Está demostrado que la inteligencia no es algo natural. La sabiduría en cambio, sí. Por desgracia ambas son cosas difíciles de compatibilizar. |
De esta forma, el niño crece y aprende a pensar. Las diferentes escuelas teóricas describen como este transita por distintas etapas hasta llegar a la adolescencia. Jean Pieget postula que es en ese momento cuando aparece una nueva forma de operar sobre la realidad. Haciendo de los adolescentes seres capaces de pensar acerca de aquello que piensan. Metacognición se llama usualmente a esta facultad para pensar los pensamientos. Bateson hablaba de algo parecido al tratar lo que él entendía por distintos niveles de aprendizaje. Así es que no estamos hablando de algo distinto o ajeno al modelo sistémico. Para nada. Quizás porque justamente esa sea la característica más interesante de nuestro modelo: nada le es ajeno.
En fin, volvamos entonces al pensamiento formal. Decíamos que aparece en la adolescencia y que dota al pensante de la capacidad meta cognitiva. Hasta ahí todo resulta relativamente claro. Sin embargo los post-piagietianos pronto se encontraron con un problema: eran muchos los sujetos adultos que no habían adquirido tal capacidad. Comenzó entonces un largo debate entre la postura innatista y la que defendía la influencia del medio. Los primeros sostienen la idea de que esta capacidad se activa por causas genéticas, mientras que los segundos defienden la necesidad de un medio activador. Experimento va experimento viene, los segundos parecen estar ganando. En otras palabras, más allá de que no se pone en duda que la capacidad para pensar pensamientos aparece, en términos generales a cierta edad, por necesarios factores genéticos; es cierto también que resulta igual de necesario un contexto activador para su aparición. En otras palabras: es el medio social el que induce en el sujeto dicha forma de pensamiento. Un medio humano que que induce a la persona a pensar formalmente. Y esto sucede porque los miembros de dicho medio activador ya han sido previamente inducidos a pensar de esa manera. Así es como la inteligencia se contagia. Un contagio que hace de nosotros seres distintos. Capaces de transformar nuestro medio como ninguna especie nunca antes lo hizo. Podemos así ver más allá. Cambiar las reglas de juego. Romper el tablero y rehacerlo a nuestro gusto. Podemos entonces ser más. Podemos ser dioses.
Es notable entonces como la mayoría de los mitos humanos describen el inicio de dicho contagio. En todos encontramos un punto en común. Desde la manzana de Eva, pasando por el fuego prometáico y llegando a la creación del hombre descrita por los sumerios. En todos sucede siempre un relato análogo: un ser divino entra en contacto con el hombre y lo dota de cierta chispa o llama que lo hace distinto del resto de los seres.
Por supuesto que resulta desde ya imposible afirmar que el pensamiento formal debe su origen a una intervención externa a lo humano. Eso sería más una cuestión de fe. No obstante, no cabe duda de que para las primeras grandes religiones organizadas (el chamanismo no parece prestarle tanta atención al asunto), la aparición de la inteligencia no fue vivida como algo natural. De hecho no lo es. Como ya dijimos en otros artículos, la mente omnipotente, cada vez más sesgada de la sabiduría elemental de los cuerpos, no entiende de equilibrios. Solo hay que mirar un río contaminado, los experimentos con energía nuclear o a una persona con ataques de pánico, para darnos cuenta de que la inteligencia ensucia y pervierte todo aquello que toca. Adentro o afuera de nosotros. Da igual. Como sea, tarde o temprano, lo ensucia.
¿Digo entonces que la inteligencia es un enfermedad? No necesariamente. Pero sí señalo que esta no nos pertenece del todo. ¿Hasta que punto somos dueños de nuestros pensamientos? Quizás algunos digan que tal pregunta carece de sentido. Sin embargo tengamos en cuenta que ya hemos demostrado que la inteligencia tal y como la conocemos no resulta algo puramente innato, sino que debe ser contagiada por otro grupo de humanos, que además, han sido previamente contagiados por ella. De tal forma que la inteligencia viaja a través de las distintas generaciones de humanos, quizás desde hace milenios, como un sistema. Un sistema que como todo sistema es auto organizado y que por tanto trata de seguir existiendo.
Afirmo por todo lo expuesto que no somos los dueños de nuestros pensamientos. De hecho, la mayor parte de las personas que conozco no piensan, son pensadas.
¿Significa esto que todos somos pensados? ¿Seres dominados por una serie de ideas auto organizadas ajenas a nuestros intereses? No. Pues si bien los pensamientos no son algo propio, sí podemos apropiarnos de ellos. Históricamente la función de los distintos rituales religiosos era la de ejercer dicha apropiación. Cuando todavía hoy un hombre se entrega a Dios (y pueden cambiar la palabra Dios por la que se les antoje), renuncia a la omnipotencia de su ego, de su mente. Religándose así con su medio natural.
Por desgracia, o por suerte para algunos, este ya no es un mundo religioso. La fe hace tiempo que perdió la batalla contra la razón. Para muchos de nosotros es tarde. Dios quedó muy lejos, demasiado y ya no podemos regresar.
Y aún así existen otros caminos. Podemos hacernos cargo, estar atentos, ser libres. Registrar y conquistar nuestros pensamientos. Pues si somos capaces de pensar, y podemos además pensar lo pensado; también podemos pensar acerca de aquello que pensamos que pensamos. Ya sé, suena complejo. Pero no lo es tanto. Solo es cuestión de estar atentos a nosotros mismos. A tomar decisiones y a asumir las consecuencias. A construir nuestra propia historia.
Existencialismo lo llaman algunos.
Decía más arriba que la inteligencia nos da la capacidad para transformar la realidad. Que podíamos ser más. Dioses. Podemos serlo, pero para ello hay que tomar las riendas. Asumir caminos y aceptar el dolor de lo que venga. O incluso la felicidad, da igual. Lo importante es vivir.
Siempre en guardia para no terminar siendo vividos.
Escribiendo desde el sur del sur.
Lic. Unai Rivas Campo.
Es notable entonces como la mayoría de los mitos humanos describen el inicio de dicho contagio. En todos encontramos un punto en común. Desde la manzana de Eva, pasando por el fuego prometáico y llegando a la creación del hombre descrita por los sumerios. En todos sucede siempre un relato análogo: un ser divino entra en contacto con el hombre y lo dota de cierta chispa o llama que lo hace distinto del resto de los seres.
Por supuesto que resulta desde ya imposible afirmar que el pensamiento formal debe su origen a una intervención externa a lo humano. Eso sería más una cuestión de fe. No obstante, no cabe duda de que para las primeras grandes religiones organizadas (el chamanismo no parece prestarle tanta atención al asunto), la aparición de la inteligencia no fue vivida como algo natural. De hecho no lo es. Como ya dijimos en otros artículos, la mente omnipotente, cada vez más sesgada de la sabiduría elemental de los cuerpos, no entiende de equilibrios. Solo hay que mirar un río contaminado, los experimentos con energía nuclear o a una persona con ataques de pánico, para darnos cuenta de que la inteligencia ensucia y pervierte todo aquello que toca. Adentro o afuera de nosotros. Da igual. Como sea, tarde o temprano, lo ensucia.
¿Digo entonces que la inteligencia es un enfermedad? No necesariamente. Pero sí señalo que esta no nos pertenece del todo. ¿Hasta que punto somos dueños de nuestros pensamientos? Quizás algunos digan que tal pregunta carece de sentido. Sin embargo tengamos en cuenta que ya hemos demostrado que la inteligencia tal y como la conocemos no resulta algo puramente innato, sino que debe ser contagiada por otro grupo de humanos, que además, han sido previamente contagiados por ella. De tal forma que la inteligencia viaja a través de las distintas generaciones de humanos, quizás desde hace milenios, como un sistema. Un sistema que como todo sistema es auto organizado y que por tanto trata de seguir existiendo.
Afirmo por todo lo expuesto que no somos los dueños de nuestros pensamientos. De hecho, la mayor parte de las personas que conozco no piensan, son pensadas.
¿Significa esto que todos somos pensados? ¿Seres dominados por una serie de ideas auto organizadas ajenas a nuestros intereses? No. Pues si bien los pensamientos no son algo propio, sí podemos apropiarnos de ellos. Históricamente la función de los distintos rituales religiosos era la de ejercer dicha apropiación. Cuando todavía hoy un hombre se entrega a Dios (y pueden cambiar la palabra Dios por la que se les antoje), renuncia a la omnipotencia de su ego, de su mente. Religándose así con su medio natural.
Por desgracia, o por suerte para algunos, este ya no es un mundo religioso. La fe hace tiempo que perdió la batalla contra la razón. Para muchos de nosotros es tarde. Dios quedó muy lejos, demasiado y ya no podemos regresar.
Y aún así existen otros caminos. Podemos hacernos cargo, estar atentos, ser libres. Registrar y conquistar nuestros pensamientos. Pues si somos capaces de pensar, y podemos además pensar lo pensado; también podemos pensar acerca de aquello que pensamos que pensamos. Ya sé, suena complejo. Pero no lo es tanto. Solo es cuestión de estar atentos a nosotros mismos. A tomar decisiones y a asumir las consecuencias. A construir nuestra propia historia.
Existencialismo lo llaman algunos.
Decía más arriba que la inteligencia nos da la capacidad para transformar la realidad. Que podíamos ser más. Dioses. Podemos serlo, pero para ello hay que tomar las riendas. Asumir caminos y aceptar el dolor de lo que venga. O incluso la felicidad, da igual. Lo importante es vivir.
Siempre en guardia para no terminar siendo vividos.
Escribiendo desde el sur del sur.
Lic. Unai Rivas Campo.