de sujetos atrapados por un cabreo o enojo permanente.  Todo con un objetivo: Anestesiar sus propios afectos para así escaparse de si mismas. Una última clave para entender y trabajar la bronca es que siempre aparece asociada con una emoción anterior, es decir que si esta aparece, será porque alguna clase de sentimiento doloroso ocurrió anteriormente. Esto es muy importante pues, a través de la bronca, podemos llegar a reencontranos con vivencias emocionales nunca antes expresadas. Por cierto, la bronca también se pudre. Sobre todo cuando se acumula en exceso. Cuando vivimos una injusticia. Ya sea real o provocada por nuestra propia capacidad de autoengaño. Y a esa putrefacción la conocemos por el nombre de odio.

La culpa es la perversión de los valores.
Pasemos a la culpa. Ya he dicho al principio que esta no es un sentimiento en si mismo. ¿Como lo sé? Porque lo que su vivencia genera es angustia. Y como ya dijimos, la angustia más que un sentimiento es la vivencia del residuo de aquellos afectos ocultos, censurados, no reconocidos por la conciencia. La razón de esto se encuentra en el hecho de que la culpa proviene de un pensamiento separado del cuerpo. De la moral, de los valores o de la razón de cada uno. O siendo más precisos, de una perversa utilización de ellos. Pues quizá eso sea justamente la culpa: una perversión de los valores. De esta forma, la culpa actúa como una racionalización binaria de carácter esquizoparanoide (palabra psicoanalítica) de nuestro accionar. Siempre en términos duales: como "bueno-malo", "inocente-culpable, "afuera-adentro". Esta dualidad maniquea y restrictiva, poco y nada tiene que ver con las leyes sistémicas que rigen la naturaleza. Naturaleza a la cual los seres humanos pertenecemos. Nunca está demás recordarlo. En cuanto a su función, tengo que decir que jamás le encontré ninguna. Es decir, se supone que la culpa es un mecanismo omnipotente de control. Basado en el miedo al auto-castigo que la culpa impone. Aunque bien es sabido por aquellos que trabajamos con adicciones, trastornos de alimentación o fobias (por poner algunos ejemplos), que la culpabilidad es el principal elemento contra el que nos toca pelear. Que no sirve para trasformar la conducta patológica, y que de hecho, la fortalece. Del sufrimiento que genera... mejor ni hablemos.

Nuestros actos siempre tienen consecuencias en nuestra
vida emocional.
Alguno que otro se debe estar preguntando que hacer entonces con las llamadas "malas acciones". De que otra manera podemos evitar las acciones malvadas si no es mediante la culpa. Decía más arriba que la culpa era la perversión de nuestros valores. Se puede deducir entonces que mis reflexiones no van en contra de los valores en sí mismos. Que ellos, los valores, son una parte necesaria de nuestra naturaleza. Vale, es verdad que Nietzsche planteó con mucha inteligencia que muchos valores morales cambiaban a través del tiempo. Pero lo cierto es que los valores, con un discurso variable es verdad, siempre existieron. Así, de una manera u otra, las sociedades buscaron su particular modo de coexistir, de integrarse en comunidad. ¿Existen valores universales? Yo personalmente me juego por que sí. Que el incesto o el asesinato, por ejemplo, son actos que dejan una marca. No lo digo porque se me ocurre. A lo largo de mi carrera me ha tocado tratar con asesinos y violadores. Personas ajenas a toda culpa que sin embargo, quedaban atrapadas para siempre en un particular estado de infernalidad viviente. Algo tan indescriptible como real. Creedme por tanto cuando os digo esto: más allá de lo que diga cualquier valor o razonamiento, está claro que hay acciones que tienen un precio. Que por lo antinatural de estas, se pervierte la propia naturaleza humana, y que esa perversión, deja huella en las víctimas, seguro, pero condena para siempre a los victimarios.

Volviendo a la cuestión sobre como afrontar las llamadas malas acciones, más allá de la culpa, me parece que la clave se encuentra en el concepto de responsabilidad. Ahí es donde cada uno se enfrenta con el dolor provocado por sus actos. Dolor que surge a partir de la traición a los propios valores. Íntimos y personales. ¡Jodér! Quien no se ha sentido alguna vez como la mierda por algo así. Quien no se ha mirado alguna vez al espejo sintiéndose un maldito hijo de mil putas. En tales momentos el castigo es una tentación. Ya se sabe, si te castigas o te castigan, has cumplido, has pagado, estás limpio. Y se supone que no debería haber más dolor. Se supone. Al menos eso era lo que afirmaban muchos criminales con los que me relacioné. Sin embargo aquellos famosos "ya cumplí condena", sonaban más a patético autoengaño que a honesta redención  Por eso es que en la responsabilidad no nos castigamos, aprendemos. En primer lugar a vivir con lo que hemos hecho. Con tristeza y sabiéndonos humanos. Pero sobre todo aprendemos del dolor provocado por la propia tristeza. A escuchar a nuestro corazón, aunque no nos guste lo que este diga, para intentar ser cada día mejores, o puede que solamente más reales. Que honestamente, no es poco.

Las leyes que rigen LA NATURALEZA, son las leyes
 que rigen NUESTRA NATURALEZA. Nuestras emociones
son la llave que abre la puerta entre ambos mundos.
Una puerta hacia la sabiduría.
Quizás esa sea justamente la función de las emociones o sentimientos puros. La de conectarnos con las leyes de la homeostasis o del equilibrio. Que nos permiten reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, con lo más auténtico. Con aquellas verdades universales que nos hacen formar parte del todo. Un todo que existe, o mejor dicho que está. Y es que si hay algo que en lo cotidiano nos pueda religar con el mundo, eso debe ser el corazón. Entendido claro como metáfora de los afectos. Metáfora en la que encontramos encriptadas las leyes de la naturaleza, de nuestra naturaleza. Leyes de la vida que nos guían. Que como ángeles de la guarda, nos susurran el camino. Pero que además, paradógicamente, nos hacen sentir más vivos, más reales. Duela o no dicha realidad. Porque finalmente son ellos, los sentimientos puros, los únicos honestos en la maraña de tribulaciones de nuestra mente. Una mente sesgada, separada del cuerpo, que planifica e intenta controlar todo aquello que nos sucede. Anestesiando nuestras emociones y transformándolas en angustia. Entre esos dos estados de conciencia es que se da hoy la batalla por una vida emocional más sana, más ecológica.

Así es que cuando sintamos pena, alegría, tristeza, amor, miedo, admiración, nostalgia, verguenza o cualquier otra palabra que refleje un sentimiento puro, significará que estamos vivos. Que somos humanos. Y que como humanos que somos, formamos parte algo más grande, más honesto y real. Quien sabe, puede incluso que al reunirnos con lo más auténtico en nosotros mismos, sembremos la primera semilla necesaria para religarnos con el universo.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.


viernes, 5 de agosto de 2011

La estética del límite.

Percibir es organizar.
Para organizar es necesario separar.
Separar es poner un límite.
Sin limites no existe la percepción.
Y sin percepción, no hay existencia.
Percibir es organizar. Organizar no es otra cosa que crear un conjunto. Esa capacidad para crear conjuntos responderá siempre a pautas estéticas como, por ejemplo, curvas, rectas o ángulos. Es decir que la percepción se organiza en base pautas o leyes. Y estas leyes siempre serán de orden estético. Muchos son los autores y escuelas de pensamiento que se han dedicado a estudiar estas leyes de la forma. De todas ellas, quizá la escuela más famosa haya sido la Gestalt alemana. Seguro que habéis oído hablar de ella aún sin saberlo, son aquellas famosas fotos que salen en muchos programas y revistas. Esas en las que figura y fondo se mezclan, armando distintas imágenes en función de donde hayamos colocado nuestra atención. Las leyes estéticas o de la forma son muy diversas, probablemente solo hayamos conceptualizado las más sencillas. Tengamos en cuenta que, según la teoría sistémica todo lo existente está regulado por dichas leyes. Ahora bien, de todas las leyes estéticas existentes, conocidas o desconocidas, existe una de rango superior, inmanente a todas las demás, esa es la ley del límite.

Y es que el límite es aquello que diferencia entre una organización estética y la otra. Nada puede ser percibido y por tanto existir si carece de límites.

Partiendo de esta base es que podemos comprender el desarrollo existencial de un ser humano. ¿Cómo? A través del que quizás sea el primer límitante con el que un recién nacido se enfrenta al salir del útero materno: la realidad. Una realidad contra la que el bebe choca. Haciéndolo sufrir y por tanto obligándolo a sentir, a sentirse, a percibirse. Así es que los seres humanos solamente pueden tomar una verdadera conciencia de existencia a través del choque con el mundo exterior. Quizá sea por eso que, las llamadas personalidades limítrofes, esas que se caracterizan por poseer "sí mismos" débiles, suelen tender a las autoagresiones, tatuajes, peleas o excesos de cualquier índole. Todo aquello que les permita encontrarse a sí mismos a través del dolor que el golpe de la realidad les ha provocado.

El limite entre el "yo" y el "no yo"
se ensancha. Abriendo el espacio para
un mundo infinito de fantasía.
Transformando en experiencia
trascendente el  pertinaz dolor de la
existencia.
El problema siempre radica en que dicho golpe contra la realidad genera una tasa de dolor mucho mayor de la que podemos naturalmente llegar a tolerar. Es por esto que los humanos, como criaturas enormemente conscientes de nuestro entorno que somos, hemos generado los llamados "espacios intermedios". Áreas que surgen durante las primeras etapas del desarrollo infantil. Es ahí cuando nos encontramos con los famosos chupetes, osos de peluche o cualquier otro objeto que actúe como puente en el conflicto yo-mundo. Los cuentos infantiles, las fantasías o ciertos mitos, son buenos ejemplos de como en el ser humano este límite se ensancha para crear un área de infinita fantasía y creatividad. Y cuando hablo de infinito, no me estoy precisamente tomando ninguna clase de licencia poética. Ha sido el filósofo Gilles Deleuze el que mejor ha conceptualizado esto. Según sus palabras, todo borde, límite o frontera es infinito. Suena algo extraño, pero si no, pensemos en el hecho de que siempre nos será imposible delimitar con absoluta exactitud donde termina una cosa y empieza la otra. ¿Donde EXACTAMENTE acaba nuestra casa y empieza la calle? ¿En que preciso momento dejé de estar despierto para dormirme? Al igual que sucede con el número "Pi", las decimales a calcular escalan hasta llegar al infinito. De esta forma es que los límites no solamente son fronteras entre distintas clases de organizaciones o sistemas, son además horizontes, ventanas hacia el misterio de lo inacabable. Un enigma que se extiende a todos los niveles a través del principio de isomorfismo. Ese que afirma que "lo que es arriba es abajo". Sosteniendo que en una célula se dan procesos análogos a los de un cuerpo o a los de una sociedad. Como en el caso de los lugares fronterizos, en los que el misterio y la diversidad cultural florecen. Buenos Aires, la triple frontera, la Francia dividida de la segunda guerra, la Casablanca de Boggart... Todos ellos lugares en los que la frontera entre realidad y ficción se diluye hasta perder su sentido. Cunas de genios y transgresores. Grietas a través de las cuales se nos abre la oportunidad de escapar, de trascender. ¿Hacia donde? Las posibilidades son muchas. No olvidemos que la terapia se construye en el límite. En la infinita frontera entre quienes somos y quienes podemos llegar a ser. Que la experiencia espiritual también se da en este borde donde sangre y vino, pan y cuerpo, "si mismo" y universo, se fusionan para armar una nueva dimensión.

Supongo que a estas alturas ya nadie debe entender una mierda de lo que estoy diciendo. ¡Joder! ¡Si hasta parezco un psicoanalista! Será mejor intentar bajar esto a las vicisitudes de nuestra cotidiana realidad. No sé si esta es la primera vez que leéis PSA, si así es, permitidme explicaros algo sobre la omnipotencia. Solamente aclarar que es un término que utilizo para describir aquella creencia, asumida por una persona o colectivo, de que en esta vida todo se puede o, al menos, más de lo que humanamente resulta posible. La omnipotencia es el gran fenómeno psicológico de nuestro tiempo. Una manera insana de mirar el mundo, de relacionarse con él. Anestesiando nuestros afectos. Deshumanizandonos y alejándonos de los demás. Rompiendo comunidades. Pero sobre todas las cosas, no tolerando ninguna clase de límite.

Famosa propaganda que busca vendernos
ropa deportiva exaltando el patológico valor
de la omnipotencia.
Es justamente ahí donde encontramos la clave. No en vano "slogans" como el archifamoso "imposible is nothing", impulsan a millones de jóvenes y no tan jóvenes a consumir. Como no hacerlo si en este occidente postmoderno y omnipotente, lo limitante está peor visto que nunca. Y donde los dones y ventajas de la omnipotencia terminan siendo objeto de culto. ¿Dones de la omnipotencia? Muchos. Pues al principio este aumento de la citada característica tiene sus ventajas. La inteligencia aumenta, y el hecho de no tolerar límite alguno nos ayuda a veces a ser más creativos. Sin embargo esta creatividad omnipotente pronto entra en un proceso de degradación. Como si al romper con esos límites, nuestra existencia perdiera coherencia y todo terminara "dando igual". Son muchos los artistas que terminan sus vidas antes de tiempo en este oscuro camino. Quemándose en una espiral de omnipotente autodestrucción. No olvidemos que al igual que existe un "lo que es arriba es abajo" también está un "lo que es afuera es adentro". De tal manera que todo límite roto en el exterior, es paralelamente roto en el interior. Y ya se sabe: un sistema no puede diferenciarse de otros, es decir existir, sin límites o fronteras.

Volviendo al principio de isomorfismo. Ese que dice que lo que es afuera es adentro y que lo que es arriba es abajo. Nos encontramos con el drama de las comunidades afectadas, humilladas frente al desprecio que sus costumbres, es decir sus límites, sufren frente al embate de la cultura globalizada del libre mercado omnipotente. Donde cada uno vela por sus propios intereses. Donde la comunidades son degradadas hasta hacerlas morir. Abandonando a sus miembros en un abismo de profundo desamparo.

Antes de que se tuviera noción de historia, los vascos nos
reuníamos bajo un árbol para discutir nuestras leyes.
Hoy luchamos por mantener aquellas leyes.
Luchamos por nuestra existencia.
Luchamos por la dignidad.
Frente a esto solo nos queda luchar. Pelear por un mundo mejor. Como en el caso boliviano, donde a las costumbres de las distintas comunidades indígenas se les ha dado rango de ley. Algo similar a lo que sucede en el País Vasco, donde aún contamos con los fueros, costumbres ancestrales, surgidas en la noche de los tiempos y que de igual manera han sido transformadas en ley. Así, mientras que la dignidad queda resguardada, arropada entre los brazos del límite, se nos abre una puerta hacia la esperanza. Un camino de regreso hacia aquel tiempo menos cómodo. Claramente injusto. Pero que, a la vista de aquello que hoy estamos viviendo, sin duda fue más sano, quizá mejor.





Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

martes, 2 de agosto de 2011

Noche de revelaciones.

Había entrado en aquel bar por pura casualidad. Me encontraba perdido y solamente quería un trago. Buscaba un último lugar, uno cualquiera. Otro miserable agujero donde poder ahogar mis penas. Y para mi desgracia, allí encontré justamente lo que buscaba. Quizá demasiado. En aquella taberna el olor a orina se mezclaba armónico con algunas viejas melodías de cumbia. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Y las pocas mujeres que divisé, parecían encontrarse más interesadas en el trabajo que en el placer. No se si me entienden. Para cuando tomé conciencia de donde me había metido ya era tarde. Mi única oportunidad de salir con vida era pasar inadvertido. Desde ya que mi acento extranjero, o mis ropas, no ayudaban. Así que con mi mejor cara de culo pedí un trago tratando de no llamar demasiado la atención. Planeaba marcharme sigiloso al terminarlo. Como una cucaracha que se escabulle ante la luz. Solo que esta vez no había luz, y las cucarachas, en su mayoría, caminábamos sobre nuestras dos patas.  No sé realmente cuanto tiempo transcurrió entre el sorbo inicial y el momento en el que comenzaron los gritos. Solo sé que cuando escuché el primero quedé completamente capturado por aquella escena. Era un hombre de unos cuarenta años, de complexión delgada y baja estatura. Vestía ropas gastadas, de esas que alguna vez estuvieron de moda y que con suerte, no volverán a estarlo nunca más. Recuerdo como comenzó a increpar al barman. Vociferaba algo acerca de la baja calidad de cierta bebida. Cada tanto se podían entender algunas frases. Decía cosas como "¡ESCUCHAME PELOTUDO! ¿VOS TE CREES QUE SOY TARADO? ¡ESTO NO ES FERNET!". Al verse ignorado insistió con un rotundo"¡SIIII, ES A VOS GORDO PUTO!". Más tarde, comenzó a interactuar con los otros integrantes de aquel antro maldito. Arrojándoles agravios del estilo "¡VOS TE CREES QUE SOY COMO ESTOS GILES!" o algún que otro "¡Y VOS QUE MIRÁS PELOTUDO! No sé bien como ocurrió, pero de pronto mi corazón comenzó a latir con fuerza. Tenía miedo, mucho miedo. Se podría decir que estaba literalmente aterrado, o cagado en las patas como dicen por aquí. Y sin embargo, me sentía más vivo que nunca. Toda mi miserable vida se tornaba insignificante frente a aquel maravilloso instante. Las facturas inpagas, la chica de la semana pasada, ese teléfono último modelo que tanto quería comprar... todo quedaba demasiado lejano.  Así, seducido por el olor a muerte, una enorme alegría comenzó a invadir mi cuerpo. A tomarme hasta las mismísimas entrañas. No había duda: estaba pasando por lo que algunos psicólogos han dado a llamar experiencia pico, puede que incluso por una epifanía. Una comunicación directa con Dios. Y ahí fue que simplemente lo supe. Supe que Jehova, el universo, el poder superior, o como mierda queramos llamar a eso que nos rodea, me estaba por dar la lección de mi vida. Esa señal que siempre había estado esperando. Decía Jung que Dios nos hablaba permanentemente, pero que éramos nosotros los que no estábamos dispuestos a escuchar. Pues esta vez yo estaba dispuesto. Sabiéndome preparado, incline mi cabeza en dirección hacia el vaso. De tal forma que, durante un instante, el conflicto quedó fuera de mi campo de visión.

Fue entonces cuando se escuchó el atronador ruido de vidrios rotos.

No soy capaz de ser preciso en esta parte. Puede que fueran minutos o segundos. No lo sé. Cualquiera que haya sido el tiempo se me hizo eterno a la par que efímero. La música se detuvo. La desagradable voz del hombre dejó de escucharse. Y mientras algunos tímidos murmullos se diluían entre el gélido silencio; la verdad me había sido revelada.

Al salir solo encontré manchas de sangre. Puede que lo hubieran matado, aunque bien podría sencillamente haberse alejado caminando. Quien sabe. El caso es que antes de salir pasé al baño. Por cuestiones de buen gusto me abstendré de entrar en detalles sobre el estado de los aseos. No obstante, si alguna vez entran ustedes por error en aquel sucio boliche, no duden en aventurarse en los baños. Allí fue donde escrita en la pared quedó plasmada la gran verdad:

"DIOS NO ES JUSTO, ES COHERENTE".

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.