domingo, 26 de junio de 2011

La libertad.

Hay ocasiones en las que la razón queda en segundo
plano frente a las razones del corazón.
El Sábado discutía con un amigo. Estábamos hablando sobre Cuba. En esta vida hay tres o cuatro grandes temas que dividen aguas, de esos que encienden pasiones, que desnudan en esencia aquello que somos. Cuba es sin duda uno de ellos. Por un lado, están aquellos que ponen el énfasis en la justicia social, por el otro, los que se centran en la incapacidad para prosperar económicamente dentro del sistema cubano, añadiendo a esta crítica otra referida a las restricciones que su sistema político ejerce sobre las libertades de sus individuos.

El problema de la imposibilidad de progresar económicamente queda descartado cuando comparas la economía cubana (entendiendo economía como la organización de las relaciones comerciales de un estado al servicio del bienestar de su pueblo), con la de los países similares de la región: Honduras, Panamá, Guatemala, Haití, Salvador etc. naciones empobrecidas y condenadas a la más absoluta de las miserias. Todo bien con el progreso, estoy a favor. Seguro que hay muchos narcotraficantes, tratantes de personas y corporaciones extranjeras (United Fruit Company resulta un buen ejemplo) felices con las posibilidades que estos países brindan a sus mercados. ¿Pero sabéis que? No me interesa el bienestar de las corporaciones. Sé que soy duro, pero tenía que decirlo.

No existe verdad más deshonesta que
la verdad impuesta.
Una vez descartado el asunto del progreso económico, nos queda el debate sobre la libertad. Y de eso es de lo que voy a hablar realmente. Porque la verdad, no me considero quien para hablar ni en contra ni a favor de Cuba. Ni de ningún país. Al menos no de manera categórica. A veces pienso que los occidentales hemos tomado la mala costumbre de erigirnos en jueces morales de cuanto estado soberano se nos cruce. Dictando alegremente sentencias, generalmente de muerte, sobre aquellos que viven y piensan diferente. Interrumpiendo el natural desarrollo de sus procesos internos. Dejando a sus pueblos una casi incurable sensación de sometimiento y amargura.

Además, el tema Cubano pasa hoy más por sentimientos profundamente íntimos que habitan en todos nosotros, que por la validez o no de cada argumento. Y es que al final en temas así, lo que se termina desnudando como dije anteriormente es la dirección hacia la que mira el corazón de cada uno. Y a eso, amigos míos, no hay argumento, lógica o razonamiento que lo pueda modificar.

Hablemos entonces sobre la libertad. Sin embargo, poder hacerlo con algo de seriedad, requiere plantearlo aclarando primero cual es nuestra epistemología de referencia. En otras palabras, hay que explicar que entendemos por la palabra libertad. Para ello, habría que hacer dos distinciones o dimensiones: Por un lado, la libertad entendida como acceso a un mayor o menor número de posibilidades, y por el otro, la libertad entendida como la capacidad que un ser humano posee para de ejercer dichas posibilidades.


La restricción de posibilidades en términos subjetivos:

En términos subjetivos, la restricción de posibilidades puede ser psicológicamente conveniente, al menos en las primeras etapas del desarrollo de un niño. Pensemos si no en los infantes de hoy, criados con cada vez menos límites, en un mundo donde las opciones de consumo aumentan cada día más y, la palabra "no", pierde seguidores minuto a minuto. Hablé en otros trabajos ("Mente omnipotencia y mente sesgada") sobre como nuestras mentes se habían con el paso de los siglos separado de nuestros afectos, de nuestros cuerpos. En términos filosóficos y quizá, quien sabe, en términos funcionales a nivel neural (de eso que se encarguen los investigadores, yo no tengo tiempo), esa "mente sesgada" que todo lo puede pensar se percibe a si misma como omnipotente.

La soberbia: El resultado de cargar
sobre un niño un número de posibilidades
que su cuerpo aún no puede sostener.
Es así como resulta cada vez más común encontrarnos con niños y adultos de poca o nula tolerancia a límite alguno. Estamos frente a una nueva clase de sociedad donde los propios sentimientos son considerados una molestia, un obstáculo para aquellos planes que ya habíamos pensado. Recuerdo como una amiga a la que guardo un enorme respeto se horrorizaba ante el descubrimiento de una píldora para eliminar la menstruación. Se quejaba sobre todo de la perspectiva del artículo, que anunciaba alegremente las posibilidades que esta herramienta tendría para la inserción de la mujer en el mercado laboral. Y digo yo... ¿Cual es el límite? ¿Tan malo es nuestro cuerpo que le hemos declarado la guerra? No se. Supongo que a nuestra mente sesgada y omnipotente no le gustan los límites. Y el cuerpo, resulta el gran limitante para una cabeza que todo lo imagina ya y lo quiere ya. ¡Y que mejor noticia para un sistema libremercadista que unos psiquismos que no toleran la espera! No hay mejor consumidor que el consumidor impaciente.



La restricción de posibilidades en términos objetivos.

En términos objetivos o legales, a la restricción de posibilidades le hemos dado otro nombre: Justicia. Veamos, cuando las posibilidades de acceso a la educación de una persona están objetivamente restringidas, además de encontrarnos ante una gran cagada, estamos claramente frente a una injusticia. Lo mismo podemos decir de las restricciones a nivel económico o a nivel de acceso al voto. Como veis, cada estado tiene sus restricciones. Estados unidos o Colombia tienen unas, Cuba o China otras. De modo que el debate sobre la ética implícita en cada restricción es clave frente a las distintas formas de comprender el concepto de justicia. Que cada uno se haga al respecto sus propias preguntas. A mi se me ocurren varias como: ¿Es más justo un sistema que brinda mayores posibilidades de consumo que aquel que tiene un mejor acceso a la educación? ¿Es justa la pobreza? ¿Basta con el derecho al voto para conseguir una sociedad más justa? Y muchas más...

Pero no quiero aburrir.


La capacidad para el ejercicio de la libertad.

La capacidad para el ejercicio de la libertad hace referencia a nuestro valor. A cuan dispuestos nos encontramos para asumir el reto que la responsabilidad y el dolor de la libertad suponen. Pues no olvidemos que ser libre es elegir. Que ello implica descartar toda una serie de posibilidades para quedarnos solamente con una. Es decir que elegir es perder, y que perder, duele. A veces demasiado, bien lo sé. De esta forma, la clave para el adecuado ejercicio de la libertad se encuentra en nuestra fortaleza para asumir el dolor. Un concepto, el del dolor, que es permanentemente negado por una industria económica, que cual diabólico pacto, nos ofrece mil y una alternativas para evadirnos de él. Sin embargo, el precio a pagar por tal anestesia afectiva no es precisamente económico, el dinero es una distracción, una inteligente manera de desviar la atención sobre el verdadero pago: nuestra libertad. Algo que en términos Kantianos, no es otra cosa que el alma.

El alma: la última frontera.
Y es por ello que en estos tiempos que corren, la batalla por la libertad, ha dejado de ser solamente una analogía política sobre las diferentes maneras de entender el concepto de justicia. Hoy, los pueblos, nos estamos jugando algo más que dinero, reformas políticas o derechos civiles. Hoy, nuestros viejos adversarios se tornan hermanos frente a esta nada banal, cosificadora, light e inhumana que nos invade. Hoy, peleamos por aquello que es lo más íntimo de nuestro ser, por salir adelante desde la dignidad, en agónica defensa de la última frontera. Hoy, luchamos por la libertad, por la esperanza del corazón, por la alegría. Hoy luchamos desde el alma y por el alma.

Pues solo así, existirá algo a lo que algún día poder llamar mañana.

Escribiendo desde el sur del sur.

Lic. Unai Rivas Campo.

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