Las reglas de comunicación interna y externa de una célula son análogas a toda organización. Esto nos incluye a los humanos. |
Un sistema independizado de sus creadores. Como en el caso de los hermanos que, compartiendo las cenas familiares, repiten aquellas discusiones y peleas de su infancia ya siendo adultos entrados en canas. Esto se debe que el sistema familiar puede ser en ocasiones más fuerte que la voluntad de sus miembros individuales, condicionando así su libertad de acción. Pues esto mismo sucede con el mercado. Que hoy, cada vez requiere de menos "dueños" para funcionar. En estos días, solo los perturbados seguidores de las teorías conspiratorias consideran que esto lo manejan un grupo concreto de seres malignos. No digo que no haya gente de mierda en la cúpulas del poder, pero cada vez está más claro que esas personas son solo piezas privilegiadas de algo mucho más abarcador. Como bien plantea Deleuze, el dinero fluye como un cuerpo sin órganos compuesto por átomos, moléculas de información. De tal forma que los seres humanos de este planeta nos vemos sometidos por un sistema patológico "viviente", al que algunos conocen como "el sistema" o el "libre mercado".
Un sistema enfermo que, como todo sistema, sano o insano, necesita alimentarse para poder seguir existiendo. Y es aquí donde viene una pregunta complicada: ¿De que se alimenta un sistema sin cuerpo? Supongo que la respuesta se puede encontrar en los filósofos Hegel y Sartre. No me quiero extender mucho, pero da la sensación de que los sistemas insanos, desde una simple neurosis hasta el todopoderoso capitalismo postmoderno, necesitan de nuestra atención. Es decir, necesitan ser mirados para existir. Al igual que una persona con ataques de pánico que termina su proceso terapeútico cuando "se olvida" de aquellos ataques. Una patología ésta que, como muchas otras, se retroalimenta con nuestros pensamientos.
El libre mercado. Una plaga extendida por nuestro mundo. Un virus que se alimenta de nuestra necesidad de consumir. Existe a través del poder que nosotros le otorgamos Un falso dios. |
Y justamente sobre eso trata toda esta historia: sobre poder. O dicho de una manera más precisa sobre esa perversión antinatural del naturalmente sano concepto de poder a la que en este blog llamamos control (recomiendo leer poder, control, y trascendencia para entender esto con mayor claridad). Pues un sistema cada vez más grande necesita comer cada vez más, y más, y más, y más.. así hasta el infinito en una espiral de inagotable voracidad. Ya que como bien saben los adictos, el deseo de control despierta un hambre que jamás es saciada en su totalidad. Estamos entonces frente a una supra-entidad, un dios mercado que, en palabras de sus deplorables voceros mediáticos, se enoja, se entusiasma o desconfía. Un dios por tanto dotado de inhumanas emociones. Que pide, que necesita, que anhela y que exige cada vez mayores sacrificios en su nombre. Sacrificios humanos a los que los economistas lacayos llaman con el eufemismo de "reformas", "recortes" o "ajustes". Y que por supuesto, jamás serán suficientes.
Son Gandhi comparados con el banco mundial. |
Recuerdo que una vez salí con una chica que siempre se mostraba insatisfecha. Para ella, nunca era lo suficientemente atento, elegante, exitoso económicamente, o simplemente confiable. O cualquier otra cosa que se os ocurra. El caso es que siempre faltaba algo. Obviamente terminé mandándola a la mierda. Pude hacerlo cuando descubrí que mis permanentes intentos por demostrarle mi sincero afecto solo servían para darle cada vez más poder sobre mí. Que solo valían para nombrarla juez de la relación. Se había creado un contexto, una cancha, donde en vez de haber dos jugadores, yo corría tras la pelota y ella era el jodido árbitro.
En ese caso, ¿Que pueden hacer Grecia y España para salir de la esclavitud del falso Dios mercado?
Lo mismo que hice yo con aquella chica:
Dejar de jugar.
Dejar de adorar al falso dios.
Y sobre todo mirar hacia el sur, porque en él encontrarán su norte.
Que es mi norte.
Escribiendo desde el sur del sur.
Lic Unai Rivas Campo.
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